Capítulo 4: Amelia

Lo veo caminar con su aire de dominio, es muy guapo e imponente, lo sabe y camina como si fuera el dueño del mundo.

—Mami, ¿ese señor es hermano de Mauricio?

—Sí, mi amor.

—¿Y puede ser mi papá? Mauricio iba a ser mi papá.

Se me parte el alma. Mi niño quiere un padre. Soy madre soltera, esa es una realidad que él debe aceptar, no hoy, ni mañana, algún día. No puedo aceptar a ningún otro hombre en mi vida, lo hice con Mauricio, y murió, ahora estamos solos de nuevo, yo puedo aceptarlo, aunque fue difícil, pero ver a mi bebé pasar por eso fue devastador.

—Vamos, entra. Debo lavarte las manos.

Paso hacia el baño con Joaquín y veo el teléfono descolgado. Mantengo mi celular apagado, los abogados como buitres ofrecen su servicio para que termine de quedarme con todo lo de Mauricio, ahora que ha regresado su hermano, menos quiero hacerlo.

Lucrecia es cruel, incluso se ha metido con mi hijo, he entendido las amenazas en su tono de voz. Yo no quiero saber nada de ese dinero. Solo quiero estar en paz con mi hijo.

Pongo al niño a hacer tareas que yo misma le busco en internet y aunque trato de calmar mi mente no puedo. Ese hombre parecía amable, sin embargo, si algo he aprendido en mi tiempo en el mundo de los asquerosamente ricos, es que a ellos no les importa nadie, solo ellos mismos. Sé que algún interés debe tener ese muchacho.

Enciendo la computadora, busco trabajo, sé que pronto me echarán a la calle y debo buscar otro sitio para vivir. Recuerdo el comentario de ese hombre, sabe que tengo dinero, que he podido mover un poco. Me levanto del escritorio y camino como leona enjaulada por la sala. Me acerco a mi móvil y lo enciendo.

Suspiro, sí tengo muchas llamadas perdidas de abogados, de los abogados de Lucrecia, de su marido, me acosan pidiendo supuestas firmas para cosas que dejó Mauricio a medias, o supuestas deudas, los ignoro y busco el número de Don Aurelio.

Atiende enseguida.

—Amelia.

—Señor Aurelio. Quedé preocupada.

—¿Por qué?

—Usted sabe lo que me acosa Lucrecia, este muchacho también lo hará, lo sé, que se presentara amable, hoy no es garantía de que no quiera lo mismo que su hermana, y si es así, pues que lo tomen, estoy cansada, quiero paz —exploto.

—Cálmate, escúchame. ¡Por favor, escúchame!

—No quiero saber nada de los Potenza, estoy cansada —chillo, miro a Joaquín en la sala jugando, me limpio las lágrimas.

—Deja que Sergio se ocupe de las cosas de Mauricio, igual él y tú son sus beneficiarios, tú por el vínculo matrimonial y Sergio porque siempre fue su heredero, Mauricio era el heredero de Sergio también, fue un acuerdo que hicieron porque —suspira— conoces a Lucrecia, sabes como es. Ellos para prevenir hicieron eso.

—¿Qué significa que sea el beneficiario de Mauricio? ¿Es decir, que Lucrecia debería acosarlo a él en lugar de hacerlo conmigo?

—Sergio te pude ayudar, con su firma, puedes mover fondos, vender activos, él puede ayudarte a regularizar todo.

—Solo quiero largarme lejos, usted sabe por lo que he pasado.

—Amelia, si hubieses querido, hace rato que cualquier abogado te habría ayudado a hacer efectiva la herencia, no es que necesitarás a Sergio del todo, es decir, sí, pero con abogados podrías reclamar la mayor parte.

—¿Usted cree que es lo que quiero hacer? Que he dejado pasar el tiempo solo para esperar a que las aguas se calmen, o el cadáver de Mauricio se enfríe o esperar a que este hombre apareciera para quedarme con más.

—No, lo que digo es que sigues en el medio, en la lucha, Lucrecia nunca te dejará en paz. Deja que Sergio te ayude.

—Usted me asegura que él no tiene malas intenciones.

Suspira.

—Sí, Sergio es como mi hijo. Lo vi crecer, a él y a Mauricio, por supuesto a Lucrecia también, pero ya sabes como es.

—Me va a disculpar, pero con ese “ya sabes cómo es” le he tenido que dejar pasar muchos atropellos, señor Aurelio.

—No entiendo que discutimos entonces. Tú sola no puedes contra Lucrecia, ella no te dejará en paz. Puedes contar con Sergio. Él la enfrentará, no te dejará desamparada. Te enviaré su número. Ponte en contacto con él.

—¿Seguro?

—Sí.

—Está bien, lo haré. —Cuelgo.

Debo pensarlo bien, porque él tiene razón, Lucrecia nunca me dejara en paz hasta que ponga las manos sobre todo lo de Mauricio. No tengo como enfrentarla, o sí, pero me desgastaría con ella con abogados, y no quiero pasar por eso, quiero darle una vida feliz a mi hijo, no una vida de lujos, y qué serían los lujos si tengo que soportar amenazas y desplantes.

Paso las siguientes horas caminando por la casa en silencio, reflexionado acerca de lo que puedo hacer. Reviso los papeles, los mensajes con amenazas de Lucrecia, incluso recuerdo ese episodio en el que su marido casi abusa de mí de no ser porque ella llegó y él disimuló que yo me le insinué.

Fue una vulgar trampa suya, me citó en su casa, y yo fui como tonta, él no esperaba que ella volviera y eso fue lo que me salve. Siento escalofríos al recordarlo, sacudo mi cabeza, ese día decidí que no seguiría en conversaciones con ellos, ese día rompí el pacto pasivo agresivo con el que me querían embaucar. Pienso también que debí aceptar, me ofrecían diez mil dólares para que me largara lejos con mi hijo: ¿Por qué no los acepté?, debo tener un poco más de eso en la cuenta que Mauricio me dejó, debería tomarlos e irme lejos.

Joaquín se acerca con un dibujo, me lo enseña mientras se cruza las manos por detrás de la espalda y sonríe esperando mi reacción, sonrío y pongo gesto evaluador al mirarlo. Aunque trato de mantener la sonrisa, no puedo.

Es una foto de una familia, él, yo, y dos personas más con alas bajo un cielo con sol.

—¿Te gusta, mami? Son mis dos papás muertos.

Levanto la vista y le sonrío.

—Sí, siempre los recordaremos con cariño. Te amo, mi bebé hermoso.

—Quiero que nos cuiden desde el cielo.

—Nos cuidan.

Me abraza y se lleva su dibujo.

Sé que sus pesadillas son porque presenció los ataques y peleas con Lucrecia, es mi responsabilidad darle una vida tranquila a mi hijo. No puedo ponerlo en riesgo. No hay nada más que decidir. Tomo mi teléfono, busco el número de Sergio Potenza y le marco. Mientras espero a que atienda mi corazón se ha acelerado.

—Hola, Amelia, me encanta saber de ti tan pronto.

—¿Podemos hablar?

—Por supuesto. Dónde quieras.

—Aquí, si no le importa.

—Dime cuando, ahí estaré.

—Puede ser mañana.

—Mañana nos veremos.

Cuelgo y me echo sobre el sofá, demandándome fuerzas para seguir, dejaré todo en manos de ese hombre, confiaré en que me saque de encima a la bruja malvada de su hermana y su esposo.

¡Qué Dios nos ayude!

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