Al ver a Omar, sentí el nudo en mi garganta apretarse más. No podía dejar que ellos me vieran así. Rápidamente limpié mis lágrimas con las manos, intentando recomponerme. Entonces, Elena, con esa sonrisa cínica que tanto detestaba, se acercó a mí, extendiendo los brazos como si nada hubiera pasado. —Hermanita, estás llorando de la emoción... —dijo, su tono lleno de falsedad mientras me abrazaba. Su cercanía me revolvía el estómago, pero me quedé inmóvil. Apenas podía soportar la ironía de sus palabras. Sabía que ella disfrutaba mi sufrimiento, sabía que lo hacía a propósito. Sin embargo, no podía permitirme el lujo de perder el control. —No es nada... —murmuré, separándome de su abrazo—. Solo polvo en los ojos. La sonrisa de Elena se ensanchó, como si supiera perfectamente que estaba mintiendo, pero no le importaba en lo más mínimo. Sentí una oleada de náuseas que subió rápidamente, y antes de poder detenerlo, vomité justo sobre el elegante vestido blanco de Elena. El sonido
Omar Del Valle. Me hartaba de todos los invitados; por suerte, se marcharon después del escándalo. También los padres de Elena se fueron molestos, pero ella insistió en quedarse. En este momento, estoy en mi habitación y no deja de gritarme. —¿Cómo pudiste humillarme de este modo? ¿Y con ella? ¿Cómo pudiste hacerlo, Omar? —sus palabras son un torbellino de indignación. —No exageres, se me parte la cabeza. No es nada que tú no hagas —respondo, tratando de calmarme, aunque la irritación comienza a burbujear en mi interior. —¡Yo jamás te he faltado! —ella replica, su voz temblando de rabia. —No mientas, Elena. Sé que te acuestas con tu chófer, y me da igual —le digo, lanzando la verdad como un dardo afilado—. O fingirás que eres virgen. Ella se queda en silencio por un momento, y puedo ver cómo su rostro se enrojece de la rabia. La tensión entre nosotros es palpable, como si estuviéramos a punto de explotar en una tormenta. —Me largo, Elena. Quédate aquí si se te antoja —le
Hace más de cuatro meses que me he alejado de todo y de todos. Incluso cambié mi número para no verlos nunca más. Me mudé a un cuarto para vivir sola y trabajo de mesera. Me inscribí en una universidad pública para terminar mis estudios.Ahora, en este momento, me encuentro frente a ella: mi madre biológica. Está internada en un manicomio, su cabello dorado y sus ojos tono avellana.Por supuesto, no sabe quién soy yo. La observo mientras juega con sus muñecas, un momento que me llena de nostalgia y tristeza.—Tendrás un bebé —dice, acariciando mi vientre, aunque no hay nada ahí.—Sí, tendré un bebé, y cuando nazca, lo traeré para que lo conozcas —le respondo con una sonrisa, tratando de contener las emociones que amenazan con desbordarse.Ella sonríe, completamente absorta en el juego, y por un instante, me pregunto si hay una parte de ella que todavía me reconoce, que siente una conexión . Pero la mirada vacía en sus ojos me recuerda que su mente ha sido despojada de los recuerdos, de
Me encontraba trabajando en el pequeño restaurante, sirviendo las mesas. No me pagaban mucho, pero era suficiente para cubrir la renta y los análisis necesarios para el bebé. A pesar de lo modesto del lugar, me gustaba la atmósfera y el ritmo del trabajo. Sin embargo, me cansaba muchísimo, compaginando la jornada laboral con mis estudios y las visitas casi diarias a mi mamá. Cada día era un desafío. Me levantaba temprano para asistir a clases, luego me dirigía al restaurante, y después, en los pocos momentos libres que tenía, corría a la clínica para ver a mi madre. La rutina me dejaba exhausta, pero la idea de que todo lo que hacía era por el bebé me daba fuerzas. A pesar de que solo tenía cuatro meses de embarazo, mi estómago se sentía desproporcionadamente grande, como si estuviera de seis o ocho. La gente a menudo me miraba con curiosidad, y aunque sabía que era normal, no podía evitar sentirme un poco insegura. Mientras servía mesas, me esforzaba por mantener una sonrisa en el
Omar Del Valle Estoy completamente enojado. Desde que Emily se marchó, siento que la rabia me invade; nadie puede calmarme. No soporto mi vida, ni mi trabajo, ni a Elena. No soporto a nadie.El dolor de cabeza es intenso, una consecuencia inevitable de haber bebido demasiado la noche anterior. Me paso una mano por el rostro, intentando despejarme, pero no hay forma de escapar de esta tormenta de emociones. En ese momento, suena el timbre de la puerta de mi departamento.—¡Omar, ábreme! —grita mi madre, Esmeralda, desde el otro lado.Respiro hondo y me arrastro hasta la puerta, abriéndola con un movimiento brusco. La encuentro de pie, con una expresión de preocupación en su rostro.—¿Qué pasa, mamá? —pregunto, tratando de mantener la irritación fuera de mi voz, pero no puedo evitar que se escape un poco de desdén.—Necesitamos hablar —dice ella, empujando suavemente la puerta para entrar. Me sigue hasta el salón, donde me deja caer en el sofá y se sienta frente a mí—. He visto a Emily
Estaba en mi casa, sentada en la pequeña mesa de la cocina cuando el rugido de mi estómago me sacó de mi concentración. Abrí la heladera esperando encontrar algo para comer, pero como de costumbre, estaba prácticamente vacía. Suspiré, intentando no pensar demasiado en la falta de comida.De repente, escuché golpes en la puerta. Me quedé quieta un momento, sin saber qué hacer. ¿Quién podría ser? Caminé lentamente hacia la puerta, y cuando la abrí, me quedé de piedra. Frente a mí estaba la señora Esmeralda, la madre de Omar, con una sonrisa suave en el rostro y las manos llenas de bolsas con regalos de bebés.—Hola, Emily —dijo con una voz amable—. He traído algunas cosas para el bebé.Me quedé en shock por unos segundos, sin saber cómo reaccionar. No esperaba verla, mucho menos con regalos.—Señora Esmeralda, no... no hacía falta... —intenté responder, pero ella entró sin esperar invitación, dejando las bolsas sobre la mesa.—Claro que hacía falta, querida. Un bebé necesita muchas cosa
Pasaron rápidamente mis horas de trabajo, y cuando finalmente miré el reloj, me sorprendí al darme cuenta de que el doctor Lucian aún estaba allí. Había estado en el restaurante todo el día, disfrutando de un café y conversando con el personal. Su presencia era un alivio en medio de mi agotamiento. Cuando salí del restaurante, sentí una mezcla de alivio y nerviosismo. La última parte del día había sido pesada, y todo lo que quería era ver a mi mamá y compartir un momento con ella. Justo cuando estaba a punto de alejarme, Lucian se acercó a mí con una sonrisa amistosa. —¡Hola de nuevo! —dijo, ajustándose la chaqueta—. ¿Lista para ver a tu mamá? —Sí, estoy lista —respondí, sintiéndome un poco aliviada de que él se ofreciera a llevarme a la clínica. Me hacía sentir un poco más cómoda que si tuviera que ir sola. —¿Te gustaría que te llevara en mi coche? —preguntó, señalando hacia su vehículo que estaba estacionado cerca—. No está lejos, pero siempre es mejor llegar rápido. —Oh,
Estaba completamente enojada. ¿Cómo se atrevía a decir que yo lo engañaba? Era él quien me había dejado, quien me había usado y lastimado todo lo que quiso. Omar arruinó lo que teníamos, y no iba a permitir que me culpabilizara por sus propios fracasos. —¡Eres una basura, Emily! —me gritó, tambaleándose levemente. Era evidente que estaba ebrio, y eso solo me indignaba más. —No te atrevas a insultarla —gritó Lucian, plantándose entre nosotros como un escudo. Su protección me dio un poco de valor, pero el enojo de Omar seguía siendo abrumador. —¿Y tú quién te crees? —respondió Omar, su mirada centelleando con furia—. ¿Un caballero? ¿Crees que puedes venir aquí y robarla de mí? —No estoy robando a nadie —replicó Lucian, manteniendo la calma en su voz—. Emily tiene el derecho de elegir con quién quiere estar. Omar soltó una risa amarga, acercándose peligrosamente a Lucian, con la rabia emanando de cada poro de su cuerpo. —Escucha, idiota —dijo, señalándolo con un dedo tembloro