Cuando Adriano y Gianina llegaron al restaurante, este entró primero y, caballerosamente, le mantuvo la puerta abierta.
—Gracias —dijo Gianina con las cejas alzadas.
Acto seguido, ambos se encaminaron hacia el recepcionista.
El restaurante estaba a rebosar de comensales. Sin embargo, Adriano Messina tenía su propio apartado privado.
—Oh, señor Messina —lo saludó el recepcionista—. Viene en compañía. —Sonrió—. Puede pasar. ¿Quiere que lo acompañe?
—No te preocupes, conozco el camino.
A continuación, le dio una suave palmada al hombro del recepcionista y se encaminó hacia el fondo del restaurante.
Gianina lo siguió, sorprendida.
—Disculpa —dijo una vez que tomaron asientos—, ¿puedo hacerte una pregunta?
—Ya la hiciste. —Rio—. Pero, anda, puedes preguntar lo que quieras.
—¿Quién eres? ¿Por qué tienes un trato tan preferencial en un restaurante de esta magnitud?
—Entiendo que muchos no conozcan mi identidad, pero me sorprende que una mujer con tan buen gusto para vestir no conozca mis diseños.
—¿Qué? —Gianina frunció el ceño.
—Soy el diseñador de moda de las estrellas de la alfombra roja.
—No bromees. No puede que seas A. Ssina.
—¿En serio? —preguntó con las cejas alzadas—. A. Ssina. Adriano Messina. Es mi nombre «artístico», por así decirlo.
—No, esto es imposible. Jamás te había visto. Conozco tu nombre, conozco tus diseños, pero…
—No me gusta mucho mostrar mi rostro en los medios. Lo he hecho muy pocas veces. Siento que de ese modo se centran más en mi trabajo que en mí —respondió.
—Por eso tampoco utilizas tu nombre de pila —relacionó Gianina.
—Exactamente. Veo que eres rápida e inteligente, además de hermosa. —Sonrió, mostrando su perfecta dentadura.
Gianina se sonrojó ante este halago.
Siempre se había percibido como una persona poco atractiva, por lo que, un hombre tan guapo como Adriano Messina le dijera aquello no hacía más que inflarle el pecho.
Aquellas palabras le levantaron la autoestima.
—Gracias por el halago —dijo por fin.
—No tienes que agradecer que te diga la verdad. —Volvió a sonreír—. ¿Qué deseas comer?
—Por mí, ravioli con boloñesa —respondió Gianina, agradeciendo el repentino cambio de tema.
Adriano alzó el brazo y un mozo se acercó automáticamente a ellos, demostrando el trato preferencial que tenían hacia el hombre.
El mozo les tomó el pedido y preguntó:
—¿Y qué desean tomar?
—Para mí un refresco —respondió Gianina.
—Para mí un Malbec cosecha 92 —agregó Adriano.
—Perfecto, en breve les traeré la comanda. Pediré en la cocina que se den prisa.
Gianina guardó silencio. No sabía qué más decir.
Al descubrir la verdadera identidad de Adriano se había comenzado a sentir cohibida y, en parte, se arrepentía del trato que le había dado al salir de la clínica.
—Y ahora, ¿cuéntame tú? ¿A qué te dedicas? —preguntó Adriano.
Gianina tragó saliva.
—La verdad es que, en este momento, tras el fallecimiento de mi esposo, a nada. Antes trabajaba en una pizzería y era escritora fantasma.
—¿Cómo es eso de escritora fantasma? —preguntó, verdaderamente intrigado.
—Pues, básicamente, alguien que no sabe escribir, o que no tiene el tiempo necesario, te paga para que tú lo hagas por él o por ella —respondió, resumiéndolo de una manera fácil.
—¿Y por qué te casaste con Antonio Rossi? —inquirió, cambiando rotundamente de pregunta.
—¿Quieres la verdad o la mentira? —preguntó.
—¿Cuál sería la mentira?
—Por amor.
Adriano rio.
—¿Y la verdad? —Alzó las cejas.
—Alquilé mi vientre, porque mis ingresos no eran suficientes. Mi hijo está por entrar a primer año de primaria, en septiembre, y la verdad es que no sabía cómo costear todo. Encontré un anuncio que Antonio había puesto en un sitio web, me reuní con él, nos caímos bien y pues… aquí me tienes de cinco meses —respondió y suspiró—. Aunque, sinceramente, después del tiempo que pasamos juntos me encariñé mucho con él. Antonio era un gran hombre.
—Qué historia más romántica. —Rio.
—Anda, no te burles de mí que apenas nos conocemos. No sabes cómo me pongo cuando me cabreo.
—No lo quiero imaginar y mucho menos con el cambio hormonal del embarazo. —Hizo una mueca, simulando miedo y cambió de tema—: Por cierto, ¿cuántos niños tendremos?
«Tendremos», repitió Gianina en su mente. Aquello le parecía tan surrealista.
—Cuatro. Dos niñas y dos niños. Me lo confirmaron la semana pasada —respondió.
—Por cierto, hablando del embarazo y la cara que pusiste cuando dije «tendremos», realmente, si quieres hacer una prueba de ADN, mañana mismo podemos hacerla y tener los resultados.
—¿Tanta influencia tienes? —preguntó Gianina, alzando una ceja, un tanto burlona.
—Más de la que me gustaría, sí —respondió con una mueca de incomodidad.
—¿No te gusta? —Alzó las cejas, sorprendida.
—Sí y no. Por un lado, tiene sus ventajas, pero, por el otro, siento que paso por encima de todos los demás y no me agrada mucho la idea —respondió y se encogió de hombros—. Pero volvamos al tema… ¿quieres que corroboremos que esos niños tienen mi ADN?
—¿Tengo que vivir sí o sí contigo?
—Sí, lamentablemente eso es algo que no pondré en discusión —contestó con firmeza.
—Pues, siendo así, prefiero que nos cercioremos de que en verdad son tus hijos. ¿Qué tal que la clínica en realidad se ha confundido también en esto? —propuso Gianina mientras ladeaba la cabeza.
—Tienes razón. Mejor no dejemos cabos sueltos —asintió Adriano.
—Por cierto, me caes bien. Te creía más engreído.
—¿Engreído? Si no me habías visto nunca. —Frunció el ceño.
—Te vi el día en el que me fui a realizar la inseminación artificial. No pude evitar fijarme en ti. Y, en ese momento, me pareciste bastante engreído.
—Ah, ¿sí? —Adriano ladeó la cabeza.
Gianina se sonrojó.
—¿Qué quieres que te diga? La verdad es que eres muy guapo, por eso me sorprendió que estuvieras en una clínica de inseminación artificial, pensé que eras gay.
—¡Por supuesto que no soy gay! —exclamó—. No tengo nada en contra de la homosexualidad, pero en mi caso no es así. Soy totalmente heterosexual —afirmó—. Por cierto, me alegra saber que te parezca guapo y que lo de engreído solo haya sido una mala primera impresión.
Aquella muchacha le parecía increíble, no solo era su tipo, tenía el estilo que le gustaba en apariencia, además era agradable, divertida y, sobre todo, honesta y eso le daba mil puntos extras. Y, además, si el análisis daba positivo, tendría cuatro hijos con ella.
No creía en el amor a primera vista, pero con ella había tenido una conexión casi inmediata.
Cuando la había visto por primera vez, unas horas antes, había sentido que la conocía de toda la vida. Era como si la conociera de antes.
Jamás había tenido esa conexión con nadie y le resultaba increíble.
Tiempo después llegó la cena y comenzaron a comer mientras intercambiaban información de sus vidas, de sus percepciones, de lo que esperaban de la vida y de lo que pensaban del mundo.
Adriano, realmente, no podía comprender cómo no había conocido a esa mujer antes.
No solo quería que fuera la madre de sus hijos, sino que tenía un interés mucho más profundo en ella.
Siempre había buscado el amor.
Había tenido muchas parejas, pero con ninguna había podido conectar de la misma manera en la que lo estaba haciendo con aquella mujer que acababa de conocer.
Cuando terminaron de cenar, ambos se levantaron de la mesa, Adriano dejó el pago en la libretita de cuero que le dejó el camarero, junto con la propina y ambos se encaminaron hacia la salida.
Una vez que llegaron a sus vehículos, Adriano se acercó a ella y le dio dos besos en las mejillas.
Gianina sintió un leve cosquilleo en el estómago, algo que no había sentido ni siquiera cuando había creído estar enamorada del padre de Francesco.
—¿Nos vemos mañana para la prueba de ADN? —preguntó Adriano, apartándose.
—¿A qué hora?
—¿Te parece bien a las nueve de la mañana? —inquirió.
—Me parece un buen horario —asintió Gianina.
—Anota mi número —le dijo—. De esa manera me podrás mandar la ubicación de tu mansión y pasaré a recogerte, para que vayamos juntos.
—¿No es mejor que me des la dirección? —sugirió Gianina.
—Anda, no te resistas. No pasará nada, solo te pasaré a buscar, iremos a la clínica y ya —le aseguró.
Gianina sacó su teléfono móvil y dijo:
—Bien, díctamelo.
Conforme Adriano le indicaba los números, Gianina los anotabas y, sin ser demasiado consciente, lo agendó como Adri.
—Pues, entonces, nos vemos mañana —dijo, tras guardar el número en sus contactos.
—Hasta mañana. —Sonrió.
Gianina le devolvió el gesto, se montó en su coche y puso en marcha el motor.
—Arrivederci.
—Addio, Gianina —correspondió Adriano sin borrar su sonrisa.
Aquella mujer le gustaba, y mucho.
A la mañana siguiente, Gianina se levantó sumamente temprano. Se sentía inquieta. Pensando en el inminente examen de ADN, se había pasado la noche en vela. No había sido capaz de pegar un solo ojo en toda la noche. Encontrarse nuevamente con Adriano era otro de los motivos de su impaciencia y cierta incomodidad. Desde que lo había visto en la clínica, de lejos, le había parecido un hombre sumamente atractivo, sin embargo, la noche anterior, que lo había podido conocer mejor y que lo había visto de cerca, había quedado obnubilado. No obstante, su mente no podía dejar de vagar por las posibilidades de perderlo todo. No le había dicho nada a nadie. La única que sabía la verdad era Sara, la única persona en la que confiaba. Sabía que podía confiar en su mutismo. Era bastante solitaria y no tenía con quién hablar más que con ella, o, mejor dicho, sí que tenía, pero prefería no hacerlo. Como siempre le recordaba, Sara era bastante ermitaña. Miró la hora en su teléfono móvil
Mientras Adriano gritaba, la secretaria de Angelo se adentró en la oficina con rostro de disculpas.—Lo siento doctor Fontana, ¿podría hablar un segundo con usted? —preguntó y, acto seguido, mostró los dientes con incomodidad.Mientras tanto, Adriano continuaba despotricando en contra de la clínica de fertilización.—Les haré una demanda que los llevará a la quiebra, van a quedar en la miseria —aseguró con el ceño fruncido.Luego de hablar con su secretaria, el genetista se adentró rápidamente a la consulta, les arrancó los papeles a ambos de las manos…—¡Oye! ¿Qué haces? —le preguntó Adriano cada vez más enfurecido.—Tranquilo, Adriano —dijo mientras mostraba las palmas de sus manos en son de paz—. Verán, por culpa de las prisas hubo un pequeño problema con los archivos.—¿De qué habla? —inquirió Gianina.El médico les entregó un nuevo sobre a cada uno, que también llevaba sus nombres.—En serio, Angelo, ¿qué significa esto? —preguntó Adriano, cada vez más confundido.El hombre suspi
UNA SEMANA DESPUÉS. Adriano miró la hora en su reloj, ansioso. Estaban esperando el camión de la mudanza, ya que, como eran tres mujeres y un niño los que se mudarían con él. Si bien no se llevarían más que puras pertenencias, entre las tres mujeres habían logrado acumular una gran cantidad de bolsas y cajas. Adriano, después de años de convivir con su madre y con su hermana y luego de varias parejas, aún no lograba comprender como una mujer podía acumular tanto en ropa, bolsos y maquillajes. Estaba preocupado por la mudanza. No sabía cómo se daría todo. Había procurado mentalizar a su madre y a su hermana, pero no había tenido demasiado éxito haciéndolo, por lo que, esperaba que, al menos, se comportaran. —Gianina, Johana, Sara, Francesco… —gritó hacia las escaleras, cuando llegó el camión de la mudanza. Los cuatro bajaron rápidamente y vieron como los hombres encargados del traslado de sus pertenencias tomaban las cajas y las bolsas y las montaban en una furgoneta. —¿Ya nos
Luego de terminar el ristretto en la mayor calma posible, intentando entablar una conversación banal, Gianina se puso de pie y pidiendo disculpas se retiró a la habitación.Aquel día había sido fatal en todos los sentidos, y su cuerpo, pero, sobre todo, su cabeza no daba para más.Un par de minutos más tarde, Adriano la imitó, al igual que Johana y Sara, quienes se habían percatado de la tensión en el ambiente, pero quienes habían procurado amenizar la charla y desviarla de Gianina cuando había sido menester.Cuando Adriano llegó a la habitación, se encontró con Gianina tumbada en la cama con el rostro escondido entre los brazos y su cuerpo sufriendo graves espasmos.—Gianina —dijo, ladeando la cabeza y acercándose con cautela—. ¿Qué pasa? ¿Estás bien?Gianina no respondió, tan solo se limitó a continuar llorando.—Nina, en serio, ¿qué sucede? ¿Estás bien? ¿Qué te pasa? ¿Por qué lloras? —preguntó sin respiro—. Nina —la llamó una vez más.Gianina, al escuchar aquel diminutivo que le ha
A la mañana siguiente, Gianina se despertó junto a Adriano y, rápidamente, se levantó de la cama y se encaminó hacia el baño. Se sentía sumamente extraña. Era más que consciente de lo que había sucedido entre ella y Adriano y el simple hecho de pensarlo la hacía sentirse incómoda. Sin perder ni un segundo, abrió la llave de la ducha y se metió bajo el chorro hirviendo. Sintió como se le enrojecía la piel, pero no le dio demasiada importancia. Tan solo quería dejar de sentir las manos de Adriano en su cuerpo, aunque sabía que eso era imposible.La manera en la que la había tocado y besado la noche anterior y cómo la había tratado durante todo el acto sexual se habían quedado grabados a fuego en su mente. Cuando terminó de ducharse, se envolvió en una bata blanca y se encaminó hacia el vestidor, en donde había dejado toda la ropa que se había comprado durante los meses que había estado conviviendo con Antonio y eligió uno de sus mejores trajes de diseñador.No sabía por ni para qu
Adriano tomó a Gianina por el antebrazo y la jaló hacia la cocina. Quería hablar con ella a solas, sin que su madre ni su hermana se interpusieran. Cuando se encontraron tranquilos, Adriano cerró la puerta de la cocina. —¿Quién es esa mujer? —preguntó Gianina. Adriano se humedeció los labios y se recostó contra la encimera. —Es mi exprometida, como ya dije cuando estaba ella en casa —respondió. —Está bien y ahora que está de regreso, ¿por qué la echas de tu casa de ese modo? Creo que es la oportunidad perfecta para que nos separemos —aseguró Gianina con la barbilla en alto—. Yo puedo volver a la mansión de mi esposo fallecido y tú puedes rehacer tu vida con ella. Al fin y al cabo, aunque la echaste, pude ver en tu cara que te dolía tener que sacarla de la casa por mí. —¿De qué estás hablando? —preguntó Adriano frunciendo el ceño.—Creo que no es muy difícil de que lo entiendas. —Gianina suspiró—. Tú te quedas con ella (es obvio que volvió a buscarte), tu madre y tu hermana está
—¿Qué sucede? —le preguntó Sara, en cuanto Gianina se adentró en su habitación, sin siquiera llamar a la puerta. Gianina se sentó al borde de la cama, suspiró y ocultó su rostro entre sus manos. Unos pequeños espasmos en el cuerpo de su amiga, le hicieron comprender a Sara que esta estaba llorando. —¡Hey! ¡Gianina! —exclamó Sara con voz de sueño. Se había despertado al oír que la puerta se abría—. ¿Qué sucede? ¿Por qué lloras? —Solo llevo un día aquí y ya estoy harta. —Sorbió por la nariz. —Pero ¿qué sucedió? Gianina inspiró profundo y le contó todo con lujo de detalles, desde la visita horrible de la ex de Adriano hasta cómo la había tratado María delante de aquella mujer rubia y esbelta, todo lo contrario a ella, y de la discusión que había mantenido con Adriano en la cocina. —Y, para colmo de males, el muy desgraciado no me deja irme de aquí. —¿Por qué no te puedes ir? Eres mayor de edad… —Sí, lo sé, pero los niños también son de él… —Suspiró. —¿Y eso que tiene que ver? Ni
Cuando se adentró en el despacho de Adriano, Gianina lo hizo con cierta incomodidad.Durante los últimos minutos, había tenido tiempo de reflexionar sobre la idea que le había dado Sara.Ya no se sentía tan segura que cuando había salido de la habitación de su mejor amiga.Sin embargo, ya estaba ahí y no iba a dar marcha atrás.Sí, por supuesto, siempre podía inventarse cualquier excusa para su visita al despacho, pero no era de ese tipo de personas. Una vez que había tomado una decisión, la llevaba hasta las últimas condiciones.Con lentitud, se acercó a la silla que se encontraba frente al escritorio de Adriano, quien se encontraba sentado en su amplio sillón ejecutivo.Gianina tomó asiento y esperó a que Adriano alzara la vista de los papeles en los que estaba enfocado.Al ver que él no lo hacía, carraspeó, haciéndose notar.Ahora sí, Adriano alzó la cabeza y la miró con las cejas alzadas, de manera interrogativa.—¿Sigues con la idea de que nos casemos? —preguntó Gianina, yendo di