Matrimonio y Venganza
Matrimonio y Venganza
Por: Virginia Peraza
Capítulo 1

“Embarazada”.

Esa simple palabra vino a mi mente en cuanto observé las dos rayas verticales que aparecían en la prueba de embarazo que había comprado esta mañana en la farmacia.

Tenía días sintiéndome mal, vómitos matutinos y mareos constantes, también me llegaban antojos extraños a horas todavía más extrañas.

Entonces la posibilidad de estar esperando un hijo apareció en mi mente, no perdí el tiempo y decidí hacerme una prueba cuanto antes, así fuese para descartar la idea. 

Me cubrí la boca con la mano, para sofocar el grito que pugnaba por salir de mis labios, instintivamente deslicé mi mano libre sobre el vientre.

Ahí, creciendo dentro de mí, había un pedacito del amor que nos teníamos mi esposo y yo.

Un amor que había dado frutos inesperados, pero no por eso menos deseado por ambos.

“Daniel”.

Inmediatamente saqué el celular del bolsillo de mi pantalón para llamarlo, pero desistí con la misma rapidez e imperatividad.

No era el tipo de noticia que debía darse por teléfono, tomé entonces la decisión de ir hasta su oficina.

Fue allí cuando recordé que había salido de la ciudad por un viaje de negocios y no llegaría hasta mañana.

Me convencí de que así era mejor, eso me daría la oportunidad de sorprenderlo.

“Si, eso haré”.

Pensé emocionada, limpiando las lágrimas que se habían escapado de mis ojos, sin que yo pudiese hacer nada para detenerlas, pues estaba demasiado feliz como para que algo tan insignificante me preocupase.

Salí del cubículo del baño y me lavé el rostro rápidamente para disimular el tono rojizo que se me había asentado en la cara Levanté la vista y mi reflejo en el espejo me devolvió la mirada, estaba radiante.

Tenía las mejillas sonrojadas y un brillo particular en los ojos azules, que centelleaban cuál tormenta tropical.

Reí emocionada y sacudí la cabeza, me sequé las manos y regresé al pasillo.

Trabajaba desde hace cinco años como fotógrafa para una de las agencias de modelaje más importantes en San Francisco.

No tenía el prestigio que pude haber conseguido en otras ciudades más cosmopolitas, pero mi esposo y yo habíamos decidido quedarnos aquí porque le facilitaba su trabajo, por lo que tuve que rechazar varias ofertas que me hicieron luego de graduarme de la universidad.

Aquí conocí a Daniel, tuvimos un flechazo instantáneo y dentro de poco cumpliríamos tres años de matrimonio.

Conocía a mi marido y sabía que estaría encantado con la idea de que tuviésemos un bebe juntos.

Después de todo, habíamos estado intentándolo durante cuatro meses, pero terminamos frustrándonos y decidimos que nuestro hijo llegaría cuando fuese el momento oportuno y como decía Daniel:

No había necesidad de luchar contra algo que se salía de nuestras manos.

El recuerdo de lo mucho que lo intentamos, hizo que mis mejillas se calentaran, rogaba que no pasara ningún conocido y me viese en ese estado.

Cuando salí al exterior, la brisa fresca golpeó mi rostro; probablemente lloviese más tarde, por lo que debía darme prisa.

Alcé la mano para detener un taxi, en cuanto lo hizo me monté y le di la dirección del trabajo de Daniel.

Mi esposo trabajaba como arquitecto para una constructora en el centro de la ciudad y era realmente bueno en lo que hacía, no creía posible que pudiese estar más orgullosa de él y de todo lo que había conseguido a lo largo de su carrera.

Provenía de una familia de inmigrantes puertorriqueños de clase media, por lo que se vio en la necesidad de trabajar para costear sus estudios, ya que a sus padres no les alcanzaba, por más que quisieran, para enviarlo a la universidad que soñaba.

Creo que ver la manera en la que luchaba por escalar cada día, fue una de las razones por las que terminé completamente enamorada de él.

—Por aquí, por favor. —le dije al conductor para que se detuviera frente a un edificio con la fachada de color azul oscuro. Le pasé un par de billetes y me bajé. —Muchas gracias por traerme, quédese con el cambio.

Levante la mano para despedirme antes de entrar.

Mire mi reflejó en el vidrio de la entrada, asegurándome de verme hermosa.

Entré al edificio, el celador de la recepción me saludó y yo le devolví el gesto, venía a menudo a visitar a Daniel, por lo que muchos de los trabajadores ya me conocían y permitían que continuase como si nada.

La oficina de Daniel quedaba en el cuarto piso, no era ningún problema para mí llegar hasta allí.

Llegué en un instante, mucho más rápido que si me hubiese quedado a esperar el elevador, tanta felicidad seguramente me dio la energía que necesitaba, eso o que al fin tantas horas de natación empezaban a dar sus frutos.

Las secretarias me dieron la bienvenida, aunque se miraron entre ellas en cuanto me vieron, intente no sentirme incómoda por el intercambio del que obviamente no hacía parte.

Seguramente se debía a que no esperaban verme hoy por aquí, algo perfectamente comprensible, pues no me había tomado la molestia de avisar con anticipación.

Fruncí el ceño, era la esposa de su jefe, la alianza dorada en mi dedo lo demostraba, no tenía por qué llamar antes de venir a verlo.

Continúe mi camino por el largo pasillo, con la frente muy en alto y una expresión de superioridad que no utilizaba desde… bueno, desde hace muchos años.

Planeaba dejar una tarjeta con una pista en la oficina de Daniel, está lo llevaría a otros dos lugares más que tenían que ver con nuestra relación y terminaría en casa.

En donde yo estaría esperándolo para darle la noticia de que seriamos padres, era el plan perfecto.

La oficina de Daniel era la última del pasillo.

Un mal presentimiento se asentó en mi pecho en cuanto toque la perilla que colgaba en la puerta, una sensación que me gritaba: “Date la vuelta y vete”.

Aparte esa idea de mi cabeza, pues era realmente estúpida.

Abrí la puerta con mucho cuidado, para asegurarme de no hubiese nadie dentro.

La imagen que captaron mis ojos me dejó totalmente helada en mi lugar.

Mi esposo, el hombre con el que decidí pasar toda mi vida, quien me había jurado amor y fidelidad hasta que la muerte nos separaba, el padre del niño que crecía en mi vientre.

Estaba apoyado en su escritorio, entre las piernas de una mujer, su saco estaba desperdigado en el piso y tenía la camisa abierta; sentí ganas de vomitar en cuanto noté que una de sus manos se perdía debajo del vestido de su amante.

Las lágrimas se me acumularon en los ojos en cuanto escuche los gemidos de ambos, pero me negué a derramarlos, al menos hasta que supiera quién era la mujer con la que me estaba engañando, pues la tenía de espaldas y no podía verle el rostro.

De pronto uno de los dos se movió, dejándome revelada su identidad.

Otro puñetazo quedó enterrado en mi estómago y sentí el sabor de la sangre en mi boca, había encajado los dientes con demasiada fuerza en mis labios para no emitir ningún sonido y aparentemente en el proceso me hice daño.

Mi mente se negaba a aceptar lo que sucedía ante mis ojos, ¿Cuánto tiempo llevaban viéndome la cara de idiota?

La mujer con la que se estaba revolcando Daniel, era nada más y nada menos que:

Olivia McCarthy.

Mi “supuesta” mejor amiga.

“Por eso ninguno de los dos atendía tus llamadas”.

Susurró una voz burlona en mi mente, haciéndome sentir mucho peor de lo que ya estaba.

Me limpie las lágrimas con furia y empuje la puerta con fuerza, aclarando mi garganta para llamar su atención.

Los dos giraron la cabeza al mismo tiempo y se quedaron pasmados en cuanto me vieron allí parada.

Les di una sonrisa sardónica y ambos comenzaron a vestirse con rapidez, no pude pasar por alto la evidente erección que se le marcaba a Daniel en el pantalón y eso solo sirvió para echarle más sal a la herida, sobre todo al comprobar que Olivia tenía su mismo aspecto.

Seguramente agradecía que a las mujeres no se les delatara la excitación, pues evidentemente estaría perdida.

No pude seguir conteniéndome y antes de decir siquiera una palabra, caminé hasta Daniel y le propiné una bofetada, al parecer fue con más fuerza de la que pretendía, porque cuando volvió a mirarme tenía el labio roto.

—Amor, déjame explicarte. Esto no es lo que tú piensas. —aseguró en un tono lastimero.

Solté una carcajada seca, hacía años que una expresión así no salía de mí, pero estaba tan enojada que lo único que deseaba era humillarlo u herirlos como ellos lo habían hecho conmigo.

Aparté un mechón de mi cabello, colocando una máscara de hielo en mi rostro, no les daría la satisfacción de ver lo mucho que me destrozaron.

—¿No me digas? Seguramente yo estoy alucinando. ¡Por favor, Daniel! Si vas a traicionarme así, al menos sé hombre y reconócelo. —grité enojada, empujándolo con mis manos. —¿Por qué lo hiciste? ¿Acaso no fui suficiente para ti? —siseé. No me reconocía a mí misma, estaba completamente fuera de mí. Me sentía como un animal enjaulado. Pose mi vista sobre Olivia, quien hasta ahora no había dicho ni una sola palabra, simplemente se mantenía en una esquina de la oficina sin pronunciar palabra. —Y tú… Ni siquiera creo que exista una palabra para describir lo zorra que eres. —escupí cada una de las palabras con asco. Creo que estaba más furiosa con ella que con el mismísimo Daniel. —¡Al menos ten la decencia de mirarme a los ojos, ya que te has metido con mi esposo!

Unas cuantas lágrimas resbalaron por su rostro y eso fue más de lo que pude soportar, ¿ella me había traicionado y ahora se hacía la víctima?

Debería ser yo la que estuviese como una mártir.

Me separe de Daniel y camine en su dirección y cuando estuve frente a ella la mire de arriba abajo。

¿cómo pudo haber tirado a la borda una amistad de diez años por un hombre?

¿Por qué de entre tantos ella tuvo que elegir el mío? ¿Por qué?

—¿Desde cuándo? —Mi voz sonaba áspera a causa de la rabia. No respondió. —¿Desde cuándo te metes con mi marido, m*****a zorra? —pregunté de nuevo propinándole una bofetada con la misma fuerza que se la di a Daniel, por lo cual terminó en el piso, pequeños sollozos salían de su boca. Estaba lista para darle otra, cuando Daniel habló.

—Desde hace un año. —pronunció cerrando los ojos.

“Un año…”

“Un año…”

¿Habían estado juntos casi la mitad del tiempo que nosotros?

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