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—¡Ni te atrevas! No eres bienvenida aquí—dije y le pedí a los niños que salieran y subieran al auto—, Sí no te importó dejarlo solo por tantos años, que no te importe ahora—respondí cuando se alejaron.

—¡No puedes negarle que soy su madre!—reclamó—, Es mi derecho, así que iré por él.

—Créeme que sí te le acercas no responderé—advertí—, No me importará nada, pero Gian no merece sufrir por una cualquiera.

Se quedó mirándome perpleja y salí en búsqueda de los niños. Subí al auto y los vi conversando, encendí el auto y vi que Mariangela salió de la pizzería y subió a un carro negro. Conduje por el camino sumida en mis pensamientos, odiaba a esa mujer y que apareciera cuando nadie se lo pidió.

—Ginebra, ¿Quién era esa mujer?—preguntó Gian en el asiento de atrás.—, ¿Por qué dijo que yo era su hijo?

—No sé quién era cariño, pero ya la puse en su lugar. Tranquilo—respondí suavemente.

Por suerte no hizo más preguntas, seguí conduciendo mientras Gian hablaba con Susana. No sabía que haría con
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