CAPÍTULO 36. ME MATARÁ LA IMPRESIÓN

Las manos comenzaron a sudarme, a pesar de que Camillo me sostenía una. Sentí una corriente fría recorrer mi espina dorsal, mi corazón se aceleró cuando vi que mi abuelo en vez de responder las palabras de Camillo, se levantó de su asiento y le ordenó en tono frío.

—¡Levántate y ven! —Camillo me soltó de la mano y se levantó sin titubeo, muy decidido, yo me iba a levantar para acompañarlo, pero mi abuela me detuvo.

—¡D&

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