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CAPÍTULO 4: NO MERECES LLEVAR A MI HIJO.

CAPÍTULO 4: NO MERECES LLEVAR A MI HIJO.

El corazón de Adeline se rompió en mil pedazos, sintió cómo algo se hundía dentro de ella, como si su pecho se vaciara de golpe. Y aunque quería apartarse, no podía moverse. Todo lo que había sentido, su amor, su entrega, se convirtieron en cenizas. Él la había reducido a nada, a solo un cuerpo. Y ese vacío, esa verdad, fue más de lo que pudo soportar.

Giovanni terminó con un gruñido y se apartó con la misma indiferencia de siempre. Se levantó de la cama y se dirigió al baño sin siquiera mirarla. El sonido de la puerta al cerrarse resonó en la habitación, mezclándose con el ruido del agua de la ducha. Adeline permaneció tendida, temblando bajo la delgada sábana que apenas cubría su cuerpo. Sus manos, instintivamente, bajaron hasta su abdomen. Allí, se ocultaba su secreto, su esperanza… el bebé que llevaba dentro. 

Estaba embarazada.

La noticia aún la tenía en shock. Giovanni solo la tocaba una vez al mes, y siempre la obligaba a tomar la pastilla del día después, asegurándose de no dejar ninguna consecuencia. Si se acostaba con ella, lo hacía por pura obligación, cumpliendo con el mandato del abuelo, quien exigía un heredero.

Pero Giovanni estaba decidido a no tenerlo con ella.

Mientras el agua corría en el baño, el teléfono de Giovanni vibró sobre la mesita de noche. Adeline, llena de nervios, lo tomó con manos temblorosas. Un impulso la dominó, y desbloqueó la pantalla. Lo que vio la dejó sin aliento.

“Gio, gracias por el regalo de cumpleaños. Te amo”.

El mensaje la atravesó como un cuchillo. Leyó esas palabras una y otra vez mientras sus ojos se llenaban de lágrimas. Siempre supo que Giovanni tenía una amante, pero jamás imaginó que esa mujer sería su hermana.

El dolor la invadió como una ola fría, paralizándola.

Dejó el teléfono justo cuando el agua dejó de correr. Unos segundos después, Giovanni salió del baño, con una toalla colgando de su cintura. Las gotas de agua se deslizaban por su torso, resaltando cada músculo esculpido. Aunque el dolor la destrozaba, Adeline no pudo evitar mirarlo. Era, sin duda, un hombre atractivo, pero esa atracción no borraba la devastación que sentía.

Giovanni notó su mirada y, hablo con frialdad.

—Deja de mirarme así. Soy tu esposo. Lo que hice es mi derecho.

Esas palabras cayeron sobre ella como una sentencia. Esa palabra resonaba en su mente con burla. Y más aún después de descubrir la aventura con su hermana. El dolor que había estado conteniendo se mezcló con la tristeza que la invadía.

—Giovanni… ¿Alguna vez me has querido?—preguntó.

Había esperado demasiado tiempo por una respuesta, un gesto, algo que le hiciera creer que su vida con él no había sido en vano. Pero ahora, enfrentada a la cruda realidad, tenía que saberlo.

Giovanni soltó una risa amarga, llena de desprecio.

—¿Amarte? —repitió —. No seas ingenua, Adeline. Este matrimonio nunca fue sobre el amor, y tú lo sabías.

—No quería que fuera así —susurró—. Nunca quise que esto terminara de esta manera.

—No es mi problema lo que tú querías —dijo fríamente ―Ahora deja de llorar, me cansas.

El dolor atravesó a Adeline, pero su rostro permaneció inexpresivo, aunque una lágrima silenciosa rodó por su mejilla. Giovanni lo vio, y por un instante, su pecho se apretó, algo dentro de él se tambaleó. Pero enseguida reprimió ese sentimiento, recordando lo que pensaba de ella.

Fue al guardarropa y terminó de vestirse, luego agarró las llaves del auto y se dirigió hacia la puerta.

—No olvides tomar tu medicina… no quiero correr ningún riesgo.

Sus palabras fueron un balde de agua fría. Era un hecho de que no quería tener un hijo, pero ella ya estaba embarazada.

—Giovanni…

El se detuvo en la puerta sin mirarla.

—¿Qué… qué pasaría si…?

Los ojos del hombre se oscurecieron al comprender a dónde iba, se giró y ella pudo sentir su desdén al punto que la hizo encogerse.

—Eso no va a pasar, Adeline. Pero si llegara a suceder semejante error —habló fríamente—, entonces lo abortas. Porque tú no mereces llevar a mi hijo.

El pánico la invadió.

—Así que no se te ocurra embarazarte a propósito —le advirtió— porque lo lamentarás. No tientes tu suerte y pienses que porque el abuelo te aprecia vas a conseguir tus propósitos. O peor aún que creas que significas algo.

Al ver sus ojos llenos de lágrimas, un nudo se le formó en el estómago y la incomodidad se apoderó de su pecho, no entendía por qué esta mujer calculadora estaba provocando estas reacciones en él. Iba a decir algo más, recibió una llamada.

—¿Sí?

—Gio… ¿Cuándo vendrás? —la voz de Dayana sonaba frágil y nerviosa—. Creo que no me siento bien, ¿puedes llevarme al hospital?

Él cambió de inmediato al escuchar la voz de Dayana. Su expresión, que había sido dura y fría, se suavizó al instante, y su tono de voz se volvió ansioso, lleno de preocupación.

—Tranquila, voy para allá. No te preocupes, estaré contigo en un segundo.

Colgó el teléfono bruscamente, y sin dedicarle a Adeline una última mirada, salió de la habitación. El sonido de la puerta al cerrarse fue el último golpe de su indiferencia, dejándola completamente sola. Adeline, finalmente, dejó salir todo el dolor, abrazando su vientre con desesperación, como si pudiera proteger a su bebé de todo el sufrimiento que la consumía.

Sin embargo, entre el dolor, se encendió una chispa de valentía, estaba decidida a proteger a su hijo, aunque no sabía cómo. No importaba que Giovanni la despreciara ni que su propio padre prefiriera que el bebé no naciera.

Ella lo conservaría.

Miró el costoso anillo de diamantes en su dedo y sin pensarlo demasiado, agarró su teléfono y marcó. Después de unos minutos contesto su mejor amiga.

—¿Ade? ¿Qué pasa?

Adeline inhaló profundamente, intentando controlar la oleada de emociones que la dominaba.

—Lucy —dijo con una firmeza inusual—. Ayúdame a encontrar a alguien para vender mi anillo de boda.

Hubo un silencio al otro lado de la línea.

—¿Te volviste loca?

Adeline apretó el teléfono con fuerza, sus ojos enrojecidos ahora brillaban con una determinación nueva, palpable.

—No —respondió, con voz firme —. Nunca he estado tan cuerda. Voy a divorciarme de Giovanni.

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