Capítulo 2

La sangre se me subió a la cabeza y fui contra el que se atravesó primero, tomé a Olivia por el pelo e intenté levantarla, pero ambas terminamos en el piso, golpeándonos como dos perras rabiosas.

Clave mis uñas en sus brazos y ella hizo lo mismo, mi mano se deslizó por su rostro y sentí un pequeño asomó de satisfacción al ver cómo brotaban pequeños hilos de sangre.

Por supuesto que la felicidad no duro mucho, solo lo suficiente para que Olivia me ensartará un golpe en la nariz que me hizo retroceder. Probablemente me la había roto.

Aprovecho que yo estaba distraída para levantarse y para cuando me di cuenta, estaba clavando el tacón de su zapato sobre mi vientre.

Un dolor punzante se instaló en esa zona, trate de moverme, pero entre la molestia y la fuerza que ejercía para someterme no podía coordinar mis movimientos.

La cabeza empezaba a dolerme, nunca había sentido algo así, me parecía que en cualquier momento explotaría y mis sesos quedarían desperdigados por toda la habitación.

“Mi bebe”

Era en lo único que podía pensar, intente llevarme las manos hasta el abdomen para protegerlo, pero me fue imposible.

Si le pasaba algo, no sería capaz de perdonármelo, comencé a chillar para que me soltara, corría el riesgo de perder a mi hijo si continuaba lastimándome de esa forma.

Daniel debió notar la desesperación en mi voz o simplemente creyó que ya había recibido suficiente, de cualquier forma, intervino tomando a Olivia por la cintura, separándola de mí.

Sentí como el aire volvía a mis pulmones en cuanto me vi libre de ella, sin embargo, algo en mi cuerpo no estaba del todo bien.

Todavía podía sentir esa extraña presión en el vientre, incluso más que antes.

Los dos traidores estaban hablando entre ellos, ignorándome por completo, así que llevé mis manos hasta mi entrepierna y casi me desmayó cuando noté humedad.

Levante una de las manos y esta estaba manchada de color rojo brillante, los ojos se me humedecieron e hice acopio de toda mi voluntad para levantarme de allí.

“No, no, esto no puede estar pasándome”.

Me apoye en una de las sillas, pero una nueva punzada me atacó, provocando que me encorvara a causa del dolor.

Fue allí cuando Olivia y Daniel repararon en mi presencia, este último me observó preocupado e intentó acercarme, pero lo detuve.

No quería su ayuda, ni nada que pudiese provenir de él, a excepción de mi hijo.

—No quiero volver a saber nada de ti. —afirmé tangente.

Tomé mi bolso y salí de su oficina a pasos cortos, sin mirar atrás ni una sola vez.

Necesitaba ir a un hospital cuanto antes.

En cuanto el taxista se estacionó, abrí la puerta y salí gritando del auto.

—¡Por favor, ayúdenme! —pedí en medio del llanto. Las lágrimas me tenían la vista borrosa, pero noté que un par de figuras se acercaban hacía mí. —Salven a mi hijo. —rogué antes de perder totalmente la conciencia, luego todo se volvió negro.

“Poic, poic, poic”

El sonido de una gota cayendo me devolvió a la realidad, tuve que hacer un gran esfuerzo para abrir los ojos, pues sentía los parpados increíblemente pesados.

Había demasiada claridad lo cual me dificulto enfocar lo que me rodeaba, la cabeza me dolía y notaba los restos de un ligero mareo, también notaba el cuerpo agotado.

“¿Dónde estoy? ¿Qué me ha pasado?”.

Mi vista por fin se despejó y gire la cabeza de un lado a otro, la imagen de una habitación de hospital me dio la bienvenida, era completamente larga y un ligero aroma a antiséptico cubría el ambiente.

Hice amago de levantarme, pero una pequeña punzada, similar a la que sientes cuando te pica una avispa, me lo impidió.

Observé mi mano y descubrí el origen de dicha molestia, tenía una sonda por la que me estaban administrando una especie de suero, una especie de cable cubría mi índice derecho, no necesitaba levantar la vista para saber que el cable llevaría hasta un monitor que mostraba mis signos vitales.

Baje la mirada hasta mi cuerpo, la ropa había desaparecido y lo único que me cubría era un bata de color azul.

De pronto, la puerta de la habitación se abrió, una joven enfermera entró por esta.

—Señora Burgos, que bueno que ya despertó. —inquirió llamándome por mi apellido de casada, el cual pocas veces usaba. Debieron haber encontrado mi identificación cuando llegué aquí. —Estábamos muy preocupados, pues llegó con una hemorragia interna en la zona pélvica y…

—¿Sangrado? —pregunté confundida. No comprendía de qué demonios hablaba.

De pronto una serie de recuerdos vinieron a mí, golpeándome como una serie de imágenes consecutivas.

El conocimiento de mi embarazo, descubrir la traición del hombre que amaba con mi mejor amiga, la pelea que estuve con esta y la sangre, mucha sangre.

Me dejé caer sobre la cama por la sorpresa, giré mi cabeza para observar la enfermera, quien parecía incluso más nerviosa que cuando entró.

—¿Cómo está mi hijo? —pregunté llevándome las manos hasta mi vientre en un gesto protector, había tenido mucho miedo de que Olivia me golpeara en algún lugar importante. La enfermera se mordió el labio inferior, lo que solo sirvió para ponerme más nerviosa, me enderecé rápidamente. Fue con demasiada velocidad porque volvía a marearme de nuevo y la mujer tuvo que acercarse a ayudarme. —¿Qué le pasó a mi bebe? —pregunté de nuevo con más insistencia.

—El doctor que la atendió vendrá pronto para informarle de todo, pero por ahora debe mantener la calma. Ha perdido mucha sangre y ahora está muy débil…

—Yo solo quiero saber qué demonios pasó con mi hijo. —grité en medio del llanto.

La enfermera me miró con pena y sacó una jeringa de su bolsillo, antes de darme cuenta de lo que pretendía ya había inyectado el sedante en el suero que colgaba de un lado de la cama.

La tristeza fue sustituida por la rabia y empecé a patalear e intenté arrebatarme la vía, pero ella me sostuvo con fuerza, impidiéndolo.

—Esto la ayudará a descansar, ya vera que cuando despierte se sentirá mejor. —aseguró sosteniéndome de las manos hasta que el medicamento empezó a hacerme efecto.

“Si, por supuesto.”

Pensé con sarcasmo al mismo tiempo que cerraba los ojos ya que los parpados volvían a sentirse pesados.

Pronto estuve de nuevo sumida en la oscuridad de la inconciencia.

Lo único en lo que podía pensar es en que probablemente había perdido lo único bueno y completamente mío que había tenido en la vida.

No sé cuánto tiempo dormí, pero para cuando desperté de nuevo, por segunda vez, había un hombre con un bata blanca parado enfrente de mí.

Supuse que era el doctor que me atendió cuando llegué al hospital, por lo que me senté derecha en la cama, preparándome para las noticias que me daría.

—Es un gusto conocerla, señora Burgos. Soy el doctor James, fui quien la traté al ingresar al hospital, me alegra verla tan repuesta. —Asentí, deseaba que dejara de dar tantas vueltas y me dijera lo que debía. El hombre soltó un suspiro, debía tener unos cincuenta años, cuarenta y cinco como mínimo. Su cabello era castaño rojizo, aunque ya estaba veteado por un par de mechones blancos. —Lamento mucho tener que ser portador de malas noticias, pero es mi deber informarle que… Su bebe no sobrevivió, señora.

Un silencio sepulcral nos cubrió, él me observaba fijamente para estar atento a cualquier posible reacción.

¿Alguna vez han practicado parapente?

La primera vez que estuve flotando en el aire sentí como mi estómago se encogía a causa de los nervios, mis manos sudaban y el pulso se me aceleró significativamente.

Entre en un ataque de pánico y me llegaba oxígeno al cerebro.

Ahora experimentaba algo similar, pero mucho, mucho peor.

Note como la garganta se me cerraba, los oídos comenzaron a pitarme y seguramente mi rostro estaba pálido; intenté inhalar y exhalar aire varias veces para evitar que el pánico me dominara, pero mis esfuerzos fueron inútiles.

Empecé a llorar desconsoladamente, la enfermera y el doctor intentaron acercarse a mí, pero los detuve, merecía al menos poder llorar a mi hijo como se debía.

Por instinto llevé la mano hacía mi vientre, ahora estaba vacío, sin vida.

—Pudimos evitar que su útero sufriera algún daño, por lo que no tendrá problemas en volver a embarazarse más adelante. —explicó el doctor en un tono comprensivo, como si esas noticias pudiesen reparar la perdida que acaba de sufrir.

Solté una carcajada seca e intenté levantarme de la cama, pero mis piernas estaban demasiado débiles como para sostenerme y caí directamente al suelo, de donde no hice el más mínimo esfuerzo por levantarme.

“Mi pequeño”.

Desconocía que sentimiento era más fuerte: Si la tristeza por mi hijo o la rabia que me carcomía por aquellos que me lo habían arrebatado.

Cerré los ojos, probablemente el último.

—¿Acaso cree que puedo reemplazar a un hijo con otro? —pregunté en un tono anormalmente sereno.

Ni siquiera yo misma lo reconocía, jamás le había hablado de esa forma a nadie.

—No, por supuesto que no…—comenzó a decir el médico, sonaba nervioso.

Supuse que se había dado cuenta del error que cometió al pronunciar aquellas palabras.

—¿Tiene hijos, doctor? —pregunté interrumpiéndolo.

—Si, tengo dos.

Enarqué una ceja en su dirección, había vuelto a abrir los ojos.

—Entonces respóndame algo…—Me había levantado del suelo y estaba apoyada en una de las camas. —Si uno de sus “queridos” hijos muere, no importa, ¿correcto? Porque después de todo, puede tener más y reemplazar al que murió. —afirmé en un tono helado y esbozando una sonrisa sardónica.

El rostro del médico perdió todo color, al igual que el de la enfermera, sin embargo, debo reconocer que era lo suficientemente valiente como para negar, moviendo la cabeza de un lado al otro de forma incesante.

Me acerque hacía él con pasos lentos, no porque quisiera asustarlo más de lo que ya lo estaba, sino porque cada una de mis articulaciones parecía a punto de desarmarse con cada paso quedaba.

Cuando estuve frente a él lo tomé de la camisa y lo miré con asco antes de hablar.

—Le prohíbo que diga que puedo tener otros hijos, porque nada podrá reparar al que acabo de perder. ¿Entendió? —Debía parecer una demente, pues el medico volvió a asentir, ahí fue cuando lo solté y regresé hasta mi cama, escondiéndome debajo de las sábanas. Si tenía, aunque sea un poco de suerte, podría desaparecer en ellas. —Quiero estar sola, así que váyanse, no quiero ver a nadie.

En cuanto estuve sola me permití derramar las primeras lágrimas por la pérdida de mi hijo.

El hueco en mi pecho comenzaba a hacerse cada vez más y más grande, pero era consciente que no había nada en el mundo que pudiese llenarlo de nuevo.

Una parte de mí murió con el pequeño que ni siquiera tuvo la oportunidad de ver la luz del día.

Lloré toda esa tarde, también la siguiente y la siguiente a esa, lloré hasta que ya no me quedaron más lágrimas para hacerlo, ni el líquido suficiente como formar una sola gota.

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