Capítulo 5

SEIK

Después de la reunión con mi padre, mis compañeros y yo nos dirigimos a la sala de armamento, era un espacio amplio y austero, que albergaba el equipamiento necesario para realizar las inspecciones semanales de nuestro territorio. Mientras el bullicio de risas y planes para la noche resonaba a mi alrededor, mi beta se acercó, su expresión seria contrastando con el ambiente festivo.

—¿Seik, tienes un momento? —me preguntó, su voz apenas audible entre las carcajadas de los demás. Delante del resto de la manada, me llamaba Comandante, pero cuando estábamos solos, prefería usar mi nombre de pila, como solía hacerlo cuando éramos niños.

—Sí—dije con la voz cansada.

—¿Cuáles son los planes del Alfa Axel con la manada Luna Menguante?—dijo con determinación.

—No lo sé—dije preocupado. La verdad, no me gustaba tratar con lobos de otras manadas, especialmente con los de Luna Menguante. Aquellos lobos estaban más obsesionados con aparentar riqueza y poder que con el bienestar de su manada. Hay rumores que el heredero del Alfa y su séquito malgastaban su fortuna a manos llenas, mientras que los miembros se quejaban por los impuestos exorbitantes que debían pagar. No podía soportar esa arrogancia disfrazada de sofisticación.

Y también estaba esa hembra…'¿cómo se atrevía a replicarme?'. Su audacia era irritante, '¿acaso me estaba desafiando esa pequeña loba?'. Aunque me exasperaba la imprudencia de esa hembra, no podía ignorar que, después de tanto tiempo, había vuelto a escuchar la risa de mi hermana Melia. Esa risa, tan contagiosa y alegre, era un sonido que había echado de menos todo este tiempo. A pesar de mi frustración, no podía evitar sentir que, tal vez, solo tal vez, el caos que traería la negociación del tratado podría resultar en algo positivo.

A la mañana siguiente, me dirigía a la zona de entrenamiento cuando, desde lejos, vi a esa hembra leyendo un libro, su espalda ligeramente apoyada en el tronco de un árbol, parecía estar relajada disfrutando de la lectura. Pronto, noté una figura esbelta y delgada acercarse a ella. Era mi hermana Melia. Le dijo algo y soltó una risa, y me sorprendió ver que la hembra alborotadora parecía disfrutar de su compañía. Observé sus gestos; hacía tiempo que no veía a mi hermana tan animada desde lo que pasó hace cuatro años. La sonrisa en su rostro me dio una mezcla de alivio y curiosidad. Era raro que mi hermana se acercara a hablar con otra hembra, y esa alborotadora parecía haberle caído bien. A los pocos minutos, la hembra se levantó, y juntas se alejaron por el sendero que lleva a la mansión del Alfa. 

Después de un par de horas de intensos ejercicios con mis compañeros noté que la fatiga se apoderaba del grupo. Era la hora de terminar y tomar una buena ducha. Cuando finalmente terminé y salí de la ducha, me sentí listo para la reunión  privada con el Alfa y los ancianos. Me vestí rápidamente y decidí dirigirme a la zona común, buscando un poco de tranquilidad y algo para comer. En el camino me encontré con mi beta que se unió a mí y al cabo de unos minutos de caminata, percibí un ajetreo inusual. 

Con curiosidad, me asomé y escuché a un lobo joven decir con rudeza:

—Hembra… no eres la más indicada para hablar, apostaría a que los tuyos te mandaron aquí para usar tus encantos con algún lobo importante de Sombra Nocturna esperando que eso les ayude a conseguir la renovación del tratado... sino ¿por qué iban a mandar a una loba como tú?.

Su voz resonó en la sala, lo suficientemente alta para que todos la escucharan. En una esquina, un grupo de guerreros de Sombra Nocturna y Luna Menguante observaba la escena, sus miradas fijas en el centro del tumulto. Allí estaban  mi hermana y la alborotadora, que intentaba mantenerse calmada, aunque su expresión revelaba una tristeza difícil de describir.

Me detuve un momento, analizando la situación. La tensión en el ambiente era palpable; uno de mis guerreros murmuró casi en un susurro:

—Comandante…

El grupo se puso en alerta al instante y todos me miraron. Sin pensarlo más, me acerqué y, con voz firme, sólo pronuncié tres palabras:

—Carles, ven aquí. Mi tono sonó más duro de lo habitual, y noté cómo la expresión de Carles palideció, sus ojos se abrieron como platos.

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