Aquella noche, ataviada con un vestido negro entallado y unos tacones dorados, a juego con su bolsa de mano.
Cuando llegó al restaurante en el que había sido citada, recordó que el hombre, en el correo electrónico, le había dicho que debía presentarse con su nombre y apellido y que debía decir que tenía una reserva junto a Antonio Rossi.
Y eso fue lo que hizo.
Sara la había acompañado hasta la esquina más cercana, antes de irse con Francesco al cine, para entretenerlo.
El hombre que se encontraba en la entrada, trajeado de pies a cabeza, la buscó en una lista en el interior de una carpeta negra y, una vez que encontró su nombre, la hizo pasar.
Rápidamente, la guio hasta un reservado que se encontraba al final del restaurante.
—Es aquí, señorita —dijo el hombre y se alejó sin más.
—Gracias. —Gianina sonrió.
En cuanto abrió la cortinilla, que separaba el reservado del resto del restaurante, los ánimos se le vinieron abajo.
¿Aquel era el millonario que quería alquilar su vientre?
Pero, peor aún, si ella aceptaba, debería casarse con él…
Rápidamente, le envió un mensaje a su amiga.
«No sabes en el lío en el que me he metido».
Tras enviarlo, se adentró en el reservado. Ya que estaba allí, ¿qué más podía hacer?
El anciano tenía un rostro afable, y, a pesar del tubo de oxígeno que llevaba debajo de la nariz.
—¿Gianina Costa? —preguntó el hombre con voz ronca.
—Así es —dijo Gianina, acercándose a él y dándole un casto beso en la mejilla—. Un gusto conocerlo, señor Antonio.
—Puedes decirme simplemente Antonio. —El hombre sonrió.
La plática con aquel hombre resultó ser de lo más que amena.
Antonio sabía sobre absolutamente cualquier tema y era capaz de mantener la conversación más banal de la misma manera que una filosófica.
Poco a poco, la primera impresión de Gianina se fue disipando y comenzó a encariñarse, de cierta forma, con aquel hombre tan atento y capaz.
Sin embargo, durante lo que había durado la cena, no habían tocado, ni siquiera rozado, el tema que los había reunido allí, por lo que Gianina, con cierta incomodidad, preguntó:
—Señor Antonio, me gustaría saber, si no le incomoda que hable del tema, claro, ¿por qué decidió subrogar un vientre?
El hombre inspiró profundo, dibujó una cálida sonrisa y, sin demasiados rodeos, respondió:
—Hace muchos años contraje matrimonio con el amor de mi vida. Era la mujer más hermosa que conocí. De hecho, se parecía mucho a ti, tu cabello, tus ojos y tu manera de ser me recuerda mucho a ella. —La nostalgia era visible en sus ojos—. Lamentablemente, ella nunca pudo quedar embarazada, aunque era un deseo de ambos. Tenía un problema en el útero que hacía que cualquier método de fertilización, fuera natural o por inseminación, no funcionara.
El hombre suspiró y se secó una lágrima traicionera que se había escapado de su ojo derecho.
Gianina extendió la mano y apretó la avejentada mano del hombre.
—Disculpa es que me acuerdo de todo lo que vivimos y cómo el cáncer se la llevó de mi lado, que…
Inspiró profundamente y soltó el aire con lentitud.
—En fin, yo le prometí que, aunque no fuera suyo, tendría el hijo que tanto habíamos anhelado, que lo amaría como si fuera suyo. El tema está en que me enfoqué tanto en el trabajo que me dejé estar por años y aunque ahora parezco un hombre de setenta, tan solo tengo cincuenta y seis años. Eso que dicen que el estrés mata, es cierto, créelo. Aquí —dijo señalándose— tienes la prueba.
»La cuestión es que no quiero irme de este mundo sin dejar un heredero. ¿De qué me serviría haberme enfocado tanto en montar un imperio cuando no tengo familiares vivos o cercanos y no tengo un hijo? Es por eso que decidí subrogar un vientre. Creo que es la mejor manera de dejar un legado, una parte de mí en la tierra, cuando yo me vaya. Lo cual, lamentablemente, no será muy tarde. —Suspiró.
Gianina no pudo más que compadecerse de lo que el hombre le acababa de contar.
Para ella tenía sentido que quisiera dejar un heredero, alguien que pudiera utilizar toda la fortuna que él había amasado y que lo había llevado a tal estrés que lo había dejado en ese estado.
Realmente, le parecía increíble que aquel hombre tuviera apenas cincuenta y seis años, aparentaba mucho más.
Pero, como siempre decía Sara, ¿quién era ella para juzgar lo que cada uno hacía con su vida?
—Y, bien, perdón que vaya directo al grano, pero… —Tragó saliva—, ¿cómo sería el trato? Algo leí en el correo electrónico que me envió, pero me gustaría que me lo explique detenidamente, punto por punto y de una manera sintética. —Rio—. Lo siento, tengo problemas a la hora de retener demasiada información. Aunque, a veces, retengo información completamente innecesaria. —Rio una vez más y Antonio se unió.
Antonio se humedeció los labios, mientras buscaba las palabras para sintetizar lo que Gianina necesitaba saber.
—Verás, en primer lugar, aun sabiendo que tienes un hijo, por lo que me has contado, haremos una prueba de fertilidad. Una vez esté hecha, te casarás conmigo para luego hacer la inseminación artificial. Te preguntarás que por qué debes casarte conmigo y es un cuestionamiento razonable. Esto es porque, ya que no me queda demasiado tiempo de vida, todo pasaría a ti hasta que el niño o niña cumpla la mayoría de edad. De esa manera, ni a ti, ni a tu hijo, ni al nuestro les faltaría absolutamente nada —respondió.
—Firmaremos un contrato, ¿no?
—Si eso te hace sentir más segura, puedo pedirle a mi abogado que lo redacte, no tengo ningún problema.
—Por mí, sería mucho mejor. No es que desconfíe de usted ni mucho menos, pero las cuentas claras conservan cualquier relación. —Sonrió.
—Me gusta como piensas. Es una lástima no haberte conocido antes de que me sucediera todo esto. —Suspiró—. Pero bien, mañana en la mañana, te espero en mi mansión, aquí tienes la dirección —dijo, entregándole una tarjeta que sacó del interior de su abrigo—. Allí nos reuniremos con el abogado y entre los tres elaboraremos las cláusulas del contrato. —Sonrió.
—Es usted un gran hombre, Antonio. Me apena mucho su historia y me encantaría poder ayudarle en todo lo que sea necesario —dijo Gianina, realmente conmovida.
—No soy un santo, he cometido mis errores, pero no tienes que hacer nada, con acceder a ser mi esposa y la madre de mi hijo, yo ya estoy pagado —respondió y sonrió por enésima vez.
Gianina sonrió y, tras esta conversación, ambos continuaron hablando de sus vidas.
Temas más banales, pero no menos importantes, si, próximamente, contraerían nupcias.
Gianina se sentía sumamente a gusto con aquel hombre, por lo que, cuando miró la hora en el móvil, se sorprendió de que fueran más de las doce de la noche.
—Antonio, no quiero cortar la conversación a estas alturas, pero… creo que es hora de que nos marchemos antes de que nos echen del restaurante. La verdad es que ha sido un gran placer conocerlo y, ya sabe, estoy más que dispuesta a ayudarlo en todo lo que sea necesario —dijo con una sonrisa—. Mañana a primera hora estaré en su casa.
—Gracias, Gianina, eres un amor. Gracias por ayudarme a cumplir este deseo.
—No tiene nada que agradecerme, la agradecida soy yo por haberlo conocido —repuso y se levantó de su asiento.
—Le diré a mi chófer que la lleve.
—¡No! No se preocupe, no se moleste, mi amiga me está esperando en el bar de la esquina. Me iré con ella.
—Pues espero que no haya bebido demasiado, no me gustaría que a mi futura esposa y madre de mi hijo le suceda nada. —Rio.
—Tranquilo, que si no conduce ella lo haré yo, pero no pienso dejarla botada a la pobre.
—Eres una gran persona, Gianina.
—Lo mismo puedo decir de usted. Nos vemos mañana —dijo y se acercó para darle dos besos en las mejillas.
—Hasta mañana —saludó Antonio y la vio marcharse.
Sinceramente, esa mujer le había caído de maravillas, mucho mejor de lo que había sentido a través de los correos electrónicos.
Estaba seguro de que al casarse y tener un hijo con ella era la mejor decisión.
Tres meses después de la boda y de haberse quedado embarazada de cuatrillizos, Gianina se encontraba de compras con Sara y Francesco.Cuando sus piernas no daban más, propuso tomar asiento.—¿Quieres ir a beber un batido? —le preguntó Sara, cuando ya habían recorrido todas las tiendas habidas y por haber.Antonio le había dado una tarjeta sin límite y Sara la había instado a renovar su guardarropa y, como siempre, ella había accedido.Se acercaron a la zona de los restaurantes del mall, dejaron las bolsas en una de las sillas y Gianina tomó asiento.—Ya regreso. ¿Quieres un batido de banana y fresa? —preguntó Sara.Gianina sonrió y asintió. Su amiga la conocía más que nadie.En el momento en el que su amiga se alejó junto a Francesco en busca de los batidos, tomó su móvil y vio que tenía una gran cantidad de llamadas de un número desconocido.Una ingente cantidad de llamadas.No era normal tener más de treinta llamadas perdidas.Rápidamente, se puso de pie y se encaminó hacia una zona
DOS MESES DESPUÉSDos meses más tarde, luego del sepelio de Antonio, la mansión continuaba sumida en la más completa penumbra.Todos en la mansión se encontraban cabizbajos y no lograban hacer más que lo justo y lo necesario.A todos y cada uno, incluida Sara (quien se había mudado momentáneamente con su amiga), les había caído como baldazo de agua helada la noticia de la muerte cerebral de Antonio.Gianina no podía creer tener tanta mala suerte. Si bien no amaba a ese hombre, le había tomado un gran cariño y en la enorme vivienda se notaba su ausencia, faltaba su voz gutural, verlo andar por la casa en compañía de Alfred…En definitiva, Antonio se hacía echar en falta.Mientras Gianina tomaba un té junto a Sara, en el más completo silencio —Francesco se encontraba en el colegio y le habían dicho que Antonio se había ido de viaje—, su teléfono celular comenzó a sonar sin descanso.Gianina tomó el aparato y miró el remitente.Acto seguido, frunció el ceño.—¿Qué pasa? —le preguntó Sara
Cuando Adriano y Gianina llegaron al restaurante, este entró primero y, caballerosamente, le mantuvo la puerta abierta.—Gracias —dijo Gianina con las cejas alzadas.Acto seguido, ambos se encaminaron hacia el recepcionista.El restaurante estaba a rebosar de comensales. Sin embargo, Adriano Messina tenía su propio apartado privado.—Oh, señor Messina —lo saludó el recepcionista—. Viene en compañía. —Sonrió—. Puede pasar. ¿Quiere que lo acompañe?—No te preocupes, conozco el camino.A continuación, le dio una suave palmada al hombro del recepcionista y se encaminó hacia el fondo del restaurante.Gianina lo siguió, sorprendida.—Disculpa —dijo una vez que tomaron asientos—, ¿puedo hacerte una pregunta?—Ya la hiciste. —Rio—. Pero, anda, puedes preguntar lo que quieras.—¿Quién eres? ¿Por qué tienes un trato tan preferencial en un restaurante de esta magnitud?—Entiendo que muchos no conozcan mi identidad, pero me sorprende que una mujer con tan buen gusto para vestir no conozca mis dise
A la mañana siguiente, Gianina se levantó sumamente temprano. Se sentía inquieta. Pensando en el inminente examen de ADN, se había pasado la noche en vela. No había sido capaz de pegar un solo ojo en toda la noche. Encontrarse nuevamente con Adriano era otro de los motivos de su impaciencia y cierta incomodidad. Desde que lo había visto en la clínica, de lejos, le había parecido un hombre sumamente atractivo, sin embargo, la noche anterior, que lo había podido conocer mejor y que lo había visto de cerca, había quedado obnubilado. No obstante, su mente no podía dejar de vagar por las posibilidades de perderlo todo. No le había dicho nada a nadie. La única que sabía la verdad era Sara, la única persona en la que confiaba. Sabía que podía confiar en su mutismo. Era bastante solitaria y no tenía con quién hablar más que con ella, o, mejor dicho, sí que tenía, pero prefería no hacerlo. Como siempre le recordaba, Sara era bastante ermitaña. Miró la hora en su teléfono móvil
Mientras Adriano gritaba, la secretaria de Angelo se adentró en la oficina con rostro de disculpas.—Lo siento doctor Fontana, ¿podría hablar un segundo con usted? —preguntó y, acto seguido, mostró los dientes con incomodidad.Mientras tanto, Adriano continuaba despotricando en contra de la clínica de fertilización.—Les haré una demanda que los llevará a la quiebra, van a quedar en la miseria —aseguró con el ceño fruncido.Luego de hablar con su secretaria, el genetista se adentró rápidamente a la consulta, les arrancó los papeles a ambos de las manos…—¡Oye! ¿Qué haces? —le preguntó Adriano cada vez más enfurecido.—Tranquilo, Adriano —dijo mientras mostraba las palmas de sus manos en son de paz—. Verán, por culpa de las prisas hubo un pequeño problema con los archivos.—¿De qué habla? —inquirió Gianina.El médico les entregó un nuevo sobre a cada uno, que también llevaba sus nombres.—En serio, Angelo, ¿qué significa esto? —preguntó Adriano, cada vez más confundido.El hombre suspi
UNA SEMANA DESPUÉS. Adriano miró la hora en su reloj, ansioso. Estaban esperando el camión de la mudanza, ya que, como eran tres mujeres y un niño los que se mudarían con él. Si bien no se llevarían más que puras pertenencias, entre las tres mujeres habían logrado acumular una gran cantidad de bolsas y cajas. Adriano, después de años de convivir con su madre y con su hermana y luego de varias parejas, aún no lograba comprender como una mujer podía acumular tanto en ropa, bolsos y maquillajes. Estaba preocupado por la mudanza. No sabía cómo se daría todo. Había procurado mentalizar a su madre y a su hermana, pero no había tenido demasiado éxito haciéndolo, por lo que, esperaba que, al menos, se comportaran. —Gianina, Johana, Sara, Francesco… —gritó hacia las escaleras, cuando llegó el camión de la mudanza. Los cuatro bajaron rápidamente y vieron como los hombres encargados del traslado de sus pertenencias tomaban las cajas y las bolsas y las montaban en una furgoneta. —¿Ya nos
Luego de terminar el ristretto en la mayor calma posible, intentando entablar una conversación banal, Gianina se puso de pie y pidiendo disculpas se retiró a la habitación.Aquel día había sido fatal en todos los sentidos, y su cuerpo, pero, sobre todo, su cabeza no daba para más.Un par de minutos más tarde, Adriano la imitó, al igual que Johana y Sara, quienes se habían percatado de la tensión en el ambiente, pero quienes habían procurado amenizar la charla y desviarla de Gianina cuando había sido menester.Cuando Adriano llegó a la habitación, se encontró con Gianina tumbada en la cama con el rostro escondido entre los brazos y su cuerpo sufriendo graves espasmos.—Gianina —dijo, ladeando la cabeza y acercándose con cautela—. ¿Qué pasa? ¿Estás bien?Gianina no respondió, tan solo se limitó a continuar llorando.—Nina, en serio, ¿qué sucede? ¿Estás bien? ¿Qué te pasa? ¿Por qué lloras? —preguntó sin respiro—. Nina —la llamó una vez más.Gianina, al escuchar aquel diminutivo que le ha
A la mañana siguiente, Gianina se despertó junto a Adriano y, rápidamente, se levantó de la cama y se encaminó hacia el baño. Se sentía sumamente extraña. Era más que consciente de lo que había sucedido entre ella y Adriano y el simple hecho de pensarlo la hacía sentirse incómoda. Sin perder ni un segundo, abrió la llave de la ducha y se metió bajo el chorro hirviendo. Sintió como se le enrojecía la piel, pero no le dio demasiada importancia. Tan solo quería dejar de sentir las manos de Adriano en su cuerpo, aunque sabía que eso era imposible.La manera en la que la había tocado y besado la noche anterior y cómo la había tratado durante todo el acto sexual se habían quedado grabados a fuego en su mente. Cuando terminó de ducharse, se envolvió en una bata blanca y se encaminó hacia el vestidor, en donde había dejado toda la ropa que se había comprado durante los meses que había estado conviviendo con Antonio y eligió uno de sus mejores trajes de diseñador.No sabía por ni para qu