Capítulo 4: La primera cita

El día había llegado. Emilia no había dejado de pensar en la visita de Matthew durante toda la semana, y aunque trataba de mostrarse indiferente frente a sus tíos, por dentro sentía una mezcla de ansiedad y emoción. Oswald, su primo, la había puesto al tanto de la visita, mencionando entre bromas que Matthew parecía interesado, y que había comentado varias veces sobre su última conversación con ella en la fiesta.

Cuando la puerta principal de la casa se abrió esa tarde, el sonido de las botas de Matthew resonó por el pasillo. Emilia, quien había estado esperando en la sala con las manos entrelazadas sobre su regazo, se puso de pie rápidamente al escuchar su voz. El mayor Harrington tenía una presencia tan imponente como recordaba, pero esta vez no la intimidaba; al contrario, había algo reconfortante en su porte.

—Emilia —dijo Matthew, saludándola con una sonrisa cálida—. Espero no haber llegado muy temprano.

—Para nada, mayor Harrington —respondió ella, tratando de mantener la compostura—. Estaba esperándote.

Matthew sonrió con satisfacción, sus ojos brillando con una chispa de reconocimiento. Oswald, que había estado conversando con él al llegar, se despidió rápidamente, dejando solos a Matthew y Emilia. Antes de irse, no pudo evitar lanzarle una mirada cómplice a su prima, una señal clara de que sabía lo que pasaba.

—Oswald me mencionó algo interesante —dijo Matthew mientras caminaban hacia la puerta—. Me contó que te pasaste preguntándole sobre mí durante toda la semana.

Emilia sintió un calor subirle a las mejillas y miró hacia otro lado, incómoda. Sabía que Oswald no podría guardar el secreto, pero no esperaba que Matthew lo mencionara con tanta naturalidad.

—No fue... no fue tanto así —respondió, esforzándose por mantener la calma—. Solo quería saber más sobre ti.

Matthew rio suavemente, sin presionarla más.

—Me alegra escuchar eso —dijo, abriendo la puerta del auto para que subiera—. Creo que tendremos mucho de qué hablar hoy.

El destino elegido para su cita fue Central Park, un lugar que Emilia siempre había adorado. La belleza de los árboles, el aire fresco y el bullicio suave de la ciudad hacían que se sintiera libre. Matthew, sorprendentemente, conocía bien el parque y la llevó directamente a uno de sus rincones favoritos. Mientras caminaban, ella notó que Matthew era diferente de los otros hombres con los que había conversado. No hablaba solo de sí mismo ni intentaba impresionarla con hazañas militares. En lugar de eso, parecía genuinamente interesado en conocerla a ella, en saber qué la hacía feliz.

—Oswald me dijo que te encanta la comida rápida —dijo Matthew con una sonrisa divertida—. Así que pensé que podríamos empezar por algo sencillo. ¿Qué tal unas banderillas?

Emilia lo miró con sorpresa, incapaz de contener una risa.

—¿De verdad? ¿Banderillas?

—¿Por qué no? Son deliciosas —respondió él, guiándola hacia un puesto cercano.

Las banderillas eran, sin duda, una de sus comidas rápidas favoritas. A pesar de la simplicidad de la comida, la conversación fue fluida y ligera. Ambos hablaron de sus gustos, de sus vidas. Emilia lo escuchaba hablar de sus misiones y, aunque había visto antes la dureza en sus ojos, lo que le sorprendió era cómo, detrás de esa fachada de hombre imponente, había alguien sensible y considerado.

Cuando terminaron de comer, decidieron continuar su paseo por el parque. Los pasos de ambos parecían acompasados, y el ambiente entre ellos se volvió más íntimo. En un momento, mientras hablaban, Matthew se detuvo, la miró con una intensidad que la dejó sin aliento, y suavemente tomó su mano. Emilia, sorprendida por el contacto, la apartó instintivamente. No porque le desagradara, sino porque el simple roce había provocado una reacción en ella que no esperaba: su corazón se aceleró, sus pensamientos se desordenaron.

—Lo siento —dijo Matthew rápidamente, retirando su mano—. No quería incomodarte.

—No es eso —respondió Emilia, viendo la sinceridad en sus ojos—. Solo me tomó por sorpresa.

Matthew asintió, pero no pudo ocultar una pequeña sonrisa. La incomodidad que había surgido en ese instante desapareció rápidamente cuando ambos volvieron a caminar, aunque ahora el aire entre ellos estaba cargado de una tensión diferente, una tensión que ninguno de los dos podía ignorar.

Finalmente, Matthew se detuvo de nuevo, esta vez más cerca de ella. Con un gesto suave, levantó su mano para tocar su barbilla y, sin decir una palabra, se inclinó hacia ella, dándole un beso suave. Emilia se quedó inmóvil, sorprendida, pero no retrocedió. Al contrario, se sintió atraída por esa inesperada muestra de ternura. Había esperado que Matthew fuera rudo, directo, pero el beso fue todo lo contrario. Era suave, cuidadoso, como si le estuviera diciendo que no tenía prisa.

Cuando se separaron, ambos se miraron por un largo momento. El silencio entre ellos no era incómodo, sino cargado de significado.

—Emilia —dijo Matthew con voz baja—, me gustaría que fueras mi novia.

Las palabras la tomaron por sorpresa, pero de inmediato sintió un calor agradable en su pecho. Sonrió tímidamente y asintió.

—Sí, me gustaría.

Matthew, sin perder tiempo, volvió a besarla, esta vez con un poco más de firmeza, pero sin perder esa dulzura que lo caracterizaba. Tras ese segundo beso, la invitó a ir a un lugar más privado. Emilia aceptó, sabiendo muy bien lo que podía suceder.

Se dirigieron hasta su departamento, y, aunque en ese momento no pensaba exigir nada, una parte de ella sabía que estaba en el camino correcto. Si lograba que Matthew se comprometiera con ella, su plan de salvar a Emma sería mucho más fácil de concretar.

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