Lo veo caminar con su aire de dominio, es muy guapo e imponente, lo sabe y camina como si fuera el dueño del mundo.
—Mami, ¿ese señor es hermano de Mauricio?
—Sí, mi amor.
—¿Y puede ser mi papá? Mauricio iba a ser mi papá.
Se me parte el alma. Mi niño quiere un padre. Soy madre soltera, esa es una realidad que él debe aceptar, no hoy, ni mañana, algún día. No puedo aceptar a ningún otro hombre en mi vida, lo hice con Mauricio, y murió, ahora estamos solos de nuevo, yo puedo aceptarlo, aunque fue difícil, pero ver a mi bebé pasar por eso fue devastador.
—Vamos, entra. Debo lavarte las manos.
Paso hacia el baño con Joaquín y veo el teléfono descolgado. Mantengo mi celular apagado, los abogados como buitres ofrecen su servicio para que termine de quedarme con todo lo de Mauricio, ahora que ha regresado su hermano, menos quiero hacerlo.
Lucrecia es cruel, incluso se ha metido con mi hijo, he entendido las amenazas en su tono de voz. Yo no quiero saber nada de ese dinero. Solo quiero estar en paz con mi hijo.
Pongo al niño a hacer tareas que yo misma le busco en internet y aunque trato de calmar mi mente no puedo. Ese hombre parecía amable, sin embargo, si algo he aprendido en mi tiempo en el mundo de los asquerosamente ricos, es que a ellos no les importa nadie, solo ellos mismos. Sé que algún interés debe tener ese muchacho.
Enciendo la computadora, busco trabajo, sé que pronto me echarán a la calle y debo buscar otro sitio para vivir. Recuerdo el comentario de ese hombre, sabe que tengo dinero, que he podido mover un poco. Me levanto del escritorio y camino como leona enjaulada por la sala. Me acerco a mi móvil y lo enciendo.
Suspiro, sí tengo muchas llamadas perdidas de abogados, de los abogados de Lucrecia, de su marido, me acosan pidiendo supuestas firmas para cosas que dejó Mauricio a medias, o supuestas deudas, los ignoro y busco el número de Don Aurelio.
Atiende enseguida.
—Amelia.
—Señor Aurelio. Quedé preocupada.
—¿Por qué?
—Usted sabe lo que me acosa Lucrecia, este muchacho también lo hará, lo sé, que se presentara amable, hoy no es garantía de que no quiera lo mismo que su hermana, y si es así, pues que lo tomen, estoy cansada, quiero paz —exploto.
—Cálmate, escúchame. ¡Por favor, escúchame!
—No quiero saber nada de los Potenza, estoy cansada —chillo, miro a Joaquín en la sala jugando, me limpio las lágrimas.
—Deja que Sergio se ocupe de las cosas de Mauricio, igual él y tú son sus beneficiarios, tú por el vínculo matrimonial y Sergio porque siempre fue su heredero, Mauricio era el heredero de Sergio también, fue un acuerdo que hicieron porque —suspira— conoces a Lucrecia, sabes como es. Ellos para prevenir hicieron eso.
—¿Qué significa que sea el beneficiario de Mauricio? ¿Es decir, que Lucrecia debería acosarlo a él en lugar de hacerlo conmigo?
—Sergio te pude ayudar, con su firma, puedes mover fondos, vender activos, él puede ayudarte a regularizar todo.
—Solo quiero largarme lejos, usted sabe por lo que he pasado.
—Amelia, si hubieses querido, hace rato que cualquier abogado te habría ayudado a hacer efectiva la herencia, no es que necesitarás a Sergio del todo, es decir, sí, pero con abogados podrías reclamar la mayor parte.
—¿Usted cree que es lo que quiero hacer? Que he dejado pasar el tiempo solo para esperar a que las aguas se calmen, o el cadáver de Mauricio se enfríe o esperar a que este hombre apareciera para quedarme con más.
—No, lo que digo es que sigues en el medio, en la lucha, Lucrecia nunca te dejará en paz. Deja que Sergio te ayude.
—Usted me asegura que él no tiene malas intenciones.
Suspira.
—Sí, Sergio es como mi hijo. Lo vi crecer, a él y a Mauricio, por supuesto a Lucrecia también, pero ya sabes como es.
—Me va a disculpar, pero con ese “ya sabes cómo es” le he tenido que dejar pasar muchos atropellos, señor Aurelio.
—No entiendo que discutimos entonces. Tú sola no puedes contra Lucrecia, ella no te dejará en paz. Puedes contar con Sergio. Él la enfrentará, no te dejará desamparada. Te enviaré su número. Ponte en contacto con él.
—¿Seguro?
—Sí.
—Está bien, lo haré. —Cuelgo.
Debo pensarlo bien, porque él tiene razón, Lucrecia nunca me dejara en paz hasta que ponga las manos sobre todo lo de Mauricio. No tengo como enfrentarla, o sí, pero me desgastaría con ella con abogados, y no quiero pasar por eso, quiero darle una vida feliz a mi hijo, no una vida de lujos, y qué serían los lujos si tengo que soportar amenazas y desplantes.
Paso las siguientes horas caminando por la casa en silencio, reflexionado acerca de lo que puedo hacer. Reviso los papeles, los mensajes con amenazas de Lucrecia, incluso recuerdo ese episodio en el que su marido casi abusa de mí de no ser porque ella llegó y él disimuló que yo me le insinué.
Fue una vulgar trampa suya, me citó en su casa, y yo fui como tonta, él no esperaba que ella volviera y eso fue lo que me salve. Siento escalofríos al recordarlo, sacudo mi cabeza, ese día decidí que no seguiría en conversaciones con ellos, ese día rompí el pacto pasivo agresivo con el que me querían embaucar. Pienso también que debí aceptar, me ofrecían diez mil dólares para que me largara lejos con mi hijo: ¿Por qué no los acepté?, debo tener un poco más de eso en la cuenta que Mauricio me dejó, debería tomarlos e irme lejos.
Joaquín se acerca con un dibujo, me lo enseña mientras se cruza las manos por detrás de la espalda y sonríe esperando mi reacción, sonrío y pongo gesto evaluador al mirarlo. Aunque trato de mantener la sonrisa, no puedo.
Es una foto de una familia, él, yo, y dos personas más con alas bajo un cielo con sol.
—¿Te gusta, mami? Son mis dos papás muertos.
Levanto la vista y le sonrío.
—Sí, siempre los recordaremos con cariño. Te amo, mi bebé hermoso.
—Quiero que nos cuiden desde el cielo.
—Nos cuidan.
Me abraza y se lleva su dibujo.
Sé que sus pesadillas son porque presenció los ataques y peleas con Lucrecia, es mi responsabilidad darle una vida tranquila a mi hijo. No puedo ponerlo en riesgo. No hay nada más que decidir. Tomo mi teléfono, busco el número de Sergio Potenza y le marco. Mientras espero a que atienda mi corazón se ha acelerado.
—Hola, Amelia, me encanta saber de ti tan pronto.
—¿Podemos hablar?
—Por supuesto. Dónde quieras.
—Aquí, si no le importa.
—Dime cuando, ahí estaré.
—Puede ser mañana.
—Mañana nos veremos.
Cuelgo y me echo sobre el sofá, demandándome fuerzas para seguir, dejaré todo en manos de ese hombre, confiaré en que me saque de encima a la bruja malvada de su hermana y su esposo.
¡Qué Dios nos ayude!
La mujer termina de darme el masaje y sé que no quiero levantarme, me espera una dura batalla contra la ambiciosa de Lucrecia, sonrío con los ojos cerrados complacido de saber que tenía la razón, esa cazafortunas está desesperada por ayuda.—¿De qué te ríes? —pregunta Aurelio.—Me llamó, me llamó y me pidió que habláramos, no sé qué le dijiste, pero funcionó.Chasquea la lengua y suspira con pesadez.—No debí, me siento un asqueroso por hacerlo, pero tienes razón, si no me mantengo a tu lado, igual lo harás y será peor, esa chica, te lo digo, no tuvo nada que ver con lo que le pasó a tu hermano, ella ha sido víctima de la situación.—Claro, sí. Cualquier chica, despreciaría una fortuna de setenta millones de dólares, solo porque es muy humilde.Me levanto por fin y me coloco una toalla alrededor de la cintura y me sirvo un whiskey, lo saboreo pensando que será más fácil de lo que pensé, podré con ella, podré con Lucrecia.—Ella no sabe de números, no sabe que es esa cantidad, no quiere
Estoy nerviosa, aunque acepté con miedo, también estoy desesperada, necesito salir de este laberinto familiar y si ese hombre puede ayudarme, al menos lo intentaré, andaré con cuidado por si es lo contrario. Me mantendré con los ojos muy abiertos.Sirvo la merienda de Joaquín y espero a que sea la hora en la que me cité con él. Lo veo comerse sus galletas tarareando unas canciones, inocente de todo lo que pasa a su alrededor, pienso también que todas las decisiones que tome, lo afectarán, debo elegir bien, por su futuro.Cuando se acerca la hora, escucho varios autos, acercarse a la propiedad, me levanto para asomarme por la ventana, es él, se baja de una Hummer negra, viene con más gente, pero estos se quedan en el auto, deben ser sus guardias.Es imponente, alto y bien vestido, aunque viene informal, es guapo, mucho las facciones de su cara parecen talladas a mano. Abro, antes de que toque a la puerta, se sonríe al verme desde la distancia, con los labios cerrados y una mueca que me
La tengo donde la quiero, sabía que el enano me ayudaría a llegar a ella de forma inocente, como quien no quiere. Aquí la tengo sonriéndome más, relajada, seguro pensó cuando llegué que le quitaría lo que bien planeó quedarse, pero ahora que sabe que solo estoy dolido por la muerte de mi hermano, se relaja, ahora le dejaré saber que también puede sacarme más a mí.Comemos en silencio en medio de miradas furtivas que provoco, le lanzo una mirada intensa mientras come, cuando me mira desvío la vista hacia la ciudad, ella se pone roja y baja la cabeza, tan ensayada. Debe estar acostumbrada a engañar a los hombres con su pose de chica virginal cuando ya trae un niño debajo del brazo que ni se sabe de quién es.—Mi estudio es muy exitoso. La verdad es que no vivo de la fortuna de mi familia. No me meto en los asuntos de la compañía, pero eso no impide que Lucrecia me quiera fuera.Ella pone mal semblante cada vez la que nombro. Sonríe forzada y afirma sin mirarme.—Es una mujer muy dura.—U
Una semana después.Tengo en mis manos los papeles del instituto tecnológico donde Sergio dice que puedo estudiar. Me hace ilusión, nunca antes me pude ver como estudiante de algo, mis oportunidades estuvieron siempre en la última lista de cosas por conseguir. Me parece una locura, pero no puedo negar que estoy emocionada.—¿Qué es eso, mami?—Papeles de mami, creo que estudiaré de nuevo.—¿Cómo los niños?—No, como los grandes.—¿Me vas a dejar solo?—No, Carmen regresará está semana. Debió dejar su otro empleo para regresar con nosotros.—Sii, mami, sí, yo quiero a Carmen, es mi favorita.—¿Favorita de qué? —inquiero con suspicacia.Se ríe con picardía.—Como una abuelaaaa.—Ummm, ay, muchachito.—Señora, el joven Sergio acaba de llegar —anuncia Matilde, otra de las chicas que Sergio hizo que regresara.Me preocupa el sobresalto y la alegría que siento al oír que llegó. No es que me guste, pero es amable y dulce con nosotros, ha sido un ángel, Ignacio lo adora. Pasan horas jugando, y
Me miro al espejo, cabello perfecto, perfume puesto; me dirijo a vestirme y miro dentro del vestidor en el que camino libremente en bóxer, es muy amplio: camisa negra, chaqueta negra, pantalón negro, lo usaré sin corbata, y dejaré dos botones de la camisa abiertos arriba, todo de Óscar de la renta, decido que eso luciré para mi cuñada viuda.Los zapatos son igual de impecables, todo lo que llevo puesto cuesta más que lo que costó la casa donde ella creció, de pronto se sienta en los muebles de cuero de la casa de mi hermano, mi hermano que ahora está muerto.Debo controlar la irá, la rabia, sentarme con ella a comer y sonreírle, seducirla, no veo la hora de humillarla, dejarle saber que conozco todo su plan y que no le compro su carita de mosca muerta. Me imagino como sedujo a mi hermano, pretendió quedarse con todo, por alguna razón él le estorbó.Salgo de la casa, ya está oscureciendo, ha llovido y los grillos hacen su ruido característico, extrañaba ese sonido de Caracas, de casa: g
Cierro la puerta y me quedo congelada contra ella, repaso mis labios con los dedos, hacía mucho que no sentía lo que sentí con su beso, sus labios sobre los míos, desde que el padre de Joaquín me besó por primera vez, éramos adolescentes, fue un romance juvenil, hermoso, sentía mariposas; la emoción de verlo cada vez, y un temblor en el cuerpo que he vuelto a sentir en los brazos de Sergio.Es una locura, no puedo permitírmelo, es el hermano de Mauricio, mi hijo está por medio, no puedo pensar en esas cosas, ¿enamorarme? Es una locura. Soy madre, me debo a mi hijo, es todo a lo que debo aferrarme.Subo y voy a su cuarto, está dormido aferrado a su almohada. Beso su frente, ver su carita, me calienta el corazón, el alma y me da sosiego, él es mi plan, mi objetivo y mi futuro, nada más.Me meto a la cama y repaso cada conversación con Sergio, suspiro pensando que sí, es muy tentador salir con un hombre como él, guapo, elegante, inteligente, encantador, amable y dulce, el hombre perfecto,
La mirada que me lanza Aurelio es de reproche, me será fácil acostumbrarme a esa mirada. Lucrecia aplaude y sonríe con cinismo.—Me encanta como se hizo la dura y llamo a Aurelio primero, y tú, hermanito, eres todo un actor.—Está hecho, se quería hacer la difícil, pero no tengo tiempo de jugar a eso, puedo ser paciente, con ella no me da la gana —explico.—Te la quieres llevar a la cama, es todo, eres un barbarito —comenta Lucrecia y pone cara de asco.Me levanto del sofá y miro a mi hermana a los ojos.—Tendrás que hacerle la vida imposible, no dejes que salga de un juzgado, llénala de demandas, y quejas.—¿Qué crees que hacía cuando apareciste? Esa mujer no puede entrar a la junta directiva de la compañía, o el vago con el que se case en un futuro. Es más, Sergio, tú deberías casarte con ella, aseguraríamos el patrimonio.—Te adelantas, si tengo que hacerlo, lo hago.—Debo irme, Sergio —interrumpe Aurelio.Lo miro con desconfianza. Lo sigo hasta la salida, me fijo en que Lucrecia no
Termino de empacar las cosas de Joaquín, las chicas me ayudan a bajar las maletas.—Lamento esto, quedarán sin empleo de nuevo —me lamento con ellas.—No se preocupe —responde Carmen—, cuídese, cuide al niño y ojalá que todos estos problemas pasen rápido.—También lo deseo.Voy al comedor donde veo que mi hijo aún no ha tocado la comida, acaricio su cabello y lo beso en la frente.—Mi amor, ¿no te gusta la comida?—¿Por qué tenemos que irnos? No quiero irme.—Mi vida, esta casa es muy grande para los dos. Estaremos bien, lo prometo. Sergio nos prestó su casa mientras buscamos una ¿Qué te parece?Sonríe.—¿La casa de Sergio?—Sí, genial ¿Cierto?Afirma sonriente. Tocan una bocina, es el señor Aurelio, ha llegado por nosotros. Salimos con las maletas, los hombres que vienen con él nos ayudan.—¿Cómo están? —pregunta con expresión serio.—Bien, Joaquín no quería dejar la casa, cuando le expliqué que iríamos a casa de Sergio, lo aceptó mejor.—Le cae bien Sergio, ¿No?—Sí. Dice que es su a