Salvatore GianlucaMe tenía completamente a su merced. Sus succiones eran intensas, poderosas, y sus ojos fijos en los míos solo me incitaban a moverme con más fuerza dentro de su boca. Estaba completamente fascinado por lo que estaba experimentando, perdido en una sensación que me consumía por completo.Sentía que estaba al borde. Apenas un par de movimientos más de su boca serían suficientes para hacerme sucumbir al éxtasis. Roxanne entrecerró los ojos, y la visión de su rostro, tan cerca, fue mi perdición. Con dos embestidas finales, sentí cómo las venas de mi sexo se contraían antes de explotar en su boca. Un gemido profundo y gutural escapó de mis labios mientras alcanzaba el clímax.Ella se relamía con una expresión de deleite que me hizo estremecer, intensificando el placer que aún corría por mi cuerpo. Sin darle tiempo a nada más, la levanté hasta quedar a mi altura y fijé mi mirada en sus labios, todavía humedecidos con los rastros de mis fluidos. No pude resistirlo y la besé
Ella, sin perder el ritmo, plantó las manos sobre su cintura y arqueó una ceja, mirándome fijamente con una expresión desafiante.—Está bien, ¿qué más da? ¿Quién soy yo para decirte cómo vestirte o cómo no? ¿Vamos a desayunar, por fin? —solté, un poco molesto, pero traté de no dejar que esa irritación arruinara lo que había sido un momento entre nosotros.Ella me tomó del brazo y, al apoyarse en mí, dejó caer su cabeza sobre mi hombro.—Actúas como un esposo celoso —dijo Roxanne en voz baja, sin rastro alguno de molestia, pero con una suavidad que hizo que mis mejillas se sonrojaran sin remedio.—¿Qué? ¿Esposo? Nunca. No pienso casarme jamás —respondí, intentando sonar despreocupado, aunque un leve tono de inseguridad se coló en mi voz. Un hombre como yo no estaba hecho para esas cosas.—Entonces no actúes como si estuvieras celoso por mí.Esa respuesta me dejó completamente callado. Quería escapar por unos días de mi papel de mafioso, pero parecía que, sin darme cuenta, estaba entran
NarradorMientras para unos el amor prevalecía en algún rincón del mundo, otros tejían redes inimaginables para acabar con quien, según ellos, era un completo estorbo para sus planes.Renato movía su copa de alcohol de un lado a otro, mientras sus ojos permanecían fijos en el ventanal de su mansión. Impaciente por conocer el destino de Roxanne y Salvatore, había buscado una alianza con una rata rastrera que no dejaba de perseguir sus propios beneficios, sin importar si para ello debía venderle el alma al diablo.—Andrew Thompson, se me está acabando la paciencia, rata inmunda. Dime, ¿qué te ha dicho Roxanne?Andrew se acercó a Renato y lo miró fijamente a los ojos, imponiéndose como si realmente tuviera algún poder sobre el mafioso.—¡Ya te lo he dicho, Renato! No tengo ni puta idea de dónde está porque no me ha querido decir. Además, hace dos días que no me contesta el puto teléfono. Debe ser que el imbécil de Gianluca descubrió su telefono.Renato sentía que la sangre le hervía. No
Roxanne MeyersEra nuestro último día en aquel paraíso. Apenas la tenue luz del amanecer acarició mis ojos, sentí como si la realidad me golpeara de lleno. Me giré en la cama, buscando a Salvatore, pero como siempre, ya no estaba.Me incorporé lentamente y observé a mi alrededor. El desorden de las sábanas era el único testigo de las noches que habíamos compartido. Dormía desnuda, porque la pasión entre nosotros había desbordado cualquier necesidad de vestirnos. Me envolví en una bata y salí en su búsqueda.Lo encontré frente al ventanal, con una taza de café en la mano. Vestía una camisa blanca y un pantalón de chándal que le quedaban magníficos, tan sencillo y perfecto. Me acerqué por detrás, rodeándolo con los brazos. Por un instante temí que me rechazara, pero su mano buscó la mía con una caricia suave que me estremeció.—Duermes demasiado, Roxanne —dijo mientras se giraba hacia mí. Ahora estábamos frente a frente. Su cabello aún húmedo y su aliento fresco delataban que ya se habí
Esa noche me costó conciliar el sueño. Aunque fueron pocas las veces que dormí a su lado, me había acostumbrado a su calor, a esa sensación de tenerlo cerca. Lo necesitaba. Además, mi cuerpo parecía traicionarme; las hormonas me tenían al borde, como si un nudo duro y creciente se alojara cada día más profundo en mi garganta.Por la mañana, me sorprendió no encontrarlo en la sala de estar. Caminé hacia la cocina y, en lugar de él, me topé con Gloríe, que preparaba el desayuno con su eficiencia habitual. Sobre la mesa había una bandeja con trozos de fruta, y tomé uno casi sin pensar, tratando de sonar casual al hablarle.—Buenos días, Gloríe. ¿Salvatore ya se levantó?Ella me miró con una sonrisa ligera, se encogió de hombros y volvió a concentrarse en lo suyo.—El señor ya salió. Me dijo que tenía unos pendientes que resolver y que no regresaría en todo el día.¿Se fue y no me avisó? Sentí cómo la sangre abandonaba mi rostro, pero me obligué a restarle importancia, fingiendo calma.—Bu
Salvatore Gianluca. Su mirada, cargada de nerviosismo y puro terror, se clavó en la mía. Quise, lo juro, quise tomarla por el cuello y arrancarle la vida. Pero, para mi desgracia, Roxanne ya era parte de la mía. Acabar con ella sería como destruir una parte de mí mismo, y mi corazón se arrugó ante su traición.Siempre supe que me ocultaba algo. Tengo este maldito don para detectar mentiras, y ella lo hizo con un cinismo insoportable. Lo peor fue que bastó escuchar un simple «te amo» salir de sus labios para comprenderlo: no había superado al imbécil de su exesposo. No, ni siquiera después de todo lo que ese desgraciado le había hecho. Pero ya no era culpa de él, era de ella, que seguía atada a ese idiota. Eso me enfurecía. ¡Por supuesto que sentía celos!—Salvatore, por favor, déjame explicarte, las cosas no son como las imaginas —dijo retrocediendo, como si buscara refugio. Su mirada era temerosa, cobarde.—Lo único que quiero es que me entregues el puto teléfono. Ahora mismo, Roxan
Narrador Dos copas se derramaron celebrando el gran triunfo que acababa de obtener Andrew al retener a su esposa en una llamada de más de cinco minutos, el triunfo perfecto para que Renato pudiera rastrear dónde estaban.—Ves, Andrew, no fue tan difícil como pensábamos. Qué ternura la conversación que tuviste con tu queridísima esposa. —Renato estaba listo para buscar a Roxanne, sin importar las consecuencias que eso implicaba.—Pero esa perra es dura, a ella ni siquiera le importa el bienestar de su abuelita. —Andrew sacudió su copa con enojo, mientras miraba por la ventana. En ocasiones, extrañaba a su exesposa, pues la convivencia con Samara Estefanía no era tan mágica como lo había pensado en un principio.Renato se encogió de hombros y caminó lentamente hacia Andrew. Le dio una palmada en la espalda con fuerza, casi haciendo que el hombre chocara sus dientes contra la copa, y Renato resopló.—A nosotros qué nos importa. Yo no quiero que Roxanne venga por voluntad propia. Iremos
Salvatore GianlucaEnamorarse no ha sido un sentimiento presente en mi vida. La primera y única vez que me ocurrió, fui el hombre más miserable del mundo, y parecía que eso era lo que significaba amar a alguien: vivir sumido en la miseria. Con Roxanne, las cosas no eran diferentes. Esa maldita también había traicionado mi confianza, así que se quedaría allí, en esa habitación, hasta que naciera mi hijo. Y cuando eso ocurriera… ¡adiós! No había otra opción para mí.Había pasado toda la noche bebiendo en mi despacho, ni siquiera me molesté en ordenar algo para ella. Ni su comida, lo más básico. A decir verdad, no me importaba en qué estado estaba. Si moría, sería un dolor de cabeza menos.Ya me había vaciado dos botellas, y la cabeza me daba vueltas. Tal vez era hora de dormir mis tres horas diarias y seguir adelante. Tenía muchos negocios pendientes, y sabía que, si no me apuraba a tomar control de la zona que Antonella había dejado, los otros gánsteres de la ciudad se me adelantarían.