Gente perversa.

Con el rostro empapado de vino y el shock evidente en sus ojos, Lara ignoró por completo la pregunta de su marido y se retiró casi en un acto de escapatoria.

—Oye, dije que te detuvieras —le gritó Darío, pero ella no se volteó para mirarlo, simplemente continuó. Cuando entraron al ascensor, él la agarró del brazo y lo retorció.

—Te dije que te detuvieras. Sabes lo mucho que me fastidia que me dejes como un idiota frente a todos —rezongó furioso, sin importarle que había cuatro personas cerca de ellos.

Ella no pronunció una sola palabra y cuando llegaron al estacionamiento, él se acercó y le ofreció un billete de 50 dólares.

—¿Y esto? —preguntó ella confundida al ver el dinero.

—Para que pagues el taxi. No voy a casa, tengo cosas que hacer —respondió él indiferente, subiéndose a su auto.

—Siempre tienes cosas que hacer, ¿verdad? Ya no aguanto más esto, Darío. Dime, ¿a dónde se supone que vas a esta hora?

Darío simplemente subió la ventana del conductor y arrancó el coche, dejando a Lar
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