Ariadna se despertó temprano, todavía ajustándose a la incomodidad del sofá cama donde había pasado la noche.Había dormido mal, con el cuerpo tenso y la mente ocupada, preguntándose cómo había terminado en esa situación.Cuando su madre la llamó desde la cocina para que se preparara, Ariadna tardó unos minutos más de lo necesario en levantarse. Sabía que ese día marcaría el comienzo de algo que prefería evitar: adaptarse.—Vamos a salir temprano. Tengo que ir al trabajo después, así que mejor apurémonos —le dijo Camila mientras apuraba su café.Ariadna asintió en silencio. Había notado la intensidad en los ojos de su madre, como si estuviera evaluándola constantemente, buscando algún indicio de que no encajaba en su nueva vida.La primera parada fue una tienda de ropa de segunda mano. Ariadna no podía evitar fruncir el ceño al entrar. El lugar estaba lleno de percheros abarrotados, con ropa de diferentes estilos y colores mezclados sin orden aparente. El olor a polvo y telas viejas l
Maximiliano pasó las horas siguientes revisando los mapas de la región y buscando terrenos disponibles. La mansión estaba rodeada por hectáreas de tierra, parte del legado que había heredado, pero sabía que necesitaría algo más céntrico para su proyecto. También tomó notas sobre los tipos de servicios que quería incluir: pediatría, cirugía avanzada, emergencias… Cada detalle era una pieza más del rompecabezas que estaba formando.“¿Es una locura empezar algo así desde cero?” pensó mientras se recostaba en la silla y miraba el techo. Pero la voz de su abuelo resonó en su memoria:—Los sueños más grandes siempre parecen locuras al principio, pero esos son los que valen la pena.Esas palabras lo hicieron sonreír.El escándalo en Londres seguía pesando sobre él, y reconstruir su reputación sería tan importante como construir el hospital. Pero nada de eso lo detendría.Por la mañana, Maximiliano recorrió la propiedad con Leticia, observando cada rincón y haciendo preguntas sobre el estado
El rugido de las turbinas disminuyó a medida que el avión aterrizaba suavemente en la pista del aeropuerto internacional de Nueva York. Aisha Valdés sonrió mientras miraba por la pequeña ventana el horizonte repleto de rascacielos. Había soñado con este momento durante años, y ahora, al fin, era realidad.Se ajustó el cabello frente al espejo del baño del avión antes de salir. Su reflejo le devolvió una imagen perfecta: cabello liso y brillante, maquillaje impecable, y una expresión que rezumaba satisfacción.Aisha había ganado. Ella estaba en el centro del mundo mientras Ariadna se hundía en la miseria.Un hombre alto y trajeado la esperaba en la zona de recogida de equipaje, sosteniendo un cartel con su nombre. Aisha caminó hacia él con la confianza de alguien que sabía que el mundo estaba a sus pies.—Señorita Valdés, bienvenida a Nueva York. Soy Jacob, enviado por su padre para llevarla al campus y asegurarme de que todo esté en orden.Aisha esbozó una sonrisa satisfecha. Por supu
Ricardo estaba en la cocina de la mansión Valenti, cortando verduras con movimientos rápidos y precisos. A pesar de los años fuera de aquel lugar, el ambiente le resultaba familiar. Desde que Leticia lo había llamado para ofrecerle su antiguo puesto, había dudado. Trabajar en la residencia de ancianos había sido tranquilo, con horarios fijos y sin demasiadas complicaciones, pero el sueldo era apenas suficiente para cubrir lo básico. Ahora, con Ariadna en casa, sabía que cualquier ingreso extra sería una ayuda para Camila.La mansión, como siempre, era imponente. Los suelos brillaban como si fueran de cristal, y las paredes estaban decoradas con cuadros que probablemente costaban más que toda su casa. A pesar de haber trabajado allí durante años, Ricardo nunca se había acostumbrado del todo a ese nivel de opulencia. Ahora, con la llegada del nuevo señor Valenti, la casa parecía aún más lujosa. Sin embargo, a pesar de estar de vuelta, todavía no había tenido la oportunidad de conocer al
Quería creer que era un nombre común, un nombre y un apellido común en el lugar, pero… con la mala suerte que cargaba últimamente, casi estaba convencida de que eran las mismas personas, pero ¿no se suponía que él era de Londres, que allí vivía? No es que supiera mucho más de ese hombre, tampoco estaba interesada en saber nada al respecto o verlo de nuevo, por lo que si aquel era él… si resultaba ser la misma persona de Londres, Ariadna se sentía incapaz de trabajar en ese lugar, de todos modos, tampoco creía que él la quisiera allí en su casa, sirviéndole la comida luego de las cosas que habían pasado.Cuando llegaron al comedor, Leticia empujó suavemente la puerta y la guio hacia el interior. Ariadna apenas tuvo tiempo de mirar a su alrededor antes de que su mirada se encontrara con él. Allí estaba Maximiliano Valenti, sentado a la cabecera de una mesa larga y elegantemente decorada. Vestía una camisa blanca remangada hasta los codos, y sus ojos estaban fijos en un documento que sos
El reloj marcaba las 5:30 a.m. cuando Ariadna abrió los ojos con dificultad. Era su tercer día de trabajo, y aunque el cuerpo le dolía por completo, sabía que no podía permitirse faltar. Estaba acostumbrándose a un ritmo de vida completamente diferente, haciendo de todo un poco bajo las órdenes de Leticia. Su horario podía cambiar en cualquier momento, dependiendo de la respuesta de la universidad, y esperaba que Leticia fuera lo suficientemente comprensiva para adaptarse a esos cambios cuando llegara el momento.Suspiró mientras se levantaba de la cama y recogía la ropa que había preparado la noche anterior. A pesar de que Maximiliano seguía siendo una figura ausente en la casa, lo cual era un alivio, no podía evitar sentir un nudo en el estómago cada vez que alguien mencionaba su nombre. Estaba segura de que, en el momento en que él la reconociera, sería despedida.El mareo la golpeó de repente, obligándola a detenerse. Corrió al baño apenas a tiempo para inclinarse sobre el inodoro
Maximiliano terminó su bebida con un gesto relajado y dejó el vaso vacío sobre la pequeña mesa junto a la tumbona. Sus ojos se entrecerraron mientras el sol seguía bañando su piel, disfrutando del calor que comenzaba a secarse sobre su torso. Se acomodó para continuar descansando, pero recordó de pronto que había dejado pendiente un correo importante en su ordenador. —Es un asunto rápido —murmuró para sí mismo, levantándose con desgana. Se dirigió hacia la piscina y se sumergió en el agua, nadando un par de largos con brazadas firmes y fluidas. El movimiento lo ayudaba a despejarse, su cuerpo siempre agradecía el contacto con el agua. Luego de unos minutos, salió de la piscina, escurriendo las gotas con las manos, tomó una toalla y se quedó de pie mientras se secaba con movimientos lentos, después entró a casa, subía las escaleras hacia su habitación pensaba en el correo que tenía que enviar, luego de eso regresaría a tomar el sol, el día estaba tranquilo y él quería pasarlo relajad
Ariadna miró con desconcierto cómo sus manos descansaban sobre sus piernas, los dedos tamborileando con una paciencia calculada. Por un segundo, pensó que esperaba que ella se sentara allí, pero descartó la idea tan rápido como llegó. No, eso no podía ser posible. Sin embargo, cuando Maximiliano se puso de pie, ella supo que algo iba a suceder. Sus pasos eran lentos, deliberados, como si quisiera alargar la agonía del momento. En un abrir y cerrar de ojos, estaba frente a ella, invadiendo su espacio personal de una forma que la dejó sin aliento. —Dame un beso —exigió, sus manos moviéndose con agilidad hacia sus caderas. Ariadna se tensó de inmediato, su cuerpo entero reaccionando al toque de él. No sabía si era miedo, indignación o algo mucho más visceral lo que recorría sus venas en ese momento, pero no estaba dispuesta a ceder—. Solo así vas a conservar el trabajo —agregó Maximiliano, inclinándose ligeramente hacia ella, su mirada fija en la de Ariadna como si pudiera leer cada un