El sol brilló sobre sus párpados y Carlo abrió los ojos de golpe, como si eso hiciera menos doloroso el hecho de que la mañana se llevaría toda la magia de la noche. Se levantó con la suavidad de un gato y abrió un poco las cortinas, la luz que se filtraba en la habitación tenía un poco de melancolía y de pecado. La observó dormir, desnuda, envuelta en la sábana de seda, abrazando la almohada con una areola de serenidad indescriptible.
Carlo sintió que la mano que hasta ese momento se había aferrado a su brazo lo soltaba de golpe, y se volvió como un rayo para sostenerla antes de que se desvaneciera. Entonces Hans, aquella absurda noticia y todas las explicaciones que necesitaba pasaron a un segundo plano. Levantó a Aitana contra su pecho y la llevó adentro, se sentó en un cómodo sillón con ella en su regazo y no pronunció una sola palabra mientras se recuperaba y se abrazaba a su cuello llorando con desconsuelo.
Aitana se levantó de golpe al sentir el golpe de una puerta al cerrarse, pero fuera de eso nada más anunció la presencia de alguien dentro del departamento, lo único que podía percibirse eran los murmullos de una ciudad que estaba despierta hasta altas horas de la madrugada. La temperatura había comenzado a descender despacio y la mujer se echó sobre los hombros una sencilla bata de seda para salir a investigar. Después de todo en aquella buhardilla no podían entrar más que Carlo y ella.
— Aitana tienes… Aitana tienes que abrir los ojos… Por favor, por favor, te lo suplico…Eran la cuatro de la tarde y Carlo todavía no lograba arrancarse aquella sensación que lo había invadido durante toda la madrugada. Se había emborrachado el día anterior, eso podía recordarlo perfectamente, había comenzado a beber desde el momento justo en que se había separado de Aitana dejándola a bordo de aquel bote, y luego había hecho lo peor que podía hacer: había regresado al departamento, había regresado al único lugar donde hab&iacut
— Chica lista, es hora de levantarse. Aitana recordó toda las veces que su padre la había despertado con esa misma frase, que eran básicamente todos los días importantes de su vida: su primer viaje largo por carretera, su graduación, el día que iba a terminar con su primer novio, su primer trabajo, la inauguración de su empresa. Todos habían sido trascendentales, por alguna razón que desconocía e
Aitana se detuvo por algunos minutos antes de pulsar el botón del ascensor que la llevaría al departamento del último piso del hospital. Carlo no había estado con ellos mientras le quitaban la escayola a Stefano, y Aitana sabía que era por ella: estaba evitando verla tanto como pudiera. Después de todo no debía ser fácil para él mirarle a los ojos después de decirle que la amaba, solo para escuchar de sus labios que lo único que ella quería era que se convirtiera en su pasado.
Tenía los ojos muy abiertos y la mirada fija en el suelo, como una niña a la que hubieran atrapado haciendo una travesura. Marco se habría reído de buena gana si la expresión de Aitana hubiera sido menos lamentable, pero parecía que estaba a punto de echarse a llorar de un momento a otro. — ¿Estabas escuchando detrás de la puerta? — la voz de Carlo carecía de acento, de modo que la muchacha no pudo descifrar si estaba enojado, y eso la hacía sentir aun peor.
— ¿Qué esto, un circo? — Carlo enarcó una ceja divertida cuando vio a su familia en aquellas fachas.Le había pedido a Alba que llamara a todos sus hermanos para una reunión oficial, tenía que darle las noticias a su familia: la mujer con la que se había casado hacía siete años no se llamaba Aitana, sino Lianna, y acababa de morir en un accidente; la mujer que habían conocido era su hermana gemela, la verdadera Aitana… y el resto, lo que había llegado a pasar entre ellos, no tenía que ser de dominio público, ya suficiente era con que lo supier
— ¿Cómo lo supiste? — Aitana lo empujó despacio hasta hacerlo caer en el diván que ocupaba el centro de la glorieta del lago, y luego se sentó a horcajadas sobre él, quitándole la venda de los ojos.Carlo parpadeó un momento para adaptarse a la luz y luego miró alrededor, comprendiendo el silencio que antes no lo había hecho sospechar: No había nadie allí, y lo mismo el portal