CAPÍTULO 65
El salón principal se sumió en un silencio sepulcral cuando Víctor y Daniela entraron de la mano. La simple unión de sus dedos fue suficiente para encender la alarma en Antonella y Amelia, cuyas expresiones de incredulidad hablaban por sí solas. Victoria, por su parte, apenas pudo pestañear, pero Titus, el patriarca, se levantó de su sillón con una sonrisa incrédula.

—Esto sí que es una sorpresa… —soltó Titus, mirándolos con atención.

Víctor sonrió con calma, sin soltar la cintura de Daniela. Ella, impecable en su porte, dejó que su mirada se posara por un instante en Antonella y Amelia, ambas con los labios apretados por la rabia contenida y sobre todo la incredulidad de verla allí de nuevo.

Sabía que la odiaban, podía sentirlo en cada fibra de su cuerpo. Y le encantaba.

—¿Cómo es posible? —preguntó Titus, mientras los invitaba a sentarse.

Daniela siguió a Víctor hasta el amplio sofá y pudo notar a otras dos mujeres presentes, pero no había hijos con ellas.

Victoria, Antonella, otras
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