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Mi Dulce Secretaria
Mi Dulce Secretaria
Por: Paula Da Rocha
Capítulo 1: Decepcionada.

Primer día en un puesto de trabajo del cual Aisha Assiri no tenía ni idea como funcionaba. Había sido educada para servir en el palacio real, a la poderosa familia Al Thani, pero la realeza de Arabia Saudí ya no necesitaba sus servicios. Aún así el príncipe heredero decidió darle una oportunidad, un puesto como secretaria en una de sus empresas petroleras. A partir de ese momento su nuevo jefe sería el ingeniero Nader Khalil, uno de los hombres más ricos y apuestos de Arabia Saudí, la tentación hecha hombre.

Su nombre era de los importantes en el mercado del petróleo, todos conocían la trayectoria del joven ingeniero. Un hombre nacido en una de las mejores familias de los Emiratos Árabes, y a consecuencia de esto, también era uno de los mejores partidos para las mujeres musulmanas de buenas familias que soñaban con casarse con un hombre tan atractivo, exitoso y asquerosamente millonario.

Aisha no soñaba con tener la atención de un hombre como Nader, aunque habían intercambiado un par de palabras cuando ella servía a la esposa del príncipe heredero, sabía que un hombre como Nader no era para una chica de familia humilde y sin un apellido reconocido que la respaldara como ella. Habían demasiadas mujeres de buen parecer y bien posicionadas en la alta sociedad locas por el ingeniero, ella solo era la hija de una viuda pobre con varias hijas a su cargo, pero estaba decidida a dar una vida mejor a su madre y sus hermanas pequeñas con ese nuevo trabajo, por lo tanto vivir un cuento de hadas no entraba en sus planes, ni siquiera se atrevía a soñar con uno.

La joven no tenía la esperanza de algún día encontrar el amor, pero sí de salir adelante en una sociedad donde la mujer no tenía un lugar.

Aisha ajustó el velo que cubría sus cabellos, una prenda que llevaba desde los doce años; levantó la mano para llamar a la puerta de la oficina del ingeniero, ya que su secretaria no estaba para anunciar que ella había llegado a la cita que tenía con su nuevo jefe.

Ella buscó en su interior la valentía para entrar en aquella oficina y hablar con el ser más perfecto que había visto en la vida. Encontró la manera de apaciguar su ansiedad y presentarse ante Nader Khalil, pero cuando su puño tocó la puerta Aisha percibió que no estaba del todo cerrada y se quedó en shock ante la imagen que encontró en la oficina cuando la m*****a puerta se abrió lentamente.

En el suelo estaban los diseños de algunas plataformas de petróleo, varios documentos, presupuestos, un portátil y todo lo que supuestamente debía estar sobre la mesa, pero en su lugar había una mujer gimiendo como una perra en celo, sus pechos pegados en la madera maciza del escritorio, la falda subida hasta la cintura y detrás de ella el ingeniero, empujando su miembro en su sexo hasta alcanzar su final.

La escena fue de los más chocante para Aisha, una muchacha que no había cumplido todavía los veinte años, que seguía siendo virgen y que jamás en su vida había probado ningún tipo de intimidad o cercanía con un hombre.

Ver a dos personas entregándose a la perversión, entre gruñidos, sudor y placer, la dejó impactada, al mismo tiempo decepcionada pues la imagen de un gran caballero que tenía del ingeniero se esfumó al verlo practicar algo tan íntimo con una mujer que ni siquiera era su prometida. Para Aisha, Nader era un príncipe, pero en ese instante dejó de serlo.

El ingeniero que tenía los párpados cerrados y la cabeza echada hacia atrás gozando del placer que estaba sintiendo con su empleada y amante, se sorprendió al escuchar un grito ahogado de sorpresa y fue cuando se dio cuenta de la presencia de la muchachita, tan pura e inocente que había conocido una vez, allí parada en la puerta de su oficina presenciando como su peor versión liberada todos sus deseos carnales.

—¡Aisha! —exclamó el ingeniero abriendo los ojos como platos y soltó bruscamente a su secretaria que cayó de cara en la mesa.

Aisha tenía el rostro descompuesto por la vergüenza, la decepción y por la sensación de sentir algo rompiéndose en su interior ante aquella escena, entonces salió corriendo pues no podía continuar viendo algo tan sucio.

—¡Aisha espera! —la llamó el ingeniero cerrando su pantalón lo más rápido posible para seguirla, sin molestarse en volver a vestir su camisa que ya debía oler al sudor de Olaya. — ¡Aisha! —la volvió a llamar, pero fue en vano.

—¡Nader todavía no he terminado! —se quejó la secretaria cubriendo sus pechos con su camisa y lo miró extrañada al ver que el ingeniero volvía a vestirse con toda la intención de ir detrás de aquella chica humilde, que para Olaya era alguien insignificante. —¿No estarás pensando en buscar a esa muchachita verdad? … No estamos haciendo nada malo, somos dos adultos libres para hacer lo que queramos.

—¡Sí Olaya, pero no aquí y te dije una infinidad de veces que dejes de provocarme en la empresa! —la regañó Nader, aunque en el fondo estaba indignado consigo mismo por no poder resistirse a los juegos de seducción de su secretaria.

La mujer se giró para verlo y dejó caer al suelo la camisa que cubría sus senos desnudos, lo miró con deseo alisando su bragueta, loca por terminar lo que habían empezado.

—Follar conmigo es más importante que ir detrás de esa cría curiosa, también es mucho más placentero. —dijo con una voz seductora, pero Nader apartó su mano de él.

—Nada es más importante que una promesa, y yo le prometí al príncipe Karim que cuidaría de Aisha, que sería su protector. —contestó con vehemencia. —No soy el hombre más correcto del mundo, pero siempre cumplo con mi palabra. Así que mientras Aisha esté bajó mi protección no existirá otra mujer más importante para mí que ella.

Nader salió disparado de su oficina para buscar a Aisha, escandalizando a cualquiera que estuviera transitando por los pasillos de la empresa.

Un hombre sin camisa en público, era prácticamente un crimen en un país como Arabia Saudí, pero a Nader solo le importaba encontrar a la chica que había jurado proteger y darle una explicación o por lo menos pedirle perdón por tener que verlo en aquella situación.

Antes de que el ingeniero pudiera alcanzar a la chica que huía de él como si fuera el mismísimo demonio, ella se subió al auto que la había llevado a la empresa por una orden del príncipe. Ella se quedó estática al ver como Nader salía por la puerta principal buscándola y los guardias de seguridad detrás de él con una camisa en la mano para que se vistiera.

Aisha se tensó cuando el ingeniero la vio montada en el auto y por los nervios que tenía, las ganas que sentía de alejarse de aquel hombre soltó una orden al chofer, algo que jamás había hecho.

—¡Vámonos de aquí, ahora! —demandó cuando Nader corrió dirección al auto.

—Pero Aisha, su majestad me ordenó que la trajera aquí para ver al señor Khalil. —respondió el chofer con incomprensión.

—¡No importa, ya no tengo nada que hacer aquí y menos con el ingeniero Nader Khalil, así que por favor llévame con mi familia, porque en el palacio no queda lugar para mí…por favor, sácame de aquí ahora! —suplicó la chica con los ojos empañados y antes de que Nader pudiera tocar el auto en el que iba, el chofer lo puso en marcha.

Solo en ese instante Aisha reconoció que Nader Khalil era su amor platónico, un amor imposible que jamás llegaría a tener y que había roto su corazón.

Nader alcanzó al ver la tristeza y la decepción en aquella mirada tan dulce que tenía Aisha. Esa visión hizo que su alma se estremeciera, haciéndolo sentirse avergonzado y furioso por haber provocado eso en una persona tan buena como aquella niña, todo porque no era capaz de resistirse a una mujer.

—Maldición. —gruñó con frustración tomando la camisa que uno de los guardias le estaba ofreciendo. —¿Ahora cómo voy a protegerla si acaba de huir de mí por ser un maldito perro?

Nader estaba seguro de que lo único que pretendía era cumplir con su promesa, cuidar de Aisha y ser su nuevo protector, pero seguía siendo un hombre débil ante la belleza femenina y una tan pura, inocente y dulce como Aisha Assiri sería la mayor de las tentaciones en su vida, aunque todavía estaba por descubrirlo.

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