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Habíamos pasado unos días increíbles los cuatro juntos, me sentía joven, pero sentía como si fuésemos un matrimonio y ellos fueran nuestros hijos. Gian adoraba a Piero y él a ellos. Había desarrollado un lazo muy bonito con ambos niños, me encantaba observarlos sin que se percataran y tomarles fotografías. Habíamos turisteado por muchos lugares de París, Susana amaba todo, le había encantado la torre Eiffel. Jugaba mucho con Piero y él la cuidaba demasiado, la sobreprotegía de una manera muy tierna. Fuimos a un parque acuático que Piero reservo solo para los cuatro y no podían estar más contentos los pequeños, disfrutaban cada juego y atracción a más no poder. Ver reír a Gian y Susana era lo más satisfactorio que había sentido nunca antes. Amaba verlos felices, jamás imagine que Piero, el Piero frío y distante fuera miel pura con los niños. Que lo lograran ablandar tanto, al punto de volver muy sensible. Me gustaba ver en lo que se había convertido, no quedaba sombra de aquel monstruo
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