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NARRA PIERO.

La mayoría del tiempo creí que mientras más distante fuese, más frío, más cruel y sanguinario mantendría alejada de mí a cualquier persona que pudiese llegar a importarme. Y de esa manera no sentir esa desesperación y angustia de no saber o perder a alguien que amas. Cuando vi a Ginebra por primera vez, vi lo mierda que era su vida, gracias a Paris su mejor amiga de ese entonces le pegaba por mantenerme informado de ella, era un poco obsesivo compulsivo, pero sentía una atracción muy grande por esa pelirroja de ojos miel. En su mirada veía mucho dolor, tristeza y ausencia de brillo. Hice perder a su padre a propósito esa apuesta, me encargué de pagarle a todos los del hipódromo para que así pasase. El muy desgraciado no puso ninguna objeción para que me llevase a su hija, al contrario, me la colocó en bandeja de plata. Si hubiese sido un ruin desgraciado abusivo, que no le hubiese hecho a Ginebra. Pero sí algo me había enseñado mi madre, era que ser mafioso no era símbolo
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