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NARRA BERENICE

—Cuidado con esa caja Ernest, son las cosas de Dante —le avisé a mi cuñado cuando lo vi levantando sin cuidado la caja de los objetos de mi pequeño.

Estábamos empacando las pertenencias indispensables para mudarnos a la mansión de Emerson.

Si les dijera que no me había sorprendido la proposición de Emerson al ofrecernos su casa para hospedarnos unos días, les mentiría. Me sorprendí y mucho, pero no podía negarme, y menos todavía cuando estaba la salud de mi hermana, de mi futuro sobrino y de mi pequeño en juego. Además, ¿Dónde íbamos a conseguir una casa para alquilar donde quepamos todos en la gran ciudad de Chicago, en un solo día? Era la mismísima misión imposible.

Una vez que terminamos de empacar algunas ropas, elementos de aseo y las cosas indispensables salimos rumbo a la mansión de mi jefe.

Dante estaba más que entusiasmado, lo había retirado del jardín de niños y le di la noticia, se puso a dar brincos en todo el camino a casa. Ernest se notaba medio reacio al
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