Capítulo 6: Amelia

Estoy nerviosa, aunque acepté con miedo, también estoy desesperada, necesito salir de este laberinto familiar y si ese hombre puede ayudarme, al menos lo intentaré, andaré con cuidado por si es lo contrario. Me mantendré con los ojos muy abiertos.

Sirvo la merienda de Joaquín y espero a que sea la hora en la que me cité con él. Lo veo comerse sus galletas tarareando unas canciones, inocente de todo lo que pasa a su alrededor, pienso también que todas las decisiones que tome, lo afectarán, debo elegir bien, por su futuro.

Cuando se acerca la hora, escucho varios autos, acercarse a la propiedad, me levanto para asomarme por la ventana, es él, se baja de una Hummer negra, viene con más gente, pero estos se quedan en el auto, deben ser sus guardias.

Es imponente, alto y bien vestido, aunque viene informal, es guapo, mucho las facciones de su cara parecen talladas a mano. Abro, antes de que toque a la puerta, se sonríe al verme desde la distancia, con los labios cerrados y una mueca que me hace desconfiar, como una mueca picara. Se parece mucho a Mauricio, pero no en los gestos, Mauricio se veía más natural, él se ve más comedido.

—Buenos días, Amelia, ¿Cómo amaneces? —pregunta encantador.

—Bien, gracias por venir, pasa.

—Me alegra que me quitaras la formalidad.

Pasa y repasa todo con la mirada, trae una carpeta en sus manos que lanza sobre la mesa del comedor a la que se ha adelantado sin esperar a que le diga algo, mira a Joaquín que se sobresalta al verlo.

—Tú —le dice mi hijo sorprendido.

—Sí, yo, Joaquín, soy Sergio, me llamo Sergio ¿Te acuerdas?

—Sí.

—Buen provecho.

—¿Tú quieres? —le ofrece mi hijo de las galletas que le quedan en el plato.

Le sonríe y acepta haciendo un movimiento de cabeza, mi hijo sonríe y se la entrega gustoso. El hombre la toma entre sus manos estudiándola, la huele, cierra los ojos para finalmente comerla.

—Está rica.

—Las hornea mi mamá.

—¡Vaya! Qué sorpresa.

—Mejor vayamos a la sala, desde allí puedo ver al niño, y podremos conversar tranquilos —digo. Alza la vista, parece estudiarme y finge una sonrisa.

Se levanta y me sigue hasta afuera. Se sienta cómodo en el sofá, cruza las piernas y no me quita la vista del encima, lo que me hace temblar.

—No te he ofrecido nada, ¿quieres beber algo?

—Tu hijo ha sido buen anfitrión, no te preocupes.

Me siento frente a él, miro de refilón mi imagen, el espejo de la sala, acomodo mi camisa maga tres cuartos azul de jean, mi pelo cae suelto sobre mis hombros, él me mira tanto que hace que dude sobre si llevo un ave sobre el cabello o algo. Me puse tacones, no sé por qué lo hice, son negros y llevo un jean, no soy la más elegante.

Deshago mis pensamientos inútiles que no me llevan a ningún lado y le sonrío.

—¿Y bien? ¿Cómo es que puedes ayudarme?

Sonríe y veo sus dientes, es hipnótica su imagen, mi corazón se sobresalta y siento un calor extraño, recorrerme, es un hombre atractivo y me sonríe mucho, no sé si quiere agradarme, seducirme, burlarse de mí o qué.

—Lo primero que quiero que sepas es que firmé unos documentos del banco que estaban pendiente por autorización, puedes contratar personal, cambiar de casa, lo que quieras.

—Gracias, no pienso tomar mucho. Solo pagar algunas cosas, a los empleados que estaban aquí.

Sacude la mano frente a mí.

—No me tienes que dar explicaciones. Reconsidera recontratarlos ¿Qué dices?

—No lo sé. Es que…

—Nada. Piénsalo y ya.

Se levanta y camina por la sala. Me pongo nerviosa, no puedo terminar de relajarme en su presencia.

—Mi hermana quiere que te quedes en la calle, tampoco me parece justo, me ocuparé de que Joaquín y tú tengan lo que necesiten.

—No hace falta.

—Tenías planes con mi hermano, y se han truncado, yo te ayudaré.

Su sonrisa y tono me dan escalofríos.

—No quiero peleas familiares por mí.

—No, a mi hermana también le gustaría que yo me quedara en la calle, descuida.

—Lamento oírlo.

Bufa y se ríe.

—Salgamos de aquí, tengo años sin pisar caracas, vamos. A Joaquín debe sentarle el aire fresco de la ciudad.

Me quedo mirando hacia los lados, confundida, pero parece que él va en serio, paso saliva, me levanto y veo a mi hijo en la mesa del comedor, es cierto, ha estado encerrado desde que Mauricio murió.

—Vamos, ¿qué esperas? ¿Por qué lo piensas tanto?

—No, no sé…

Mira mis pies, me pongo tensa, quizás ha notado que no sé caminar muy bien en tacones. Aspiro aire con fuerza.

—Ponte algo cómodo, subiremos El Ávila.

—No estoy acostumbrada a subir montañas, Joaquín menos.

—Par de flojos, ya los pondré en forma, subiremos en teleférico. Apuesto que a tu hijo le encantará.

—Sí, quiero, quiero —grita Joaquín desde el pasillo.

Mi hijo se abraza a mi cintura, alza su cabecita para suplicar.

—Mami, por favor.

—Está bien, iremos.

—Siiiii, gracias mami.

No puedo negarle eso, lo he tenido viviendo como un preso, sin ver a nadie, sin salir. No confío mucho en Sergio, pero espero que no nos haga daño, no parece querer dañarnos.

—Iré a cambiarme los zapatos y cambiar a Joaquín.

Sergio sonríe y asiente.

—Los espero.

Pienso que debo estar un poco loca, aunque sea el hermano de Mauricio, apenas lo conocimos ayer, justifico en mi cabeza que parece bueno aun cuando yo misma he dudado. La hemos pasado mal estos meses, merecemos un poco de aire fresco, estaba entumecida y echada sin verlo, sin atreverme a salir por miedo a Lucrecia.

«Parece que con él deberemos estar seguros».

Me calzo zapatos deportivos y le coloco al niño un conjunto deportivo azul, va a juego conmigo, no deja de brincar y correr a mí alrededor, le coloco una gorra y salimos.

—¿Listos?

—Sí.

—¡Vamos!

Joaquín salta emocionado al ver que se subirá a la Hummer, hay dos, subimos a la primera en la parte de atrás con él. Me siento nerviosa y asfixiada. Sonrío nerviosa.

Durante todo el camino conversan sobre películas de superhéroes, hacía mucho que no había visto a mi bebé así de emocionado y sonriente, me doy cuenta de que ha sido mi culpa. Sergio cruza miradas conmigo, y vuelve a conversar con el niño.

Llegamos al pie de teleférico, me sorprende la cantidad de guardias de seguridad que tiene, bajan todos a la vez y nos escoltan hasta donde vamos a tomar el transporte para subir. Noto que no hay nadie.

—No renté todo, no habría diversión para el niño, pero si me ocupé de que estuviera menos despejado cuando subiéramos nosotros. Vamos.

Toma de la mano a Joaquín y nos subimos al teleférico. Mi corazón se acelera, nunca me había subido a uno. Aprieto tan fuerte la mano de mi hijo que se queja, Sergio se ríe, se coloca a nuestro lado, la ciudad se ve enorme y hermosa a medida que subimos.

Por fin arriba admiro todo embelesada, es hermoso el lugar con su vegetación y vista a la ciudad, hace frio por lo que me abrazo a mí misma. Sergio se quita su chaqueta y me la ofrece.

—No, tranquilo.

—Agárrala, yo vivo en Berlín, créeme esto es un día caluroso allá.

Le sonrío y la acepto, es encantador. Sin su chaqueta queda al descubierto su fuerte anatomía que puedo notar aún debajo de su camiseta. Lleva pantalones deportivos. El olor que queda impregnado en la chaqueta es riquísimo, hace que sienta mariposas en el estómago, debe ser un perfume muy caro.

—¿Vives en Berlín entonces?

—Sí, desde hace muchos años ya.

—¿No habías vuelto desde entonces?

—No.

—¿Por qué no?

Se encoge de hombros. Me mira a los ojos y sonríe de medio lado, sonrío por instinto, es muy guapo.

—Supongo que puse excusas, conocerlos a ustedes que fueron tan importante para mi hermano, me movió.

—¿No lo habías visto más?

—Me visitó algunas veces en Alemania, coincidimos otras en Estados Unidos y en otros países de Europa, pero no aquí.

—¿Lo extrañabas?

—Sí, mucho, ahora, pues lo extrañaré para siempre —responde con semblante triste. Mira hacia la ciudad enorme debajo de nosotros.

Joaquín atienda a las explicaciones de los guías.  Los guardias de Sergio no se le separan.

—Lo siento mucho.

Bufa y me vuelve a sonreír.

—Estaré mucho tiempo por aquí para llevarme gratos recuerdos. Sabes, en Alemania vivo solo, sin mujer, hijos, así que, lo más probable es que me hunda un poco en la nostalgia.

—Debes tener amigos.

—Sí, pero no sabes cómo es Berlín, como es mi trabajo.

—¿A qué te dedicas?

—Soy arquitecto. Paso muchas horas en mi estudio porque, bueno, ya sabes, no tengo a nadie en casa.

—Entiendo. Debe ser difícil.

—Lo será más ahora.

Desvía la mirada y contempla la ciudad con una expresión muy seria en su rostro. Trago saliva y suspiro profundamente, perdió a su hermano; por primera vez desde la muerte de Mauricio salí de mi burbuja y vi mi alrededor, él estaba solo, dolido por la muerte de su hermano, y yo solo pensaba en mis miedos y peleas con Lucrecia.

Me sentí mal por juzgarlo rápido, por no pensar en el dolor de los demás. Él solo quería recordar a su hermano. Palmeé su mano y le sonreí.

—Puedes contar conmigo, aunque sea para hablar.

Me sonrío de vuelta.

—Gracias. Eres muy linda persona.

Le sonreí, mi cuerpo tembló un poco, había algo sobre aceptar halagos de hombres que me ponía nerviosa, siempre pensaba que se propasarían, pero él era amable, sobre todo con mi hijo, estaba sufriendo, era sincero. Además, es tan atractivo y refinado que dudo que se fije en mí.

—¡Vamos! Comamos algo —propongo.

—¡Vamos!

Podía ser el inicio de una buena amistad, o simplemente un cierre de ciclo para los dos. Lo acepto.

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