Varios días pasaron desde la llegada de los hombres de la misión, Evan ya había sido dado de alta por el médico de base y aprovechaba el tiempo pasándolo con Emma. Incluso, Matthew, bromeaba con darle un cuarto en la casa para que no tuviera que marcharse cada día.
El aire en el jardín estaba impregnado de una brisa suave que, sin embargo, no lograba calmar el remolino de pensamientos en la mente de Emma. A pesar de la tranquilidad aparente que la rodeaba, las palabras que Evan había pronunciado el día de su llegada resonaban en su cabeza. «Lo único que deseo es estar a tu lado». Era una promesa sincera, pero ¿podía realmente confiar en alguien después de todo lo que había vivido?
Caminaban en silencio, cada uno perdido en sus pensamientos, hasta que Evan se detuvo frente a un rosal y cortó una flor, entreg&aacut
La tarde comenzaba a teñirse de tonos naranjas y dorados, pero en el interior de Emma, la calma del atardecer parecía distante. Evan seguía frente a ella, esperando una respuesta, una verdad que aún no había sido revelada. El peso de los secretos comenzaba a sentirse insoportable, y justo cuando Emma pensaba que no podría mantenerlo más tiempo en su pecho, el teléfono de Evan sonó nuevamente, interrumpiendo el tenso momento.Con un suspiro frustrado, Evan sacó el móvil de su bolsillo, echando una rápida mirada a la pantalla antes de contestar.—Es la base —murmuró, mientras se alejaba un par de pasos para contestar la llamada.Emma observó cómo la expresión de Evan cambiaba a medida que escuchaba al otro lado de la línea. Los minutos se hacían eternos mientras él asentía, intercambiando palabras breves. Cuando finalmente colgó, regresó hacia Emma con una expresión más seria.—Tienen una misión para mí —anunció con tono grave—. No será algo largo, pero debo presentarme cuanto antes par
Las horas se habían vuelto días, y aún no había señales de Evan. Emma intentaba distraerse, pero su mente siempre volvía al mismo punto: la misión. Aunque Evan le había prometido que no estaría mucho tiempo fuera, la espera comenzaba a desgastarla. Su ansiedad crecía, pero no podía decirle nada a Emilia. Su hermana ya lidiaba con su propia preocupación por Matthew, quien tampoco había regresado.Esa mañana, Emma se levantó más temprano de lo habitual. El insomnio la había mantenido en vela, y aunque intentó descansar, las imágenes perturbadoras que invadían su mente la dejaron exhausta. Durante la noche, las pesadillas habían vuelto con fuerza. En sus sueños, Leonardo aparecía, no como el hombre que alguna vez conoció, sino como una sombra amenazante, burlándose de sus sentimientos y destru
La tarde comenzaba a caer, y la casa estaba llena de aromas cálidos que emanaban de la cocina. Emma y Emilia habían pasado gran parte del día preparando la cena para la llegada de Matthew y Evan, quienes las habían llamado desde Boston unas horas antes, anunciando su regreso. El ambiente en la casa, que normalmente estaba lleno de una ligera melancolía, hoy brillaba con una energía diferente, anticipando la llegada de los hombres que tanto significaban para ambas.Emma, sin embargo, no podía evitar sentir cierta incomodidad. Mientras se miraba en el espejo del vestíbulo, ajustó el vestido holgado que había elegido cuidadosamente para la ocasión. El embarazo comenzaba a hacerse evidente, y aunque la faja que llevaba ayudaba a disimularlo, cada día resultaba más difícil ocultar la curva creciente de su vientre. Sabía que no podría seguir así por mucho tiempo, pero aún no estaba preparada para enfrentar lo que vendría cuando la verdad saliera a la luz. Especialmente ahora, con Leonardo a
Evan caminó junto a Emma, sintiendo la ligera rigidez de su cuerpo ante la mirada acusadora de Eleanor, quien observaba cada uno de sus movimientos con una mezcla de rabia y frustración. Sin pensarlo demasiado, Evan rodeó la cintura de Emma con su brazo, atrayéndola hacia él con una firmeza que parecía transmitir una promesa de protección. Eleanor, ya visiblemente molesta, apretó los labios con desaprobación, sus ojos entrecerrándose mientras lo miraba con creciente desdén.—Emma no se casará con nadie que no sea yo —dijo Evan con voz clara y decidida. Sus palabras, cargadas de una firmeza innegociable, resonaron en la habitación, haciendo que el silencio cayera como una losa pesada.Emma, con el corazón latiendo a toda velocidad, se quedó paralizada. Apenas podía asimilar lo que acababa de decir Evan. ¿Acaso realmente hab&iac
La mansión de los tíos de Emma siempre había sido un lugar imponente, con sus paredes de mármol blanco y los vastos jardines perfectamente cuidados. A pesar de la majestuosidad del lugar, Emma, de diecinueve años, sentía que nunca había podido llamar a ese lugar su hogar. Desde la muerte de sus padres, la frialdad de sus tíos había sido su única compañía, excepto por su hermana, Emilia, que siempre estaba a su lado.Esa noche, sin embargo, Emma no estaba pensando en su hermana ni en sus tíos. Su mente estaba ocupada por una sola persona: Leonardo. El joven perteneciente a una de las familias más ricas de la ciudad había capturado su corazón desde el primer momento en que lo vio en una de las fiestas de sociedad que sus tíos organizaban regularmente.Acercarse a él no había sido sencillo, especialmente porque sus tíos no las trataban como iguales, sino como lastres de la sociedad por haber perdido todo con la muerte de sus progenitores. Pero con detalles simples, palabras sencillas y s
La casa estaba más resplandeciente que nunca esa noche, con un aire de celebración que no lograba disipar la tensión que Emma sentía en el ambiente. La velada prometía ser una de las más grandes del año, con invitados selectos de la alta sociedad y un aire de opulencia que flotaba entre las lámparas de araña y los arreglos florales.Los tíos de las chicas habían estado organizando esta fiesta por semanas, con el propósito no tan oculto de encontrar un pretendiente para Emilia, solo para deshacerse de una de sus sobrinas al menos. A sus veintitrés años, era el objetivo principal de los rumores de la familia, quienes no podían entender por qué no había aceptado a ninguno de los muchos pretendientes que la habían cortejado.Por otro lado, Emma observaba el salón desde una esquina, con las manos temblorosas y el corazón oprimido. Aunque llevaba puesta una de las hermosas joyas que le había prestado su tía, y un vestido lujoso que ocultaba su figura, se sentía más expuesta que nunca. Sabía
Emilia mantuvo la mirada fija en los ojos de Emma, esperando pacientemente a que hablara. El silencio que las rodeaba era abrumador, y el sonido lejano de la música de la fiesta solo hacía más palpable la tensión entre las dos. Emma bajó la vista al suelo, como si el peso de su secreto fuera demasiado para cargarlo sola.—Emma… —insistió Emilia suavemente—. ¿Quién es el padre? Nunca me dijiste que tenías novio.Emma tembló ligeramente, su garganta cerrada por la vergüenza y el miedo. Sabía que su hermana no la juzgaría, pero el simple hecho de pronunciar el nombre de Leonardo la paralizaba. ¿Cómo decirle a Emilia que el hombre al que amó la había traicionado de la manera más cruel?—No puedo decírtelo —murmuró Emma, su voz apenas un susurro.Emilia suspiró, sabiendo que no podría sacarle más información. Por un momento, pensó en presionar más, pero al ver la expresión de angustia en el rostro de su hermana, decidió dejarlo estar. No era el momento de forzar respuestas. Lo importante a
El día había llegado. Emilia no había dejado de pensar en la visita de Matthew durante toda la semana, y aunque trataba de mostrarse indiferente frente a sus tíos, por dentro sentía una mezcla de ansiedad y emoción. Oswald, su primo, la había puesto al tanto de la visita, mencionando entre bromas que Matthew parecía interesado, y que había comentado varias veces sobre su última conversación con ella en la fiesta.Cuando la puerta principal de la casa se abrió esa tarde, el sonido de las botas de Matthew resonó por el pasillo. Emilia, quien había estado esperando en la sala con las manos entrelazadas sobre su regazo, se puso de pie rápidamente al escuchar su voz. El mayor Harrington tenía una presencia tan imponente como recordaba, pero esta vez no la intimidaba; al contrario, había algo reconfortante en su porte.—Emilia —dijo Matthew, saludándola con una sonrisa cálida—. Espero no haber llegado muy temprano.—Para nada, mayor Harrington —respondió ella, tratando de mantener la compos