CAPÍTULO 34

Con cuidado, evitando la herida cercana a su hombro, deslicé mis dedos por su piel, explorando los pliegues y la firmeza de su pecho desnudo. Su respiración era constante, pero había algo en el ritmo que me hacía sentir el efecto de mi toque. Tragué saliva, incapaz de ignorar lo delicioso que se sentía su piel bajo mis dedos.

Su camisa, ya abierta, no tuvo oportunidad. Con un movimiento decidido, se la arranqué, dejándola caer al suelo sin importarme nada más que el hombre que tenía frente a mí. Mis manos siguieron su recorrido, dibujando líneas invisibles sobre su abdomen definido, hasta que llegaron al cierre de su pantalón.

Su mano se adelantó, firme, deteniendo la mía en un intento de recuperar el control, pero yo no estaba dispuesta a dárselo. Lo miré con determinación y, con un movimiento seguro, aparté su mano. Mis dedos hábiles desabrocharon su pantalón y bajaron la cremallera. Fue entonces cuando lo noté: la tela estaba húmeda, un indicio claro de cuánto estaba conteniéndos
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