Con ganas de odiarte.

Aylin contuvo la respiración.

—Nunca me ha gustado depender de nadie. Incluso cuando era un niño, no me gustaba caminar aferrado a la mano de mi madre, no quería depender de ella para que el día en que no estuviera a mi lado, su apoyo no me hiciera falta—. Sus palabras eran una mezcla de vulnerabilidad y deseo de mantener su orgullo.

—Estoy perdido sin ti. Quieres que me humille por completo, ¿verdad? De acuerdo, eres mi vida y mi razón para querer levantarme cada día, incluso si el dolor me está matando. Ahora, despréciame y mándame a la mierda. Sería más fácil si comenzara a odiarte.

Aylin soltó la copa que sostenía, dejando que se estrellara contra el suelo, al igual que la manta, que se deslizó por sus hombros y se giró en sus brazos. Sin decir una palabra, aferró una mano a su cuello y lo besó apasionadamente, le pasaba la lengua por los labios de manera sensual, como antes le dijo: él saca a esa mujer enfervorizada, que habita en su interior.

Damián se aferró a ella, como un bar
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