Dos líneas rojas y muy brillantes se visualizaron antes sus ojos abiertos, y aunque no tenía experiencia, sabía lo que eso significaba.—¡Daniela! —La puerta golpeó otra vez.Ella se obligó a tomar la cinta y guardarla en su pantalón, para luego pasarse el cabello hacia atrás y abrir la puerta.—¿Qué pasa? Estaba en el baño.Titus cambió de expresión al verla. Pues su color y mejillas rosadas, como de costumbre, no estaban.—¿Estás bien? —preguntó con aparente preocupación y ella asintió.—Me sentí un poco mal. Estoy muy preocupada por mamá.Titus asintió.—Mañana vendrán unos especialistas, creo que la llevaré a otra clínica.Daniela sintió un nudo en el estómago. No confiaba en Titus, y después de la conversación que había escuchado entre él y Victoria, la idea de que él decidiera sobre su madre le resultaba aterradora.Pero el hecho de que la sacara de esta casa, y la llevara a otra clínica, era más alentador.—Gracias…Él asintió mirándola con extrañeza, y luego se giró.—Tengo qu
Daniela sintió un par de palmas en sus mejillas y lo primero que vio cuando parpadeó, fue a Víctor.—¿Estás bien? Perdiste el equilibrio —su aroma la arropó por completo. Estaba casi que metido entre sus piernas mientras sostenía su espalda.Ella pensó que estaban en un pequeño cubículo, y se alarmó con lo segundo que dijo.—Una enfermera viene en un momento, va a valorarte —eso fue suficiente para que se pusiera de pie de un tiro.—No… Quiero ver a mi madre.—Espera —él intentó detenerla, pero Daniela se giró con rabia.—Quiero estar sola, Víctor, es mi madre la que está allá. Necesito estar con ella. ¡Esta mierd@ es una locura! —Sus ojos se llenaron de lágrimas y Víctor frunció el ceño lentamente mientras se levantó.Él soltó el aliento con calma y luego asintió.—Llámame si necesitas algo. No quiero dejarte aquí, pero…—Es lo que quiero, quiero estar sola con mi madre.Víctor frunció los brazos y sin decir una palabra salió del cubículo.La respiración se volvió errática, y sus pie
Daniela se dirigió a la mansión de Víctor con una determinación férrea, mientras las luces de la ciudad desaparecían, y su Uber, subía por la loma, a donde se encontraba la mansión de Víctor.Realmente no le importaban las dudas ni el miedo que le oprimía el pecho; solo tenía en mente a su madre y lo que fuera necesario para salvarla.Eso, además de que tenía una confesión por hacer.Ella le ordenó al hombre que la trajo, que la dejara antes de la entrada, y caminó segura, frotándose los brazos cuando el auto se marchó. La noche era fría, pero su corazón ardía con desesperación ante todo lo que estaba viviendo.—Víctor… yo, tengo algo que decirte —caminó un poco y cerró los ojos practicando—. No… así no, yo…Sacudió la cabeza.—Por favor, mi mamá…Sin embargo, cuando llegó al punto de la esquina, algo le pareció extraño.Su mente se despejó completamente, y pasó un trago grueso.La reja principal estaba abierta de par en par y todo parecía desordenado, y esto no era del estilo de Víct
Daniela se despertó con un sobresalto cuando el murmullo de los empleados del McDonald’s comenzó a llenar el ambiente. La luz del amanecer entraba por los ventanales, bañando la ciudad con un tono dorado que contrastaba con la pesadez que sentía en el pecho. Su cuerpo dolía por la postura incómoda en la que había dormido, pero su mente estaba mucho peor.Víctor. La imagen de sus manos ensangrentadas, la satisfacción oscura en su mirada y el eco de los disparos aún vibraban en su cabeza. Daniela sintió que su estómago se revolvía de nuevo y tuvo que respirar hondo para no vomitar en medio del local.—¿Se encuentra bien, señorita? —preguntó una empleada, mirándola con preocupación.Daniela asintió con torpeza y se puso de pie rápidamente, como si quedarse allí más tiempo significara que alguien pudiera encontrarla. Sabía que tenía que actuar rápido. Su madre seguía en el hospital, y después de lo que había visto, tenía claro que Víctor no era alguien a quien pudiera pedir ayuda. No desp
Daniela parpadeó varias veces y notó que toda la familia Vanderbilt estaba delante de ella, a excepción de Víctor, con trajes negros muy finos, mientras ella vestía una ropa de hace dos días. Tenía el cabello enmarañado, y solo estaba esperando los minutos, para que la dejaran entrar a la sala donde prepararían a su madre para el funeral.El vacío era pesado de soportar, mientras su mente jugaba con ella. No sabía cómo, pero escuchaba los recuerdos de la voz de su madre, las risas, los momentos de enojo, o cuando su madre le celebró el cumpleaños en la escuela por primera vez.Sus ojos se sentían pesados y su alrededor era algo aturdido.Notó como Titus no despegaba los ojos de ella, y en un momento dado, se separó de las mujeres para venir a hablarle.—Esta es tu familia ahora, Daniela, le daremos una digna sepultura a tu madre, no lo dudes.Daniela intentó hablar, pero su garganta estaba seca. Su estómago se revolvió de furia e impotencia. No era su familia. Nunca lo sería. Y su mad
Daniela contuvo la respiración todo el tiempo mientras rebuscaba en los cajones del tocador de su madre. Sus manos temblaban con cada documento que pasaba rápidamente, temiendo que en cualquier momento alguien abriera la puerta y la descubriera. Su corazón latía tan fuerte que sentía que podía oírse en toda la mansión.Ella se levantó varias veces, se le cayeron algunas cajas, y en algún momento sintió que entraba en desesperación.—Ayúdame… ¿Dónde pusiste esos papeles? —sus ojos se nublaron.La sensación de su garganta era indescriptible, y luego fue al armario donde se detuvo al ver esa maleta vieja.Apretó los dientes con rudeza, era el único recuerdo de su pasado. No era una maleta bonita, pero por alguna razón, Marcela la había conservado.Se arrodilló ante ella y luego notó que estaba cerrado con un seguro. Allí estaba la posibilidad de usar unos códigos y se mordió la boca al pensar cuál sería la posibilidad.Eligió la fecha de nacimiento de su madre, la suya, y varias claves qu
Daniela estaba de pie frente al ataúd. La sala de la familia Vanderbilt estaba sumida en la penumbra, y el aroma de las flores mezclado con el barniz del ataúd le resultaba asfixiante y las náuseas se apoderaban de ella. La madrugada avanzaba lenta, y nadie más estaba allí. Todos se habían ido a descansar mientras Daniela no podía dejar de llorar.El silencio le permitía escuchar sus propios pensamientos. Su madre descansaba en paz, pero ella estaba atrapada en un infierno del que debía salir. No tenía tiempo, no tenía aliados, pero tenía un plan.Sacó su teléfono con dedos temblorosos y, sin dudarlo, pidió una pizza grande con pepperoni y extra queso. Dio la dirección de la mansión y colgó. Su corazón latía como un tambor de guerra cuando se acercó de nuevo al ataúd, deslizó la yema de los dedos sobre la madera y cerró los ojos.—Mamá… lo siento —susurró con un nudo en la garganta—. Aún no puedo creerlo… —susurró mientras las lágrimas mojaban la madera.Diez minutos después, una muje
El sol de Lisboa bañaba las calles, mientras Daniela caminaba por la acera con paso apresurado.—Siempre vamos corriendo —se quejó Mateo mientras ella frunció el ceño.—Y eso, es porque quieren dormirse tarde, cuando yo les digo que a las ocho y media ya deben ir a sus camas. Esto les dará más tiempo de levantarse temprano y ayudará a que estén listos a tiempo.—Pero no tenemos sueño a las ocho y media —Daniela torció los ojos y soltó el aliento cuando Adriano le llevó la contraria y les tomó de las manos para que se apresuraran.Siempre debía dejar su auto en el estacionamiento y caminar dos calles más para llevar a sus hijos al colegio antes de irse a trabajar, y todos los días, era un desafío.Adriano siempre le llevaba la contraria, mientras que Mateo parecía llevar el liderazgo de ambos, aunque habían nacido con solo segundos de diferencia. Ya se marcaba quién era el mayor.—Les dije a mis amigos que haría otra fiesta.Y en ese momento, Daniela se detuvo.—¿Qué fiesta?—Es que no