―Milady, espero que sea de su agrado la comida, nuestro chef Hugo la preparó con especial atención para usted.
La Señora Mireya Reid, el ama de casa de la mansión aparecía contenta al recibir a la nueva Duquesa. A diferencia de las demás sirvientas y de lo que dijera la alta sociedad, ella tenía su propia forma de pensar. Había cuidado de la mansión desde varias generaciones atrás y sabía distinguir muy bien el carácter de la gente. Claro está, que si la Duquesa hubiera sido como los rumores decían, una mujer orgullosa y mimada, presuntuosa y de carácter horrible, no hubiera dejado salir sus comentarios al Duque. Sin embargo, lo que observó esos días, fue que la mujer de cabello plateado era todo lo contrario, incluso era mucho más inocente de lo normal, pero inteligente y suspicaz. No podía estar más feliz.
―Gracias Señora Reid, por favor dígale al Chef Hugo que todo me parece delicioso.
―Claro que sí, milady.
La señora Reid dejó salir una gran sonri
―No me quiero ir, por favor, Albert, déjame quedarme otros días más… yo… yo te aseguro que no haré ningún escándalo. Gina no se había dado por vencida y había armado un berrinche el día que su hermano llegó para llevársela. Se había quejado de un dolor en la pierna derecha por el ataque de los mercenarios, y, aunque no había dicho nada ese día, ni los siguientes, de repente apareció una fractura en su pierna derecha. ―Estarás mejor en tu casa, te atenderán mejor ahí, por el momento mis doctores y sirvientes deben estar al pendiente de mi esposa. Había frialdad en las palabras de Albert, ya la había dejado hacer de las suyas por tanto tiempo y ya no tenía ganas de seguir complaciendo sus caprichos. Era suficiente con soportar su descaro al tomar las pertenencias de su esposa, sin devolver nada, incluso era posible que los rumores sobre el supuesto escape de Norah hubieran empezado con ella. ―No… no me iré… Gina se arrodilló con los ojos llenos
―¿Qué tratas de hacer? Albert la regresó a su habitación, los demás sirvientes no los habían seguido. Nadie tendría el coraje. ―¡Suéltame! ―le gritó Norah mientras le quitaba la mano. ―Y no intento hacer nada, solo quería que tu amiga se quedara en el castillo, dada su condición, sería contraproducente que salga con la pierna lastimada. Sería mejor que se recupere aquí, ¿no lo cree, milord? Cruzó los brazos, no sabía porque estaba tan irritada. Pero las palabras que parecían expresar preocupación por esa mujer de parte de su esposo, la hacían irritar. Albert frunció el ceño, y de repente una extraña idea se le ocurrió. Lo hizo sonreír verla con las mejillas coloradas. ―Estas celosa. No era una pregunta. Norah se volteó con los ojos bien abiertos y con los puños bien apretados. ―Milord, yo no me atrevería a estar… ―Sí lo estás, no puedes negarlo, Norah. El hombre se acercó a ella y la tomó de la cintura, rodeándola con f
Albert la miró y vio su delicada mano posada sobre la de él. Lo acariciaba con ternura. La sensación era extraña, tierna. Norah jamás había sido tan atenta con él, ni había tomado la iniciativa de tocarlo. Suprimió una sonrisa que quería estallar en una risa de felicidad, le tomó la mano a su esposa y la hizo levantarse. No podía desperdiciar un momento así. No cuando era tan difícil que se repitiera. ―¿Estás segura, Norah? Su voz era suave, aun con el acto de un esposo preocupado por la salud de su esposa. Norah asintió. ―Sí, quiero que me ayudes a entrenar. Solo mi esposo puede ayudarme. Albert tragó saliva. No podía creer lo que estaba escuchando. Ella lo había llamado su esposo tan de repente. Ahora podía cumplirle lo que fuera. Aunque buscaría una manera de que el entrenamiento fuera apenas un ligero ejercicio. No podía exponerla a un esfuerzo innecesario que provocara que su frágil cuerpo se debilitara. Norah lo miró con una gran sonrisa mientras él seguía sonriendo sin sa
El fuego cubrió su cuerpo, desde la punta de los pies hasta su cabello. Norah veía al Duque con preocupación y se alejaba de él. Trataba de concentrarse como su entrenamiento con Jacob, trataba de enfocarse para controlar el poder del fuego, pero era muy difícil. Albert se levantó y la miró con sorpresa y confusión. ―¡No te acerques! ―le gritó Norah y se alejó de él. Aún desnuda temía tocar algo, su ropa o una flor o podría incendiar todo. El corazón de Albert latió muy rápido, con miedo y ansiedad. La podía ver asustada, temblando y nerviosa. ―Norah, cálmate… ―No puedo… no puedo… tengo miedo… no te acerques o te quemaré, te haré daño. Albert se quedó a una distancia segura y miró a su alrededor. Había una fuente no muy lejos de ellos, podía sumergirla ahí, sin embargo, notó algo, el pasto debajo de los pies de Norah, no parecía quemarse. No había ninguna señal de ceniza. Ese fuego no parecía quemar. Se acercó a ella de nuevo, pero Norah se movió para atrás de nuevo. ―No… no m
Norah salió con paso decidido fuera de la habitación, sin embargo, no más de dos pasos fuera, una mujer con aspecto estricto y un hombre viejo con cabello blanco, pero igualmente con mirada severa, detuvieron sus pasos. Hicieron una ligera reverencia a modo de saludo y se voltearon a verla de nuevo.―Milady, ¿ha tenido algún inconveniente con Madame Hill?El hombre fue quien habló primero, él era el mayordomo de la mansión, el Señor Guillén. A diferencia del resto de los empleados, él había sido un noble de una familia muy antigua, sin embargo, la fortuna de su casa se hundió en desastre cuando la enfermedad y la plaga sacudió su territorio. Si no fuera por la pronta ayuda de los médicos enviados por el Duque Bailler, padre de Albert, no hubiera sobrev
La tarde pasó tranquila, no había ningún toquido a la puerta para anunciar a la modista, y aunque Nina había salido varias veces a averiguar, regresaba sin noticias. Solo con la palabra de que se había ido a informar al pueblo para conseguir a alguien, pero por el tiempo en que había transcurrido, o no había nadie disponible o no había nadie que quisiera tomar el encargo.Seguramente lo último era la razón.―Hah… ―Norah se estiró en el asiento de la mesa, ya se había cansado de estar en la misma posición por varios minutos.―¡Milady, son hermosos!―¿Te gustan?―Son impresionantes, me gustaría
Albert se levantó de su mesa, y se abalanzó contra el idiota de su amigo. Ni siquiera tuvo compasión por lo cansado y débil que su rostro y su cuerpo se veían. No consideró por un segundo que eran primos y amigos cercanos de la infancia. Nada. Ahora solo veía a un cretino que se atrevía a insultar a su esposa, en su casa y frente a él.―¡Espera! ¿Qué… qué te pasa, Albert? Detente…Marcus se levantó con premura del sofá y corrió hacia la puerta, sabía que no tenía ninguna oportunidad peleándose a los puños con Albert. Ya había experimentado ese dolor varias veces, en sus años en la Academia, y no le gustaría repetir la desgraciada experiencia, no cuando aún le faltaba disfrutar
Al abrir la puerta, la visión que esperaba no había aparecido ante los brillantes ojos de Albert. La mujer que debía tendida en su cama y tentándolo a tomarla no se encontraba por ningún lado.Sin embargo, justo cuando se preparaba para llamar a alguien y empezar a buscarla, el suave y dulce aroma del jardín recorrió la habitación. Fue como una invitación a un mundo fantástico, donde una hermosa sirena lo seducía con su canto. Dicha sirena de cabello plateado estaba tendida en uno de los sillones del jardín con sus piernas estiradas y durmiendo profundamente. Se veía tan pacífica y en calma.―¡Su Excelencia!Albert giró hacia Nina quién estaba entretenida cociendo una servilleta al