Está mal

Cuando el coche se detuvo frente al departamento de Omar, mi corazón latía con fuerza, pero no por el motivo que él creía. Estaba furiosa, agotada de sus manipulaciones, de la forma en que creía que podía controlarme como si fuera su propiedad. Sentí el peso de su mirada mientras me quedaba sentada, sin intención de moverme.

—Baja del coche —me ordenó, su voz llena de una autoridad que me hacía hervir por dentro.

Me negué, apretando los puños. Mi mente estaba en caos, pero una cosa estaba clara: no podía seguir soportando esto.

—No, Omar. Esto no está bien —respondí, mi voz más firme de lo que me sentía—. No puedes seguir con este juego. No soy tuya y jamás lo seré.

Lo vi rodear el coche y abrir la puerta de mi lado. Su figura me intimidaba, pero me negaba a mostrarlo. Su mirada era oscura, como si estuviera conteniendo una tormenta de emociones.

—Claro que lo eres —sus palabras salieron como un veneno suave, su mano alcanzando la mía para tirar de mí—. Vas a entenderlo tarde o tempra
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