El día había llegado. Emilia no había dejado de pensar en la visita de Matthew durante toda la semana, y aunque trataba de mostrarse indiferente frente a sus tíos, por dentro sentía una mezcla de ansiedad y emoción. Oswald, su primo, la había puesto al tanto de la visita, mencionando entre bromas que Matthew parecía interesado, y que había comentado varias veces sobre su última conversación con ella en la fiesta.
Cuando la puerta principal de la casa se abrió esa tarde, el sonido de las botas de Matthew resonó por el pasillo. Emilia, quien había estado esperando en la sala con las manos entrelazadas sobre su regazo, se puso de pie rápidamente al escuchar su voz. El mayor Harrington tenía una presencia tan imponente como recordaba, pero esta vez no la intimidaba; al contrario, había algo reconfortante en su porte.
—Emilia —dijo Matthew, saludándola con una sonrisa cálida—. Espero no haber llegado muy temprano.
—Para nada, mayor Harrington —respondió ella, tratando de mantener la compostura—. Estaba esperándote.
Matthew sonrió con satisfacción, sus ojos brillando con una chispa de reconocimiento. Oswald, que había estado conversando con él al llegar, se despidió rápidamente, dejando solos a Matthew y Emilia. Antes de irse, no pudo evitar lanzarle una mirada cómplice a su prima, una señal clara de que sabía lo que pasaba.
—Oswald me mencionó algo interesante —dijo Matthew mientras caminaban hacia la puerta—. Me contó que te pasaste preguntándole sobre mí durante toda la semana.
Emilia sintió un calor subirle a las mejillas y miró hacia otro lado, incómoda. Sabía que Oswald no podría guardar el secreto, pero no esperaba que Matthew lo mencionara con tanta naturalidad.
—No fue... no fue tanto así —respondió, esforzándose por mantener la calma—. Solo quería saber más sobre ti.
Matthew rio suavemente, sin presionarla más.
—Me alegra escuchar eso —dijo, abriendo la puerta del auto para que subiera—. Creo que tendremos mucho de qué hablar hoy.
El destino elegido para su cita fue Central Park, un lugar que Emilia siempre había adorado. La belleza de los árboles, el aire fresco y el bullicio suave de la ciudad hacían que se sintiera libre. Matthew, sorprendentemente, conocía bien el parque y la llevó directamente a uno de sus rincones favoritos. Mientras caminaban, ella notó que Matthew era diferente de los otros hombres con los que había conversado. No hablaba solo de sí mismo ni intentaba impresionarla con hazañas militares. En lugar de eso, parecía genuinamente interesado en conocerla a ella, en saber qué la hacía feliz.
—Oswald me dijo que te encanta la comida rápida —dijo Matthew con una sonrisa divertida—. Así que pensé que podríamos empezar por algo sencillo. ¿Qué tal unas banderillas?
Emilia lo miró con sorpresa, incapaz de contener una risa.
—¿De verdad? ¿Banderillas?
—¿Por qué no? Son deliciosas —respondió él, guiándola hacia un puesto cercano.
Las banderillas eran, sin duda, una de sus comidas rápidas favoritas. A pesar de la simplicidad de la comida, la conversación fue fluida y ligera. Ambos hablaron de sus gustos, de sus vidas. Emilia lo escuchaba hablar de sus misiones y, aunque había visto antes la dureza en sus ojos, lo que le sorprendió era cómo, detrás de esa fachada de hombre imponente, había alguien sensible y considerado.
Cuando terminaron de comer, decidieron continuar su paseo por el parque. Los pasos de ambos parecían acompasados, y el ambiente entre ellos se volvió más íntimo. En un momento, mientras hablaban, Matthew se detuvo, la miró con una intensidad que la dejó sin aliento, y suavemente tomó su mano. Emilia, sorprendida por el contacto, la apartó instintivamente. No porque le desagradara, sino porque el simple roce había provocado una reacción en ella que no esperaba: su corazón se aceleró, sus pensamientos se desordenaron.
—Lo siento —dijo Matthew rápidamente, retirando su mano—. No quería incomodarte.
—No es eso —respondió Emilia, viendo la sinceridad en sus ojos—. Solo me tomó por sorpresa.
Matthew asintió, pero no pudo ocultar una pequeña sonrisa. La incomodidad que había surgido en ese instante desapareció rápidamente cuando ambos volvieron a caminar, aunque ahora el aire entre ellos estaba cargado de una tensión diferente, una tensión que ninguno de los dos podía ignorar.
Finalmente, Matthew se detuvo de nuevo, esta vez más cerca de ella. Con un gesto suave, levantó su mano para tocar su barbilla y, sin decir una palabra, se inclinó hacia ella, dándole un beso suave. Emilia se quedó inmóvil, sorprendida, pero no retrocedió. Al contrario, se sintió atraída por esa inesperada muestra de ternura. Había esperado que Matthew fuera rudo, directo, pero el beso fue todo lo contrario. Era suave, cuidadoso, como si le estuviera diciendo que no tenía prisa.
Cuando se separaron, ambos se miraron por un largo momento. El silencio entre ellos no era incómodo, sino cargado de significado.
—Emilia —dijo Matthew con voz baja—, me gustaría que fueras mi novia.
Las palabras la tomaron por sorpresa, pero de inmediato sintió un calor agradable en su pecho. Sonrió tímidamente y asintió.
—Sí, me gustaría.
Matthew, sin perder tiempo, volvió a besarla, esta vez con un poco más de firmeza, pero sin perder esa dulzura que lo caracterizaba. Tras ese segundo beso, la invitó a ir a un lugar más privado. Emilia aceptó, sabiendo muy bien lo que podía suceder.
Se dirigieron hasta su departamento, y, aunque en ese momento no pensaba exigir nada, una parte de ella sabía que estaba en el camino correcto. Si lograba que Matthew se comprometiera con ella, su plan de salvar a Emma sería mucho más fácil de concretar.
El aire dentro del departamento de Matthew estaba cargado de una mezcla de anticipación y nerviosismo. Emilia se sentía fuera de lugar, pero al mismo tiempo, una parte de ella no podía evitar emocionarse. Sentada en el sillón, veía cómo Matthew se movía por el pequeño espacio, abriendo un gabinete de la cocina.—¿Te gustaría algo de beber? —preguntó él, girándose para mirarla con una sonrisa tranquila, como si supiera lo nerviosa que estaba y quisiera calmarla.Emilia asintió, su voz atascada en la garganta. Su mente iba a mil por hora, y aunque sabía que lo que estaba por suceder podía cambiarlo todo, no se detuvo. Sabía que debía asegurarse de que Matthew se comprometiera con ella, no solo por ella misma, sino también por Emma.Matthew volvió con dos copas de vino y se sentó a su lado, ofreciéndole una. Los primeros sorbos fueron silenciosos, pero la tensión en el ambiente creció a medida que las miradas se volvían más intensas. Emilia sentía que su corazón latía más rápido, como si
El sol de la mañana se filtraba por las cortinas cuando Emilia se quedó mirando fijamente la prueba de embarazo que sostenía en sus manos. El resultado era negativo. Un alivio inmediato recorrió su cuerpo, pero no pasó mucho tiempo antes de que otro sentimiento la invadiera: desilusión. Una parte de ella había comenzado a imaginar cómo sería llevar en su vientre el hijo de Matthew, el hombre por el que sentía algo cada vez más profundo. A pesar del alivio, no podía negar que algo en su interior había deseado que ese resultado fuera diferente.Suspiró, dejando la prueba sobre el lavabo, y luego se dirigió a la habitación de su hermana. Emma no estaba, seguramente aún dormía en el jardín o la biblioteca, como acostumbraba en las mañanas, pero Emilia sabía lo que buscaba. En silencio, abrió el cajón donde Emma guardaba sus cosas personales y allí encontró lo que buscaba: la prueba de embarazo que su hermana había hecho días atrás.Tomó la prueba positiva y, sin pensarlo mucho, la guardó
El sol brillaba con fuerza aquel día, presagiando una boda perfecta. Matthew había aceptado sin dudar la condición que Emilia le impuso para casarse. De hecho, no solo la aceptó con alegría, sino que le aseguró que jamás intentaría separarlas. En los días previos a la boda, Emilia pudo ver cómo él estaba más consciente de la forma en que sus tíos las trataban. Los comentarios críticos y la falta de afecto de sus tíos no pasaban desapercibidos, y Matthew comprendió que mantener a Emma cerca de Emilia no solo era lo correcto, sino también una protección que ambas necesitaban.El día de la boda llegó rápidamente, apenas dos semanas después del compromiso. Los preparativos habían sido intensos, pero Matthew se había asegurado de que todo saliera a la perfección. El salón de la mansión estaba decorado con elegancia y flores blancas adornaban cada rincón, mientras que la familia y los amigos cercanos de Matthew llenaban el lugar con sonrisas y charlas animadas. Emilia, en su habitación, se
El ambiente en la fiesta estaba cargado de tensión cuando Matthew y Emilia se acercaron al grupo. Emilia, percibiendo la incomodidad en el rostro de su hermana, no dudó ni un segundo en intervenir.—Emma, ven conmigo —dijo suavemente, pero con la suficiente firmeza para que Emma se apartara del agarre de Leonardo. Mientras lo hacía, Matthew, de pie junto a Emilia, observaba la escena con ojos fríos.—Es mejor que te vayas de nuestra fiesta —dijo Matthew, su tono no admitía discusión.Leonardo, claramente alterado, frunció el ceño y dio un paso adelante, con la intención de imponer su presencia.—¿Quién te crees que eres para decirme lo que debo hacer? —espetó, su voz llena de resentimiento.Antes de que Matthew pudiera responder, Evan intervino. Dio un paso hacia adelante, situándose entre Emma y Leonardo, sus ojos fijos en el hombre que había estado molestando a Emma toda la noche con sus miradas y comentarios.—No me importas ni tú ni tus amenazas —dijo Evan con una calma aterradora
El suave crepitar de la madera bajo sus pies llenaba la casa vacía mientras Emma caminaba de una habitación a otra, supervisando los últimos detalles. Desde que Emilia y Matthew se habían ido de luna de miel, la casa había quedado en sus manos. Era una tarea monumental, pero Emma se había refugiado en ella, intentando mantenerse ocupada y, sobre todo, distraída.La casa que Matthew había comprado era amplia, con suficiente espacio para que todos pudieran vivir cómodamente. Los muebles comenzaban a llegar, y Emma se aseguraba de que cada pieza estuviera en su lugar, siguiendo las indicaciones de su hermana. Pero no estaba sola en esta labor. Evan había estado presente en casi todos los pasos del proceso, ofreciéndose voluntario para ayudar en lo que fuera necesario.La presencia de Evan, aunque reconfortante, también la inquietaba. Desde la boda, había sentido un cambio en su relación con él. No era solo que él la mirara de una manera diferente, como si tratara de leer los secretos que
El roce cálido del brazo de Evan contra su cuerpo hizo que el corazón de Emma martilleara en su pecho. Sus ojos permanecían cerrados, esperando lo inevitable: ese beso que parecía flotar entre ellos, inminente, pero aún no consumado. Podía sentir el calor de su respiración, el leve temblor de sus propios labios al borde de la rendición.Pero el beso nunca llegó.Evan se apartó con una suavidad dolorosa, liberándola de su abrazo protector. Emma abrió los ojos lentamente, encontrándose con su mirada, una mezcla de confusión y algo más… ¿Resignación? Evan parecía debatirse internamente, como si supiera que algo lo detenía, que no todo estaba dicho entre ellos.—Perdón —murmuró él, su voz ronca, rompiendo la burbuja de tensión que los rodeaba—. No quer&iac
La mañana comenzó con una agitación inusual en la casa. El sonido de maletas siendo cerradas, pasos acelerados y voces susurrantes llenaban el ambiente. Emma observaba desde la ventana de su habitación mientras Evan y Matthew se preparaban para marcharse. Matthew, con su porte siempre serio y metódico, daba instrucciones a uno de los empleados de la casa, mientras que Evan, más relajado, se dedicaba a guardar el equipaje de su amigo en el auto, colocando con cuidado los bolsos para dirigirse a la misión que los alejaría por un tiempo indefinido.Emilia entró en la habitación de Emma con una sonrisa en los labios, cargando una taza de té caliente. Se había recuperado de la emoción del viaje, pero aún parecía irradiar esa alegría inconfundible de una recién casada. Emma, por otro lado, se sentía atrapada en una m
Las tres semanas que siguieron a la partida de Evan y Matthew se sintieron eternas para Emma. Cada día pasaba arrastrando una sensación de angustia que no lograba disipar. Aunque Emilia intentaba mantener el ánimo elevado, la preocupación era palpable entre ambas. Emma se encontraba pegada al teléfono, esperando al menos una llamada de Matthew para informarles que estaban bien. Sin embargo, el silencio solo alimentaba sus temores.En más de una ocasión, se sorprendió a sí misma mirando por la ventana, preguntándose dónde estaría Evan, si estaría bien. Cada vez que la incertidumbre le ganaba, sus pensamientos volvían al momento en que casi se besaron. ¿Qué habría pasado si hubiera dejado de lado sus reservas? Pero más allá de la nostalgia por lo que pudo ser, el miedo de que algo le sucediera a Evan, de q