DOS MESES DESPUÉS
Dos meses más tarde, luego del sepelio de Antonio, la mansión continuaba sumida en la más completa penumbra.
Todos en la mansión se encontraban cabizbajos y no lograban hacer más que lo justo y lo necesario.
A todos y cada uno, incluida Sara (quien se había mudado momentáneamente con su amiga), les había caído como baldazo de agua helada la noticia de la muerte cerebral de Antonio.
Gianina no podía creer tener tanta mala suerte. Si bien no amaba a ese hombre, le había tomado un gran cariño y en la enorme vivienda se notaba su ausencia, faltaba su voz gutural, verlo andar por la casa en compañía de Alfred…
En definitiva, Antonio se hacía echar en falta.
Mientras Gianina tomaba un té junto a Sara, en el más completo silencio —Francesco se encontraba en el colegio y le habían dicho que Antonio se había ido de viaje—, su teléfono celular comenzó a sonar sin descanso.
Gianina tomó el aparato y miró el remitente.
Acto seguido, frunció el ceño.
—¿Qué pasa? —le preguntó Sara al ver su rostro.
—Me están llamando desde la clínica, pero tuve chequeo hace dos días —respondió con el ceño aún más fruncido.
—Atiende, pues, ¿qué esperas?
Gianina así lo hizo y tras una breve conversación, cortó la comunicación.
—¿Qué pasó? ¿Qué querían? —la interrogó Sara.
—Quiere que vaya ahora mismo. Dicen que necesitan hablar conmigo.
…
Mientras tanto, al otro lado de la ciudad, Adriano Messina se encontraba sentado tras el escritorio de su despacho de la empresa petrolera de la que era dueño.
En tanto, trabajaba, comprobando los balances que le había pasado su contador, su móvil comenzó a sonar con asistencia.
Al mirar la pantalla, alzó las cejas.
¿Qué diablos querían los de la clínica de inseminación?
Hacía cinco meses que le habían dicho que sus espermatozoides no eran fértiles para una inseminación en un vientre de alquiler, que era lo que buscaba.
No tenía pareja y ninguna mujer había logrado llamar suficientemente su atención. En sus treinta y dos años había tenido varias novias y amantes, pero ninguna de ellas había logrado cumplir sus expectativas.
Adriano buscaba una persona comprometida como él, que tuviera ética y moral y que comprendiera que la empresa no era lo primero en su vida, pero que sí debía prestarle la suficiente atención.
Inspiró profundamente y tomó la llamada.
Tras una breve conversación con la médica que lo había atendido cinco meses atrás, se puso de pie, se colocó el abrigo, dado que era invierno y fuera había comenzado a nevar, y salió de su despacho.
—Regreso pronto —le informó a su secretaria.
Acto seguido, se montó en el ascensor y bajó hasta el parking cerrado en el que guardaba su Porsche.
…
Cuando ambos salieron de la consulta del médico, con aquella arrolladora noticia sobre sus hombros, Adriano se acercó a Gianina y la tomó por el antebrazo.
—¿Qué quieres? —preguntó Gianina de mal modo.
—Invitarte a cenar —respondió, como si no se hubiese percatado del tono de la pregunta de Gianina.
—¿Invitarme a cenar? ¿Para qué? —inquirió.
—Quiero que hablemos de lo que haremos de ahora en más.
—Mira, yo tengo un hijo como madre soltera, estoy embarazada de cinco meses y tengo una mansión que mantener, así que eso haré.
—No, tú te irás conmigo. Eres la madre de mis hijos y quiero que estés conmigo.
Aquella muchacha le parecía bellísima, además de saber que sus hijos estaban en su vientre.
—¿Cómo sabes que lo que nos dijeron es verdad?
—¿Quieres un análisis de ADN? —sugirió Adriano—. No tengo problema, conozco una buena clínica en la que pueden realizarlo durante el embarazado con un margen de error del uno por ciento.
—¿Por qué tanta insistencia? ¿Por qué acudir a una clínica de inseminación? ¿Por qué rayos no te buscaste una mujer? —preguntó Gianina—. No creo que te cueste mucho conseguir alguna que esté interesada en darte un hijo.
—¿Quieres que responda a todo eso?
Gianina asintió.
—Bien, vamos a cenar, te lo contaré todo y llegaremos a un acuerdo con respecto a todo lo que tienes pendiente. —Adriano sonrió.
Su sonrisa llegó a sus ojos azules como el hielo, pero tan cálidos como el sol.
Aquella sonrisa la dejó sin aliento. Aquel hombre era tan guapo…
Sin embargo, no podía dejar que un completo desconocido, por muy apuesto que fuera, hiciera y deshiciera con su vida a su antojo.
—Tranquila, no te obligaré a nada, pero podemos llegar a un acuerdo —la tranquilizó—. Vamos a cenar y hablaremos tranquilos —insistió.
Ante la insistencia de Adriano, Gianina suspiró, asintió y dijo:
—Dame un minuto para que organice todo con mi hijo.
Adriano sonrió y le dedicó un seco asentimiento. Acto seguido, se alejó, dándole espacio.
Cuando Gianina se encontró a solas, tomó su móvil y llamó a Sara.
Rápidamente, le explicó lo sucedido, a lo que su amiga comenzó a hacerle una ingente cantidad de preguntas.
—Luego te cuento, ¿sí? —dijo, cortándola en seco—. Solo necesito que te encargues de Francesco hasta que regrese. Prometo que te lo recompensaré. Además, dile a Johana que te ayude, estoy segura de que lo hará sin problemas.
—Está bien, pero más te vale que me cuentes todo con lujo de detalles —repuso su amiga.
Tras estas palabras, Gianina cortó la comunicación, dejando a su amiga hablando sola.
¿Cómo diablos saldría de todo aquello?
No lo sabía y ni siquiera sabía si podría salir.
Inspiró profundo y se acercó a Adriano.
—¿Vamos? —preguntó.
—¿Vamos en mi coche? —inquirió Adriano.
—Iremos cada uno en su propio vehículo, yo te seguiré —respondió Gianina con seguridad.
—¿Prometes no escaparte? —Alzó una ceja.
—No soy de ese tipo de personas. No huyo de los problemas, al contrario, siempre los he enfrentado —respondió con seriedad y alzó una ceja.
—¿Me consideras un problema?
—Por ahora, podríamos decir que sí. —Sonrió a medias—. Anda, vamos.
Cuando Adriano y Gianina llegaron al restaurante, este entró primero y, caballerosamente, le mantuvo la puerta abierta.—Gracias —dijo Gianina con las cejas alzadas.Acto seguido, ambos se encaminaron hacia el recepcionista.El restaurante estaba a rebosar de comensales. Sin embargo, Adriano Messina tenía su propio apartado privado.—Oh, señor Messina —lo saludó el recepcionista—. Viene en compañía. —Sonrió—. Puede pasar. ¿Quiere que lo acompañe?—No te preocupes, conozco el camino.A continuación, le dio una suave palmada al hombro del recepcionista y se encaminó hacia el fondo del restaurante.Gianina lo siguió, sorprendida.—Disculpa —dijo una vez que tomaron asientos—, ¿puedo hacerte una pregunta?—Ya la hiciste. —Rio—. Pero, anda, puedes preguntar lo que quieras.—¿Quién eres? ¿Por qué tienes un trato tan preferencial en un restaurante de esta magnitud?—Entiendo que muchos no conozcan mi identidad, pero me sorprende que una mujer con tan buen gusto para vestir no conozca mis dise
A la mañana siguiente, Gianina se levantó sumamente temprano. Se sentía inquieta. Pensando en el inminente examen de ADN, se había pasado la noche en vela. No había sido capaz de pegar un solo ojo en toda la noche. Encontrarse nuevamente con Adriano era otro de los motivos de su impaciencia y cierta incomodidad. Desde que lo había visto en la clínica, de lejos, le había parecido un hombre sumamente atractivo, sin embargo, la noche anterior, que lo había podido conocer mejor y que lo había visto de cerca, había quedado obnubilado. No obstante, su mente no podía dejar de vagar por las posibilidades de perderlo todo. No le había dicho nada a nadie. La única que sabía la verdad era Sara, la única persona en la que confiaba. Sabía que podía confiar en su mutismo. Era bastante solitaria y no tenía con quién hablar más que con ella, o, mejor dicho, sí que tenía, pero prefería no hacerlo. Como siempre le recordaba, Sara era bastante ermitaña. Miró la hora en su teléfono móvil
Mientras Adriano gritaba, la secretaria de Angelo se adentró en la oficina con rostro de disculpas.—Lo siento doctor Fontana, ¿podría hablar un segundo con usted? —preguntó y, acto seguido, mostró los dientes con incomodidad.Mientras tanto, Adriano continuaba despotricando en contra de la clínica de fertilización.—Les haré una demanda que los llevará a la quiebra, van a quedar en la miseria —aseguró con el ceño fruncido.Luego de hablar con su secretaria, el genetista se adentró rápidamente a la consulta, les arrancó los papeles a ambos de las manos…—¡Oye! ¿Qué haces? —le preguntó Adriano cada vez más enfurecido.—Tranquilo, Adriano —dijo mientras mostraba las palmas de sus manos en son de paz—. Verán, por culpa de las prisas hubo un pequeño problema con los archivos.—¿De qué habla? —inquirió Gianina.El médico les entregó un nuevo sobre a cada uno, que también llevaba sus nombres.—En serio, Angelo, ¿qué significa esto? —preguntó Adriano, cada vez más confundido.El hombre suspi
UNA SEMANA DESPUÉS. Adriano miró la hora en su reloj, ansioso. Estaban esperando el camión de la mudanza, ya que, como eran tres mujeres y un niño los que se mudarían con él. Si bien no se llevarían más que puras pertenencias, entre las tres mujeres habían logrado acumular una gran cantidad de bolsas y cajas. Adriano, después de años de convivir con su madre y con su hermana y luego de varias parejas, aún no lograba comprender como una mujer podía acumular tanto en ropa, bolsos y maquillajes. Estaba preocupado por la mudanza. No sabía cómo se daría todo. Había procurado mentalizar a su madre y a su hermana, pero no había tenido demasiado éxito haciéndolo, por lo que, esperaba que, al menos, se comportaran. —Gianina, Johana, Sara, Francesco… —gritó hacia las escaleras, cuando llegó el camión de la mudanza. Los cuatro bajaron rápidamente y vieron como los hombres encargados del traslado de sus pertenencias tomaban las cajas y las bolsas y las montaban en una furgoneta. —¿Ya nos
Luego de terminar el ristretto en la mayor calma posible, intentando entablar una conversación banal, Gianina se puso de pie y pidiendo disculpas se retiró a la habitación.Aquel día había sido fatal en todos los sentidos, y su cuerpo, pero, sobre todo, su cabeza no daba para más.Un par de minutos más tarde, Adriano la imitó, al igual que Johana y Sara, quienes se habían percatado de la tensión en el ambiente, pero quienes habían procurado amenizar la charla y desviarla de Gianina cuando había sido menester.Cuando Adriano llegó a la habitación, se encontró con Gianina tumbada en la cama con el rostro escondido entre los brazos y su cuerpo sufriendo graves espasmos.—Gianina —dijo, ladeando la cabeza y acercándose con cautela—. ¿Qué pasa? ¿Estás bien?Gianina no respondió, tan solo se limitó a continuar llorando.—Nina, en serio, ¿qué sucede? ¿Estás bien? ¿Qué te pasa? ¿Por qué lloras? —preguntó sin respiro—. Nina —la llamó una vez más.Gianina, al escuchar aquel diminutivo que le ha
A la mañana siguiente, Gianina se despertó junto a Adriano y, rápidamente, se levantó de la cama y se encaminó hacia el baño. Se sentía sumamente extraña. Era más que consciente de lo que había sucedido entre ella y Adriano y el simple hecho de pensarlo la hacía sentirse incómoda. Sin perder ni un segundo, abrió la llave de la ducha y se metió bajo el chorro hirviendo. Sintió como se le enrojecía la piel, pero no le dio demasiada importancia. Tan solo quería dejar de sentir las manos de Adriano en su cuerpo, aunque sabía que eso era imposible.La manera en la que la había tocado y besado la noche anterior y cómo la había tratado durante todo el acto sexual se habían quedado grabados a fuego en su mente. Cuando terminó de ducharse, se envolvió en una bata blanca y se encaminó hacia el vestidor, en donde había dejado toda la ropa que se había comprado durante los meses que había estado conviviendo con Antonio y eligió uno de sus mejores trajes de diseñador.No sabía por ni para qu
Adriano tomó a Gianina por el antebrazo y la jaló hacia la cocina. Quería hablar con ella a solas, sin que su madre ni su hermana se interpusieran. Cuando se encontraron tranquilos, Adriano cerró la puerta de la cocina. —¿Quién es esa mujer? —preguntó Gianina. Adriano se humedeció los labios y se recostó contra la encimera. —Es mi exprometida, como ya dije cuando estaba ella en casa —respondió. —Está bien y ahora que está de regreso, ¿por qué la echas de tu casa de ese modo? Creo que es la oportunidad perfecta para que nos separemos —aseguró Gianina con la barbilla en alto—. Yo puedo volver a la mansión de mi esposo fallecido y tú puedes rehacer tu vida con ella. Al fin y al cabo, aunque la echaste, pude ver en tu cara que te dolía tener que sacarla de la casa por mí. —¿De qué estás hablando? —preguntó Adriano frunciendo el ceño.—Creo que no es muy difícil de que lo entiendas. —Gianina suspiró—. Tú te quedas con ella (es obvio que volvió a buscarte), tu madre y tu hermana está
—¿Qué sucede? —le preguntó Sara, en cuanto Gianina se adentró en su habitación, sin siquiera llamar a la puerta. Gianina se sentó al borde de la cama, suspiró y ocultó su rostro entre sus manos. Unos pequeños espasmos en el cuerpo de su amiga, le hicieron comprender a Sara que esta estaba llorando. —¡Hey! ¡Gianina! —exclamó Sara con voz de sueño. Se había despertado al oír que la puerta se abría—. ¿Qué sucede? ¿Por qué lloras? —Solo llevo un día aquí y ya estoy harta. —Sorbió por la nariz. —Pero ¿qué sucedió? Gianina inspiró profundo y le contó todo con lujo de detalles, desde la visita horrible de la ex de Adriano hasta cómo la había tratado María delante de aquella mujer rubia y esbelta, todo lo contrario a ella, y de la discusión que había mantenido con Adriano en la cocina. —Y, para colmo de males, el muy desgraciado no me deja irme de aquí. —¿Por qué no te puedes ir? Eres mayor de edad… —Sí, lo sé, pero los niños también son de él… —Suspiró. —¿Y eso que tiene que ver? Ni