POV: Lothar Weber Mi pasado seguía tan vívido como una herida que se niega a cerrar. Crecí en un orfanato, rodeado de niños rotos y adultos aún más crueles. Éramos desechos de la humanidad, o al menos eso nos decían cada día. Nos repetían que nadie nos quería, que no éramos más que errores abandonados. Con el tiempo, esas palabras dejaron de ser solo insultos; se convirtieron en una verdad inquebrantable que cargábamos como una segunda piel.Al principio soñaba con mi madre. Imaginaba si sería hermosa, si sus ojos se parecerían a los míos. Me preguntaba por qué me había dejado allí, frente a esa puerta que ocultaba el infierno. Pensaba también en mi padre, si alguna vez se sintió orgulloso de mí o si siquiera supo que existía. Dibujaba sus rostros sin haberlos visto jamás, y me convencía de que, algún día, vendrían a buscarme.Pero la esperanza es un lujo que el dolor no permite. Cada golpe, cada insulto, cada día de hambre y encierro se encargaba de arrancarla de mí. Comprendí que n
Venecia, Italia ~Monasterio de Santa Maria delle Vergini~—Señor Todopoderoso,Tú que ves más allá de la carne y del linaje,guarda mi alma, que no lleva culpa,aunque mi sangre cargue con sombras ajenas...Annika dejó que las palabras flotaran en el aire, desgastadas por la repetición. Ya no le parecían suyas, ni siquiera creía que atravesaran el techo de la capilla. Había recitado aquella oración tantas veces en secreto que su significado se había desvanecido. ¿Acaso alguien la escuchaba? Tal vez no lo merecía. Después de todo, no era una monja devota como las demás.—Sorella Annika.La voz, suave y afectuosa, la sobresaltó. Se puso de pie de inmediato, dejando su posición arrodillada.—¿Qué haces aquí a esta hora? —preguntó la Vicaria, mirándola con curiosidad.Annika bajó la mirada, sus manos unidas frente a ella.—Estaba... orando —respondió en voz baja, con cierto titubeo.La Vicaria se acercó y, con un gesto delicado, levantó su mentón hasta encontrar sus ojos castaños.—Eso e
Después de presenciar aquella aberración con sus propios ojos, Annika se apresuró a regresar a su habitación, como si el mismo diablo le pisara los talones. Cerró la puerta con un golpe seco y echó el seguro antes de lanzarse hacia el baño, donde vació su estómago en el retrete. Varias arcadas más, hasta que su garganta quedó ardiendo y su cuerpo se tensó, dominado por la náusea. Se apoyó contra el lavabo, respirando con dificultad, mientras el pecho le hervía de angustia.—Maldito...—susurró, su voz temblorosa, llena de repulsión por lo que acababa de presenciar. —¡Maldito seas, Rainer!.Golpeó el lavabo con furia, la impotencia apoderándose de ella. No podía hacer nada. Ni siquiera huir parecía una opción viable. La sensación de estar atrapada la consumía, como un peso insoportable sobre su pecho.Salió del baño con el rostro demacrado por la rabia. Sin pensarlo, arrancó el vestido rojo que le habían impuesto y lo pisoteó, con furia, hasta que sus fuerzas se agotaron. Se desplomó en
Annika no sabía qué le revolvía más el estómago esa mañana: las fachas de mierda que llevaba encima o tener que desayunar frente a Rainer con su amante enredada sobre él como una maldita lapa.Se sentó, tragándose el asco y el fastidio, mientras esos dos se restregaban descaradamente en la mesa. Intentó enfocarse en el plato que tenía delante, pero el primer bocado casi la hizo vomitar. Era otra de las bromitas de Lavinia, la muy desgraciada.Respiró hondo, recordando que debía mantener su papel de víctima. Necesitaba mantener a Rainer bajo control, aunque eso implicara tragarse la humillación. Levantó la vista y los vio: Lavinia alimentaba a Rainer con una cuchara, riéndose como una idiota. Annika sintió un nudo en el estómago, pero se obligó a seguir con su plan.Dejó caer la mirada, dejando escapar un sollozo que acompañó con un gesto de falsa vulnerabilidad al secarse una lágrima imaginaria con el dorso de la mano.—Pobrecita —se burló la sirvienta desde la esquina—, llora como si
Durante lo que quedaba del día, no volvió a cruzarse con él. Miró varias veces hacia la cima de las escaleras mientras limpiaba, con la esperanza de al menos ver su sombra. Pero nada, aquel hombre misterioso no dio señales de vida.Annika terminó su jornada y, como le tocaba, volvió a casa. Subió al taxi con el estómago revuelto, una mezcla de nervios y rabia, porque sabía que la esperaba una pelea con su esposo. Todo por haber encontrado trabajo. Claro que, le costara lo que le costara, pensaba mantener su papel de víctima perfecta, la esposa mártir. Ya había planeado cómo actuar.El taxi la dejó frente a la mansión de Rainer. Bajó, mirando el enorme caserón con desconfianza. Pagó al conductor y respiró hondo antes de cruzar la puerta.Al entrar al salón, lo primero que vio fueron maletas y bolsas de compras desparramadas por todos lados. Las sirvientas iban y venían, cargándolas escaleras arriba, mientras Annika observaba todo con una expresión de incredulidad. ¿Rainer tendría visit
POV: Annika KleinMe quedé helada, rígida como una estatua, sin atreverme a mover ni un músculo. Mis manos seguían sobre sus hombros, y mis ojos estaban atrapados en los suyos."Está prohibido hablar con el propietario. No le dirija la palabra, ni haga nada que le cause molestias." Las palabras del anciano resonaron en mi mente, y el pánico se coló en mi pecho. Aún no había pronunciado una sola palabra, pero estar en sus brazos ya debía de ser una molestia, ¿no?Sus ojos… eran como cuarzo ahumado, mármol gris, o la neblina matinal sobre las montañas. Una mezcla fascinante y helada que no dejaba entrever nada. Su respiración, regular y suave, se percibía incluso a través de la mascarilla que cubría su rostro, y estaba tan cerca de mí que el vello de mi piel se erizó.—Hola —susurré, casi con vergüenza. Fue lo único que se me ocurrió decir. Genial, ya había roto una regla, pero, ¿qué más daba? La culpa era de su gato, no mía—. Eh… ¿podría bajarme? Y gracias.Él no se movió. Yo quería de
POV: Rainer Vogel El clímax se me escurrió de las manos como un maldito chiste de mal gusto cuando el golpe seco retumbó en el suelo. Abrí los ojos de golpe, con el calor del momento evaporándose al instante. Ahí estaba Annika, tirada como una muñeca rota, inerte.Salí de Jessica como si me quemara, mi cuerpo aún hirviendo y ahora alimentado por el pánico.—¡Annika! —rugí, tomándola entre mis brazos con fuerza, sacudiéndola para arrancarla del maldito abismo en el que parecía hundida—. ¡Despierta, joder!Nada. Su cuerpo estaba caliente, pero no reaccionaba. Por lo menos respiraba. La dejé sobre la alfombra y me puse la bata de un tirón, empujando a Jessica a un lado sin miramientos. Ella, con el cabello revuelto y la cara encendida, me lanzó una mirada entre confusión e indignación.—¿Vas a dejarme así? —me escupió con veneno—. Esto es una jodida broma, ¿verdad?—¿Eres imbécil o qué? —le ladré, fulminándola con la mirada—. ¡Annika está inconsciente, maldita sea!.Jessica se cruzó de
Sí, no había otra explicación. Había sido él. ¿Quién más? Sergio me lanzó una mirada cargada de sospecha. Sus ojos cansados se detuvieron en mis zapatillas, y yo deseé desaparecer. Esperaba que no hubiera notado cómo me había saltado todas sus reglas a la ligera. Y, por ahora, agradecía al cielo que mi jefe, ese monstruo de dos metros, no hubiera aparecido aún para escupirme en la cara mi inminente despido por lo que había pasado el día anterior.—Ejem —tosí para romper el incómodo silencio—. Seguiré limpiando, si me lo permite.No dijo nada, simplemente se hizo a un lado. Menos mal. Pero estaba segura de que sospechaba. Si no mencionaba nada antes de que terminara mi turno, entonces podría respirar tranquila.Esperé a que desapareciera para alzar la vista hacia las ventanas del segundo piso. El día anterior había confirmado que ese hombre dormía ahí, en esa planta. Justo entonces me di cuenta de que la ventana por la que había sentido esa sensación de que alguien me vigilaba daba dir