CAPÍTULO 5: VERDAD DEVASTADORA.

CAPÍTULO 5: VERDAD DEVASTADORA.

En el hospital, Adeline cerró el libro y lo dejó a un lado. Se inclinó con suavidad para acariciar el cabello del hombre que yacía inmóvil frente a ella. Era su abuelo, el padre de su madre, el único familiar que le quedaba. Cada semana, sin falta, venía a visitarlo, a pasar tiempo con él. Como tantas otras veces, le leía, esperando con desesperación que él pudiera escucharla. Hacía un año que había sufrido un derrame cerebral, y desde entonces no había mostrado ninguna señal de despertar.

—Abuelo —susurró, mientras acariciaba su cabello—, tengo una noticia que darte.

Con una mano temblorosa, Adeline llevó los dedos a su vientre, acariciando el lugar donde su bebé crecía. Sus ojos, aunque tristes, brillaban con un destello de esperanza.

—Estoy embarazada, abuelo... pronto voy a tener un bebé.

De repente, un recuerdo la golpeó con fuerza, trayendo consigo un dolor profundo. Las palabras de Giovanni resonaban amargas en su memoria: "Si llegas a quedar embarazada, lo abortas. No mereces ser la madre de mi hijo." Sintió un nudo en la garganta, pero las palabras de él no importaban. Ella protegería a su hijo a toda costa, sin importar lo que tuviera que enfrentar.

—Voy a tener este bebé —murmuró, más para sí misma que para su abuelo—. Aunque su padre no lo quiera, yo lo amaré el doble.

Tras despedirse de su abuelo, Adeline se dirigió al área de Ginecología del hospital. A pesar de todo el peso que cargaba, una emoción silenciosa la acompañaba. La llegada de su bebé era lo único que mantenía vivo su espíritu. Aunque Giovanni no sabía nada del niño, ella había tomado una decisión firme: le pediría el divorcio. No podía seguir viviendo en la mentira, bajo la sombra de un hombre que nunca la amaría. Sabía lo que implicaría: su padre, quien aún cubría los gastos médicos de su abuelo, retiraría todo apoyo. Pero estaba dispuesta a enfrentarlo, con tal de conservar a su hijo.

De repente, sus pasos se detuvieron bruscamente.

A pocos metros, estaba su marido.

"¿Qué está haciendo aquí? ¡Oh, Dios! ¿Será posible que lo sepa? Pero ¿cómo?"

No le había dicho nada sobre su embarazo. Pero sus dudas se disiparon en un instante, cuando vio a su hermana aparecer junto a él, con una sonrisa en los labios. Y luego, como si fuera lo más natural del mundo, Dayana llevó una mano a su vientre, acariciándolo con un gesto maternal. El mundo de Adeline se desmoronó en segundos. La verdad la golpeó como un rayo: Giovanni quería deshacerse de su hijo porque ya tenía otro... con su cuñada.

Giovanni ayudó a Dayana a entrar al ascensor, no sin antes entregarle unos papeles a una de las enfermeras. Adeline, apretó los puños con fuerza, clavándose las uñas, pero el dolor físico no importaba, apenas lo sentía comparado con la devastación que la atravesaba.

Respiró hondo y caminó hacia una de las enfermeras, intentando aparentar calma. Forzó una sonrisa nerviosa mientras saludaba.

—Hola... ¿cómo estás? —dijo, con la voz casi quebrándose, mientras sus ojos escaneaban el entorno,

La enfermera le devolvió el saludo amablemente antes de distraerse un momento con el teléfono. Esa fue su oportunidad. Sin pensarlo dos veces, aprovechó el descuido y sus ojos se deslizaron rápidamente hacia la carpeta que la enfermera había dejado sobre el mostrador. El nombre "Dayana" estaba escrito en la esquina.

Y entonces lo vio. Ocho semanas de embarazo.

Todo su cuerpo se tensó de golpe. Sintiendo que el aire abandonaba sus pulmones como si acabaran de golpearla en el estómago.

«Ocho semanas»

La verdad la golpeó como un rayo: Giovanni quería deshacerse de su hijo porque ya tenía otro... con su hermana.

Ellos iban a tener un hijo... Un hijo... Mientras ella...

De repente, una mano cálida tocó su hombro, sacándola de su aturdimiento. Se giró bruscamente y se encontró con un rostro familiar: Logan, un viejo compañero de la universidad.

—¿Adeline? ¿Estás bien? —preguntó preocupado.

Se preocupó aún más al ver las lágrimas en sus ojos.

—¿Por qué estás llorando?

Adeline sacudió la cabeza, intentando esbozar una sonrisa.

—Estoy bien, Logan... solo...

—¿Cómo puedes decir que estás bien si estás llorando? —replicó —. ¿Le pasó algo a tu abuelo? ¿Es eso?

Ella negó de nuevo, pero no pudo contener el sollozo que escapó de sus labios. Las lágrimas fluyeron con más fuerza mientras intentaba cubrirse el rostro con las manos.

—Ade, por favor, dime qué pasó —susurró Logan, sosteniéndola entre sus brazos—. Sabes que puedes contar conmigo, siempre.

Él la apartó suavemente, mirándola con preocupación.

—Además, ¿Por qué estás en el área de Ginecología? —preguntó con delicadeza—. ¿Qué pasa?

Sus cejas se fruncieron al notar una fina línea de sangre que comenzaba a deslizarse desde la nariz de Adeline.

—Ade, tú... —no terminó la frase porque en ese momento ella se desplomó, desmayándose en sus brazos.

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