El sol de la mañana se filtraba por las cortinas cuando Emilia se quedó mirando fijamente la prueba de embarazo que sostenía en sus manos. El resultado era negativo. Un alivio inmediato recorrió su cuerpo, pero no pasó mucho tiempo antes de que otro sentimiento la invadiera: desilusión. Una parte de ella había comenzado a imaginar cómo sería llevar en su vientre el hijo de Matthew, el hombre por el que sentía algo cada vez más profundo. A pesar del alivio, no podía negar que algo en su interior había deseado que ese resultado fuera diferente.
Suspiró, dejando la prueba sobre el lavabo, y luego se dirigió a la habitación de su hermana. Emma no estaba, seguramente aún dormía en el jardín o la biblioteca, como acostumbraba en las mañanas, pero Emilia sabía lo que buscaba. En silencio, abrió el cajón donde Emma guardaba sus cosas personales y allí encontró lo que buscaba: la prueba de embarazo que su hermana había hecho días atrás.
Tomó la prueba positiva y, sin pensarlo mucho, la guardó en su propio bolso. El plan se estaba formando en su mente, aunque una punzada de culpa la atravesó. Sabía que aquello era una mentira, pero también sabía que el tiempo apremiaba y que, si no hacía algo pronto, tanto ella como Emma podrían terminar en la calle.
Un par de horas después, mientras se acomodaba en su cuarto, una de las mujeres del servicio apareció en la puerta.
—Señorita Emilia, alguien la busca abajo —anunció.
Emilia sintió cómo su corazón se aceleraba. Bajó corriendo las escaleras, y allí, en el vestíbulo, estaba Matthew, de pie, esperándola con una sonrisa que la hizo detenerse un instante antes de lanzarse hacia él. Sin pensarlo, lo abrazó con fuerza, apoyando su cabeza contra su pecho, sintiendo cómo toda la tensión de las últimas semanas desaparecía al tenerlo allí, seguro y a salvo.
—Te extrañé tanto —murmuró, sin soltarlo.
Matthew rio suavemente y la estrechó más contra sí.
—Nunca pensé que me alegraría tanto regresar de una misión —admitió él, con una sonrisa cálida—. Siempre me emocionaba irme, pero esta es la primera vez que siento que regresar es lo mejor que me ha pasado.
Emilia lo miró a los ojos, sintiendo una mezcla de felicidad y nerviosismo por lo que estaba a punto de hacer.
—¿Te gustaría salir? —preguntó Matthew, acariciando su mejilla suavemente.
—¡Claro! —respondió ella con entusiasmo, antes de correr escaleras arriba para cambiarse. En su cuarto, se tomó unos minutos frente al espejo. Sabía que lo que estaba a punto de hacer no tenía vuelta atrás. Con manos temblorosas, metió la prueba de embarazo de Emma en su bolso y salió al encuentro de Matthew.
El restaurante al que la llevó estaba lleno de luces cálidas y suaves, el ambiente perfecto para la ocasión, aunque Emilia se sentía tensa. A cada minuto que pasaba, su nerviosismo crecía. Sabía que tenía que hacerlo, que este era el momento, pero las palabras parecían atascadas en su garganta.
Matthew también estaba inquieto, lo notaba en la forma en que jugaba con el borde de su copa, en cómo desviaba la mirada hacia la ventana y luego volvía a enfocarse en ella, como si también tuviera algo importante que decir. Emilia decidió tomar la iniciativa.
—¿Qué te pasa? —preguntó, tratando de sonar casual, pero su voz tembló un poco.
Matthew la miró, sorprendido, y luego sacudió la cabeza.
—Nada, ¿por qué lo preguntas?
Emilia tragó saliva y bajó la mirada hacia su bolso. Sabía que no podía dar marcha atrás. Con un gesto decidido, metió la mano en el interior y sacó la prueba de embarazo, colocándola frente a él en la mesa.
—Estoy embarazada —dijo en voz baja, sintiendo cómo su corazón latía con fuerza en su pecho—. Y... tengo miedo.
El mundo pareció detenerse por un segundo. Matthew la miró con los ojos muy abiertos, claramente sorprendido por lo que acababa de escuchar. Emilia, incapaz de soportar el silencio que se instaló entre ellos, se levantó de la mesa, con la intención de irse. No podía enfrentar lo que fuera que él estuviera pensando. Su miedo a la reacción de Matthew era demasiado fuerte.
Pero antes de que pudiera dar un paso más, Matthew saltó de su silla y la alcanzó. La abrazó por la espalda, inmovilizándola con ternura, pero con firmeza. Luego la giró suavemente para mirarla a los ojos.
—Emilia, no te vayas —le dijo, con una intensidad en su voz que la dejó sin aliento.
Antes de que pudiera decir algo más, Matthew la besó, un beso cargado de emoción, de promesas no dichas. Cuando se separaron, Matthew bajó lentamente, arrodillándose frente a ella, mientras sacaba un pequeño estuche de su bolsillo.
Emilia sintió cómo el aire le faltaba.
—Nuestro hijo... —dijo Matthew, abriendo el estuche para mostrarle un anillo reluciente— será solo una excusa para los demás. Para nosotros, solo será una gota más que aumentará nuestra felicidad.
La emoción en la voz de Matthew era inconfundible, y antes de que ella pudiera procesar lo que estaba sucediendo, él tomó su mano y le pidió:
—Emilia, ¿quieres casarte conmigo?
Emilia se quedó sin palabras. Todo lo que había planeado, toda la mentira que había tejido, la había llevado a este momento, pero lo que menos esperaba era la devoción sincera que veía en los ojos de Matthew. No podía creer que su plan estuviera funcionando tan bien, pero al mismo tiempo, no podía evitar sentir un nudo en el estómago.
—Sí —dijo finalmente, con un hilo de voz, mientras las lágrimas se agolpaban en sus ojos—. Sí, quiero casarme contigo.
Matthew se levantó con una sonrisa de satisfacción, colocándole el anillo en el dedo. Después la besó de nuevo, pero esta vez, no había dudas ni miedos. Solo había emoción por lo que vendría.
Sin embargo, mientras lo abrazaba, con el anillo brillando en su mano, Emilia no pudo evitar sentir una punzada de culpa. Sabía que la mentira que acababa de contar no era una base sólida para su futuro, pero al menos, por ahora, Matthew no sospechaba nada.
Y mientras lo tenía a su lado, decidió no pensar en las consecuencias, sino en otra cosa. Cuando se apartó de ella, Emilia respiro profundo y antes de que él volviera a besarla, ella le dijo.
—Pero tengo una condición para nuestro matrimonio.
—Por supuesto, mi vida, la que tú quieras —Emilia lo vio con intensidad y le dijo.
—Yo seré tu esposa, solo si nos llevamos a mi hermana Emma a vivir con nosotros.
La condición dejó evidentemente aturdido a Matthew, sin embargo, Emilia no aflojó en su firmeza y se quedó esperando la respuesta, esperando que no dijera que no, porque si no tendría que pensar qué hacer, puesto que ella sí quería casarse con Matthew a pesar de todo.
El sol brillaba con fuerza aquel día, presagiando una boda perfecta. Matthew había aceptado sin dudar la condición que Emilia le impuso para casarse. De hecho, no solo la aceptó con alegría, sino que le aseguró que jamás intentaría separarlas. En los días previos a la boda, Emilia pudo ver cómo él estaba más consciente de la forma en que sus tíos las trataban. Los comentarios críticos y la falta de afecto de sus tíos no pasaban desapercibidos, y Matthew comprendió que mantener a Emma cerca de Emilia no solo era lo correcto, sino también una protección que ambas necesitaban.El día de la boda llegó rápidamente, apenas dos semanas después del compromiso. Los preparativos habían sido intensos, pero Matthew se había asegurado de que todo saliera a la perfección. El salón de la mansión estaba decorado con elegancia y flores blancas adornaban cada rincón, mientras que la familia y los amigos cercanos de Matthew llenaban el lugar con sonrisas y charlas animadas. Emilia, en su habitación, se
El ambiente en la fiesta estaba cargado de tensión cuando Matthew y Emilia se acercaron al grupo. Emilia, percibiendo la incomodidad en el rostro de su hermana, no dudó ni un segundo en intervenir.—Emma, ven conmigo —dijo suavemente, pero con la suficiente firmeza para que Emma se apartara del agarre de Leonardo. Mientras lo hacía, Matthew, de pie junto a Emilia, observaba la escena con ojos fríos.—Es mejor que te vayas de nuestra fiesta —dijo Matthew, su tono no admitía discusión.Leonardo, claramente alterado, frunció el ceño y dio un paso adelante, con la intención de imponer su presencia.—¿Quién te crees que eres para decirme lo que debo hacer? —espetó, su voz llena de resentimiento.Antes de que Matthew pudiera responder, Evan intervino. Dio un paso hacia adelante, situándose entre Emma y Leonardo, sus ojos fijos en el hombre que había estado molestando a Emma toda la noche con sus miradas y comentarios.—No me importas ni tú ni tus amenazas —dijo Evan con una calma aterradora
El suave crepitar de la madera bajo sus pies llenaba la casa vacía mientras Emma caminaba de una habitación a otra, supervisando los últimos detalles. Desde que Emilia y Matthew se habían ido de luna de miel, la casa había quedado en sus manos. Era una tarea monumental, pero Emma se había refugiado en ella, intentando mantenerse ocupada y, sobre todo, distraída.La casa que Matthew había comprado era amplia, con suficiente espacio para que todos pudieran vivir cómodamente. Los muebles comenzaban a llegar, y Emma se aseguraba de que cada pieza estuviera en su lugar, siguiendo las indicaciones de su hermana. Pero no estaba sola en esta labor. Evan había estado presente en casi todos los pasos del proceso, ofreciéndose voluntario para ayudar en lo que fuera necesario.La presencia de Evan, aunque reconfortante, también la inquietaba. Desde la boda, había sentido un cambio en su relación con él. No era solo que él la mirara de una manera diferente, como si tratara de leer los secretos que
El roce cálido del brazo de Evan contra su cuerpo hizo que el corazón de Emma martilleara en su pecho. Sus ojos permanecían cerrados, esperando lo inevitable: ese beso que parecía flotar entre ellos, inminente, pero aún no consumado. Podía sentir el calor de su respiración, el leve temblor de sus propios labios al borde de la rendición.Pero el beso nunca llegó.Evan se apartó con una suavidad dolorosa, liberándola de su abrazo protector. Emma abrió los ojos lentamente, encontrándose con su mirada, una mezcla de confusión y algo más… ¿Resignación? Evan parecía debatirse internamente, como si supiera que algo lo detenía, que no todo estaba dicho entre ellos.—Perdón —murmuró él, su voz ronca, rompiendo la burbuja de tensión que los rodeaba—. No quer&iac
La mañana comenzó con una agitación inusual en la casa. El sonido de maletas siendo cerradas, pasos acelerados y voces susurrantes llenaban el ambiente. Emma observaba desde la ventana de su habitación mientras Evan y Matthew se preparaban para marcharse. Matthew, con su porte siempre serio y metódico, daba instrucciones a uno de los empleados de la casa, mientras que Evan, más relajado, se dedicaba a guardar el equipaje de su amigo en el auto, colocando con cuidado los bolsos para dirigirse a la misión que los alejaría por un tiempo indefinido.Emilia entró en la habitación de Emma con una sonrisa en los labios, cargando una taza de té caliente. Se había recuperado de la emoción del viaje, pero aún parecía irradiar esa alegría inconfundible de una recién casada. Emma, por otro lado, se sentía atrapada en una m
Las tres semanas que siguieron a la partida de Evan y Matthew se sintieron eternas para Emma. Cada día pasaba arrastrando una sensación de angustia que no lograba disipar. Aunque Emilia intentaba mantener el ánimo elevado, la preocupación era palpable entre ambas. Emma se encontraba pegada al teléfono, esperando al menos una llamada de Matthew para informarles que estaban bien. Sin embargo, el silencio solo alimentaba sus temores.En más de una ocasión, se sorprendió a sí misma mirando por la ventana, preguntándose dónde estaría Evan, si estaría bien. Cada vez que la incertidumbre le ganaba, sus pensamientos volvían al momento en que casi se besaron. ¿Qué habría pasado si hubiera dejado de lado sus reservas? Pero más allá de la nostalgia por lo que pudo ser, el miedo de que algo le sucediera a Evan, de q
Emma permaneció en silencio, intentando encontrar las palabras adecuadas. Las emociones en su interior eran como un remolino: miedo, esperanza, deseo, y ese dolor persistente que se negaba a desaparecer. Evan la miraba con atención, esperando su respuesta con una mezcla de paciencia y ansiedad. Había sido un largo tiempo de espera para ambos, y ahora, finalmente, el momento había llegado.—Evan… —comenzó ella, sin saber exactamente por dónde empezar—. Lo que siento por ti es... profundo. Nunca dejé de pensarte durante estas semanas. Cada día me preocupaba, te extrañaba… —se detuvo un instante, sintiendo la emoción subir por su garganta—. Pero también siento miedo.Evan frunció el ceño, tomando su mano suavemente, tratando de ofrecerle el consuelo que ella tanto necesitaba.—¿
Varios días pasaron desde la llegada de los hombres de la misión, Evan ya había sido dado de alta por el médico de base y aprovechaba el tiempo pasándolo con Emma. Incluso, Matthew, bromeaba con darle un cuarto en la casa para que no tuviera que marcharse cada día.El aire en el jardín estaba impregnado de una brisa suave que, sin embargo, no lograba calmar el remolino de pensamientos en la mente de Emma. A pesar de la tranquilidad aparente que la rodeaba, las palabras que Evan había pronunciado el día de su llegada resonaban en su cabeza. «Lo único que deseo es estar a tu lado». Era una promesa sincera, pero ¿podía realmente confiar en alguien después de todo lo que había vivido?Caminaban en silencio, cada uno perdido en sus pensamientos, hasta que Evan se detuvo frente a un rosal y cortó una flor, entreg&aacut