El aire dentro del departamento de Matthew estaba cargado de una mezcla de anticipación y nerviosismo. Emilia se sentía fuera de lugar, pero al mismo tiempo, una parte de ella no podía evitar emocionarse. Sentada en el sillón, veía cómo Matthew se movía por el pequeño espacio, abriendo un gabinete de la cocina.
—¿Te gustaría algo de beber? —preguntó él, girándose para mirarla con una sonrisa tranquila, como si supiera lo nerviosa que estaba y quisiera calmarla.
Emilia asintió, su voz atascada en la garganta. Su mente iba a mil por hora, y aunque sabía que lo que estaba por suceder podía cambiarlo todo, no se detuvo. Sabía que debía asegurarse de que Matthew se comprometiera con ella, no solo por ella misma, sino también por Emma.
Matthew volvió con dos copas de vino y se sentó a su lado, ofreciéndole una. Los primeros sorbos fueron silenciosos, pero la tensión en el ambiente creció a medida que las miradas se volvían más intensas. Emilia sentía que su corazón latía más rápido, como si el simple hecho de estar cerca de Matthew la electrificara.
Poco a poco, se fueron acercando. Matthew tomó su mano, esta vez sin que ella la apartara. El toque era suave, pero en el fondo, ambos sabían que el momento estaba cargado de un significado más profundo. Matthew la miró a los ojos y, sin decir una palabra, se inclinó hacia ella, besándola con una mezcla de ternura y deseo.
El vino, el ambiente íntimo, todo parecía conspirar para que ese beso se transformara en algo más. Emilia no supo en qué momento dejaron las copas a un lado ni cómo llegaron a la cama, pero lo siguiente que sintió fue el calor de los labios de Matthew recorriendo su cuello, sus caricias firmes, pero delicadas. Todo parecía suceder en cámara lenta, y cuando finalmente se entregaron el uno al otro, el mundo a su alrededor desapareció.
La noche pasó en un suspiro.
Cuando Emilia abrió los ojos por la mañana, lo primero que sintió fue una mezcla de confusión y miedo. La habitación estaba en penumbras, apenas iluminada por la luz del amanecer que se colaba entre las cortinas. Se giró hacia un lado y vio a Matthew aún dormido a su lado, con una expresión tranquila y satisfecha.
Pero lo que realmente la sobresaltó fue lo que vio cuando se levantó de la cama. La marca inconfundible de su virginidad rota estaba en las sábanas, y el terror la inundó. Sus tíos, su hermana... Había pasado la noche entera fuera de casa, y sabía que no habría manera de ocultar lo sucedido.
Tomó su teléfono con manos temblorosas y, como temía, vio una serie de llamadas perdidas. Su tía, su tío y Emma habían intentado comunicarse con ella durante toda la noche. La preocupación y el pánico eran evidentes en cada notificación. Emilia sintió cómo el peso de sus acciones caía sobre ella de golpe.
—Buenos días —dijo Matthew, su voz ronca por el sueño, mientras se incorporaba lentamente—. ¿Todo bien?
Emilia, aún en shock, no respondió de inmediato. Matthew notó su agitación y frunció el ceño.
—¿Estás preocupada por lo que pasó anoche? —preguntó con suavidad.
Ella negó con la cabeza, pero las palabras seguían atoradas en su garganta.
—Mis tíos... Emma... me están buscando. Pasé la noche fuera... —dijo finalmente, con la voz entrecortada.
Matthew la miró fijamente y, con una seriedad que no había visto antes, se levantó y caminó hacia ella, colocando una mano firme en su hombro.
—No te preocupes por eso —dijo con una calma que contrastaba con la tormenta interna de Emilia—. Te llevaré a casa y hablaré con ellos. No voy a deshacerme de mi responsabilidad. Esto entre nosotros es serio.
La mirada de Emilia se suavizó. Nunca nadie había hablado de ella con tanta determinación, y aunque el miedo aún latía en su pecho, había algo en las palabras de Matthew que le dio paz.
Cuando llegaron a la mansión, el ambiente era tenso. Nada más entrar por la puerta, su tía apareció con una expresión de furia en el rostro.
—¡¿Dónde has estado toda la noche?! —gritó, avanzando hacia ella con una mirada feroz—. ¡Nos has hecho pasar una vergüenza terrible! ¿Qué crees que haces desapareciendo así? ¡Eres una irresponsable!
Antes de que Emilia pudiera responder, su tía levantó la mano, con la clara intención de abofetearla. Pero el golpe nunca llegó. Matthew, con rapidez y firmeza, se interpuso entre ambas, agarrando la muñeca de su tía en el aire.
—No voy a permitir que la toque —dijo con voz firme, mirando a la mujer a los ojos—. Lo que Emilia y yo tenemos es serio, y no voy a dejar que la trate así.
La habitación quedó en silencio. La tía de Emilia lo miró con los ojos muy abiertos, incapaz de procesar lo que acababa de suceder. Matthew la soltó lentamente y dio un paso atrás, colocándose junto a Emilia como si dejara claro a todos en la habitación que estaba de su lado.
Emilia lo miró, sorprendida por su gesto. Nunca nadie había hecho algo así por ella. Esa defensa pública, esa manera de mostrar que la valoraba, la llenó de una devoción que no esperaba sentir tan pronto.
—Ve a descansar —le dijo Matthew con suavidad—. Esta noche nos veremos de nuevo.
Pero esa promesa se rompió más tarde. Una llamada de última hora obligó a Matthew a regresar a una misión imprevista. Antes de partir, le prometió que volvería en una semana, pero pasaron dos sin señales de él. Emilia, ya en la mansión, se angustiaba más cada día. No era solo la preocupación por Matthew lo que la atormentaba.
Había algo más que no llegaba, algo que estaba tardando demasiado.
Y esa mañana, con el corazón en la garganta, se enfrentó a sus sospechas. Con las manos temblorosas, tomó la prueba de embarazo que había comprado en secreto, cerrando los ojos mientras esperaba el resultado que podía cambiar su vida para siempre.
El sol de la mañana se filtraba por las cortinas cuando Emilia se quedó mirando fijamente la prueba de embarazo que sostenía en sus manos. El resultado era negativo. Un alivio inmediato recorrió su cuerpo, pero no pasó mucho tiempo antes de que otro sentimiento la invadiera: desilusión. Una parte de ella había comenzado a imaginar cómo sería llevar en su vientre el hijo de Matthew, el hombre por el que sentía algo cada vez más profundo. A pesar del alivio, no podía negar que algo en su interior había deseado que ese resultado fuera diferente.Suspiró, dejando la prueba sobre el lavabo, y luego se dirigió a la habitación de su hermana. Emma no estaba, seguramente aún dormía en el jardín o la biblioteca, como acostumbraba en las mañanas, pero Emilia sabía lo que buscaba. En silencio, abrió el cajón donde Emma guardaba sus cosas personales y allí encontró lo que buscaba: la prueba de embarazo que su hermana había hecho días atrás.Tomó la prueba positiva y, sin pensarlo mucho, la guardó
El sol brillaba con fuerza aquel día, presagiando una boda perfecta. Matthew había aceptado sin dudar la condición que Emilia le impuso para casarse. De hecho, no solo la aceptó con alegría, sino que le aseguró que jamás intentaría separarlas. En los días previos a la boda, Emilia pudo ver cómo él estaba más consciente de la forma en que sus tíos las trataban. Los comentarios críticos y la falta de afecto de sus tíos no pasaban desapercibidos, y Matthew comprendió que mantener a Emma cerca de Emilia no solo era lo correcto, sino también una protección que ambas necesitaban.El día de la boda llegó rápidamente, apenas dos semanas después del compromiso. Los preparativos habían sido intensos, pero Matthew se había asegurado de que todo saliera a la perfección. El salón de la mansión estaba decorado con elegancia y flores blancas adornaban cada rincón, mientras que la familia y los amigos cercanos de Matthew llenaban el lugar con sonrisas y charlas animadas. Emilia, en su habitación, se
El ambiente en la fiesta estaba cargado de tensión cuando Matthew y Emilia se acercaron al grupo. Emilia, percibiendo la incomodidad en el rostro de su hermana, no dudó ni un segundo en intervenir.—Emma, ven conmigo —dijo suavemente, pero con la suficiente firmeza para que Emma se apartara del agarre de Leonardo. Mientras lo hacía, Matthew, de pie junto a Emilia, observaba la escena con ojos fríos.—Es mejor que te vayas de nuestra fiesta —dijo Matthew, su tono no admitía discusión.Leonardo, claramente alterado, frunció el ceño y dio un paso adelante, con la intención de imponer su presencia.—¿Quién te crees que eres para decirme lo que debo hacer? —espetó, su voz llena de resentimiento.Antes de que Matthew pudiera responder, Evan intervino. Dio un paso hacia adelante, situándose entre Emma y Leonardo, sus ojos fijos en el hombre que había estado molestando a Emma toda la noche con sus miradas y comentarios.—No me importas ni tú ni tus amenazas —dijo Evan con una calma aterradora
El suave crepitar de la madera bajo sus pies llenaba la casa vacía mientras Emma caminaba de una habitación a otra, supervisando los últimos detalles. Desde que Emilia y Matthew se habían ido de luna de miel, la casa había quedado en sus manos. Era una tarea monumental, pero Emma se había refugiado en ella, intentando mantenerse ocupada y, sobre todo, distraída.La casa que Matthew había comprado era amplia, con suficiente espacio para que todos pudieran vivir cómodamente. Los muebles comenzaban a llegar, y Emma se aseguraba de que cada pieza estuviera en su lugar, siguiendo las indicaciones de su hermana. Pero no estaba sola en esta labor. Evan había estado presente en casi todos los pasos del proceso, ofreciéndose voluntario para ayudar en lo que fuera necesario.La presencia de Evan, aunque reconfortante, también la inquietaba. Desde la boda, había sentido un cambio en su relación con él. No era solo que él la mirara de una manera diferente, como si tratara de leer los secretos que
El roce cálido del brazo de Evan contra su cuerpo hizo que el corazón de Emma martilleara en su pecho. Sus ojos permanecían cerrados, esperando lo inevitable: ese beso que parecía flotar entre ellos, inminente, pero aún no consumado. Podía sentir el calor de su respiración, el leve temblor de sus propios labios al borde de la rendición.Pero el beso nunca llegó.Evan se apartó con una suavidad dolorosa, liberándola de su abrazo protector. Emma abrió los ojos lentamente, encontrándose con su mirada, una mezcla de confusión y algo más… ¿Resignación? Evan parecía debatirse internamente, como si supiera que algo lo detenía, que no todo estaba dicho entre ellos.—Perdón —murmuró él, su voz ronca, rompiendo la burbuja de tensión que los rodeaba—. No quer&iac
La mañana comenzó con una agitación inusual en la casa. El sonido de maletas siendo cerradas, pasos acelerados y voces susurrantes llenaban el ambiente. Emma observaba desde la ventana de su habitación mientras Evan y Matthew se preparaban para marcharse. Matthew, con su porte siempre serio y metódico, daba instrucciones a uno de los empleados de la casa, mientras que Evan, más relajado, se dedicaba a guardar el equipaje de su amigo en el auto, colocando con cuidado los bolsos para dirigirse a la misión que los alejaría por un tiempo indefinido.Emilia entró en la habitación de Emma con una sonrisa en los labios, cargando una taza de té caliente. Se había recuperado de la emoción del viaje, pero aún parecía irradiar esa alegría inconfundible de una recién casada. Emma, por otro lado, se sentía atrapada en una m
Las tres semanas que siguieron a la partida de Evan y Matthew se sintieron eternas para Emma. Cada día pasaba arrastrando una sensación de angustia que no lograba disipar. Aunque Emilia intentaba mantener el ánimo elevado, la preocupación era palpable entre ambas. Emma se encontraba pegada al teléfono, esperando al menos una llamada de Matthew para informarles que estaban bien. Sin embargo, el silencio solo alimentaba sus temores.En más de una ocasión, se sorprendió a sí misma mirando por la ventana, preguntándose dónde estaría Evan, si estaría bien. Cada vez que la incertidumbre le ganaba, sus pensamientos volvían al momento en que casi se besaron. ¿Qué habría pasado si hubiera dejado de lado sus reservas? Pero más allá de la nostalgia por lo que pudo ser, el miedo de que algo le sucediera a Evan, de q
Emma permaneció en silencio, intentando encontrar las palabras adecuadas. Las emociones en su interior eran como un remolino: miedo, esperanza, deseo, y ese dolor persistente que se negaba a desaparecer. Evan la miraba con atención, esperando su respuesta con una mezcla de paciencia y ansiedad. Había sido un largo tiempo de espera para ambos, y ahora, finalmente, el momento había llegado.—Evan… —comenzó ella, sin saber exactamente por dónde empezar—. Lo que siento por ti es... profundo. Nunca dejé de pensarte durante estas semanas. Cada día me preocupaba, te extrañaba… —se detuvo un instante, sintiendo la emoción subir por su garganta—. Pero también siento miedo.Evan frunció el ceño, tomando su mano suavemente, tratando de ofrecerle el consuelo que ella tanto necesitaba.—¿