Me encontraba trabajando en el pequeño restaurante, sirviendo las mesas. No me pagaban mucho, pero era suficiente para cubrir la renta y los análisis necesarios para el bebé. A pesar de lo modesto del lugar, me gustaba la atmósfera y el ritmo del trabajo. Sin embargo, me cansaba muchísimo, compaginando la jornada laboral con mis estudios y las visitas casi diarias a mi mamá. Cada día era un desafío. Me levantaba temprano para asistir a clases, luego me dirigía al restaurante, y después, en los pocos momentos libres que tenía, corría a la clínica para ver a mi madre. La rutina me dejaba exhausta, pero la idea de que todo lo que hacía era por el bebé me daba fuerzas. A pesar de que solo tenía cuatro meses de embarazo, mi estómago se sentía desproporcionadamente grande, como si estuviera de seis o ocho. La gente a menudo me miraba con curiosidad, y aunque sabía que era normal, no podía evitar sentirme un poco insegura. Mientras servía mesas, me esforzaba por mantener una sonrisa en el
Omar Del Valle Estoy completamente enojado. Desde que Emily se marchó, siento que la rabia me invade; nadie puede calmarme. No soporto mi vida, ni mi trabajo, ni a Elena. No soporto a nadie.El dolor de cabeza es intenso, una consecuencia inevitable de haber bebido demasiado la noche anterior. Me paso una mano por el rostro, intentando despejarme, pero no hay forma de escapar de esta tormenta de emociones. En ese momento, suena el timbre de la puerta de mi departamento.—¡Omar, ábreme! —grita mi madre, Esmeralda, desde el otro lado.Respiro hondo y me arrastro hasta la puerta, abriéndola con un movimiento brusco. La encuentro de pie, con una expresión de preocupación en su rostro.—¿Qué pasa, mamá? —pregunto, tratando de mantener la irritación fuera de mi voz, pero no puedo evitar que se escape un poco de desdén.—Necesitamos hablar —dice ella, empujando suavemente la puerta para entrar. Me sigue hasta el salón, donde me deja caer en el sofá y se sienta frente a mí—. He visto a Emily
Estaba en mi casa, sentada en la pequeña mesa de la cocina cuando el rugido de mi estómago me sacó de mi concentración. Abrí la heladera esperando encontrar algo para comer, pero como de costumbre, estaba prácticamente vacía. Suspiré, intentando no pensar demasiado en la falta de comida.De repente, escuché golpes en la puerta. Me quedé quieta un momento, sin saber qué hacer. ¿Quién podría ser? Caminé lentamente hacia la puerta, y cuando la abrí, me quedé de piedra. Frente a mí estaba la señora Esmeralda, la madre de Omar, con una sonrisa suave en el rostro y las manos llenas de bolsas con regalos de bebés.—Hola, Emily —dijo con una voz amable—. He traído algunas cosas para el bebé.Me quedé en shock por unos segundos, sin saber cómo reaccionar. No esperaba verla, mucho menos con regalos.—Señora Esmeralda, no... no hacía falta... —intenté responder, pero ella entró sin esperar invitación, dejando las bolsas sobre la mesa.—Claro que hacía falta, querida. Un bebé necesita muchas cosa
Pasaron rápidamente mis horas de trabajo, y cuando finalmente miré el reloj, me sorprendí al darme cuenta de que el doctor Lucian aún estaba allí. Había estado en el restaurante todo el día, disfrutando de un café y conversando con el personal. Su presencia era un alivio en medio de mi agotamiento. Cuando salí del restaurante, sentí una mezcla de alivio y nerviosismo. La última parte del día había sido pesada, y todo lo que quería era ver a mi mamá y compartir un momento con ella. Justo cuando estaba a punto de alejarme, Lucian se acercó a mí con una sonrisa amistosa. —¡Hola de nuevo! —dijo, ajustándose la chaqueta—. ¿Lista para ver a tu mamá? —Sí, estoy lista —respondí, sintiéndome un poco aliviada de que él se ofreciera a llevarme a la clínica. Me hacía sentir un poco más cómoda que si tuviera que ir sola. —¿Te gustaría que te llevara en mi coche? —preguntó, señalando hacia su vehículo que estaba estacionado cerca—. No está lejos, pero siempre es mejor llegar rápido. —Oh,
Estaba completamente enojada. ¿Cómo se atrevía a decir que yo lo engañaba? Era él quien me había dejado, quien me había usado y lastimado todo lo que quiso. Omar arruinó lo que teníamos, y no iba a permitir que me culpabilizara por sus propios fracasos. —¡Eres una basura, Emily! —me gritó, tambaleándose levemente. Era evidente que estaba ebrio, y eso solo me indignaba más. —No te atrevas a insultarla —gritó Lucian, plantándose entre nosotros como un escudo. Su protección me dio un poco de valor, pero el enojo de Omar seguía siendo abrumador. —¿Y tú quién te crees? —respondió Omar, su mirada centelleando con furia—. ¿Un caballero? ¿Crees que puedes venir aquí y robarla de mí? —No estoy robando a nadie —replicó Lucian, manteniendo la calma en su voz—. Emily tiene el derecho de elegir con quién quiere estar. Omar soltó una risa amarga, acercándose peligrosamente a Lucian, con la rabia emanando de cada poro de su cuerpo. —Escucha, idiota —dijo, señalándolo con un dedo tembloro
Omar Del Valle Cuando desperté, un dolor sordo palpitaba en mi cabeza y en mis puños. Apenas abrí los ojos, la primera sensación que me invadió fue la rabia, esa misma furia que me consumía desde que Emily se fue. Me giré y vi a mi madre sentada a mi lado, mirándome con una mezcla de preocupación y decepción. —¿Qué pasa? —pregunté con la voz ronca, todavía aturdido por la resaca. La noche anterior estaba borrosa en mi memoria, pero sentía que había hecho algo grave. Mi madre suspiró, sacudiendo la cabeza. —Omar, atacaste a un médico ayer —dijo en tono serio, sin quitarme los ojos de encima. Su voz llevaba ese matiz que usaba cuando estaba cansada de mis acciones, pero aún dispuesta a ayudarme—. Gracias a las influencias de tu abuelo, no estás en prisión ahora mismo. Mis músculos se tensaron al escuchar esas palabras. Atacar a un médico. Las imágenes comenzaron a filtrarse lentamente en mi mente: Emily, ese maldito tipo Lucian, los golpes, y mi furia descontrolada. —¡Maldi
Estaba más tranquila desde que interpuse la orden de restricción contra Omar. No lo hice solo por mí, sino por mi hijo. Sabía que era capaz de cualquier cosa, y sus amenazas de venganza me asustaban, pero ahora, al menos, había una barrera entre nosotros. Me encontraba en mi pequeño departamento, ordenando las pocas cosas que tenía. Era solo un cuarto, con un baño propio y una pequeña cocina, así que no me llevaba mucho tiempo. De repente, el timbre sonó, interrumpiendo mis pensamientos. Caminé hacia la puerta, sin saber quién podía ser a estas horas, y cuando abrí, me quedé helada. Era Omar. No se veía ebrio como la última vez, no estaba descontrolado ni lleno de rabia. Parecía... tranquilo. Pero eso no me engañaba. Él siempre había sabido cómo mostrarse de una manera y ser otra persona completamente distinta por dentro. Bajó la mirada hacia mi vientre, y antes de que pudiera reaccionar, sentí su mano deslizándose suavemente sobre él. Como si lo hubiera estado esperando, el beb
Estaba a punto de salir para el trabajo cuando noté una figura familiar en la puerta. Era mi padre, Andrés. No dijo nada al principio, solo me abrazó con fuerza y dejó un beso en mi frente. Sentí un nudo en la garganta; su presencia me hizo recordar cuánto necesitaba apoyo en este momento, aunque no lo hubiera admitido antes. —Papá... —susurré, tratando de mantenerme firme—. ¿Tú qué haces aquí? Se apartó un poco, mirándome con preocupación en los ojos. —Cariño —dijo suavemente—, debiste hablar conmigo, debiste decirme que estás embarazada. Sentí cómo me temblaban las manos. Su tono no era de reproche, sino de tristeza y preocupación. Bajé la mirada, sintiendo la culpa apretar mi pecho. —No quería preocuparlos... —respondí en voz baja—. Todo ha sido tan complicado, papá. No sabía cómo decírtelo. Él suspiró, pasando una mano por su cabello grisáceo. —Siempre debes hablar conmigo, Emily. Soy tu padre. No importa lo que pase, estoy aquí para ti. Papá me miraba con una mezc