Capítulo 3

Me dieron de alta dos días después de lo sucedido.

Empezaba a parecerme más a un robot y menos a una persona.

Volví de nuevo en mí cuando el taxi se detuvo en frente del edificio donde vivía.

En cuanto me bajé, observé la estructura y solté un suspiro.

El departamento está a nombre de Daniel.

En cuanto abrí la puerta del que anteriormente consideraba mi hogar, no sentía absolutamente nada, nada más que un enorme vacío en el centro de mi pecho.

¿Tanto me hirió Daniel como para que el lugar que formamos juntos no tuviese ninguna reacción en mí?

La espina de la traición seguía incrustada en mi costado derecho.

Fui hasta la habitación que compartía con Daniel y coloqué la maleta sobre la cama.

Caminé hasta el closet para buscar otra valija, el aroma del perfume que usaba Daniel me golpeó en cuanto abría las puertas.

Maldije por lo bajo e intenté contener la respiración, pues las náuseas empezaban a asentarse en mi garganta.

Me puse de puntas para tomar una maleta azul que estaba en la gaveta superior y comencé a empacar.

Una vez estaba lista, me senté sobre la cama, escondiendo mi cabeza entre las rodillas, no sabía a dónde iría, podía pasar la noche en un hotel, pero… ¿y luego?

No tenía familiares a quiénes pudiese pedirles ayuda, tampoco amistades lo suficientemente cercanas como para pedirles que me alojaran.

Entonces recordé.

Daniel y yo teníamos una caja fuerte con todos los ahorros que habíamos recolectado durante todos estos años de matrimonio, no debía ser una cantidad muy grande, pero seguramente me sacaría del apuro.

Fui hasta el despacho de Daniel.

Barrí con mis ojos el pequeño espacio, hasta que di con el objeto que buscaba.

Era un cuadro, una copia de “La Libertad guiando al pueblo” por Eugene Delacroix.

El regalo por nuestro aniversario.

Aún recuerdo ese día, aunque ahora con amargura.

De solo verla sentía que me transportaba a un pasado que había optado por enterrar en lo más profundo de mi mente.

Sonreí mientras tecleaba la clava en el tablero digital.

Eran seis simples dígitos, pero que en algún momento habían significado una vida entera para mí: 28-09-19.

La fecha de en qué nos casamos. Genial.

Moví la manilla y esta cedió inmediatamente.

Dentro había una serie de carpetas y unas cuantas joyas que Daniel había heredado de su familia, eran valiosas, por eso estaban allí.

Nada de eso me interesaba especialmente, no me consideraba una ladrona como para llevarme ninguna de esos diamantes, por mucho que el maldito infiel se lo mereciera.

Lo único que importaba eran los bajos de billetes que estaban al fondo.

¡Bingo!

Lo habíamos estado reuniendo con la intención de comprar una casa más grande cuando nacieran nuestros hijos.

Guardé cada uno de los paquetes en mi bolsa y me devolví para cerrarla, mientras lo hacía una de las carpetas se deslizó y todo su contenido terminó desparramado en el piso.

Tuve que agacharme para recogerlos. 

La información de uno de los papeles llamó mi atención.

A simple vista no parecían contener algo más que el trabajo de Daniel.

Observe la fecha en la parte de arriba: “25 de abril de 2003”.

Hace casi diez años y justo el día en que mi vida había cambiado por completo, empecé a leer el contenido detenidamente.

Eran acuerdos de confidencialidad, testimonios y negociaciones con el FBI, la DEA, el M16 y el gobierno ruso.

Mi pulso comenzó a acelerarse, nada de esto me olía bien y lo comprobé en cuanto llegué a la última página.

Me quedé piedra mientras leía el acuerdo, cuya firma de mi esposo estaba marcada al final de la hoja: План нападения на мафию. (Plan de ataque contra la mafia rusa).

Mi respiración se iba formando más débil mientras avanzaba la lectura.

Según este documento, todos los involucrados llegaron a la conclusión de que La Bratva se había vuelto demasiado peligrosa para sus intereses, por lo que acordaron que infiltrarían a uno de los suyos para que plantara falsa evidencia que les mostrara a toda la organización que su Pakhan los había traicionado, colaborando con la Ley.

En el fondo de la carpeta había una foto y un nombre que se alzaba en esta.

Un nombre que no había escuchado desde que tenía dieciocho años y del cual pensé jamás volver a tener noticias.

“Nikolay Ivanov”.

Boss de La Máfiya

Nunca pensé que volvería a escuchar el nombre de mi padre o en este caso leerlo en alguna parte, murió cuando yo apenas y alcanzaba la mayoría de edad.

Fue condenado a muerte por la organización cuando se supo de su traición, en ese entonces me había enviado a estudiar al extranjero y cuando me enteré de su muerte y la de mi hermano mayor, supe que debía morir también.

¿Cómo es que mi vida había terminado por convertirse en un nido de mentiras?

Ahora resulta que mi esposo fue partícipe en la treta tendida a mi padre.

Tomé varias fotos de los papeles y luego los guardé de nuevo en su lugar.

Terminé de armar mi maleta y salí del departamento.

Estando en la calle detuve un taxi y le di la dirección de un hotel, mientras marcaba un número de teléfono con el que juré jamás ponerme en contacto.

Empezaba a darme cuenta que en 72 horas había rotó todos los votos que mantuve durante casi una década y por la misma razón.

Me contestaron el tercer timbrazo.

—Tigritsa. —susurró una voz al otro. El tono casi de reverencia me hizo sonreír.

—Dyadya. —respondí en ruso. Hacía años que no hablaba con nadie en mi idioma natal y mi acento ya no estaba tan marcado como en otras épocas.

—К чему ваш призыв? (¿A qué se debe tu llamada?). —preguntó en un tono escueto. Definitivamente lo había sorprendido.

—Pakhan. —Fue lo único que dije para luego colgarle.

Le envié un mensaje de texto con una dirección para vernos y luego lo borré, asegurándome que no quedará ningún rastro de él ni de la llamada.

No tardé mucho en llegar al hotel y reservé una habitación usando otro nombre, estando allí me senté a esperar que llegará.

Pronto el reloj dio la hora y al mismo tiempo tocaron la puerta.

Solté un suspiro y abrí la puerta, sonriéndole al hombre que estaba detrás.

—Sobrina. —pronunció en inglés con un ligero acento ruso.

—Tío. —dije con un asentimiento de cabeza y haciéndome a un lado para que pudiese entrar.

Ambos nos quedamos en silencio cuando estuvimos a solas en la habitación, examinándonos el uno al otro sin ningún disimulo y pudor.

Hacía diez años que no lo veía en persona, luego de la muerte de mi padre fue una de las cosas que tuvimos que prescindir para poder sobrevivir en el mundo que nos tocó nacer.

Andréi Ivanov era el hermano menor de mi padre, hijo de mi abuelo con su segundo matrimonio y underboss de la Bratva hasta que nació mi hermano mayor.

Cualquiera que lo viese en este momento no creería que tenía una sobrina de casi treinta años, pues no debía aún llegar a los cuarenta.

Luego de que nuestra familia cayó en desgracia desapareció del mapa.

Antes del desastre, se dedicaba a administrar los clubes de la hermandad: prostíbulos, bares, peleas clandestinas, los gulags, etc.

Mis ancestros comercializaban cualquier cosa y durante el liderazgo de mi padre las cosas no fueron diferentes, con excepción de una cosa:

No traficaban, ni prostituían niños.

—¿Vas hablar o solo me llamaste para perder el tiempo? —interrogó con voz ronca, mientras me observaba con suspicacia.

Sus ojos, del mismo tono zafiro que los míos denotaban exasperación, al igual que una pizca de curiosidad.

Dio un paso hacía él, sonriéndole con condescendencia.

—¿Acaso no puedo ver a mi tío favorito? —pregunté de vuelta.

Andréi rodó los ojos, claramente no estaba muy impresionado.

—Se que siempre has sido débil, tigritsa. —Le di una mirada que le lanzaba dagas y de haber podido, ya estaría tres metros bajo tierra. —Ahora veo que también eres estúpida, porque quieres hacer que nos maten. —escupió enojado.

Entendía porque mi padre lo dejara al frente de los negocios, evidentemente el hombre frente a mí nunca se dejaba dominar u amedrentar tan fácilmente.

Hacía falta mucho más para hundir a un Ivanov, incluso a uno “decente” como yo, no quería imaginarme lo que se necesitaba para alguien como Andréi.

El tío se encargó de velar por nuestros intereses y utilizó empresas fantasmas para manejar las reales y lavar dinero, por ello no quedamos en la ruina.

—Que poco sensible eres. —respondí con un puchero. —¿No puedo extrañar a la única familia que tengo? —inquirí sentándome en una de las sillas, quedando a un lado de él. André enarcó una ceja, dándome a entender que no se tragaba ni una de mis palabras. Bufe. —De acuerdo, te cite por algo urgente, la información está en esa carpeta. —le indiqué señalando el folio de color azul.

—Por allí hubieses empezado en lugar de montar este teatro tan poco imaginativo. —Fingí que estaba ofendida, pero en realidad no me importaba su opinión. —Cortaste con todo nuestro legado hace años, ¿no pensaste que me creería ese cuento de hija prodiga? —señaló abriendo la carpeta. —Se perfectamente que nada de esto debe irrumpir en tu “maravilloso” matrimonio. —Fue un golpe bajo, aunque él no lo supiera. —Por cierto, ¿cómo está el imbécil de tu marido? —Otro golpe bajo.

—En el infierno, espero. —dije forzando una sonrisa.

Andréi esbozó una mueca burlona y por un momento me di el placer de imaginármelo dentro de una urna, con esa expresión borrada.

—¿Problemas en el paraíso?

—¿Vas a leer o continuarás investigando sobre mi relación? —gruñí.

—Cuida tu tono, que sigo siendo tu tío. —agregó mirándome como cuando era niña y arruinaba uno de sus trajes con mis manualidades. Sin embargo, la sorpresa sustituyó al enojo en cuanto terminó de leer los documentos. —Es una broma, ¿cierto? —Un tic apareció en su ojo, lo cual encendió mis alarmas.

—Quisiera poder decirte que sí. —respondí mirando al suelo.

El hombre que anteriormente era conocido como el underboss de la mafiya me observó con los ojos ardiendo como los pozos del infierno.

Conocía perfectamente el temperamento de los miembros de la Bratva, un solo ataque de ira podía terminar con un muerto o dos, dependiendo del arranque y yo no tenía intención de que mi sangre manchara sus manos.

—¡¿CÓMO HAS PODIDO SER TAN ESTÚPIDA PARA CASARTE CON ESTE HOMBRE?! —explotó por fin.

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