—Tiene más sentido del que crees, querido agente —murmuró Antonio, mirando como si pudiera ver a su antiguo amigo—. Adriano siempre fue el hijo perfecto, el preferido de Messina, y nunca tuvo que sufrir lo que yo sufrí por culpa de su padre. Él me quitó todo lo que tenía, la empresa que mi padre había construido, todo lo que nos pertenecía. Por eso yo quería asegurarme de que Adriano sintiera lo que era perder lo que más te importa.Adriano, al otro lado del vidrio, inspiró profundamente y entrecerró los ojos intentando contener la rabia y la furia que crecían en su interior. Sabía que lo que estaba por escuchar en los próximos minutos no era algo fácil de procesar, pero aun así no podía marcharse. Quería oír hasta la última palabra de Antonio Rossi.Antonio inspiró profundo, como si disfrutara con todo aquello.El agente se puso de pie y comenzó a caminar por la sala.—¿Por qué, Rossi? ¿Por qué hacer algo tan cruel?Antonio volvió a reír con una risa vacía. Era evidente que la pregun
La sala del tribunal estaba abarrotada, y el incesante murmullo de los medios y de los curiosos llenaba el aire.El juicio de Antonio Rossi, Alessio Lazzari y Sarah Rossi se había convertido en un espectáculo mediático, atrayendo la atención de todo el país. Las cámaras enfocaban cada detalle mientras Adriano y Gianina caminaban en silencio hacia sus asientos en la primera fila. La tensión en sus cuerpos era más que evidente; las sombras de los eventos recientes pesaban sobre ellos con el peso de mil yunques.El rostro de Adriano estaba marcado por el cansancio, la ira y el alivio, una mezcla de emociones encontradas, mientras enfrentaba al hecho de que en ese mismo lugar, el ex mejor amigo de su padre y aquellos que alguna vez habían estado cerca de la familia, de una manera u otra, recibirían su condena. A su lado, Gianina lo acompañaba con una serenidad que ocultaba su propio dolor. Aunque lo peor ya había pasado, sabían que aquel juicio sería el cierre definitivo de un ciclo que le
Un mes después. El sol se alzaba lentamente, proyectando un suave resplandor sobre los edificios que delineaban el horizonte. En el corazón de la ciudad, la sede central de la petrolera Messina se alzaba con su imponente fachada de cristal, reflejando modernidad a la par que los años de historia y el legado familiar que sostenía. Sin embargo, entre sus paredes, el ambiente era tenso. Había pasado un mes desde el juicio de Antonio, Sarah y Alessio, y, después de tanto tiempo de traiciones, manipulaciones y conflictos, la familia Messina había logrado dejar atrás los fantasmas del pasado. Pero salvar la empresa, que había quedado seriamente afectada por la corrupción y el escándalo, era otra tarea monumental.Adriano, de pie frente a la ventana de su oficina, miraba el incesante tráfico de la ciudad con el ceño fruncido y las manos cruzadas a sus espaldas. Sus pensamientos iban y venían, pero había una sola cuestión que dominaba su mente: la salvación de la empresa que su padre le habí
La noche ya había caído, bañando la ciudad con un brillo dorado bajo las luces de las calles. En la mansión Messina, todo estaba en calma. Después de meses y meses de caos, traiciones y luchas, Adriano y Gianina finalmente podían disfrutar de un momento de paz y tranquilidad. Habían trabajado sumamente duro para salvar a la familia y, posteriormente, la empresa, y, a pesar de que la presión nunca desaparecía del todo, esa noche era diferente: era una noche para relajarse.Adriano en ese momento se encontraba en la terraza, mirando el cielo estrellado con una copa de vino en la mano, reflexionando sobre todo lo que habían vivido. Sentía el peso de los últimos meses sobre sus hombros, pero, ahora, por primera vez en mucho tiempo, en su mente había algo más que preocupación; había esperanza.En ese instante, Gianina apareció detrás de él, envuelta en un grueso chal, y se acercó en silencio, colocándose junto de Adriano, quien le sonrió antes de acercarla a él con un abrazo protector.—¿E
Dos meses después de la propuesta. El sol caía con fuerza sobre la playa, haciendo que la arena blanca brillara bajo los pies descalzos de la familia Messina. El sonido de las olas rompiendo en la orilla creaba una sinfonía suave, y la brisa marina acariciaba los rostros bronceados de Adriano, Gianina y los niños. Era un día perfecto. Después de meses de tormentas internas, traiciones que habían dejado cicatrices profundas y un dolor que parecía imposible de superar, la calma había llegado, y con ella, la paz, permitiéndoles aquel viaje de ensueño en familia.Adriano y Gianina caminaban juntos por la orilla, con las manos entrelazadas, mientras los cuatrillizos, que estaban a poco de cumplir los dos años, corrían más adelante, persiguiéndose unos a otros con risas desbordantes de alegría. Francesco, como siempre más reflexivo, caminaba a una distancia prudente, observando con una sonrisa tranquila cómo sus hermanos jugaban en la arena. A pocos metros, Claudio y Johana se encontraban
Allí estaba, una vez más, en la clínica, donde cinco meses atrás había ido a realizarse una inseminación artificial junto a Antonio, su difunto esposo.Jamás imaginó que la llamaran con tanta urgencia, tantos meses después, cuando acudía allí prácticamente todas las semanas para realizarse los chequeos correspondientes.La última ecografía y los últimos análisis habían dado perfectos, entonces, ¿por qué la llamaban con tanta urgencia?Cuando llegó a la recepción se encontró con la médica que había conocido el primer día y con el médico que la atendía todas las semanas, reunidos y con rostro de preocupación.Una vez se acercó a ellos, se aclaró la garganta para hacerse notar y preguntó:—¿Qué sucede? ¿Está todo bien?Los rostros de los tres que se encontraban reunidos no auguraban nada bueno.—Esperemos un momento más —dijo la doctora—. El señor Messina ya debe estar por llegar.¿Messina?Le sonaba ese apellido y pronunciado por la voz de aquella mujer.De pronto tuvo un flashback.Aqu
CINCO MESES ANTESGianina preparó el debido café de la mañana y lo sirvió en un tazón enorme.Estaba preocupada. No podía dejar de pensar.Las cuentas no le daban. Lo que ganaba en la pizzería era una miseria y ni hablar de sus trabajos esporádicos como escritora fantasma.Suspiró.Realmente, estaba tan cansada… Si no hubiese creído en las palabras del imbécil, del padre de su hijo, no estaría pasando por todo aquello.«¿Te arrepientes de haber tenido a Francesco?», se preguntó.¡No, por supuesto que no! Jamás se arrepentiría de haber tenido a su hijo. Era lo mejor y lo más importante que tenía en la vida. Gianina levantó la cabeza y se llamó a la cabeza.¿Qué diablos haría?Iban a terminar sin hogar, sin nada, en la calle, porque no podía pagar el alquiler, ni las expensas.A duras penas, le alcanzaba para darle de comer a Francesco.De lo único que se arrepentía era de la persona que había elegido y que había terminado siendo el padre de su hijo.Gianina suspiró y se llevó la taza
Aquella noche, ataviada con un vestido negro entallado y unos tacones dorados, a juego con su bolsa de mano.Cuando llegó al restaurante en el que había sido citada, recordó que el hombre, en el correo electrónico, le había dicho que debía presentarse con su nombre y apellido y que debía decir que tenía una reserva junto a Antonio Rossi.Y eso fue lo que hizo.Sara la había acompañado hasta la esquina más cercana, antes de irse con Francesco al cine, para entretenerlo.El hombre que se encontraba en la entrada, trajeado de pies a cabeza, la buscó en una lista en el interior de una carpeta negra y, una vez que encontró su nombre, la hizo pasar.Rápidamente, la guio hasta un reservado que se encontraba al final del restaurante.—Es aquí, señorita —dijo el hombre y se alejó sin más.—Gracias. —Gianina sonrió.En cuanto abrió la cortinilla, que separaba el reservado del resto del restaurante, los ánimos se le vinieron abajo.¿Aquel era el millonario que quería alquilar su vientre?Pero, p