CAPÍTULO 2: INFIERNO PERSONAL.

CAPÍTULO 2: INFIERNO PERSONAL.

Adeline Winchester abrió la puerta del coche y respiró hondo, tratando de reunir el valor necesario para entrar en la iglesia. Sabía lo que le esperaba: más rumores y más escarnio. Los murmullos sobre cómo había atrapado al soltero más codiciado de la ciudad ya circulaban, y más aún porque todos sabían que él estaba profundamente enamorado de otra: su hermana, Dayana.

Respiró hondo y comenzó a caminar hacia el altar. El sacerdote la esperaba, pero Giovanni no estaba allí. Los murmullos comenzaron de inmediato, como cuchillos afilados en su piel.

“Ahí va la cazafortunas...”

“¿Cómo logró atraparlo? Todos saben que él ama a Dayana, no a ella.”

“Pobre mujer... No sabe lo que le espera.”

Los comentarios se mezclaban con miradas de desprecio. Adeline intentaba bloquearlos, pero no era fácil. Buscó a su padre entre los invitados, esperando al menos una mirada de apoyo. Pero Barlow se mantuvo indiferente, concentrado en todo menos en ella.

Estaba a punto de llegar al altar cuando, de repente, una enorme pantalla se encendió al fondo de la iglesia. Los jadeos y murmullos de los invitados fueron inmediatos. Su cuerpo se tensó al ver lo que aparecía en la pantalla: fotografías de Giovanni y Dayana en momentos íntimos, juntos y felices.

Se quedó paralizada, incapaz de procesar lo que estaba viendo. Sabía que eso era obra de su hermana. Nadie más podría haber tenido acceso a esas imágenes. Dayana había hecho lo que fuera necesario para detener esa boda.

—Lo lamentarás —le había dicho días antes, esperando que ella rompiera el compromiso.

Ahora, paralizada por la vergüenza, vio a Barlow levantarse de su asiento y caminar hacia ella. Antes de que pudiera decir algo, él la agarró del brazo con fuerza y la arrastró a una habitación.

Cuando la soltó, lo hizo con tal brusquedad que casi cae al suelo.

—¿Qué demonios crees que estás haciendo? —gruñó—. ¿Así intentas destruir a tu hermana?

Adeline trató de defenderse.

—Papá, yo no hice nada. No fui yo quien puso esas fotos. No sé cómo...

—¡Cállate! —la interrumpió con frialdad—. ¿Qué quieres lograr con esto? ¿Arruinar su reputación? ¡Solo piensas en ti misma! ¿No ves el daño que le harás a ella y a mi carrera política?

Cada palabra de su padre era como una cuchillada en su corazón. No podía entender cómo él, su propio padre, estaba tan dispuesto a condenarla sin escucharla. ¿Todo por Dayana? ¿Siempre por Dayana?

—Yo no haría algo así —murmuró, con los ojos llenos de lágrimas—. Yo no subí esas fotos. Además, Dayana… ella…

—Recuerda esto, Adeline —susurró él, inclinándose hacia ella mirándola amenazante—. Si intentas joderme, tu abuelo pagará las consecuencias. ¿Entendido?

Ella asintió, incapaz de hablar. Sintiendo las lágrimas arder en sus ojos, Barlow, satisfecho con su advertencia, se dio la vuelta y volvió hacia los invitados. Adeline respiró hondo y lo siguió de nuevo hacia el altar. Sabía que su destino estaba sellado. Nadie iba a salvarla.

[*]

Mientras tanto, en una exclusiva habitación de un hotel, los gemidos de una mujer morena llenaban el ambiente. Ella se movía con sensualidad sobre un hombre cuyos tatuajes asomaban por la camisa abierta. Él sujetaba con firmeza las caderas de la mujer mientras ella arqueaba la espalda, disfrutando del momento. De repente, el sonido insistente de un teléfono rompió el ritmo.

—No contestes… —susurró ella, coqueta, inclinándose para besar su cuello.

El hombre frunció el ceño y alcanzó el teléfono sin mirarla. Al otro lado de la línea, el secretario exhaló nervioso al escuchar los gemidos que llegaban a través del teléfono.

—Señor —murmuró—. ¿Vendrá a la boda?

Giovanni besó rápidamente a la mujer antes de responder, con desdén en su voz.

—¿Quieres que te recuerde que yo no pedí esa m*****a boda?

El secretario miró instintivamente hacia la iglesia, donde Adeline intentaba mantener la compostura. Podía ver la lucha interna en ella y su esfuerzo por parecer fuerte mientras, por dentro, se desmoronaba.

—Señor, creo que debería venir, todos están murmurando...

Las palabras del hombre hicieron que Giovanni apretara la mandíbula, sus dedos tensándose alrededor del teléfono.

—Eso es lo que ella se buscó. Ya me casé con ella, ¿no? No estoy obligado a asistir a una ceremonia que no quería. —Su voz sonaba amarga—. Si no hay nada más, voy a colgar.

—¡Tiene que venir! —la voz insistente del secretario lo interrumpió bruscamente.

Giovanni se puso de pie al instante, apartando a la mujer con un gesto seco.

—¿Qué pasa?

—Esto no es bueno, señor… —el hombre tragó saliva, mirando la gran pantalla que mostraba las imágenes—. Acaban de… de publicar unas fotos de usted y la hermana de la señora… en la cama. Esto va a ser muy malo para la empresa.

El silencio que siguió fue mortal. Los ojos avellana de Giovanni comenzaron a brillar con furia contenida, sus puños apretándose hasta que los nudillos se volvieron blancos.

—¿Se atrevió? —murmuró, con frialdad—. Esa m*****a mujer… ¿Se atrevió a exponer fotos de Dayana y de mí?

—Bueno, no estoy diciendo que haya sido ella. Pudo ser…

—¡Nadie más haría algo así! —espetó Giovanni, sintiendo cómo la rabia lo consumía—. No le bastó con obligarme a este puto matrimonio, sino que también quiere exponer mi relación con Dayana.

—Quizás no fue ella, señor. La pobre...

Giovanni no quiso escuchar más. Buscó la camisa con movimientos rápidos, su mirada fija en un único objetivo.

—Voy para allá —anunció antes de colgar.

Mientras se vestía, su mente trabajaba en todas las maneras de hacerle pagar a su nueva esposa.

—Vas a lamentar esto. Te lo haré pagar… y cuando termine, desearás no haberte cruzado nunca en mi camino.

En la iglesia, Adeline apenas podía soportar las risas y susurros a su alrededor. Las miradas de desprecio la rodeaban, juzgándola y destrozándola por dentro.

Giovanni apareció en la entrada, con el rostro endurecido por la ira. Caminó con paso firme hasta ella y se detuvo frente a su figura, esbozando una sonrisa helada. Sus ojos la recorrieron lentamente, examinando cada detalle de su vestido de novia. Por un momento, una chispa de emoción lo atravesó al verla tan hermosa y frágil, pero rápidamente desechó ese sentimiento, considerándolo una debilidad.

—¿Qué más tienes planeado, Adeline? —susurró con un tono tan helado que la hizo estremecer.

El cuerpo de ella se paralizó ante su frialdad. Quiso responder, pero el miedo la dejó sin palabras. Cuando por fin se atrevió a abrir la boca, el sacerdote comenzó la ceremonia, y Giovanni se enderezó, mirándola con una indiferencia cruel que la dejó aún más desarmada.

Era evidente para ambos: no era una boda, sino una sentencia.

—Puedes besar a la novia —anunció el cura.

El corazón de Adeline latía con fuerza mientras buscaba los ojos de Giovanni a través del velo que cubría su rostro. Él soltó sus manos y levantó el velo lentamente, revelando su rostro, que todos consideraban perfecto. Pero esa belleza no le decía nada a Giovanni. Para él, Adeline era solo una mujer manipuladora, alguien que despreciaba profundamente.

Sus labios se unieron en un beso que carecía de ternura y afecto, lleno de castigo y deseo reprimido. Adeline, sorprendida, trató de asimilar la intensidad del momento, pero cuando su cuerpo comenzó a relajarse, él se apartó bruscamente, dejándola confundida.

Se inclinó hacia su oído y, en un susurro que la hizo temblar, le dijo:

—Bienvenida a tu infierno personal, esposa.

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