Dos meses después de la propuesta. El sol caía con fuerza sobre la playa, haciendo que la arena blanca brillara bajo los pies descalzos de la familia Messina. El sonido de las olas rompiendo en la orilla creaba una sinfonía suave, y la brisa marina acariciaba los rostros bronceados de Adriano, Gianina y los niños. Era un día perfecto. Después de meses de tormentas internas, traiciones que habían dejado cicatrices profundas y un dolor que parecía imposible de superar, la calma había llegado, y con ella, la paz, permitiéndoles aquel viaje de ensueño en familia.Adriano y Gianina caminaban juntos por la orilla, con las manos entrelazadas, mientras los cuatrillizos, que estaban a poco de cumplir los dos años, corrían más adelante, persiguiéndose unos a otros con risas desbordantes de alegría. Francesco, como siempre más reflexivo, caminaba a una distancia prudente, observando con una sonrisa tranquila cómo sus hermanos jugaban en la arena. A pocos metros, Claudio y Johana se encontraban
Allí estaba, una vez más, en la clínica, donde cinco meses atrás había ido a realizarse una inseminación artificial junto a Antonio, su difunto esposo.Jamás imaginó que la llamaran con tanta urgencia, tantos meses después, cuando acudía allí prácticamente todas las semanas para realizarse los chequeos correspondientes.La última ecografía y los últimos análisis habían dado perfectos, entonces, ¿por qué la llamaban con tanta urgencia?Cuando llegó a la recepción se encontró con la médica que había conocido el primer día y con el médico que la atendía todas las semanas, reunidos y con rostro de preocupación.Una vez se acercó a ellos, se aclaró la garganta para hacerse notar y preguntó:—¿Qué sucede? ¿Está todo bien?Los rostros de los tres que se encontraban reunidos no auguraban nada bueno.—Esperemos un momento más —dijo la doctora—. El señor Messina ya debe estar por llegar.¿Messina?Le sonaba ese apellido y pronunciado por la voz de aquella mujer.De pronto tuvo un flashback.Aqu
CINCO MESES ANTESGianina preparó el debido café de la mañana y lo sirvió en un tazón enorme.Estaba preocupada. No podía dejar de pensar.Las cuentas no le daban. Lo que ganaba en la pizzería era una miseria y ni hablar de sus trabajos esporádicos como escritora fantasma.Suspiró.Realmente, estaba tan cansada… Si no hubiese creído en las palabras del imbécil, del padre de su hijo, no estaría pasando por todo aquello.«¿Te arrepientes de haber tenido a Francesco?», se preguntó.¡No, por supuesto que no! Jamás se arrepentiría de haber tenido a su hijo. Era lo mejor y lo más importante que tenía en la vida. Gianina levantó la cabeza y se llamó a la cabeza.¿Qué diablos haría?Iban a terminar sin hogar, sin nada, en la calle, porque no podía pagar el alquiler, ni las expensas.A duras penas, le alcanzaba para darle de comer a Francesco.De lo único que se arrepentía era de la persona que había elegido y que había terminado siendo el padre de su hijo.Gianina suspiró y se llevó la taza
Aquella noche, ataviada con un vestido negro entallado y unos tacones dorados, a juego con su bolsa de mano.Cuando llegó al restaurante en el que había sido citada, recordó que el hombre, en el correo electrónico, le había dicho que debía presentarse con su nombre y apellido y que debía decir que tenía una reserva junto a Antonio Rossi.Y eso fue lo que hizo.Sara la había acompañado hasta la esquina más cercana, antes de irse con Francesco al cine, para entretenerlo.El hombre que se encontraba en la entrada, trajeado de pies a cabeza, la buscó en una lista en el interior de una carpeta negra y, una vez que encontró su nombre, la hizo pasar.Rápidamente, la guio hasta un reservado que se encontraba al final del restaurante.—Es aquí, señorita —dijo el hombre y se alejó sin más.—Gracias. —Gianina sonrió.En cuanto abrió la cortinilla, que separaba el reservado del resto del restaurante, los ánimos se le vinieron abajo.¿Aquel era el millonario que quería alquilar su vientre?Pero, p
Tres meses después de la boda y de haberse quedado embarazada de cuatrillizos, Gianina se encontraba de compras con Sara y Francesco.Cuando sus piernas no daban más, propuso tomar asiento.—¿Quieres ir a beber un batido? —le preguntó Sara, cuando ya habían recorrido todas las tiendas habidas y por haber.Antonio le había dado una tarjeta sin límite y Sara la había instado a renovar su guardarropa y, como siempre, ella había accedido.Se acercaron a la zona de los restaurantes del mall, dejaron las bolsas en una de las sillas y Gianina tomó asiento.—Ya regreso. ¿Quieres un batido de banana y fresa? —preguntó Sara.Gianina sonrió y asintió. Su amiga la conocía más que nadie.En el momento en el que su amiga se alejó junto a Francesco en busca de los batidos, tomó su móvil y vio que tenía una gran cantidad de llamadas de un número desconocido.Una ingente cantidad de llamadas.No era normal tener más de treinta llamadas perdidas.Rápidamente, se puso de pie y se encaminó hacia una zona
DOS MESES DESPUÉSDos meses más tarde, luego del sepelio de Antonio, la mansión continuaba sumida en la más completa penumbra.Todos en la mansión se encontraban cabizbajos y no lograban hacer más que lo justo y lo necesario.A todos y cada uno, incluida Sara (quien se había mudado momentáneamente con su amiga), les había caído como baldazo de agua helada la noticia de la muerte cerebral de Antonio.Gianina no podía creer tener tanta mala suerte. Si bien no amaba a ese hombre, le había tomado un gran cariño y en la enorme vivienda se notaba su ausencia, faltaba su voz gutural, verlo andar por la casa en compañía de Alfred…En definitiva, Antonio se hacía echar en falta.Mientras Gianina tomaba un té junto a Sara, en el más completo silencio —Francesco se encontraba en el colegio y le habían dicho que Antonio se había ido de viaje—, su teléfono celular comenzó a sonar sin descanso.Gianina tomó el aparato y miró el remitente.Acto seguido, frunció el ceño.—¿Qué pasa? —le preguntó Sara
Cuando Adriano y Gianina llegaron al restaurante, este entró primero y, caballerosamente, le mantuvo la puerta abierta.—Gracias —dijo Gianina con las cejas alzadas.Acto seguido, ambos se encaminaron hacia el recepcionista.El restaurante estaba a rebosar de comensales. Sin embargo, Adriano Messina tenía su propio apartado privado.—Oh, señor Messina —lo saludó el recepcionista—. Viene en compañía. —Sonrió—. Puede pasar. ¿Quiere que lo acompañe?—No te preocupes, conozco el camino.A continuación, le dio una suave palmada al hombro del recepcionista y se encaminó hacia el fondo del restaurante.Gianina lo siguió, sorprendida.—Disculpa —dijo una vez que tomaron asientos—, ¿puedo hacerte una pregunta?—Ya la hiciste. —Rio—. Pero, anda, puedes preguntar lo que quieras.—¿Quién eres? ¿Por qué tienes un trato tan preferencial en un restaurante de esta magnitud?—Entiendo que muchos no conozcan mi identidad, pero me sorprende que una mujer con tan buen gusto para vestir no conozca mis dise
A la mañana siguiente, Gianina se levantó sumamente temprano. Se sentía inquieta. Pensando en el inminente examen de ADN, se había pasado la noche en vela. No había sido capaz de pegar un solo ojo en toda la noche. Encontrarse nuevamente con Adriano era otro de los motivos de su impaciencia y cierta incomodidad. Desde que lo había visto en la clínica, de lejos, le había parecido un hombre sumamente atractivo, sin embargo, la noche anterior, que lo había podido conocer mejor y que lo había visto de cerca, había quedado obnubilado. No obstante, su mente no podía dejar de vagar por las posibilidades de perderlo todo. No le había dicho nada a nadie. La única que sabía la verdad era Sara, la única persona en la que confiaba. Sabía que podía confiar en su mutismo. Era bastante solitaria y no tenía con quién hablar más que con ella, o, mejor dicho, sí que tenía, pero prefería no hacerlo. Como siempre le recordaba, Sara era bastante ermitaña. Miró la hora en su teléfono móvil