Joaquín ha tenido otra pesadilla, me acuesto a su lado en su pequeña cama. Beso su frente y espero a que se duerma. Me abraza tan fuerte que me parte el alma. Es mi tesoro más grande. Lo veo con sus ojitos marrón claro, su piel blanca y su cabello castaño y recuerdo a su padre. Los ojos se me llenan de lágrimas, no puedo creer su suerte.
Al padre de mi hijo lo mataron cuando yo tenía cuatro meses de embarazo, y al hombre que lo iba a adoptar lo mataron a unos pocos días de firmar los papeles. El destino de mi pobre hijo es no tener padre.
Al menos, no pasamos necesidades ya. Desde que Mauricio llegó a nuestras vidas, nos acostamos con la barriga llena, puedo darle atención médica a mi hijo y tenemos un techo sobre nuestras cabezas. Un techo que pronto no podré mantener, tendremos que mudarnos a un sitio más pequeño.
Suena un relámpago que ilumina la habitación, él ya ha cerrado los ojos, sin embargo, se sobresalta. Lo abrazo más a mí y lo beso en la frente. La lluvia no ha cesado, me da mal cuerpo como si anunciara un mal presagio. Desde la muerte de Mauricio, todo han sido malas noticias. Cierro los ojos y decido no pensar en cosas malas.
El sueño me vence y dejo que sea así, mientras escucho de fondo la lluvia golpear contra las ventanas, necesito dormir, descansar y junto a mi bebé lo puedo hacer en paz.
Siento un beso húmedo en la mejilla, abro los ojos y veo a mi Joaquín sonriéndome con picardía.
—Mami. Párate. Tengo hambre.
Lo beso en la mejilla. Se abraza a mi cuello.
—Ya me levanto mi vida, me quedé dormida junto a ti. —Acaricio su cabello y él me sonríe con ternura.
Lo llevo al baño, hago que se asee y luego lo hago yo. Me cambio y bajo con él para prepararle algo de comer. Mientras él se distrae con piezas armables en el piso de la cocina, yo le hago una arepa que le preparé con queso y mantequilla. Saco la avena fría, le agrego leche y dejo que se ponga a temperatura ambiente. Me preparo un café y otra arepa para mí.
—¿Qué vamos a comer, mami?
—Arepita.
Arruga la cara.
—Quiero panqueques con dulce…
—No. Claro que no.
Se me arruga el corazón, Mauricio lo acostumbró a desayunar eso. Se convirtió en su desayuno favorito, desde que Mauricio no está, no he podido preparárselos sin romper en llanto. Paso saliva y le sonrío.
—Mañana te daré cereal para el desayuno, hoy: arepa.
Se b**e con una mueca de desagrado y sigue jugando en el piso de la cocina. Apago las hornillas y le sirvo su comida. Lo siento en su pequeña mesa y aunque se quejó, como tiene hambre se devora todo incluso chapándose sus deditos. Miro a nuestro alrededor y debo reconocer que hemos sido afortunados a pesar de las circunstancias, no podría darle nada a mi hijo, de haber sido por Mauricio.
Tocan el timbre, lo cual es extraño. Camino hacia la puerta y me asomo por el ojo mágico: Es don Aurelio. Suspiro y me llevo una mano al corazón que se me acelera como loco, la familia de Mauricio no quiere saber nada de mí, siempre han utilizado a don Aurelio como mensajero.
Abro y le pongo mi mejor sonrisa.
—Buenos días, don Aurelio, pase. ¿Gusta un café? —pregunto.
Él me sonríe de vuelta.
—Quiero presentarte a alguien —dice con solemnidad. Hace un gesto con la cabeza y se asoma una persona.
Jadeo de asombro y me llevo las manos hasta la boca cubriéndolas. Siento como las lágrimas se me acumulan en los ojos y el nudo de mi garganta se hace más grande. Paso saliva. Repaso la figura del hombre frente a mí: es Mauricio.
—Mauricio —musito.
Él enarca una ceja, su mirada es desafiante, me mira de arriba abajo, de pronto recuerdo que llevo una bata rosada enorme y pantuflas, no me he peinado y tengo las manos llenas de comida que Joaquín regó.
—Sergio, soy Sergio, hermano de Mauricio —dice con voz firme y grave. Pestañeo varias veces. «Su hermano».
—¿Podemos pasar? —pregunta don Aurelio, me he quedado colgada en la imagen del hombre frente a mí, alto, de piel trigueña, cabello liso, ojos verdes, cejas pobladas y labios gruesos. Es idéntico a Mauricio.
—Sí, pasen, claro.
Hago espacio al abrir más la puerta, don Aurelio me sonríe amable mientras se ubica en un sofá, en cambio, el hombre que es tan alto como lo era Mauricio, y con su misma complexión física examina el lugar sin disimulo, de hecho de forma grosera.
—¿Café o agua?
—Estamos bien —sentencia el hombre sin mirarme. Sigue mirando la sala con interés.
—¿Y Joaquín? —pregunta don Aurelio con tono amable.
—Comiendo en la cocina —titubeo.
—Ahora lo saludo. Sergio, quería conocerlos.
—¡Oh! Ya veo. ¿Eran gemelos? —pregunto intrigada, me preocupa como reaccione Joaquín al verlo.
—No —responde el hombre, se sienta frente a mí en el sofá junto a don Aurelio—, soy un año y medio mayor. Nos parecíamos mucho sí. La gente siempre lo decía.
Incluso el corte de cabello, corto sobre las orejas largo arriba, cabello castaño oscuro que lleva engominado en un peinado moderno. Noto las diferencias, este hombre lleva un tatuaje en el cuello que llega hasta su pecho, puedo verlo porque trae una camisa blanca de maga larga abierta adelante hasta el segundo botón. Trae pantalones y zapatos de vestir.
—Sergio vive desde hace muchos años entre Alemania y Francia, se fue hace unos siete años, ya ¿cierto? —explica el anciano.
—Hola —dice Joaquín desde el pasillo, es por lo general tímido, pero le agrada don Aurelio.
—Pequeño —lo saluda, se levanta del sofá y se acerca a él en el pasillo que viene de la cocina.
—¿Y tus hijos? ¿No los trajiste para jugar?
Don Aurelio se carcajea.
—Son mis nietos, y no, no me acompañan hoy, te prometo que los juntaré pronto.
Miro a mi hijo, aterrada de que mire al hombre frente a mí. Alza sus ojitos marrón con curiosidad hacia la sala, abre mucho los ojos, suelta el peluche que sostiene en su mano y corre hacia el hombre que se queda con los ojos muy abiertos ante la reacción de mi hijo que, se lanza sobre él y se cuelga de su cuello. El hombre lo sostiene con torpeza.
—No moriste… mi mamá dijo que no te vería más, si es mentirosa —chilla. Llora profusamente.
Don Aurelio corre hacia ellos y los separa antes de que yo pueda reaccionar.
—No, Joaquín, él no es Mauricio. Es su hermano, sé que se parecen mucho —le explica con paciencia.
Mi hijo se limpia las lágrimas y los mira confundido.
—¿No es mi papá Mauricio?
—No, es su hermano.
—¿Es mi tío?
—Sí, algo así —le explica don Aurelio.
Me limpio las lágrimas, tomo a mi hijo por un brazo y lo siento junto a mí en el sofá. Miro a los hombres que han venido a revolvernos los sentimientos, como retándolos.
—Bien, aquí estamos, ¿qué quieren?
El hombre se queda con la mirada fija sobre mis ojos, sonríe. Mira a Joaquín, le sonríe con más amplitud.
—Mi hermano parece que te adoraba, Joaquín, puedes contarme que hacían juntos, puedes contar conmigo, no soy él, pero te apuesto a que soy mejor en los videojuegos.
Aunque Joaquín se ve confundido, sonríe.
—No, no jugamos videojuegos, eso vuelve loco a los niños, jugábamos a la pelota —responde. El hombre se echa a reír y aplaude.
—Bien, porque soy una estrella con la pelota.
—¿Chiquita o grande?
—De todo, soy un deportista estrella.
Joaquín me ve, se cubre la boca y ríe. Se baja del sofá, se acerca al hombre y le ofrece su puño para chocarlo, el hombre lo hace y Joaquín estalla en risas. Me extraña ver a mi hijo así, él es muy tímido, le toma tiempo adaptarse a las personas. «Es porque se parece a Mauricio», pienso.
Parece que es una simple visita amable, pero no sé por qué se me ha instalado un nudo en el pecho.
La mujer no me parece nada del otro mundo. Apocada, rellena y sin gracia. Su hijo me ha sorprendido. Parece que quería a Mauricio, o lo manipularon para eso. Viven en una casa lujosa, pero sin personal, me pregunto por qué. Ella huele a mantequilla y las manos las tiene llenas de grasa.Es una chica demasiado simple, con el rostro redondo, el cabello de un negro intenso, su piel demasiado blanca, no estaría mal para una noche, pero se ve que no es más que una vulgar cazafortunas.Le sonrío con interés, ella se ve incómoda. Me concentro en el niño, es más fácil así, agarraré a la madre por el vástago. El niño me mira fijamente, parece conmocionado por mi parecido con Mauricio, debí pensarlo mejor antes de aparecerme así en su casa.—Siento lo de Mauricio —dice ella con una débil voz sin atreverse a mirarme.—Igual yo. ¿Cómo se conocieron? —pregunto.Ella aspira aire y sonríe nerviosa, se toca la cara, el cabello, es una mentirosa manipuladora. Tendré que dejarla creer que me creo su pos
Lo veo caminar con su aire de dominio, es muy guapo e imponente, lo sabe y camina como si fuera el dueño del mundo.—Mami, ¿ese señor es hermano de Mauricio?—Sí, mi amor.—¿Y puede ser mi papá? Mauricio iba a ser mi papá.Se me parte el alma. Mi niño quiere un padre. Soy madre soltera, esa es una realidad que él debe aceptar, no hoy, ni mañana, algún día. No puedo aceptar a ningún otro hombre en mi vida, lo hice con Mauricio, y murió, ahora estamos solos de nuevo, yo puedo aceptarlo, aunque fue difícil, pero ver a mi bebé pasar por eso fue devastador.—Vamos, entra. Debo lavarte las manos.Paso hacia el baño con Joaquín y veo el teléfono descolgado. Mantengo mi celular apagado, los abogados como buitres ofrecen su servicio para que termine de quedarme con todo lo de Mauricio, ahora que ha regresado su hermano, menos quiero hacerlo.Lucrecia es cruel, incluso se ha metido con mi hijo, he entendido las amenazas en su tono de voz. Yo no quiero saber nada de ese dinero. Solo quiero estar
La mujer termina de darme el masaje y sé que no quiero levantarme, me espera una dura batalla contra la ambiciosa de Lucrecia, sonrío con los ojos cerrados complacido de saber que tenía la razón, esa cazafortunas está desesperada por ayuda.—¿De qué te ríes? —pregunta Aurelio.—Me llamó, me llamó y me pidió que habláramos, no sé qué le dijiste, pero funcionó.Chasquea la lengua y suspira con pesadez.—No debí, me siento un asqueroso por hacerlo, pero tienes razón, si no me mantengo a tu lado, igual lo harás y será peor, esa chica, te lo digo, no tuvo nada que ver con lo que le pasó a tu hermano, ella ha sido víctima de la situación.—Claro, sí. Cualquier chica, despreciaría una fortuna de setenta millones de dólares, solo porque es muy humilde.Me levanto por fin y me coloco una toalla alrededor de la cintura y me sirvo un whiskey, lo saboreo pensando que será más fácil de lo que pensé, podré con ella, podré con Lucrecia.—Ella no sabe de números, no sabe que es esa cantidad, no quiere
Estoy nerviosa, aunque acepté con miedo, también estoy desesperada, necesito salir de este laberinto familiar y si ese hombre puede ayudarme, al menos lo intentaré, andaré con cuidado por si es lo contrario. Me mantendré con los ojos muy abiertos.Sirvo la merienda de Joaquín y espero a que sea la hora en la que me cité con él. Lo veo comerse sus galletas tarareando unas canciones, inocente de todo lo que pasa a su alrededor, pienso también que todas las decisiones que tome, lo afectarán, debo elegir bien, por su futuro.Cuando se acerca la hora, escucho varios autos, acercarse a la propiedad, me levanto para asomarme por la ventana, es él, se baja de una Hummer negra, viene con más gente, pero estos se quedan en el auto, deben ser sus guardias.Es imponente, alto y bien vestido, aunque viene informal, es guapo, mucho las facciones de su cara parecen talladas a mano. Abro, antes de que toque a la puerta, se sonríe al verme desde la distancia, con los labios cerrados y una mueca que me
La tengo donde la quiero, sabía que el enano me ayudaría a llegar a ella de forma inocente, como quien no quiere. Aquí la tengo sonriéndome más, relajada, seguro pensó cuando llegué que le quitaría lo que bien planeó quedarse, pero ahora que sabe que solo estoy dolido por la muerte de mi hermano, se relaja, ahora le dejaré saber que también puede sacarme más a mí.Comemos en silencio en medio de miradas furtivas que provoco, le lanzo una mirada intensa mientras come, cuando me mira desvío la vista hacia la ciudad, ella se pone roja y baja la cabeza, tan ensayada. Debe estar acostumbrada a engañar a los hombres con su pose de chica virginal cuando ya trae un niño debajo del brazo que ni se sabe de quién es.—Mi estudio es muy exitoso. La verdad es que no vivo de la fortuna de mi familia. No me meto en los asuntos de la compañía, pero eso no impide que Lucrecia me quiera fuera.Ella pone mal semblante cada vez la que nombro. Sonríe forzada y afirma sin mirarme.—Es una mujer muy dura.—U
Una semana después.Tengo en mis manos los papeles del instituto tecnológico donde Sergio dice que puedo estudiar. Me hace ilusión, nunca antes me pude ver como estudiante de algo, mis oportunidades estuvieron siempre en la última lista de cosas por conseguir. Me parece una locura, pero no puedo negar que estoy emocionada.—¿Qué es eso, mami?—Papeles de mami, creo que estudiaré de nuevo.—¿Cómo los niños?—No, como los grandes.—¿Me vas a dejar solo?—No, Carmen regresará está semana. Debió dejar su otro empleo para regresar con nosotros.—Sii, mami, sí, yo quiero a Carmen, es mi favorita.—¿Favorita de qué? —inquiero con suspicacia.Se ríe con picardía.—Como una abuelaaaa.—Ummm, ay, muchachito.—Señora, el joven Sergio acaba de llegar —anuncia Matilde, otra de las chicas que Sergio hizo que regresara.Me preocupa el sobresalto y la alegría que siento al oír que llegó. No es que me guste, pero es amable y dulce con nosotros, ha sido un ángel, Ignacio lo adora. Pasan horas jugando, y
Me miro al espejo, cabello perfecto, perfume puesto; me dirijo a vestirme y miro dentro del vestidor en el que camino libremente en bóxer, es muy amplio: camisa negra, chaqueta negra, pantalón negro, lo usaré sin corbata, y dejaré dos botones de la camisa abiertos arriba, todo de Óscar de la renta, decido que eso luciré para mi cuñada viuda.Los zapatos son igual de impecables, todo lo que llevo puesto cuesta más que lo que costó la casa donde ella creció, de pronto se sienta en los muebles de cuero de la casa de mi hermano, mi hermano que ahora está muerto.Debo controlar la irá, la rabia, sentarme con ella a comer y sonreírle, seducirla, no veo la hora de humillarla, dejarle saber que conozco todo su plan y que no le compro su carita de mosca muerta. Me imagino como sedujo a mi hermano, pretendió quedarse con todo, por alguna razón él le estorbó.Salgo de la casa, ya está oscureciendo, ha llovido y los grillos hacen su ruido característico, extrañaba ese sonido de Caracas, de casa: g
Cierro la puerta y me quedo congelada contra ella, repaso mis labios con los dedos, hacía mucho que no sentía lo que sentí con su beso, sus labios sobre los míos, desde que el padre de Joaquín me besó por primera vez, éramos adolescentes, fue un romance juvenil, hermoso, sentía mariposas; la emoción de verlo cada vez, y un temblor en el cuerpo que he vuelto a sentir en los brazos de Sergio.Es una locura, no puedo permitírmelo, es el hermano de Mauricio, mi hijo está por medio, no puedo pensar en esas cosas, ¿enamorarme? Es una locura. Soy madre, me debo a mi hijo, es todo a lo que debo aferrarme.Subo y voy a su cuarto, está dormido aferrado a su almohada. Beso su frente, ver su carita, me calienta el corazón, el alma y me da sosiego, él es mi plan, mi objetivo y mi futuro, nada más.Me meto a la cama y repaso cada conversación con Sergio, suspiro pensando que sí, es muy tentador salir con un hombre como él, guapo, elegante, inteligente, encantador, amable y dulce, el hombre perfecto,