Luego de terminar el ristretto en la mayor calma posible, intentando entablar una conversación banal, Gianina se puso de pie y pidiendo disculpas se retiró a la habitación.Aquel día había sido fatal en todos los sentidos, y su cuerpo, pero, sobre todo, su cabeza no daba para más.Un par de minutos más tarde, Adriano la imitó, al igual que Johana y Sara, quienes se habían percatado de la tensión en el ambiente, pero quienes habían procurado amenizar la charla y desviarla de Gianina cuando había sido menester.Cuando Adriano llegó a la habitación, se encontró con Gianina tumbada en la cama con el rostro escondido entre los brazos y su cuerpo sufriendo graves espasmos.—Gianina —dijo, ladeando la cabeza y acercándose con cautela—. ¿Qué pasa? ¿Estás bien?Gianina no respondió, tan solo se limitó a continuar llorando.—Nina, en serio, ¿qué sucede? ¿Estás bien? ¿Qué te pasa? ¿Por qué lloras? —preguntó sin respiro—. Nina —la llamó una vez más.Gianina, al escuchar aquel diminutivo que le ha
A la mañana siguiente, Gianina se despertó junto a Adriano y, rápidamente, se levantó de la cama y se encaminó hacia el baño. Se sentía sumamente extraña. Era más que consciente de lo que había sucedido entre ella y Adriano y el simple hecho de pensarlo la hacía sentirse incómoda. Sin perder ni un segundo, abrió la llave de la ducha y se metió bajo el chorro hirviendo. Sintió como se le enrojecía la piel, pero no le dio demasiada importancia. Tan solo quería dejar de sentir las manos de Adriano en su cuerpo, aunque sabía que eso era imposible.La manera en la que la había tocado y besado la noche anterior y cómo la había tratado durante todo el acto sexual se habían quedado grabados a fuego en su mente. Cuando terminó de ducharse, se envolvió en una bata blanca y se encaminó hacia el vestidor, en donde había dejado toda la ropa que se había comprado durante los meses que había estado conviviendo con Antonio y eligió uno de sus mejores trajes de diseñador.No sabía por ni para qu
Adriano tomó a Gianina por el antebrazo y la jaló hacia la cocina. Quería hablar con ella a solas, sin que su madre ni su hermana se interpusieran. Cuando se encontraron tranquilos, Adriano cerró la puerta de la cocina. —¿Quién es esa mujer? —preguntó Gianina. Adriano se humedeció los labios y se recostó contra la encimera. —Es mi exprometida, como ya dije cuando estaba ella en casa —respondió. —Está bien y ahora que está de regreso, ¿por qué la echas de tu casa de ese modo? Creo que es la oportunidad perfecta para que nos separemos —aseguró Gianina con la barbilla en alto—. Yo puedo volver a la mansión de mi esposo fallecido y tú puedes rehacer tu vida con ella. Al fin y al cabo, aunque la echaste, pude ver en tu cara que te dolía tener que sacarla de la casa por mí. —¿De qué estás hablando? —preguntó Adriano frunciendo el ceño.—Creo que no es muy difícil de que lo entiendas. —Gianina suspiró—. Tú te quedas con ella (es obvio que volvió a buscarte), tu madre y tu hermana está
—¿Qué sucede? —le preguntó Sara, en cuanto Gianina se adentró en su habitación, sin siquiera llamar a la puerta. Gianina se sentó al borde de la cama, suspiró y ocultó su rostro entre sus manos. Unos pequeños espasmos en el cuerpo de su amiga, le hicieron comprender a Sara que esta estaba llorando. —¡Hey! ¡Gianina! —exclamó Sara con voz de sueño. Se había despertado al oír que la puerta se abría—. ¿Qué sucede? ¿Por qué lloras? —Solo llevo un día aquí y ya estoy harta. —Sorbió por la nariz. —Pero ¿qué sucedió? Gianina inspiró profundo y le contó todo con lujo de detalles, desde la visita horrible de la ex de Adriano hasta cómo la había tratado María delante de aquella mujer rubia y esbelta, todo lo contrario a ella, y de la discusión que había mantenido con Adriano en la cocina. —Y, para colmo de males, el muy desgraciado no me deja irme de aquí. —¿Por qué no te puedes ir? Eres mayor de edad… —Sí, lo sé, pero los niños también son de él… —Suspiró. —¿Y eso que tiene que ver? Ni
Cuando se adentró en el despacho de Adriano, Gianina lo hizo con cierta incomodidad.Durante los últimos minutos, había tenido tiempo de reflexionar sobre la idea que le había dado Sara.Ya no se sentía tan segura que cuando había salido de la habitación de su mejor amiga.Sin embargo, ya estaba ahí y no iba a dar marcha atrás.Sí, por supuesto, siempre podía inventarse cualquier excusa para su visita al despacho, pero no era de ese tipo de personas. Una vez que había tomado una decisión, la llevaba hasta las últimas condiciones.Con lentitud, se acercó a la silla que se encontraba frente al escritorio de Adriano, quien se encontraba sentado en su amplio sillón ejecutivo.Gianina tomó asiento y esperó a que Adriano alzara la vista de los papeles en los que estaba enfocado.Al ver que él no lo hacía, carraspeó, haciéndose notar.Ahora sí, Adriano alzó la cabeza y la miró con las cejas alzadas, de manera interrogativa.—¿Sigues con la idea de que nos casemos? —preguntó Gianina, yendo di
Luego de que el abogado llegara, redactaran el contrato en vivo y en directo, para que ambas partes estuvieran más que conformes con todo, hasta con los puntos y las comas de los incisos, Adriano y Gianina estamparon sus firmas, seguidos por el abogado. —Gracias, Rick, por llegar tan pronto y hacerme este gran favor —dijo Adriano cuando terminaron con todo y le tendió la mano. —No tienes por qué darme las gracias. Sabes que siempre que esté libre puedes llamarme para lo que necesites. —El tal Rick sonrió. A Gianina le recorrió un escalofrío de pies a cabeza. Aquella sonrisa le recordaba tanto a la de su ex, motivo por el cual desvió la mirada. Cuando por fin el abogado salió del despacho, seguido por Adriano, quien lo condujo hasta la salida, Gianina aprovechó para correr al cuarto de su amiga. Antes de salir de su habitación, esta le había prometido que la esperaría allí, antes de bajar a desayunar, dado que no quería encontrarse a solas con las arpías. Cuando ingresó en el do
Aquella noche, a la hora en que había acordado, Adriano se encontraba en el restaurante en el que había quedado con Vittoria. Sin embargo, esta aún no se había presentado. Y a Adriano no le sentaba para nada bien que las personas, por mucho que se conocieran, fueran impuntuales. Era de las personas que creían que pensaban que el tiempo valía oro y, aunque no tuviera nada pendiente para esa noche, no podía tolerar más de diez minutos de retraso. Cuando comprobó que habían pasado más de diez minutos, se levantó de la silla del reservado y comenzó a caminar hacia la puerta, en el mismo momento en el que Vittoria entraba en el restaurante, agitada. —Llegas tarde —le increpó. —Lo siento, es que tuve un imprevisto —dijo Vittoria con la voz entrecortada. —Pues yo ya voy de salida. Ya sabes bien que no me gusta la impuntualidad. —Lo sé y te pido disculpas, pero, por favor… —Vittoria inspiró profundo—. Ya estamos aquí, ya dime lo que me tengas que decir. —Mira, el hecho de que te hay
Aquella noche, como ni Gianina, Sara, Johana ni Francisco querían cenar con las dos arpías, de las cuales habían rehuido durante todo el día, decidieron salir a comer algo fuera. —¿Dónde quiere ir, señora? —le preguntó el chófer de la familia. El hombre solo se dedicaba a llevar y a traer a María y Ana, dado que Adriano se movía por su propia cuenta. En un principio, el hombre, temeroso de lo que pensaran sus «jefas», se había rehusado a trasladarlas.Sin embargo, como Johana había logrado ganarse la confianza del ama de llaves, quien era la esposa del chófer, el hombre había terminado por acceder; bajo la condición de que no se demorarían demasiado. Para suerte de Albert, María y Ana habían decidido salir con unas amigas de alta alcurnia, una de las cuales había enviado un coche por ello. La noche transcurrió con la mayor tranquilidad posible. Las tres mujeres y el niño comieron y bebieron contándose anécdotas y recordando situaciones vividas. Realmente, los cuatro se sentían s