Aquella noche, a la hora en que había acordado, Adriano se encontraba en el restaurante en el que había quedado con Vittoria. Sin embargo, esta aún no se había presentado. Y a Adriano no le sentaba para nada bien que las personas, por mucho que se conocieran, fueran impuntuales. Era de las personas que creían que pensaban que el tiempo valía oro y, aunque no tuviera nada pendiente para esa noche, no podía tolerar más de diez minutos de retraso. Cuando comprobó que habían pasado más de diez minutos, se levantó de la silla del reservado y comenzó a caminar hacia la puerta, en el mismo momento en el que Vittoria entraba en el restaurante, agitada. —Llegas tarde —le increpó. —Lo siento, es que tuve un imprevisto —dijo Vittoria con la voz entrecortada. —Pues yo ya voy de salida. Ya sabes bien que no me gusta la impuntualidad. —Lo sé y te pido disculpas, pero, por favor… —Vittoria inspiró profundo—. Ya estamos aquí, ya dime lo que me tengas que decir. —Mira, el hecho de que te hay
Aquella noche, como ni Gianina, Sara, Johana ni Francisco querían cenar con las dos arpías, de las cuales habían rehuido durante todo el día, decidieron salir a comer algo fuera. —¿Dónde quiere ir, señora? —le preguntó el chófer de la familia. El hombre solo se dedicaba a llevar y a traer a María y Ana, dado que Adriano se movía por su propia cuenta. En un principio, el hombre, temeroso de lo que pensaran sus «jefas», se había rehusado a trasladarlas.Sin embargo, como Johana había logrado ganarse la confianza del ama de llaves, quien era la esposa del chófer, el hombre había terminado por acceder; bajo la condición de que no se demorarían demasiado. Para suerte de Albert, María y Ana habían decidido salir con unas amigas de alta alcurnia, una de las cuales había enviado un coche por ello. La noche transcurrió con la mayor tranquilidad posible. Las tres mujeres y el niño comieron y bebieron contándose anécdotas y recordando situaciones vividas. Realmente, los cuatro se sentían s
Luego de un par de días de que todos lograran ponerse de acuerdo, dado que tanto Gianina, Sara y Johana tenían que convencer a sus respectivas «parejas» para una cita triple, las tres se habían montado en un taxi —Gianina no quería utilizar el vehículo de los Messina— y se habían encaminado hacia el restaurante en cuestión. Gianina había decidido dejar a Francesco bajo el cuidado de Adriana, el ama de llaves, la única, junto a su esposo, que se había ganado su confianza en aquellos pocos días que llevaba viviendo en la mansión de los Messina. Como Adriana tenía el día libre, había decidido llevar al niño al parque de atracciones que Gianina tanto le había prometido, por lo que Francesco no se opuso en ningún momento a que su madre lo dejara con ella. «Listo me ha salido este muchacho», pensó Gianina y sonrió, mientras se montaba al taxi. Una vez llegaron al restaurante en cuestión, las tres mujeres, ataviadas con sus mejores galas para impresionar a aquellos tres desconocidos, se
Al llegar a la mansión de los Messina, las tres mujeres se apearon rápidamente del coche y se adentraron en la vivienda. Sin embargo, la comitiva iba liderada por Gianina, quien lo hizo con la cabeza en alto.Una vez Gianina traspasó el umbral, se topó de lleno con Adriano, quien la esperaba sentado en el amplio sofá de cuero de la sala.—¡Por fin te dignas a aparecer! —exclamó con cierto sarcasmo—. Mis empleados no tienen por qué cuidar de tu hijo mientras tú andas por ahí con Dios sabe quién.—¡Ah! —suspiró Gianina—. Suban, chicas, yo tengo una escena de «celos» —dijo mientras dibujaba las comillas en el aire—, por delante. Así que, si quieren dormir, no me esperen.No sabía cuánto tiempo podía demorar con aquella estúpida conversación que sabría que mantendrían.Sara y Johana intercambiaron una breve mirada, se encogieron de hombros y, luego de despedirse de su amiga, subieron las escaleras, sin perder tiempo, dejando a Gianina y a Adriano a solas.—Dime la verdad —dijo Adriano en
UN MES MÁS TARDE—Es cierto, signore Messina, que se casará con Vittoria y se ha desencantado de la futura madre de sus hijos —le preguntaba un periodista a Adriano a la salida de la empresa de alta costura.—Eso no es cierto.—Pero en las fotos se los ve acaramelados…, se puede ver en los ojos de ambos.—Es una foto de mala calidad y, aunque no tengo por qué dar explicaciones, diré la verdad, en esa escena yo le estoy recordando a Vittoria lo mucho que la quise, pero también el daño que me hizo —respondió Adriano—. Vittoria no es nadie ya para mí.—¿Cómo puedes decir eso de tu futura esposa? —preguntó la madre de Adriano, quien acababa de unirse a la multitud.—Signora Messina, entonces usted afirma que la prometida oficial de Adriano, su hijo, es la señorita Vittoria.—Mamma, per favore —le suplicó Adriano, jalando a su madre de la manga de su abrigo.—Por supuesto que sí. Adriano la ama demasiado…—¡Qué no, mamá! —exclamó Adriano fuera de sí.Ya estaba harto de la prensa y de que s
Aquella noche, una vez más, como tantas otras noches durante el último mes, Sara, Johana y Gianina salieron a una nueva cita.Sorpresivamente, sus acompañantes seguían siendo los mismos de la primera vez.Las tres estaban más que sorprendidas de que no hubieran tenido que estar busque y busque en las apps de citas, para congeniar con alguien.Gianina, esa noche, se vistió particularmente atractiva. Con su «pareja», dado que no podía ponerle otro nombre, ya que estaba comprometida con Adriano de manera pública, habían mantenido relaciones, pero esa noche pensaba darle el cierre.Sentía que él, poco a poco, se estaba enamorando de ella, y temía que eso pudiera poner en jaque el contrato que tenía con Adriano, por lo que quería dejar las cosas claras o cerrarlas, si eso era necesario.—¿A dónde vas así vestida? —le preguntó Adriano al verla bajar las escaleras, junto a sus amigas.—Tengo una cita.—Ah, ¿sí? —preguntó, alzando las cejas—. Pues esta no será su noche, esta noche tú eres mía
Gianina obedeció. Abrió la carpeta y comenzó a leer.—¿Cómo obtuviste esto?—Tengo contactos —respondió Adriano—. ¿Tú crees que no puedo obtener toda la información que quiera, siempre que lo desee?—¿Qué es? —preguntó Johana, quien tenía el ceño tan fruncido que sus cejas casi formaban una V.—Es el testamento de Antonio —respondió Gianina, sin apartar la vista de Adriano.—Así es —asintió Adriano—, es el testamento de tu difunto esposo. —Sonrió con cierta malicia.Gianina frunció el ceño.Sabía muy bien lo que le diría, cuál era el as bajo la manga de Adriano, sin embargo, ella tenía el as de picas.Ganaría o ganaría.—Sara, Johana, por favor, esta vez en serio, vayan y disfruten.—Oh, ¿nos vas a dejar sin ver el espectáculo completo? —preguntó Sara, malhumorada.—Después les cuento —repuso Gianina, haciéndole un gesto a su amiga para que los dejaran a solas.Johana se puso de pie y Sara la imitó, aunque a regañadientes. —Sabes que no es lo mismo que te lo cuenten a que lo veas en
—¡No lo puedo creer! —exclamó Sara.—¿Hablas en serio? —le preguntó Johana, realmente sorprendida.—Pues, así es. Es tal y como se los acabo de decir. ¡Me dijo que me ama! —dijo Gianina en voz baja para no despertar a Francesco, quien se había cruzado a la habitación de Johana, y se había vuelto a dormir abrazado a su madre.—¿Y qué diablos haces aquí? ¿Por qué no estás con él haciendo…? —Sara le guiñó el ojo—. Bueno, ya sabes a qué me refiero.—¿Qué demonios dices? —le preguntó con el ceño fruncido—. No pienso acostarme con él porque me haya dicho que me «ama» —agregó, poniendo énfasis en la última palabra.—Ah, pero sin motivos sí, ¿no? —la interrogó Johana con las cejas en alto.—A ver, yo no tengo problema en acostarme con él, pero una cosa es que me guste y que me agrade estar con él y otra, muy distinta, es permitir que siga confundiendo las cosas —sentenció Gianina.—Según tú, ¿qué es lo que está confundiendo? —preguntó Sara. —Estoy casi segura de que cree estar «enamorado» de