Roxanne MeyersEra nuestro último día en aquel paraíso. Apenas la tenue luz del amanecer acarició mis ojos, sentí como si la realidad me golpeara de lleno. Me giré en la cama, buscando a Salvatore, pero como siempre, ya no estaba.Me incorporé lentamente y observé a mi alrededor. El desorden de las sábanas era el único testigo de las noches que habíamos compartido. Dormía desnuda, porque la pasión entre nosotros había desbordado cualquier necesidad de vestirnos. Me envolví en una bata y salí en su búsqueda.Lo encontré frente al ventanal, con una taza de café en la mano. Vestía una camisa blanca y un pantalón de chándal que le quedaban magníficos, tan sencillo y perfecto. Me acerqué por detrás, rodeándolo con los brazos. Por un instante temí que me rechazara, pero su mano buscó la mía con una caricia suave que me estremeció.—Duermes demasiado, Roxanne —dijo mientras se giraba hacia mí. Ahora estábamos frente a frente. Su cabello aún húmedo y su aliento fresco delataban que ya se habí
Esa noche me costó conciliar el sueño. Aunque fueron pocas las veces que dormí a su lado, me había acostumbrado a su calor, a esa sensación de tenerlo cerca. Lo necesitaba. Además, mi cuerpo parecía traicionarme; las hormonas me tenían al borde, como si un nudo duro y creciente se alojara cada día más profundo en mi garganta.Por la mañana, me sorprendió no encontrarlo en la sala de estar. Caminé hacia la cocina y, en lugar de él, me topé con Gloríe, que preparaba el desayuno con su eficiencia habitual. Sobre la mesa había una bandeja con trozos de fruta, y tomé uno casi sin pensar, tratando de sonar casual al hablarle.—Buenos días, Gloríe. ¿Salvatore ya se levantó?Ella me miró con una sonrisa ligera, se encogió de hombros y volvió a concentrarse en lo suyo.—El señor ya salió. Me dijo que tenía unos pendientes que resolver y que no regresaría en todo el día.¿Se fue y no me avisó? Sentí cómo la sangre abandonaba mi rostro, pero me obligué a restarle importancia, fingiendo calma.—Bu
Salvatore Gianluca. Su mirada, cargada de nerviosismo y puro terror, se clavó en la mía. Quise, lo juro, quise tomarla por el cuello y arrancarle la vida. Pero, para mi desgracia, Roxanne ya era parte de la mía. Acabar con ella sería como destruir una parte de mí mismo, y mi corazón se arrugó ante su traición.Siempre supe que me ocultaba algo. Tengo este maldito don para detectar mentiras, y ella lo hizo con un cinismo insoportable. Lo peor fue que bastó escuchar un simple «te amo» salir de sus labios para comprenderlo: no había superado al imbécil de su exesposo. No, ni siquiera después de todo lo que ese desgraciado le había hecho. Pero ya no era culpa de él, era de ella, que seguía atada a ese idiota. Eso me enfurecía. ¡Por supuesto que sentía celos!—Salvatore, por favor, déjame explicarte, las cosas no son como las imaginas —dijo retrocediendo, como si buscara refugio. Su mirada era temerosa, cobarde.—Lo único que quiero es que me entregues el puto teléfono. Ahora mismo, Roxan
Narrador Dos copas se derramaron celebrando el gran triunfo que acababa de obtener Andrew al retener a su esposa en una llamada de más de cinco minutos, el triunfo perfecto para que Renato pudiera rastrear dónde estaban.—Ves, Andrew, no fue tan difícil como pensábamos. Qué ternura la conversación que tuviste con tu queridísima esposa. —Renato estaba listo para buscar a Roxanne, sin importar las consecuencias que eso implicaba.—Pero esa perra es dura, a ella ni siquiera le importa el bienestar de su abuelita. —Andrew sacudió su copa con enojo, mientras miraba por la ventana. En ocasiones, extrañaba a su exesposa, pues la convivencia con Samara Estefanía no era tan mágica como lo había pensado en un principio.Renato se encogió de hombros y caminó lentamente hacia Andrew. Le dio una palmada en la espalda con fuerza, casi haciendo que el hombre chocara sus dientes contra la copa, y Renato resopló.—A nosotros qué nos importa. Yo no quiero que Roxanne venga por voluntad propia. Iremos
Salvatore GianlucaEnamorarse no ha sido un sentimiento presente en mi vida. La primera y única vez que me ocurrió, fui el hombre más miserable del mundo, y parecía que eso era lo que significaba amar a alguien: vivir sumido en la miseria. Con Roxanne, las cosas no eran diferentes. Esa maldita también había traicionado mi confianza, así que se quedaría allí, en esa habitación, hasta que naciera mi hijo. Y cuando eso ocurriera… ¡adiós! No había otra opción para mí.Había pasado toda la noche bebiendo en mi despacho, ni siquiera me molesté en ordenar algo para ella. Ni su comida, lo más básico. A decir verdad, no me importaba en qué estado estaba. Si moría, sería un dolor de cabeza menos.Ya me había vaciado dos botellas, y la cabeza me daba vueltas. Tal vez era hora de dormir mis tres horas diarias y seguir adelante. Tenía muchos negocios pendientes, y sabía que, si no me apuraba a tomar control de la zona que Antonella había dejado, los otros gánsteres de la ciudad se me adelantarían.
—Roxanne, levántate del suelo —me acerqué a ella, intentando ayudarla a ponerse de pie, pero ella se resistía, aferrándose al suelo. Comenzó a llorar, completamente descontrolada.—¡No! ¡No! Déjame aquí, Salvatore, no quiero irme contigo a ningún lado, no quiero seguir viviendo este maldito infierno. Prefiero que mi hijo y yo muramos. ¡No quiero! ¡No quiero!Sus palabras me atravesaban como puñales, y el dolor que sentía era insoportable. No quería que se sintiera así, pero era el precio por haber traicionado mi confianza.—Escucha, Roxanne, ya no voy a tolerar un capricho más de tu parte. Levántate, o nos vamos a morir aquí, los dos, ¿es eso lo que quieres? Dime, porque si es así, me largo y te dejo aquí. No me importa lo que pase contigo.Roxanne no dejaba de sollozar y maldecir. La tomé del brazo, pero con la maldita resaca y la debilidad que me causaba el alcohol, no pude levantarla. Ella, finalmente, se puso de pie, miró a su alrededor y salió del cuarto, sollozando sin cesar.—S
—¿Qué? No, tú vas a irte conmigo. No quiero dinero, quiero que tú estés conmigo, Salvatore. Vamos, vámonos por favor.Se me arrugó el corazon con desespero.En ese momento, una ráfaga de disparos atravesó el cristal de la ventana de la sala, y la silla en donde ella solía sentarse salió volando.Roxanne gritó desesperada y se abalanzó sobre mí. Ambos caímos al piso.—¡Salvatore, salgamos de aquí! —La pobre estaba tan desesperada que me sentía una mierda por no protegerla como debía.Me levanté rápidamente y, a lo lejos, vi a Renato, apuntando directo a la mansión con una metralleta. Nuestros ojos se encontraron y disparó. Hice lo mismo, y el enfrentamiento fue certero, pero ninguno de los tiros alcanzó al otro.—Corre, Roxanne, corre hacia la cocina. Ahí está la salida hacia el helicóptero.—No, vamos juntos.—¡Roxanne, maldita sea! ¡Por favor! ¡Corre! ¡Corre, Roxanne!Roxanne salió corriendo lo más rápido que pudo, atravesando el pasillo ilesa. Mientras tanto, yo mantenía la vista fi
Roxanne MeyersEstaba perpleja. De todos los ataques que Salvatore había recibido, este había sido el más mortífero. Las palabras no fluían de mi ser; por el contrario, sentía que mi lengua se había atorado en mi garganta, impidiéndome pronunciar palabra alguna.Por lo menos, Salvatore logró llegar al helicóptero, y en sus brazos traía a Gloríe. La mujer estaba gravemente herida, y eso me dolió profundamente. Ella se había convertido en parte de mis seres queridos, a pesar de las diferencias que habíamos tenido. Era muy amable conmigo, y al verla así, en los brazos de uno de los gemelos, completamente inerte, como si no respirara, me desesperé por completo.—¿Está muerta? —pregunté mientras la acomodaban en el helicóptero. Salvatore sacudió la cabeza, lleno de dudas, mientras los gemelos la miraban con nostalgia. Kane apenas comenzaba a recuperarse de su lesión, y su hermano Zane no era tan fuerte.—No lo sabemos, Roxanne. —respondió Salvatore con indiferencia.El helicóptero comenzó