Me casé con el comandante
Me casé con el comandante
Por: Vi LS
Capítulo 1

ARIA

Hace 2 años…

En la sala de reuniones de la manada Luna Menguante, se reunían las figuras más importantes o influyentes de la manada, cada una ocupando su lugar con una presencia imponente. En el centro de la gran mesa, se encontraban los guerreros de la manada, en su mayoría machos, aquellos a quienes se respetaba y, en ocasiones, se temía; su sola presencia llenaba el ambiente de autoridad y reverencia. Un poco más a la izquiera, se encontraban los lobos con linaje antiguo, cuyas características físicas y psíquicas eran superiores al resto. Estos lobos y lobas se encargaban de la política y administración de la manada, junto al Alfa y su heredero, quienes gobernaban sobre todos.

Y, aunque parezca increíble, en esa sala también estaba yo… observando a esos imponentes lobos, mientras intentaba, sin mucho éxito, descifrar qué había hecho para terminar en medio de tanta solemnidad ¿Había perdido alguien una apuesta o simplemente necesitaban un relleno de último minuto?.

Las mentes brillantes de la manada estaban discutiendo sobre asuntos de dinero y mi Maestro les miraba con cara de pocos amigos. Mi maestro, Cornelio, es un hombre lobo respetado de 60 años, viudo, con una piel pálida y una larga cabellera blanca. Se encarga de dirigir al grupo de almas desafortunadas que trabajan en la administración de la manada, además de ser uno de los consejeros del Alfa. Es un hombre lobo muy estricto, que me acogió cuando tenía quince años y me enseñó tareas relacionadas con la administración, redacción de contratos, gestión de recursos, entre otras cosas. Básicamente, se ha encargado personalmente de mi formación, preparándome para la profesión más ‘apasionante’ del mundo.

La sala de reuniones era un mar de rostros graves y discusiones intensas, especialmente cuando se trataba de dinero, un tema que siempre parecía nublar el ambiente. Había murmullos sobre negocios fracasados, proyectos que se habían desmoronado antes de despegar, fugas de capital etc. Estos asuntos me parecían más aburridos que ver crecer la hierba, después de todo, la manada siempre me ha dejado de lado, así que, ¿por qué debería importarme sus problemas ahora?.

Traté de no perderme en mis propios pensamientos, cuando de repente, mi maestro levantó la voz, buscando a alguien en la sala con la mirada y dijo contundentemente:

—Bueno, ¿alguien me va a decir por qué mi aprendiz está aquí?.

El Alfa Lucciano fue el primero en hablar, su voz resonando en la sala con autoridad.

—Como sabes, el conflicto en los lindes de nuestra manada se agudizaba con cada día que pasa, con el dinero escaseando, las patrullas se ven reducidas, y no podemos mantener una vigilancia constante…

—¿Y qué pinta Aria en todo esto?—dijo mi Maestro cortando el discurso del Alfa.

El sarcasmo brotó de sus labios, al rato, se puso tenso, sabe que es una falta de respeto hablarle así al Alfa. La atmósfera se volvió pesada, y sentí las miradas de los presentes clavarse en mí, sobre todo la de aquel hombre, mi padre, que actuaba con indiferencia. Mi padre, el beta de la manada, es el hombre más frío y autoritario del mundo, o quizá solo era así conmigo. Claro, ¿cómo no iba a ser así? Yo era la hija de la Omega, esa mujer que lo embrujó. Así lo había dicho él mismo, casi con desprecio. Se había acostado con mi madre porque, según él, “no estaba en sus cabales” y de esa noche de locura, nací yo: una hija ilegítima y débil.

Que injusto, porque…¡vamos! no soy yo quien debería cargar con las consecuencias de su “pequeño desliz”. Si no quería tener una hija que le recordara su torpeza, ¡que se hubiera asegurado de usar protección! Pero claro, en lugar de eso, aquí estaba yo, lidiando con su mal humor y su incapacidad para aceptar la realidad. Maldición, lo odiaba. Odiaba su desprecio, su indiferencia, y cómo su propia falta de amor me recordaba que ni siquiera merecía su atención. He de decir, que mi familia no me maltrataba (seguramente por el qué dirán), pero yo les era indiferente. Mi padre hacía claras distinciones entre mis hermanos y yo, y prácticamente desde que nací no he tenido opción de elegir. Día tras día, solo me limito a obedecer las órdenes de mi padre, sin cuestionarlo.

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