Epílogo.

Tres años después

—Gracias por el regalo, es hermoso. —agradeció Aisha tocando el velo con hilos de oro que ella llevaba puesto. Era una verdadera joya que su esposo había mandado diseñar exclusivamente para ella, para que se viera hermosa en aquel evento tan importante que esperaba por ellos en la ciudad de Nueva York.

—Es como una corona, hecha para ti y que expresa tu verdadera esencia. —contestó Nader subiendo las escalinatas de aquel Museo tan famoso en la Quinta Avenida. —Cada hilo de oro de ese velo demuestra todas las decisiones que tomaste y que nos trajeron hasta aquí. Cada vez que me hiciste sonreír y cada batalla que ganaste. Tan hermoso, como la mujer que lo lleva. Tan bello como mi niña.

Aisha sonrió y entró orgullosa en aquel Museo, en donde se realizaría la exposición de una gran amiga de la jequesa. Una de las más íntimas y especiales de todas.

En medio de cuadros pintados con suma delicadeza, Aisha ponía ver reflejado en ellos el alma de Malika Radi, la artista plást
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