Capítulo 7: Sergio

La tengo donde la quiero, sabía que el enano me ayudaría a llegar a ella de forma inocente, como quien no quiere. Aquí la tengo sonriéndome más, relajada, seguro pensó cuando llegué que le quitaría lo que bien planeó quedarse, pero ahora que sabe que solo estoy dolido por la muerte de mi hermano, se relaja, ahora le dejaré saber que también puede sacarme más a mí.

Comemos en silencio en medio de miradas furtivas que provoco, le lanzo una mirada intensa mientras come, cuando me mira desvío la vista hacia la ciudad, ella se pone roja y baja la cabeza, tan ensayada. Debe estar acostumbrada a engañar a los hombres con su pose de chica virginal cuando ya trae un niño debajo del brazo que ni se sabe de quién es.

—Mi estudio es muy exitoso. La verdad es que no vivo de la fortuna de mi familia. No me meto en los asuntos de la compañía, pero eso no impide que Lucrecia me quiera fuera.

Ella pone mal semblante cada vez la que nombro. Sonríe forzada y afirma sin mirarme.

—Es una mujer muy dura.

—Una perra cruel —digo.

—¡Por favor! El lenguaje —dice señalando al enano.

—¡Oh! Lo siento, perdóname.

El niño ríe sin levantar la cara.

—Sí, nos ha hecho la vida difícil, por así decirlo.

—Entiendo. Ya no tienes que preocuparte por ella. Yo me ocuparé, te lo dije, ustedes estarán bien.

—Gracias.

Viéndola bien de cerca, con la cabeza más fría y habiendo pensado ya mis planes, debo admitir que es hermosa, tiene un rostro hermoso y es llamativa, está buena, y no creo que esté sola, debo descubrir con quien sale, con quien se ve, quien es el vago con el que anda y que quizás esté detrás de todo. Al dejarla en su casa lo primero que haré será ponerle vigilancia.

Aspiro y suelto el aire para relajarme, mis pensamientos me avasallan, quiero gritarle a la cara que es una m*****a asesina, pero, en cambio, debo sonreírle, ser amable, ser lindo. Decido que después de todo, quizás intente la de seductor de una noche, si cae, adelantaré camino. Esto de salidas, comidas, me aburre.

Termínanos la comida y recorremos el resto del parque nacional, el niño es el que más se divierte, parece que lo tenía encerrado.

—¿Y, tú estás sola?

—Sí, bueno, con Joaquín. Somos nosotros dos.

—¿Amigos?

—No, los dejé en Guanare.

—Guanare, ya, ¿qué hacías allá?

—Estudiaba administración, pero cuando quedé embarazada, pues detuve todo.

—¿El padre del niño?

—Murió.

—Lo siento. ¿Cómo?

Desvía la mirada, sorbe por la nariz y mira al enano.

—Prefiero no hablar de eso.

—Está bien. Es tiempo de volver a la ciudad.

Regresamos a la ciudad, el enano se durmió sobre sus piernas y ella lo lleva abrazado a ella. Lo mira y acaricia con devoción. No lleva las uñas hechas, pero si limpias y en forma. Tiene el cabello demasiado liso, no podría saber si se lo hace, su cutis es lozano, quizás se haga tratamientos. Me cuesta ver que sea una mujer de esas a las que nada le importa, pero la idea me dura medio segundo, recuerdo que así fue como atrapó al tonto de mi hermano.

Me cuenta sobre que quería ser enferma antes, que quiere el mejor futuro para su hijo y que si está decidida a vender la casa de Mauricio, bingo, en medio de una conversación casual, ya me suelta que quiere los tres millones y medio de dólares que cuesta la casa.

—Claro, cuenta conmigo para eso. Y aún eres muy joven, puedes estudiar para ser enfermera, es más, prepara tus papeles hoy, mañana mismo te inscribimos y a Joaquín le pondremos niñera, pero ya.

—No, como crees. No —ríe nerviosa.

—Sí, es más, llamarás a Carmen, siempre trabajó para Mauricio. Ahora puedes pagarles.

Se ve dudosa, necesito ver su reacción, me parece que se deshizo de todos los empleados porque eso le convenía, necesito que estén todos aquí, Carmen me ayudará a vigilarla.

—No sé, tengo que pensarlo.

—Pues piénsalo. Me ilusiona que dediques tus horas a eso y no a llorar a mi hermano por los rincones.

Sé que ella no lo llora, se le nota. Lo confirma su lenguaje corporal cuando desvía la mirada y se toca el cabello mientras mira hacia el piso.

—Eres muy considerado, Sergio, no tienes que hacer esto por nosotros.

—Lo hago porque siento que es lo que mi hermano habría querido.

Se acerca a mí y me abraza, quedo estupefacto, no esperaba contacto físico tan pronto, ella comienza a llorar sobre mi pecho, la rodeo por la cintura con mis manos, me doy cuenta de lo inapropiado que es eso y las subo y la sostengo por la espalda. Su olor es sensual y mezclado con mi perfume impregnado en ella por mi chaqueta, solo pone imágenes salvajes en mi mente.

Se separa, se limpia la cara y niega.

—Lo siento.

Yo también lo sentí, sus pechos contra los míos. Lo que lleva debajo de la ropa sí que promete. La miro paciente esperando a ver qué explicación me dará por su espectáculo.

—Tranquila, te dije que contabas conmigo, incluso para esto.

—Nadie se había ocupado de nosotros, de mí. Se siente bien, pero sospecho que no puedo acostumbrarme, han sido meses de persecución y odio, se siente bien que alguien quiere ayudarme en lugar de hundirme. Rodolfo se equivocó.

—¿En qué?

—Me dijo que el dinero no tiene familia ni amigos, que me esperaba un calvario si no me deshacía de tu hermana ahora.

«Rodolfo, cómo no lo pensé antes».

—Son muy cercanos ustedes.

—Nos llevamos bien. Ahora está en Estados unidos, dijo que volvería pronto, pero no ha vuelto, así que no cuento con nadie.

—Gran amigo, te dejó sola.

—No es su obligación, como no es la tuya.

—Mauricio era mi hermano, es diferente. Yo no te dejaré.

—Gracias.

La abrazo para despedirme, aprovecho de ser ese amigo tocón sin intención, recorro con mis manos su espalda y la miro a los ojos.

—Todo va a estar bien —aseguro—, despídeme del enano.

Ella me sonríe.

Me enciende el olor que desprende su cabello cuando lo mueve. Debe ser una loba en la cama, eso lo comprobaré después. Ahora debo hacer más papeleo para evitar que se quede con todo lo que era de mi hermano.

Al subirme en la Hummer llamo a quien la mantendrá vigilada, aseguro la información y llamo a Aurelio.

—Dime, amo.

—No te portes así conmigo —digo.

—¿Qué quieres?

—Ayúdame a buscarle una escuela de enfermería a la actriz esta, Amelia.

—Por Dios. ¿Qué vas a hacer?

—Ayudarla, no necesitaría el dinero, pero dice que quiere ser enfermera, pues la pondré a estudiar para cumplir sus sueños, a ver si es tan cierto.

—Lo haré, no me queda de otra. —Cuelga resignado.

Busco el teléfono de Rodolfo. Le marco. Atiende tras el primer repique, lo que me causa suspicacia. Habla con ella.

—Sergio. ¿Ya en Venezuela?

—Sí, conocí a la viuda de mi hermano, vengo de verla a ella y al niño —comento.

—Ah, sí —titubea—, buena chica.

—¿Sí, lo es?

—Claro. Sí, bueno. ¿Para qué me llamas?

—Se me hace buena gente, quería ayudarla, me dices entonces que si es de confiar.

—Por supuesto, me parece genial que la ayudes, necesita ayuda, mucha, tu hermana le quiere hacer la vida gris.

—Eso no pasará. La ayudaré.

—Me alegra.

Al terminar la llamada con Rodolfo me queda claro, que o estaba involucrado o sospecha. Debo investigarlo mejor a los dos.

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