Durante mis treinta y nueve años había visto muchas miradas de odio, pero simplemente la que observé en Felipe me hizo temblar de pies a cabeza, y no porque fuera un cobarde, todo lo contrario, no era fácil acobardarme, no obstante, su rostro transformado envió una ráfaga de sensación fría a recorrer mi espina dorsal, la impresión fue tanta que retrocedí unos pasos.
Él apretó las manos en puños y dibujó una macabra sonrisa, no conocía esa faceta de él &mdash
Llegué a casa de mis padres, luego de haber salido con mi madre, pero ella decidió irse a casa de mi tío Matteo, mientras yo preferí venir a arreglarme para luego visitar a Camillo.Cuando entré al salón, vi a Camillo inclinado, solo con una camiseta en su tórax, mis ojos solo se centraron en él y aunque me sentí emocionada, también me inundó una extraña sensación de temor.Inmediatamente le pregunté —¡Camillo! ¿Qu&e
A penas llegamos, ingresaron a mi padre a quirófano, inmediatamente me comuniqué primero con mi madre y luego con mis abuelos paternos para que vinieran. Al terminar mi llamad, la policía se me acercó preguntándome por lo que había sucedido, pero a decir verdad yo desconocía lo sucedido y así se los hice saber.—Lo siento, pero no puede decirle como ocurrió, cuando llegué a mi casa mi padre estaba herido e inconsciente —respondí con serenidad.
Entre la bruma de la inconsciencia escuché los gritos de mi madre, los de mis tías e incluso los de mi padre que al parecer sin importarle su herida al ver que me iba a desvanecer se levantó y me atrapó entre sus brazos antes de que me golpeara con el suelo y en medio de las protestas de los presentes, luego de eso dejé de ver, sentir, escuchar, hasta sumergirme totalmente en esa profunda oscuridad que me atrapaba entre sus fauces como un salvaje animal.Allí estaba él, lo veía
UNA SEMANA DESPUÉSCuando desperté estaba en una pequeña habitación, con unas paredes pintadas en tono pálido, la decoración era bastante austera, muy limpia, pero sin nada de lujos. Busqué en mi cerebro información sobre mí, pero todo estaba totalmente en blanco, no encontré en el, ningún dato que me sirviera para dilucidar las numerosas preguntas que revoloteaban en mis pensamientos, deseando ser respondidas, no sabía nada de mí, ni siquiera cómo me llamaba.
Pasaron unos días más y por fin Lola se había dignado a encontrarme una muda de ropa, mientras tanto durante todos esos días estuve con la ropa con la cual me encontró. No sabía de donde la había sacado, pero lo que si era cierto es que me sentía extraño vistiéndome de esa manera, aparte de que todo me quedaba pequeño, tenía la impresión que de la vida de donde venía, no utilizaba ese tipo de vestuario, me miré al espejo y no pude evitar reírmeAl salir de la habitación, Lola abrió los ojos sorprendida—Definitivamente hermoso, el muerto era más pequeño tú —pronun
La mujer después de tirarme su comida encima me observó enfurecida y yo no entendía un carajo lo que estaba pasando. Observé a mi amiga confundido, quien en vez de decir algo en mi defensa se estaba gozando el momento riendo a carcajadas, la miré con cara de rabia y eso la frenó un poco.Luego me levanté de mi asiento, me sacudí los restos de bebida y alimentos y me dispuse a enfrentar a aquella chiquilla loca, encontrándome con los ojos azules más hermosos que recordaba haber visto en mi vida. Me sumergí en ellos como en un oasis sediento, al instante sentí mi pecho palpitar con furia y mi amiguito erguirse orgulloso, y de pronto, me p
Me levanté temprano a realizar el desayuno, quería salir a buscar trabajo, pero Lola me persuadió de que era mejor ir a hasta algún departamento policial a buscar información sobre mi identidad y al final decidí tomarle la palabra.La mañana fue transcurriendo y aún no me había atrevido a salir, me sentía un poco nervioso de lo que pudieran decirme, tenía esa leve sensación de que prefería no recordar. Cuando estaba a punto de salir, escuché que tocaban la puerta, me dirigí a la sala para abrirla, al hacerlo estaba un hombre un poco más bajo que yo cabello castaño claro y ojos azules. Fruncí el
La observé mientras se alejaba corriendo sin saber que hacer, mis palabras no habían salido con intenciones de lastimarla o hacerla molestar a ella, sino a su padre, pero ahora la princesa había malinterpretado todo.—¡Mierda! ¡Mierda! —exclamé impotente.—Definitivamente que eres un bruto, te has jodido tú mismo y aunque ahora no recuerdes, te juro que cuando llegues a hacerlo, te vas a arrepentir de este momento —me dijo Felipe burlándose de mí y