Emily Coleman Hace un mes que vivía con Omar, y a pesar de la felicidad que él me brindaba, no podía evitar sentirme mal por mentirle a mi padre. Sabía que él nunca lo entendería; su visión del mundo era completamente diferente. La verdad es que casi no tenía amigos. Desde el escándalo que provocó Omar, Martín no me hablaba. Solo hablaba con una compañera de la empresa, pero nuestras interacciones eran superficiales y carentes de la cercanía que solía tener con mis amigos. Las conversaciones con mi papá eran esporádicas y llenas de tensión. Siempre trataba de mantener una fachada normal, pero en el fondo, sabía que la situación era insostenible. La ausencia de Livia y Elena en mi vida me hacía sentir libre. Mi tía Perla, que siempre había sido un apoyo incondicional, me invitaba a su casa con frecuencia, pero me daba mucha vergüenza ver a tío Brandon a la cara después de todo lo que había pasado. A veces, mientras observaba a Omar dormir a mi lado, me preguntaba si realmente hab
Estaba saliendo de la iglesia, con el corazón roto y la mente nublada, cuando sentí que alguien me agarraba del brazo. Me giré y vi que era mi padre, Andrés. Su expresión era seria, aunque sus ojos reflejaban preocupación. —Vi que Livia salió detrás de ti —dijo él, sin rodeos—. ¿Ella te hizo llorar? Traté de tragar el nudo en mi garganta y apartar la mirada, incapaz de sostener sus ojos. —Me quiero ir, papá —le dije, con la voz apenas un susurro. Él frunció el ceño, claramente molesto. —Emily, tu lugar es aquí, en la boda de tu hermana —respondió firmemente, sin dejar lugar a discusión. Sentí cómo la rabia y la tristeza volvían a mezclarse en mi interior. Mi padre, como siempre, no entendía lo que realmente estaba pasando. O tal vez simplemente no le importaba. —Nadie me quiere aquí —le respondí, tratando de soltarme de su agarre, pero él no me dejó ir. —Claro que sí —dijo, con una calma forzada—. Elena quiere verte, y Omar me aseguró que él personalmente te había envi
Al ver a Omar, sentí el nudo en mi garganta apretarse más. No podía dejar que ellos me vieran así. Rápidamente limpié mis lágrimas con las manos, intentando recomponerme. Entonces, Elena, con esa sonrisa cínica que tanto detestaba, se acercó a mí, extendiendo los brazos como si nada hubiera pasado. —Hermanita, estás llorando de la emoción... —dijo, su tono lleno de falsedad mientras me abrazaba. Su cercanía me revolvía el estómago, pero me quedé inmóvil. Apenas podía soportar la ironía de sus palabras. Sabía que ella disfrutaba mi sufrimiento, sabía que lo hacía a propósito. Sin embargo, no podía permitirme el lujo de perder el control. —No es nada... —murmuré, separándome de su abrazo—. Solo polvo en los ojos. La sonrisa de Elena se ensanchó, como si supiera perfectamente que estaba mintiendo, pero no le importaba en lo más mínimo. Sentí una oleada de náuseas que subió rápidamente, y antes de poder detenerlo, vomité justo sobre el elegante vestido blanco de Elena. El sonido
Omar Del Valle. Me hartaba de todos los invitados; por suerte, se marcharon después del escándalo. También los padres de Elena se fueron molestos, pero ella insistió en quedarse. En este momento, estoy en mi habitación y no deja de gritarme. —¿Cómo pudiste humillarme de este modo? ¿Y con ella? ¿Cómo pudiste hacerlo, Omar? —sus palabras son un torbellino de indignación. —No exageres, se me parte la cabeza. No es nada que tú no hagas —respondo, tratando de calmarme, aunque la irritación comienza a burbujear en mi interior. —¡Yo jamás te he faltado! —ella replica, su voz temblando de rabia. —No mientas, Elena. Sé que te acuestas con tu chófer, y me da igual —le digo, lanzando la verdad como un dardo afilado—. O fingirás que eres virgen. Ella se queda en silencio por un momento, y puedo ver cómo su rostro se enrojece de la rabia. La tensión entre nosotros es palpable, como si estuviéramos a punto de explotar en una tormenta. —Me largo, Elena. Quédate aquí si se te antoja —le
Hace más de cuatro meses que me he alejado de todo y de todos. Incluso cambié mi número para no verlos nunca más. Me mudé a un cuarto para vivir sola y trabajo de mesera. Me inscribí en una universidad pública para terminar mis estudios.Ahora, en este momento, me encuentro frente a ella: mi madre biológica. Está internada en un manicomio, su cabello dorado y sus ojos tono avellana.Por supuesto, no sabe quién soy yo. La observo mientras juega con sus muñecas, un momento que me llena de nostalgia y tristeza.—Tendrás un bebé —dice, acariciando mi vientre, aunque no hay nada ahí.—Sí, tendré un bebé, y cuando nazca, lo traeré para que lo conozcas —le respondo con una sonrisa, tratando de contener las emociones que amenazan con desbordarse.Ella sonríe, completamente absorta en el juego, y por un instante, me pregunto si hay una parte de ella que todavía me reconoce, que siente una conexión . Pero la mirada vacía en sus ojos me recuerda que su mente ha sido despojada de los recuerdos, de
Me encontraba trabajando en el pequeño restaurante, sirviendo las mesas. No me pagaban mucho, pero era suficiente para cubrir la renta y los análisis necesarios para el bebé. A pesar de lo modesto del lugar, me gustaba la atmósfera y el ritmo del trabajo. Sin embargo, me cansaba muchísimo, compaginando la jornada laboral con mis estudios y las visitas casi diarias a mi mamá. Cada día era un desafío. Me levantaba temprano para asistir a clases, luego me dirigía al restaurante, y después, en los pocos momentos libres que tenía, corría a la clínica para ver a mi madre. La rutina me dejaba exhausta, pero la idea de que todo lo que hacía era por el bebé me daba fuerzas. A pesar de que solo tenía cuatro meses de embarazo, mi estómago se sentía desproporcionadamente grande, como si estuviera de seis o ocho. La gente a menudo me miraba con curiosidad, y aunque sabía que era normal, no podía evitar sentirme un poco insegura. Mientras servía mesas, me esforzaba por mantener una sonrisa en el
Omar Del Valle Estoy completamente enojado. Desde que Emily se marchó, siento que la rabia me invade; nadie puede calmarme. No soporto mi vida, ni mi trabajo, ni a Elena. No soporto a nadie.El dolor de cabeza es intenso, una consecuencia inevitable de haber bebido demasiado la noche anterior. Me paso una mano por el rostro, intentando despejarme, pero no hay forma de escapar de esta tormenta de emociones. En ese momento, suena el timbre de la puerta de mi departamento.—¡Omar, ábreme! —grita mi madre, Esmeralda, desde el otro lado.Respiro hondo y me arrastro hasta la puerta, abriéndola con un movimiento brusco. La encuentro de pie, con una expresión de preocupación en su rostro.—¿Qué pasa, mamá? —pregunto, tratando de mantener la irritación fuera de mi voz, pero no puedo evitar que se escape un poco de desdén.—Necesitamos hablar —dice ella, empujando suavemente la puerta para entrar. Me sigue hasta el salón, donde me deja caer en el sofá y se sienta frente a mí—. He visto a Emily
Estaba en mi casa, sentada en la pequeña mesa de la cocina cuando el rugido de mi estómago me sacó de mi concentración. Abrí la heladera esperando encontrar algo para comer, pero como de costumbre, estaba prácticamente vacía. Suspiré, intentando no pensar demasiado en la falta de comida.De repente, escuché golpes en la puerta. Me quedé quieta un momento, sin saber qué hacer. ¿Quién podría ser? Caminé lentamente hacia la puerta, y cuando la abrí, me quedé de piedra. Frente a mí estaba la señora Esmeralda, la madre de Omar, con una sonrisa suave en el rostro y las manos llenas de bolsas con regalos de bebés.—Hola, Emily —dijo con una voz amable—. He traído algunas cosas para el bebé.Me quedé en shock por unos segundos, sin saber cómo reaccionar. No esperaba verla, mucho menos con regalos.—Señora Esmeralda, no... no hacía falta... —intenté responder, pero ella entró sin esperar invitación, dejando las bolsas sobre la mesa.—Claro que hacía falta, querida. Un bebé necesita muchas cosa