Tres meses después de la boda y de haberse quedado embarazada de cuatrillizos, Gianina se encontraba de compras con Sara y Francesco.
Cuando sus piernas no daban más, propuso tomar asiento.
—¿Quieres ir a beber un batido? —le preguntó Sara, cuando ya habían recorrido todas las tiendas habidas y por haber.
Antonio le había dado una tarjeta sin límite y Sara la había instado a renovar su guardarropa y, como siempre, ella había accedido.
Se acercaron a la zona de los restaurantes del mall, dejaron las bolsas en una de las sillas y Gianina tomó asiento.
—Ya regreso. ¿Quieres un batido de banana y fresa? —preguntó Sara.
Gianina sonrió y asintió. Su amiga la conocía más que nadie.
En el momento en el que su amiga se alejó junto a Francesco en busca de los batidos, tomó su móvil y vio que tenía una gran cantidad de llamadas de un número desconocido.
Una ingente cantidad de llamadas.
No era normal tener más de treinta llamadas perdidas.
Rápidamente, se puso de pie y se encaminó hacia una zona en la que tuviera una mejor señal.
Sin perder tiempo, realizó una rellamada al número que había insistido tanto en dar con ella.
Había silenciado el móvil con el fin de pasar una buena tarde a solas con su hijo y su mejor amiga, pero ahora sentía que había cometido un error.
Esperó un par de segundos, y una recepcionista, inmediatamente, atendió al móvil.
—¿Qué sucede? ¿Por qué tanta insistencia? Tengo más de treinta llamadas perdidas.
Escuchó atentamente a la recepcionista y cuando Sara y Francesco se acercaron a ella, para indicarle que ya estaban los batidos, Gianina le hizo un gesto de que aguardara.
—¿En qué clínica u hospital está?
Tras escuchar la respuesta, Gianina cortó la comunicación, sin siquiera despedirse.
—¿Qué sucede? —preguntó Sara.
—Antonio ha sufrido un Ataque Cerebro Vascular, está internado en la clínica principal de la ciudad. Así que iré hacia allí.
—Iré contigo.
—No, tú ve a la mansión con Francesco y deja todas las cosas, yo me encargaré —sentenció—. Yo me encargaré de lo que haga falta.
—Al menos, tómate el batido —insistió Sarah —. No creo que, porque corras, Antonio mejore de pronto.
Gianina asintió, se encaminó hacia la mesa y se bebió el batido prácticamente a las corridas y se puso de pie en el acto.
Sara y Francesco bebieron el resto de sus batidos y la imitaron.
Tomaron las bolsas con las compras y Gianina le indicó que la dejara en la clínica y que luego llevara a Johana hasta la mansión.
Gianina, realmente, no sabía qué hacer.
A pesar de que intentaba concentrarse en que todo estaría bien, no pensaba que, con tan solo tres meses de embarazo, su reciente esposo terminara hospitalizado por un Accidente Cerebro Vascular.
Una vez que el taxista estacionó frente a la clínica, Gianina le dio la orden a Johana de que bajara todas sus pertenencias a la habitación que Antonio había enviado a refaccionar.
No estaba segura de qué era lo que sucedería de ahí en más, pero procuraba pensar en positivo.
Cuando llegó a la recepción de la clínica, las malas noticias no tardaron en llegar.
El médico a cargo de Antonio se acercó a ella y la invitó a su despacho.
—Señora Rossi, lamento decirle que no hemos podido salvar a su marido.
Si bien conocía a Antonio desde hacía muy poco tiempo, aquella noticia le cayó como un baldazo de agua helada.
Se llevó las manos a la cabeza, sin saber qué hacer, mientras las lágrimas resbalaban por sus mejillas.
DOS MESES DESPUÉSDos meses más tarde, luego del sepelio de Antonio, la mansión continuaba sumida en la más completa penumbra.Todos en la mansión se encontraban cabizbajos y no lograban hacer más que lo justo y lo necesario.A todos y cada uno, incluida Sara (quien se había mudado momentáneamente con su amiga), les había caído como baldazo de agua helada la noticia de la muerte cerebral de Antonio.Gianina no podía creer tener tanta mala suerte. Si bien no amaba a ese hombre, le había tomado un gran cariño y en la enorme vivienda se notaba su ausencia, faltaba su voz gutural, verlo andar por la casa en compañía de Alfred…En definitiva, Antonio se hacía echar en falta.Mientras Gianina tomaba un té junto a Sara, en el más completo silencio —Francesco se encontraba en el colegio y le habían dicho que Antonio se había ido de viaje—, su teléfono celular comenzó a sonar sin descanso.Gianina tomó el aparato y miró el remitente.Acto seguido, frunció el ceño.—¿Qué pasa? —le preguntó Sara
Cuando Adriano y Gianina llegaron al restaurante, este entró primero y, caballerosamente, le mantuvo la puerta abierta.—Gracias —dijo Gianina con las cejas alzadas.Acto seguido, ambos se encaminaron hacia el recepcionista.El restaurante estaba a rebosar de comensales. Sin embargo, Adriano Messina tenía su propio apartado privado.—Oh, señor Messina —lo saludó el recepcionista—. Viene en compañía. —Sonrió—. Puede pasar. ¿Quiere que lo acompañe?—No te preocupes, conozco el camino.A continuación, le dio una suave palmada al hombro del recepcionista y se encaminó hacia el fondo del restaurante.Gianina lo siguió, sorprendida.—Disculpa —dijo una vez que tomaron asientos—, ¿puedo hacerte una pregunta?—Ya la hiciste. —Rio—. Pero, anda, puedes preguntar lo que quieras.—¿Quién eres? ¿Por qué tienes un trato tan preferencial en un restaurante de esta magnitud?—Entiendo que muchos no conozcan mi identidad, pero me sorprende que una mujer con tan buen gusto para vestir no conozca mis dise
A la mañana siguiente, Gianina se levantó sumamente temprano. Se sentía inquieta. Pensando en el inminente examen de ADN, se había pasado la noche en vela. No había sido capaz de pegar un solo ojo en toda la noche. Encontrarse nuevamente con Adriano era otro de los motivos de su impaciencia y cierta incomodidad. Desde que lo había visto en la clínica, de lejos, le había parecido un hombre sumamente atractivo, sin embargo, la noche anterior, que lo había podido conocer mejor y que lo había visto de cerca, había quedado obnubilado. No obstante, su mente no podía dejar de vagar por las posibilidades de perderlo todo. No le había dicho nada a nadie. La única que sabía la verdad era Sara, la única persona en la que confiaba. Sabía que podía confiar en su mutismo. Era bastante solitaria y no tenía con quién hablar más que con ella, o, mejor dicho, sí que tenía, pero prefería no hacerlo. Como siempre le recordaba, Sara era bastante ermitaña. Miró la hora en su teléfono móvil
Mientras Adriano gritaba, la secretaria de Angelo se adentró en la oficina con rostro de disculpas.—Lo siento doctor Fontana, ¿podría hablar un segundo con usted? —preguntó y, acto seguido, mostró los dientes con incomodidad.Mientras tanto, Adriano continuaba despotricando en contra de la clínica de fertilización.—Les haré una demanda que los llevará a la quiebra, van a quedar en la miseria —aseguró con el ceño fruncido.Luego de hablar con su secretaria, el genetista se adentró rápidamente a la consulta, les arrancó los papeles a ambos de las manos…—¡Oye! ¿Qué haces? —le preguntó Adriano cada vez más enfurecido.—Tranquilo, Adriano —dijo mientras mostraba las palmas de sus manos en son de paz—. Verán, por culpa de las prisas hubo un pequeño problema con los archivos.—¿De qué habla? —inquirió Gianina.El médico les entregó un nuevo sobre a cada uno, que también llevaba sus nombres.—En serio, Angelo, ¿qué significa esto? —preguntó Adriano, cada vez más confundido.El hombre suspi
UNA SEMANA DESPUÉS. Adriano miró la hora en su reloj, ansioso. Estaban esperando el camión de la mudanza, ya que, como eran tres mujeres y un niño los que se mudarían con él. Si bien no se llevarían más que puras pertenencias, entre las tres mujeres habían logrado acumular una gran cantidad de bolsas y cajas. Adriano, después de años de convivir con su madre y con su hermana y luego de varias parejas, aún no lograba comprender como una mujer podía acumular tanto en ropa, bolsos y maquillajes. Estaba preocupado por la mudanza. No sabía cómo se daría todo. Había procurado mentalizar a su madre y a su hermana, pero no había tenido demasiado éxito haciéndolo, por lo que, esperaba que, al menos, se comportaran. —Gianina, Johana, Sara, Francesco… —gritó hacia las escaleras, cuando llegó el camión de la mudanza. Los cuatro bajaron rápidamente y vieron como los hombres encargados del traslado de sus pertenencias tomaban las cajas y las bolsas y las montaban en una furgoneta. —¿Ya nos
Luego de terminar el ristretto en la mayor calma posible, intentando entablar una conversación banal, Gianina se puso de pie y pidiendo disculpas se retiró a la habitación.Aquel día había sido fatal en todos los sentidos, y su cuerpo, pero, sobre todo, su cabeza no daba para más.Un par de minutos más tarde, Adriano la imitó, al igual que Johana y Sara, quienes se habían percatado de la tensión en el ambiente, pero quienes habían procurado amenizar la charla y desviarla de Gianina cuando había sido menester.Cuando Adriano llegó a la habitación, se encontró con Gianina tumbada en la cama con el rostro escondido entre los brazos y su cuerpo sufriendo graves espasmos.—Gianina —dijo, ladeando la cabeza y acercándose con cautela—. ¿Qué pasa? ¿Estás bien?Gianina no respondió, tan solo se limitó a continuar llorando.—Nina, en serio, ¿qué sucede? ¿Estás bien? ¿Qué te pasa? ¿Por qué lloras? —preguntó sin respiro—. Nina —la llamó una vez más.Gianina, al escuchar aquel diminutivo que le ha
A la mañana siguiente, Gianina se despertó junto a Adriano y, rápidamente, se levantó de la cama y se encaminó hacia el baño. Se sentía sumamente extraña. Era más que consciente de lo que había sucedido entre ella y Adriano y el simple hecho de pensarlo la hacía sentirse incómoda. Sin perder ni un segundo, abrió la llave de la ducha y se metió bajo el chorro hirviendo. Sintió como se le enrojecía la piel, pero no le dio demasiada importancia. Tan solo quería dejar de sentir las manos de Adriano en su cuerpo, aunque sabía que eso era imposible.La manera en la que la había tocado y besado la noche anterior y cómo la había tratado durante todo el acto sexual se habían quedado grabados a fuego en su mente. Cuando terminó de ducharse, se envolvió en una bata blanca y se encaminó hacia el vestidor, en donde había dejado toda la ropa que se había comprado durante los meses que había estado conviviendo con Antonio y eligió uno de sus mejores trajes de diseñador.No sabía por ni para qu
Adriano tomó a Gianina por el antebrazo y la jaló hacia la cocina. Quería hablar con ella a solas, sin que su madre ni su hermana se interpusieran. Cuando se encontraron tranquilos, Adriano cerró la puerta de la cocina. —¿Quién es esa mujer? —preguntó Gianina. Adriano se humedeció los labios y se recostó contra la encimera. —Es mi exprometida, como ya dije cuando estaba ella en casa —respondió. —Está bien y ahora que está de regreso, ¿por qué la echas de tu casa de ese modo? Creo que es la oportunidad perfecta para que nos separemos —aseguró Gianina con la barbilla en alto—. Yo puedo volver a la mansión de mi esposo fallecido y tú puedes rehacer tu vida con ella. Al fin y al cabo, aunque la echaste, pude ver en tu cara que te dolía tener que sacarla de la casa por mí. —¿De qué estás hablando? —preguntó Adriano frunciendo el ceño.—Creo que no es muy difícil de que lo entiendas. —Gianina suspiró—. Tú te quedas con ella (es obvio que volvió a buscarte), tu madre y tu hermana está