Estoy nerviosa, aunque acepté con miedo, también estoy desesperada, necesito salir de este laberinto familiar y si ese hombre puede ayudarme, al menos lo intentaré, andaré con cuidado por si es lo contrario. Me mantendré con los ojos muy abiertos.
Sirvo la merienda de Joaquín y espero a que sea la hora en la que me cité con él. Lo veo comerse sus galletas tarareando unas canciones, inocente de todo lo que pasa a su alrededor, pienso también que todas las decisiones que tome, lo afectarán, debo elegir bien, por su futuro.
Cuando se acerca la hora, escucho varios autos, acercarse a la propiedad, me levanto para asomarme por la ventana, es él, se baja de una Hummer negra, viene con más gente, pero estos se quedan en el auto, deben ser sus guardias.
Es imponente, alto y bien vestido, aunque viene informal, es guapo, mucho las facciones de su cara parecen talladas a mano. Abro, antes de que toque a la puerta, se sonríe al verme desde la distancia, con los labios cerrados y una mueca que me hace desconfiar, como una mueca picara. Se parece mucho a Mauricio, pero no en los gestos, Mauricio se veía más natural, él se ve más comedido.
—Buenos días, Amelia, ¿Cómo amaneces? —pregunta encantador.
—Bien, gracias por venir, pasa.
—Me alegra que me quitaras la formalidad.
Pasa y repasa todo con la mirada, trae una carpeta en sus manos que lanza sobre la mesa del comedor a la que se ha adelantado sin esperar a que le diga algo, mira a Joaquín que se sobresalta al verlo.
—Tú —le dice mi hijo sorprendido.
—Sí, yo, Joaquín, soy Sergio, me llamo Sergio ¿Te acuerdas?
—Sí.
—Buen provecho.
—¿Tú quieres? —le ofrece mi hijo de las galletas que le quedan en el plato.
Le sonríe y acepta haciendo un movimiento de cabeza, mi hijo sonríe y se la entrega gustoso. El hombre la toma entre sus manos estudiándola, la huele, cierra los ojos para finalmente comerla.
—Está rica.
—Las hornea mi mamá.
—¡Vaya! Qué sorpresa.
—Mejor vayamos a la sala, desde allí puedo ver al niño, y podremos conversar tranquilos —digo. Alza la vista, parece estudiarme y finge una sonrisa.
Se levanta y me sigue hasta afuera. Se sienta cómodo en el sofá, cruza las piernas y no me quita la vista del encima, lo que me hace temblar.
—No te he ofrecido nada, ¿quieres beber algo?
—Tu hijo ha sido buen anfitrión, no te preocupes.
Me siento frente a él, miro de refilón mi imagen, el espejo de la sala, acomodo mi camisa maga tres cuartos azul de jean, mi pelo cae suelto sobre mis hombros, él me mira tanto que hace que dude sobre si llevo un ave sobre el cabello o algo. Me puse tacones, no sé por qué lo hice, son negros y llevo un jean, no soy la más elegante.
Deshago mis pensamientos inútiles que no me llevan a ningún lado y le sonrío.
—¿Y bien? ¿Cómo es que puedes ayudarme?
Sonríe y veo sus dientes, es hipnótica su imagen, mi corazón se sobresalta y siento un calor extraño, recorrerme, es un hombre atractivo y me sonríe mucho, no sé si quiere agradarme, seducirme, burlarse de mí o qué.
—Lo primero que quiero que sepas es que firmé unos documentos del banco que estaban pendiente por autorización, puedes contratar personal, cambiar de casa, lo que quieras.
—Gracias, no pienso tomar mucho. Solo pagar algunas cosas, a los empleados que estaban aquí.
Sacude la mano frente a mí.
—No me tienes que dar explicaciones. Reconsidera recontratarlos ¿Qué dices?
—No lo sé. Es que…
—Nada. Piénsalo y ya.
Se levanta y camina por la sala. Me pongo nerviosa, no puedo terminar de relajarme en su presencia.
—Mi hermana quiere que te quedes en la calle, tampoco me parece justo, me ocuparé de que Joaquín y tú tengan lo que necesiten.
—No hace falta.
—Tenías planes con mi hermano, y se han truncado, yo te ayudaré.
Su sonrisa y tono me dan escalofríos.
—No quiero peleas familiares por mí.
—No, a mi hermana también le gustaría que yo me quedara en la calle, descuida.
—Lamento oírlo.
Bufa y se ríe.
—Salgamos de aquí, tengo años sin pisar caracas, vamos. A Joaquín debe sentarle el aire fresco de la ciudad.
Me quedo mirando hacia los lados, confundida, pero parece que él va en serio, paso saliva, me levanto y veo a mi hijo en la mesa del comedor, es cierto, ha estado encerrado desde que Mauricio murió.
—Vamos, ¿qué esperas? ¿Por qué lo piensas tanto?
—No, no sé…
Mira mis pies, me pongo tensa, quizás ha notado que no sé caminar muy bien en tacones. Aspiro aire con fuerza.
—Ponte algo cómodo, subiremos El Ávila.
—No estoy acostumbrada a subir montañas, Joaquín menos.
—Par de flojos, ya los pondré en forma, subiremos en teleférico. Apuesto que a tu hijo le encantará.
—Sí, quiero, quiero —grita Joaquín desde el pasillo.
Mi hijo se abraza a mi cintura, alza su cabecita para suplicar.
—Mami, por favor.
—Está bien, iremos.
—Siiiii, gracias mami.
No puedo negarle eso, lo he tenido viviendo como un preso, sin ver a nadie, sin salir. No confío mucho en Sergio, pero espero que no nos haga daño, no parece querer dañarnos.
—Iré a cambiarme los zapatos y cambiar a Joaquín.
Sergio sonríe y asiente.
—Los espero.
Pienso que debo estar un poco loca, aunque sea el hermano de Mauricio, apenas lo conocimos ayer, justifico en mi cabeza que parece bueno aun cuando yo misma he dudado. La hemos pasado mal estos meses, merecemos un poco de aire fresco, estaba entumecida y echada sin verlo, sin atreverme a salir por miedo a Lucrecia.
«Parece que con él deberemos estar seguros».
Me calzo zapatos deportivos y le coloco al niño un conjunto deportivo azul, va a juego conmigo, no deja de brincar y correr a mí alrededor, le coloco una gorra y salimos.
—¿Listos?
—Sí.
—¡Vamos!
Joaquín salta emocionado al ver que se subirá a la Hummer, hay dos, subimos a la primera en la parte de atrás con él. Me siento nerviosa y asfixiada. Sonrío nerviosa.
Durante todo el camino conversan sobre películas de superhéroes, hacía mucho que no había visto a mi bebé así de emocionado y sonriente, me doy cuenta de que ha sido mi culpa. Sergio cruza miradas conmigo, y vuelve a conversar con el niño.
Llegamos al pie de teleférico, me sorprende la cantidad de guardias de seguridad que tiene, bajan todos a la vez y nos escoltan hasta donde vamos a tomar el transporte para subir. Noto que no hay nadie.
—No renté todo, no habría diversión para el niño, pero si me ocupé de que estuviera menos despejado cuando subiéramos nosotros. Vamos.
Toma de la mano a Joaquín y nos subimos al teleférico. Mi corazón se acelera, nunca me había subido a uno. Aprieto tan fuerte la mano de mi hijo que se queja, Sergio se ríe, se coloca a nuestro lado, la ciudad se ve enorme y hermosa a medida que subimos.
Por fin arriba admiro todo embelesada, es hermoso el lugar con su vegetación y vista a la ciudad, hace frio por lo que me abrazo a mí misma. Sergio se quita su chaqueta y me la ofrece.
—No, tranquilo.
—Agárrala, yo vivo en Berlín, créeme esto es un día caluroso allá.
Le sonrío y la acepto, es encantador. Sin su chaqueta queda al descubierto su fuerte anatomía que puedo notar aún debajo de su camiseta. Lleva pantalones deportivos. El olor que queda impregnado en la chaqueta es riquísimo, hace que sienta mariposas en el estómago, debe ser un perfume muy caro.
—¿Vives en Berlín entonces?
—Sí, desde hace muchos años ya.
—¿No habías vuelto desde entonces?
—No.
—¿Por qué no?
Se encoge de hombros. Me mira a los ojos y sonríe de medio lado, sonrío por instinto, es muy guapo.
—Supongo que puse excusas, conocerlos a ustedes que fueron tan importante para mi hermano, me movió.
—¿No lo habías visto más?
—Me visitó algunas veces en Alemania, coincidimos otras en Estados Unidos y en otros países de Europa, pero no aquí.
—¿Lo extrañabas?
—Sí, mucho, ahora, pues lo extrañaré para siempre —responde con semblante triste. Mira hacia la ciudad enorme debajo de nosotros.
Joaquín atienda a las explicaciones de los guías. Los guardias de Sergio no se le separan.
—Lo siento mucho.
Bufa y me vuelve a sonreír.
—Estaré mucho tiempo por aquí para llevarme gratos recuerdos. Sabes, en Alemania vivo solo, sin mujer, hijos, así que, lo más probable es que me hunda un poco en la nostalgia.
—Debes tener amigos.
—Sí, pero no sabes cómo es Berlín, como es mi trabajo.
—¿A qué te dedicas?
—Soy arquitecto. Paso muchas horas en mi estudio porque, bueno, ya sabes, no tengo a nadie en casa.
—Entiendo. Debe ser difícil.
—Lo será más ahora.
Desvía la mirada y contempla la ciudad con una expresión muy seria en su rostro. Trago saliva y suspiro profundamente, perdió a su hermano; por primera vez desde la muerte de Mauricio salí de mi burbuja y vi mi alrededor, él estaba solo, dolido por la muerte de su hermano, y yo solo pensaba en mis miedos y peleas con Lucrecia.
Me sentí mal por juzgarlo rápido, por no pensar en el dolor de los demás. Él solo quería recordar a su hermano. Palmeé su mano y le sonreí.
—Puedes contar conmigo, aunque sea para hablar.
Me sonrío de vuelta.
—Gracias. Eres muy linda persona.
Le sonreí, mi cuerpo tembló un poco, había algo sobre aceptar halagos de hombres que me ponía nerviosa, siempre pensaba que se propasarían, pero él era amable, sobre todo con mi hijo, estaba sufriendo, era sincero. Además, es tan atractivo y refinado que dudo que se fije en mí.
—¡Vamos! Comamos algo —propongo.
—¡Vamos!
Podía ser el inicio de una buena amistad, o simplemente un cierre de ciclo para los dos. Lo acepto.
La tengo donde la quiero, sabía que el enano me ayudaría a llegar a ella de forma inocente, como quien no quiere. Aquí la tengo sonriéndome más, relajada, seguro pensó cuando llegué que le quitaría lo que bien planeó quedarse, pero ahora que sabe que solo estoy dolido por la muerte de mi hermano, se relaja, ahora le dejaré saber que también puede sacarme más a mí.Comemos en silencio en medio de miradas furtivas que provoco, le lanzo una mirada intensa mientras come, cuando me mira desvío la vista hacia la ciudad, ella se pone roja y baja la cabeza, tan ensayada. Debe estar acostumbrada a engañar a los hombres con su pose de chica virginal cuando ya trae un niño debajo del brazo que ni se sabe de quién es.—Mi estudio es muy exitoso. La verdad es que no vivo de la fortuna de mi familia. No me meto en los asuntos de la compañía, pero eso no impide que Lucrecia me quiera fuera.Ella pone mal semblante cada vez la que nombro. Sonríe forzada y afirma sin mirarme.—Es una mujer muy dura.—U
Una semana después.Tengo en mis manos los papeles del instituto tecnológico donde Sergio dice que puedo estudiar. Me hace ilusión, nunca antes me pude ver como estudiante de algo, mis oportunidades estuvieron siempre en la última lista de cosas por conseguir. Me parece una locura, pero no puedo negar que estoy emocionada.—¿Qué es eso, mami?—Papeles de mami, creo que estudiaré de nuevo.—¿Cómo los niños?—No, como los grandes.—¿Me vas a dejar solo?—No, Carmen regresará está semana. Debió dejar su otro empleo para regresar con nosotros.—Sii, mami, sí, yo quiero a Carmen, es mi favorita.—¿Favorita de qué? —inquiero con suspicacia.Se ríe con picardía.—Como una abuelaaaa.—Ummm, ay, muchachito.—Señora, el joven Sergio acaba de llegar —anuncia Matilde, otra de las chicas que Sergio hizo que regresara.Me preocupa el sobresalto y la alegría que siento al oír que llegó. No es que me guste, pero es amable y dulce con nosotros, ha sido un ángel, Ignacio lo adora. Pasan horas jugando, y
Me miro al espejo, cabello perfecto, perfume puesto; me dirijo a vestirme y miro dentro del vestidor en el que camino libremente en bóxer, es muy amplio: camisa negra, chaqueta negra, pantalón negro, lo usaré sin corbata, y dejaré dos botones de la camisa abiertos arriba, todo de Óscar de la renta, decido que eso luciré para mi cuñada viuda.Los zapatos son igual de impecables, todo lo que llevo puesto cuesta más que lo que costó la casa donde ella creció, de pronto se sienta en los muebles de cuero de la casa de mi hermano, mi hermano que ahora está muerto.Debo controlar la irá, la rabia, sentarme con ella a comer y sonreírle, seducirla, no veo la hora de humillarla, dejarle saber que conozco todo su plan y que no le compro su carita de mosca muerta. Me imagino como sedujo a mi hermano, pretendió quedarse con todo, por alguna razón él le estorbó.Salgo de la casa, ya está oscureciendo, ha llovido y los grillos hacen su ruido característico, extrañaba ese sonido de Caracas, de casa: g
Cierro la puerta y me quedo congelada contra ella, repaso mis labios con los dedos, hacía mucho que no sentía lo que sentí con su beso, sus labios sobre los míos, desde que el padre de Joaquín me besó por primera vez, éramos adolescentes, fue un romance juvenil, hermoso, sentía mariposas; la emoción de verlo cada vez, y un temblor en el cuerpo que he vuelto a sentir en los brazos de Sergio.Es una locura, no puedo permitírmelo, es el hermano de Mauricio, mi hijo está por medio, no puedo pensar en esas cosas, ¿enamorarme? Es una locura. Soy madre, me debo a mi hijo, es todo a lo que debo aferrarme.Subo y voy a su cuarto, está dormido aferrado a su almohada. Beso su frente, ver su carita, me calienta el corazón, el alma y me da sosiego, él es mi plan, mi objetivo y mi futuro, nada más.Me meto a la cama y repaso cada conversación con Sergio, suspiro pensando que sí, es muy tentador salir con un hombre como él, guapo, elegante, inteligente, encantador, amable y dulce, el hombre perfecto,
La mirada que me lanza Aurelio es de reproche, me será fácil acostumbrarme a esa mirada. Lucrecia aplaude y sonríe con cinismo.—Me encanta como se hizo la dura y llamo a Aurelio primero, y tú, hermanito, eres todo un actor.—Está hecho, se quería hacer la difícil, pero no tengo tiempo de jugar a eso, puedo ser paciente, con ella no me da la gana —explico.—Te la quieres llevar a la cama, es todo, eres un barbarito —comenta Lucrecia y pone cara de asco.Me levanto del sofá y miro a mi hermana a los ojos.—Tendrás que hacerle la vida imposible, no dejes que salga de un juzgado, llénala de demandas, y quejas.—¿Qué crees que hacía cuando apareciste? Esa mujer no puede entrar a la junta directiva de la compañía, o el vago con el que se case en un futuro. Es más, Sergio, tú deberías casarte con ella, aseguraríamos el patrimonio.—Te adelantas, si tengo que hacerlo, lo hago.—Debo irme, Sergio —interrumpe Aurelio.Lo miro con desconfianza. Lo sigo hasta la salida, me fijo en que Lucrecia no
Termino de empacar las cosas de Joaquín, las chicas me ayudan a bajar las maletas.—Lamento esto, quedarán sin empleo de nuevo —me lamento con ellas.—No se preocupe —responde Carmen—, cuídese, cuide al niño y ojalá que todos estos problemas pasen rápido.—También lo deseo.Voy al comedor donde veo que mi hijo aún no ha tocado la comida, acaricio su cabello y lo beso en la frente.—Mi amor, ¿no te gusta la comida?—¿Por qué tenemos que irnos? No quiero irme.—Mi vida, esta casa es muy grande para los dos. Estaremos bien, lo prometo. Sergio nos prestó su casa mientras buscamos una ¿Qué te parece?Sonríe.—¿La casa de Sergio?—Sí, genial ¿Cierto?Afirma sonriente. Tocan una bocina, es el señor Aurelio, ha llegado por nosotros. Salimos con las maletas, los hombres que vienen con él nos ayudan.—¿Cómo están? —pregunta con expresión serio.—Bien, Joaquín no quería dejar la casa, cuando le expliqué que iríamos a casa de Sergio, lo aceptó mejor.—Le cae bien Sergio, ¿No?—Sí. Dice que es su a
Dos meses después.Me echo a la cama, agotado después de un día largo. Por fin se ha inaugurado el restaurante en el que mi estudio trabajaba, se tomó más de lo esperado, pero ha valido la pena. No puedo descuidar mi trabajo por mi venganza personal, además todo ha ido sobre ruedas.Aurelio instaló a Amelia y a Joaquín en una casa que dispuse para ellos, hablo con ella a diario, Joaquín sigue sus lecciones de alemán, yo me ocupo financieramente de ellos, y tengo suficientemente endulzada a Amelia. Regresaré mañana a Venezuela, a llevar a cabo la segunda parte de mi plan. Me voy quedando dormido, cierro los ojos y dejo que el sueño venza.Me despierto con la alarma. Hoy es el día que regreso por ella, me levanto de la cama y entro al baño, tras una ducha y asear mis dientes, me visto de una vez y recojo mi maleta, debo ir al aeropuerto. Estoy agotado por el trabajo duro de las últimas semanas, espero, además, poder relajarme.Hago una parada en un restaurante cercano, como huevos revuel
Debo estar loca, no puedo creer nada de lo que está pasando, pero mi corazón está hinchado, estoy feliz y no puedo ocultármelo, él es hermoso, atento, dulce, pícaro, sensual, todas las cosas a la vez, nunca soñé con estar con alguien como él, la forma como toca mi cuerpo hace que vibre como no sabía que podía.Nunca habría aceptado a nadie así, pero no puedo resistirme a él, a su boca, a la forma como me mira, a como me toca, a como se ocupa de mí y de mi hijo. Como me motiva a ser mejor. Volví a estudiar y fue por él, de no haber sido por él, tampoco tendría paz, ni un techo sobre la cabeza ahora mismo.—¿De qué te ríes? —pregunta.—Nunca me imaginé con un hombre como tú, siempre pensé que alguien como tú sería presumido, preponte, tonto, prejuicioso.Se echa a reír.—¿Todas esas cosas buenas pensabas de mí?—Sí, lo siento, una no sabe cómo es la gente detrás de sus mansiones y sus camionetas blindadas, y tú además —digo y me callo, él alza mi mentón y me mira a los ojos.—¿Yo qué?—A