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Capítulo 4 - Una cita inesperada en la clínica.

DOS MESES DESPUÉS

Dos meses más tarde, luego del sepelio de Antonio, la mansión continuaba sumida en la más completa penumbra.

Todos en la mansión se encontraban cabizbajos y no lograban hacer más que lo justo y lo necesario.

A todos y cada uno, incluida Sara (quien se había mudado momentáneamente con su amiga), les había caído como baldazo de agua helada la noticia de la muerte cerebral de Antonio.

Gianina no podía creer tener tanta mala suerte. Si bien no amaba a ese hombre, le había tomado un gran cariño y en la enorme vivienda se notaba su ausencia, faltaba su voz gutural, verlo andar por la casa en compañía de Alfred…

En definitiva, Antonio se hacía echar en falta.

Mientras Gianina tomaba un té junto a Sara, en el más completo silencio —Francesco se encontraba en el colegio y le habían dicho que Antonio se había ido de viaje—, su teléfono celular comenzó a sonar sin descanso.

Gianina tomó el aparato y miró el remitente.

Acto seguido, frunció el ceño.

—¿Qué pasa? —le preguntó Sara al ver su rostro.

—Me están llamando desde la clínica, pero tuve chequeo hace dos días —respondió con el ceño aún más fruncido.

—Atiende, pues, ¿qué esperas?

Gianina así lo hizo y tras una breve conversación, cortó la comunicación.

—¿Qué pasó? ¿Qué querían? —la interrogó Sara.

—Quiere que vaya ahora mismo. Dicen que necesitan hablar conmigo.

Mientras tanto, al otro lado de la ciudad, Adriano Messina se encontraba sentado tras el escritorio de su despacho de la empresa petrolera de la que era dueño.

En tanto, trabajaba, comprobando los balances que le había pasado su contador, su móvil comenzó a sonar con asistencia.

Al mirar la pantalla, alzó las cejas.

¿Qué diablos querían los de la clínica de inseminación?

Hacía cinco meses que le habían dicho que sus espermatozoides no eran fértiles para una inseminación en un vientre de alquiler, que era lo que buscaba.

No tenía pareja y ninguna mujer había logrado llamar suficientemente su atención. En sus treinta y dos años había tenido varias novias y amantes, pero ninguna de ellas había logrado cumplir sus expectativas.

Adriano buscaba una persona comprometida como él, que tuviera ética y moral y que comprendiera que la empresa no era lo primero en su vida, pero que sí debía prestarle la suficiente atención.

Inspiró profundamente y tomó la llamada.

Tras una breve conversación con la médica que lo había atendido cinco meses atrás, se puso de pie, se colocó el abrigo, dado que era invierno y fuera había comenzado a nevar, y salió de su despacho.

—Regreso pronto —le informó a su secretaria.

Acto seguido, se montó en el ascensor y bajó hasta el parking cerrado en el que guardaba su Porsche.

Cuando ambos salieron de la consulta del médico, con aquella arrolladora noticia sobre sus hombros, Adriano se acercó a Gianina y la tomó por el antebrazo.

—¿Qué quieres? —preguntó Gianina de mal modo.

—Invitarte a cenar —respondió, como si no se hubiese percatado del tono de la pregunta de Gianina.

—¿Invitarme a cenar? ¿Para qué? —inquirió.

—Quiero que hablemos de lo que haremos de ahora en más.

—Mira, yo tengo un hijo como madre soltera, estoy embarazada de cinco meses y tengo una mansión que mantener, así que eso haré.

—No, tú te irás conmigo. Eres la madre de mis hijos y quiero que estés conmigo.

Aquella muchacha le parecía bellísima, además de saber que sus hijos estaban en su vientre.

—¿Cómo sabes que lo que nos dijeron es verdad?

—¿Quieres un análisis de ADN? —sugirió Adriano—. No tengo problema, conozco una buena clínica en la que pueden realizarlo durante el embarazado con un margen de error del uno por ciento.

—¿Por qué tanta insistencia? ¿Por qué acudir a una clínica de inseminación? ¿Por qué rayos no te buscaste una mujer? —preguntó Gianina—. No creo que te cueste mucho conseguir alguna que esté interesada en darte un hijo.

—¿Quieres que responda a todo eso?

Gianina asintió.

—Bien, vamos a cenar, te lo contaré todo y llegaremos a un acuerdo con respecto a todo lo que tienes pendiente. —Adriano sonrió.

Su sonrisa llegó a sus ojos azules como el hielo, pero tan cálidos como el sol.

Aquella sonrisa la dejó sin aliento. Aquel hombre era tan guapo…

Sin embargo, no podía dejar que un completo desconocido, por muy apuesto que fuera, hiciera y deshiciera con su vida a su antojo.

—Tranquila, no te obligaré a nada, pero podemos llegar a un acuerdo —la tranquilizó—. Vamos a cenar y hablaremos tranquilos —insistió.

Ante la insistencia de Adriano, Gianina suspiró, asintió y dijo:

—Dame un minuto para que organice todo con mi hijo.

Adriano sonrió y le dedicó un seco asentimiento. Acto seguido, se alejó, dándole espacio.

Cuando Gianina se encontró a solas, tomó su móvil y llamó a Sara.

Rápidamente, le explicó lo sucedido, a lo que su amiga comenzó a hacerle una ingente cantidad de preguntas.

—Luego te cuento, ¿sí? —dijo, cortándola en seco—. Solo necesito que te encargues de Francesco hasta que regrese. Prometo que te lo recompensaré. Además, dile a Johana que te ayude, estoy segura de que lo hará sin problemas.

—Está bien, pero más te vale que me cuentes todo con lujo de detalles —repuso su amiga.

Tras estas palabras, Gianina cortó la comunicación, dejando a su amiga hablando sola.

¿Cómo diablos saldría de todo aquello?

No lo sabía y ni siquiera sabía si podría salir.

Inspiró profundo y se acercó a Adriano.

—¿Vamos? —preguntó.

—¿Vamos en mi coche? —inquirió Adriano.

—Iremos cada uno en su propio vehículo, yo te seguiré —respondió Gianina con seguridad.

—¿Prometes no escaparte? —Alzó una ceja.

—No soy de ese tipo de personas. No huyo de los problemas, al contrario, siempre los he enfrentado —respondió con seriedad y alzó una ceja.

—¿Me consideras un problema?

—Por ahora, podríamos decir que sí. —Sonrió a medias—. Anda, vamos.

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