Roxanne MeyersLas horas pasaban y Salvatore no regresaba, y una creciente angustia me invadía. Me abracé a mí misma, mirando hacia el camino con la esperanza de verlo aparecer en cualquier momento. Gloríe se acercó y me ofreció una taza de café.—Señorita Roxanne, está haciendo frío; beber algo caliente le ayudará.—Gracias, Gloríe. ¿Te tomas un café conmigo? —le pregunté mientras aceptaba la taza. Ella asintió.—Sí. ¿Está preocupada por el señor Salvatore?—Sí, un poco. No me gusta estar lejos de él —respondí, sintiendo cómo el calor me subía al rostro—. Solo quiero que regrese ya.Gloríe, quien siempre había sido indiferente conmigo, se quitó el chal que cubría sus hombros y lo colocó sobre los míos.—No se preocupe, señorita. Él siempre vuelve, se lo digo yo, que llevo años esperándolo —dijo Gloríe con una sonrisa un tanto sarcástica. Le respondí con otra sonrisa, confiando en sus palabras, pues nadie lo conocía mejor que ella.Bebí un sorbo de café y suspiré, cuando de repente es
Salvatore no dejó de abrazarme ni un solo momento. Ese calor nuevo y extraño que irradiaba de él me reconfortaba tanto que terminé quedándome dormida en sus brazos durante el trayecto en helicóptero. No sé cuánto tiempo pasé dormida, pero comencé a despertar al sentir sus grandes manos acariciando suavemente mis mejillas.Me enderecé lentamente, aún recostada en su hombro, y al intentar moverme, solté un pequeño quejido de dolor por la incomodidad. De pronto, el ruido del helicóptero me indica que estamos aterrizando. Las vistas que se abrían frente a mí eran fascinantes: una extensión de hierba frondosa, árboles y una piscina detrás de una gran mansión que me hizo estremecer.Miré a Salvatore, y aunque su rostro mostraba señales de cansancio, aún le quedaban fuerzas para dedicarme una preciosa sonrisa.—Hemos llegado, Roxanne.Suspiré mientras me enderezaba del todo. Apenas el helicóptero tocó tierra, Salvatore fue el primero en bajar, y con una amabilidad inesperada, me tendió la ma
Salvatore Gianluca Sentir cómo mi tan anhelado tesoro se movía en su vientre fue mi punto de quiebre. Todo rastro de aquel hombre rudo y cerrado, el que se negaba a amar por miedo a lo que consideraba una maldición, se desmoronó en ese instante. Si las cosas habían fallado con la loca de Antonella en el pasado, no podía rechazar esta nueva oportunidad. A decir verdad, Roxanne me estaba volviendo loco.Cuando llegué a la mansión de Lorenzo y vi el desespero de Gloríe por lo que mi supuesto amigo estaba a punto de hacer, algo profundo se agitó en mi interior: una necesidad áspera de protegerla y de acabar con cualquiera que se interpusiera en nuestro camino. ¡Maldito traidor! Solo esperaba mi ausencia para traicionarme, y no sentí ni un ápice de remordimiento al destruir sus tierras. Y de paso, acabar con él.Nos sentamos a cenar, y por fin, después de tantos días, Roxanne parecía relajada. Aunque el agotamiento se notaba en sus ojos, en las sombras profundas de ojeras que los rodeaban
Salvatore GianlucaUn trueno ensordecedor me despertó de madrugada, sobresaltándome. Moví el brazo dormido con brusquedad, y la cabeza de Roxanne cayó a mi lado. Se removió un poco, gruñendo por el movimiento abrupto.Me incorporé, aún agitado por las pesadillas, y miré el reloj: eran cerca de las seis de la mañana, ya era hora de levantarse. Ese día marcaba el plazo de los tres días que Antonella me había dado para encontrarnos, y sabía que, como siempre, traería alguna de sus malditas maniobras para hacerme sentir temor, sobre todo después de haber bloqueado sus accesos principales en el norte.Me vestí rápidamente, y en ese momento sentí la mano de Roxanne tomando la mía antes de que pudiera salir.—Te levantaste muy temprano, hace frío y está lloviendo. Quédate un rato más a mi lado. —gruño entredormida.Acaricié su mano con ternura y me incliné para besarla en la mejilla.—Duerme, siempre me despierto a esta hora o incluso antes.Ella se acurrucó de nuevo entre las sábanas, y yo
Escuché dos golpes en la puerta que nos sacaron abruptamente de nuestro intenso romance. Rodé los ojos. ¿Acaso no podía tener un solo minuto de paz con ella?—Espérame, Roxanne, voy a ver quién es. —Me levanté de su lado y abrí la puerta. Kane estaba pálido, negando con la cabeza.—Señor, acaban de atacar los barcos. Venía uno con los hombres destinados para la misión y… —Kane hizo un gesto de desagrado, como si fuera a vomitar.—¿Qué? ¡Habla, Kane! ¿Qué te pasa? —le grité, apretando los puños, exigiendo respuestas.—Esa mujer mandó una advertencia. Pero lo mejor es que lo vea usted mismo.—¿Cómo que mandó una advertencia? ¿A qué carajos te refieres? —Sentí cómo el aire se volvía denso. No podía ser que hubieran descubierto tan rápido mi mansión.—Pues señor, uno de los hombres llamó a Zane, y mi hermano fue por él durante la noche. Lo recogió, y el hombre... señor, es el líder de la parte marítima, Santiago Bincha.—¿Y qué noticias nos trae nuestro querido amigo Santiago? —Lo miré a
Caminé sereno por las calles de Ville. Todo estaba como lo recordaba: las calles tranquilas, las antiguas casas conservadas como si las hubieran remodelado recientemente, y ese resplandor del atardecer que teñía el cielo de un naranja intenso. Zane y Kane iban a mi lado, atentos, vigilando que nada ni nadie representara una amenaza. No tenía idea de por qué demonios había accedido a encontrarme con esa mujer, pero necesitaba saber qué caos pasaba por su mente y hasta dónde estaba dispuesta a llegar en esta guerra. Entré en la cafetería, seguido de Zane y Kane, siempre a mi flanco. Aunque no había venido solo con ellos, los códigos de los mafiosos dictan que se respeta la palabra dada. Y por lo que vi al llegar, ella también lo estaba cumpliendo. Suspiré. Ahí estaba, en la misma mesa de siempre. Llevaba un sombrero grande que cubría toda su cabeza y un vestido señorial en tonos pastel, algo completamente fuera de su estilo habitual. En las mesas a ambos lados, uno de sus hombres vi
En la cafetería, los pocos asistentes comenzaron a salir corriendo en desbandada, dejando un vacío opresivo que amplificaba la tensión. Antonella y yo nos mirábamos como dos cazadores al acecho, midiendo cada movimiento, cada respiro, mientras nuestros ojos no dejaban de amenazarse. —¿Vas a matarme aquí, Salvatore? —preguntó con los labios temblorosos, aunque intentaba mantener la compostura. Sin responder, llevé mi mano al cinturón y saqué mi arma frente a sus ojos. —¡Sí! —dije con firmeza, apuntándole directamente a la cabeza. En un movimiento igual de rápido, Antonella sacó su arma y la apuntó hacia la mía. Ahora ambos teníamos nuestras armas cargadas y listas, encañonándonos mutuamente. Noté cómo sus manos temblaban, mientras las mías permanecían firmes, entrenadas para momentos como este. Zane y Kane no se quedaron atrás: ambos apuntaban a los hombres de Antonella, que a su vez tenían las manos en sus armas. Podía sentir cómo la tensión crecía, sofocante, como una soga apret
Roxanne MeyersColgué la llamada con Salvatore y sentí cómo algo se encogía en mi pecho. Entendía que prefiriera estar con su hombre, pero yo también era importante, sobre todo ahora, en mi estado. Miles de dudas me asaltaban, pero una destacaba sobre las demás: ¿le haré falta a alguien? ¿Habrá alguien que se pregunte por mí, que me extrañe, aunque sea un poco? Había una persona con quien podía hablar, alguien en quien confiaba completamente: mi mejor amiga, Renne. Me sabía su número de memoria. Salvatore me había advertido que no hiciera nada estúpido, pero ahí estaba yo, marcando su número desde el teléfono. Era tarde, pero necesitaba saber cómo estaban las cosas sin mí. Hablar con alguien diferente, de mi entorno.—¿Hola? —contestó con voz adormilada. Dudé un instante en continuar, pero al final hablé. —Hola, Renne. Soy yo, Roxanne. —¡Roxanne! Oh, por favor, ¿dónde estás, amiga? —su voz, emocionada, rompió la calma de la noche. Habían pasado días, pero nuestra amistad seguía si