Escuché dos golpes en la puerta que nos sacaron abruptamente de nuestro intenso romance. Rodé los ojos. ¿Acaso no podía tener un solo minuto de paz con ella?—Espérame, Roxanne, voy a ver quién es. —Me levanté de su lado y abrí la puerta. Kane estaba pálido, negando con la cabeza.—Señor, acaban de atacar los barcos. Venía uno con los hombres destinados para la misión y… —Kane hizo un gesto de desagrado, como si fuera a vomitar.—¿Qué? ¡Habla, Kane! ¿Qué te pasa? —le grité, apretando los puños, exigiendo respuestas.—Esa mujer mandó una advertencia. Pero lo mejor es que lo vea usted mismo.—¿Cómo que mandó una advertencia? ¿A qué carajos te refieres? —Sentí cómo el aire se volvía denso. No podía ser que hubieran descubierto tan rápido mi mansión.—Pues señor, uno de los hombres llamó a Zane, y mi hermano fue por él durante la noche. Lo recogió, y el hombre... señor, es el líder de la parte marítima, Santiago Bincha.—¿Y qué noticias nos trae nuestro querido amigo Santiago? —Lo miré a
Caminé sereno por las calles de Ville. Todo estaba como lo recordaba: las calles tranquilas, las antiguas casas conservadas como si las hubieran remodelado recientemente, y ese resplandor del atardecer que teñía el cielo de un naranja intenso. Zane y Kane iban a mi lado, atentos, vigilando que nada ni nadie representara una amenaza. No tenía idea de por qué demonios había accedido a encontrarme con esa mujer, pero necesitaba saber qué caos pasaba por su mente y hasta dónde estaba dispuesta a llegar en esta guerra. Entré en la cafetería, seguido de Zane y Kane, siempre a mi flanco. Aunque no había venido solo con ellos, los códigos de los mafiosos dictan que se respeta la palabra dada. Y por lo que vi al llegar, ella también lo estaba cumpliendo. Suspiré. Ahí estaba, en la misma mesa de siempre. Llevaba un sombrero grande que cubría toda su cabeza y un vestido señorial en tonos pastel, algo completamente fuera de su estilo habitual. En las mesas a ambos lados, uno de sus hombres vi
En la cafetería, los pocos asistentes comenzaron a salir corriendo en desbandada, dejando un vacío opresivo que amplificaba la tensión. Antonella y yo nos mirábamos como dos cazadores al acecho, midiendo cada movimiento, cada respiro, mientras nuestros ojos no dejaban de amenazarse. —¿Vas a matarme aquí, Salvatore? —preguntó con los labios temblorosos, aunque intentaba mantener la compostura. Sin responder, llevé mi mano al cinturón y saqué mi arma frente a sus ojos. —¡Sí! —dije con firmeza, apuntándole directamente a la cabeza. En un movimiento igual de rápido, Antonella sacó su arma y la apuntó hacia la mía. Ahora ambos teníamos nuestras armas cargadas y listas, encañonándonos mutuamente. Noté cómo sus manos temblaban, mientras las mías permanecían firmes, entrenadas para momentos como este. Zane y Kane no se quedaron atrás: ambos apuntaban a los hombres de Antonella, que a su vez tenían las manos en sus armas. Podía sentir cómo la tensión crecía, sofocante, como una soga apret
Roxanne MeyersColgué la llamada con Salvatore y sentí cómo algo se encogía en mi pecho. Entendía que prefiriera estar con su hombre, pero yo también era importante, sobre todo ahora, en mi estado. Miles de dudas me asaltaban, pero una destacaba sobre las demás: ¿le haré falta a alguien? ¿Habrá alguien que se pregunte por mí, que me extrañe, aunque sea un poco? Había una persona con quien podía hablar, alguien en quien confiaba completamente: mi mejor amiga, Renne. Me sabía su número de memoria. Salvatore me había advertido que no hiciera nada estúpido, pero ahí estaba yo, marcando su número desde el teléfono. Era tarde, pero necesitaba saber cómo estaban las cosas sin mí. Hablar con alguien diferente, de mi entorno.—¿Hola? —contestó con voz adormilada. Dudé un instante en continuar, pero al final hablé. —Hola, Renne. Soy yo, Roxanne. —¡Roxanne! Oh, por favor, ¿dónde estás, amiga? —su voz, emocionada, rompió la calma de la noche. Habían pasado días, pero nuestra amistad seguía si
Salvatore Gianluca.Desperté de golpe, mi corazón latía desbocado, como si hubiera saltado fuera de mi pecho. Había estado soñando, una pesadilla, y no soportaba ver a Roxanne sufrir, ni siquiera en sueños. Respiré hondo, intentando calmarme, y al mirar mi reloj, me di cuenta de que habían pasado tres horas. Suficientes para arrancar el día. Me levanté de un salto, iría a buscarla.Nunca se sabe qué puede haber pasado en casa después de dormir.Cogí el teléfono y lo primero que hice fue comprobar cómo estaba Zane, y por supuesto, si el operativo del día anterior había sido realmente efectivo.—Señor, ¿cómo está? —respondió Kane con su voz habitual.—Bien, pero la pregunta es ¿cómo están ustedes? ¿Qué le han dicho a Zane?—Tendrá que quedarse en recuperación unas semanas en el hospital, señor. Estamos esperando a ver si lo trasladamos a las instalaciones de la organización.—Sí, es lo mejor. Hable con los médicos y avíseme. ¿Y qué noticias del operativo?—Parece que se ha librado de es
Terminamos de desayunar, y me levanté de la barra.—Gracias, Gloríe. Estaba rico.—Hoy no me hizo probar la comida —dijo Gloríe, haciendo hincapié en mis locuras. Roxanne me miró confundida.—¿Cómo así que probar la comida?Gloríe la miró y le sonrió con complicidad.—Es que el señor no confía en absolutamente nadie, entonces piensa que yo, que cambié sus pañales y lo crie como si fuera su madre, voy a envenenarlo —explicó Gloríe, mientras me miraba y apenas esbozaba una mínima sonrisa.—Nunca se sabe —respondí, y mi tono se volvió más serio—. En este mundo, las cosas pueden cambiar de un momento a otro. ¿No es cierto, Roxanne?Ella palideció un poco, y no entendí bien su reacción, pero parpadeó y asintió.—Sí, es verdad, pero no deberías confiar en tu nana. Ella…Las miré a las dos, y aunque no quería sonar déspota, bastó un simple gesto de mis ojos para advertirles.—¡No confío en nadie!Salí hacia la sala, y sentí los pasos de Roxanne siguiéndome.—Pero dime, ¿a dónde vamos? Tengo
Roxanne MeyersDespués de que el helicóptero nos sacó del territorio de Salvatore, llegamos a un aeropuerto privado, perdido en medio de la nada, como todo lo que parecía rodear la vida de los mafiosos. Allí abordamos un elegante jet privado, pequeño y discreto, diseñado solo para unas cuantas personas. Sentí un extraño alivio al no estar rodeada por la constante presencia de los guardaespaldas. Era como si, por primera vez en mucho tiempo, pudiese respirar algo que se asemejara a la normalidad. Nos acomodamos juntos en un amplio sofá. Ajustamos los cinturones de seguridad mientras el avión comenzaba a ascender. El cansancio me pesaba, y aunque las palabras apenas se atrevían a cruzar entre nosotros, los gestos que compartíamos tenían un significado íntimo. Apoyé mi cabeza en su pecho firme, dejando que el latido constante de su corazón me envolviera. La calidez de su cuerpo me brindaba una calma que no sabía que necesitaba. Mis párpados comenzaron a cerrarse, pesados, y me rendí a
Con cuidado, evitando la herida cercana a su hombro, deslicé mis dedos por su piel, explorando los pliegues y la firmeza de su pecho desnudo. Su respiración era constante, pero había algo en el ritmo que me hacía sentir el efecto de mi toque. Tragué saliva, incapaz de ignorar lo delicioso que se sentía su piel bajo mis dedos. Su camisa, ya abierta, no tuvo oportunidad. Con un movimiento decidido, se la arranqué, dejándola caer al suelo sin importarme nada más que el hombre que tenía frente a mí. Mis manos siguieron su recorrido, dibujando líneas invisibles sobre su abdomen definido, hasta que llegaron al cierre de su pantalón. Su mano se adelantó, firme, deteniendo la mía en un intento de recuperar el control, pero yo no estaba dispuesta a dárselo. Lo miré con determinación y, con un movimiento seguro, aparté su mano. Mis dedos hábiles desabrocharon su pantalón y bajaron la cremallera. Fue entonces cuando lo noté: la tela estaba húmeda, un indicio claro de cuánto estaba conteniéndos