Gianina obedeció. Abrió la carpeta y comenzó a leer.—¿Cómo obtuviste esto?—Tengo contactos —respondió Adriano—. ¿Tú crees que no puedo obtener toda la información que quiera, siempre que lo desee?—¿Qué es? —preguntó Johana, quien tenía el ceño tan fruncido que sus cejas casi formaban una V.—Es el testamento de Antonio —respondió Gianina, sin apartar la vista de Adriano.—Así es —asintió Adriano—, es el testamento de tu difunto esposo. —Sonrió con cierta malicia.Gianina frunció el ceño.Sabía muy bien lo que le diría, cuál era el as bajo la manga de Adriano, sin embargo, ella tenía el as de picas.Ganaría o ganaría.—Sara, Johana, por favor, esta vez en serio, vayan y disfruten.—Oh, ¿nos vas a dejar sin ver el espectáculo completo? —preguntó Sara, malhumorada.—Después les cuento —repuso Gianina, haciéndole un gesto a su amiga para que los dejaran a solas.Johana se puso de pie y Sara la imitó, aunque a regañadientes. —Sabes que no es lo mismo que te lo cuenten a que lo veas en
—¡No lo puedo creer! —exclamó Sara.—¿Hablas en serio? —le preguntó Johana, realmente sorprendida.—Pues, así es. Es tal y como se los acabo de decir. ¡Me dijo que me ama! —dijo Gianina en voz baja para no despertar a Francesco, quien se había cruzado a la habitación de Johana, y se había vuelto a dormir abrazado a su madre.—¿Y qué diablos haces aquí? ¿Por qué no estás con él haciendo…? —Sara le guiñó el ojo—. Bueno, ya sabes a qué me refiero.—¿Qué demonios dices? —le preguntó con el ceño fruncido—. No pienso acostarme con él porque me haya dicho que me «ama» —agregó, poniendo énfasis en la última palabra.—Ah, pero sin motivos sí, ¿no? —la interrogó Johana con las cejas en alto.—A ver, yo no tengo problema en acostarme con él, pero una cosa es que me guste y que me agrade estar con él y otra, muy distinta, es permitir que siga confundiendo las cosas —sentenció Gianina.—Según tú, ¿qué es lo que está confundiendo? —preguntó Sara. —Estoy casi segura de que cree estar «enamorado» de
Luego de cortar la comunicación, las lágrimas comenzaron a rodar por las mejillas de Gianina.—¡Es una víbora! —dijo Johana con los dientes apretados.Gianina no dijo nada y tampoco lo hizo Sara.La ansiedad había aumentado en su ser, con cada palabra que había intercambiado con Vittoria, su cuerpo temblaba y sentía que no podría controlarlo más.—Tengo que hablar con Adriano.—No estás bien, Gianina, sabes que estás con un ataque de ansiedad —le dijo Sara—. Mejor cálmate y luego hablas con él.—No… no… no puedo. No puedo seguir así. Estoy cansada de todo esto. ¿Por qué diablos la vida es así conmigo? ¿Por qué siempre termino en la mierda? Si no es por un motivo, es por otro…Tras aquellas palabras, se llevó una mano al pecho y comenzó a hiperventilar.Sara se levantó rápidamente y se acercó a ella. La abrazó con fuerza.—Tranquila, cariño, tranquila…—Me… me fal… me falta el aire… —dijo Gianina a duras penas.—Ven, vamos a mi habitación —repuso Sara mientras la conducía hacia la puer
UNA SEMANA MÁS TARDELos últimos días habían transcurrido en la mayor tranquilidad, para suerte de Adriano y de Gianina, quienes no se habían bajado la guardia, pero sí se habían relajado lo suficiente como para que la noticia del telediario los tomara por sorpresa.—«El diseñador y empresario de modas, Adriano Messina, vuelve a estar en la primera plana de todas las revistas del corazón. Durante la mañana de hoy, se filtraron dos audios en los que queda expuesta la verdad de la relación de Adriano con Vittoria y el enojo que esto produce en la señorita Gianina Costa, quien, aparentemente, quiere atrapar a Adriano Messina con la excusa de que se irá con sus hijos aún nonatos».Adriano y Gianina intercambiaron una mirada mientras desayunaban viendo la televisión.Sara, Johana y Francesco se miraron entre sí, antes de enfocar sus miradas en Adriano y Gianina que habían quedado estupefactos ante los audios que se habían reproducido posteriormente a que la presentadora diera la supuesta n
Al llegar a la habitación, la cual se encontraba en la quinta planta de la clínica, Gianina ya se encontraba allí, en la cama, junto a las dos pequeñas cunas.Adriano miró a Gianina y, acto seguido, posó su mirada sobre las cunas y su corazón comenzó a latir desbocado, y sus ojos, inevitablemente, se anegaron en lágrimas.Lentamente, se acercó a las cunas y observó a los dos niños y las dos niñas que dormían plácidamente junto a su madre.Le sorprendió que estuvieran dormidos, y Gianina no estuviera amamantando, pero dejó esto a un lado y se encaminó hacia Gianina.Sin que ella pudiera escaparse, Adriano la abrazó con fuerza antes de apartarse levemente, dejando sus rostros a un palmo de distancia, y dijo:—Lo siento, lo siento, lo siento… ¿Estás bien?—Sí, eso creo. No siento mis piernas, pero se pasará pronto, por lo que me dijo el anestesista—. ¿Por qué te disculpas tanto?—Por no haber sido capaz de cumplir mi promesa. Realmente, no merezco todo esto, no merezco que me des estos c
Aquella noche, mientras se encontraba a solas con los cuatro pequeños, ya que Sara se había ido al bufete de la clínica en busca de algo para comer, la puerta de la habitación de Gianina se abrió de par en par.Sobresaltada, pensando que se trataba de la enfermera amargada que los había chequeado, a ella y a los niños, un par de horas antes, se incorporó en la cama de inmediato.Ya la anestesia había desaparecido y ya sentía sus piernas, sin embargo, el cansancio que sentía era tal que no podía siquiera descansar la vista. No podía dormir, a pesar de que ya era tarde. Todo lo que había vivido ese día era demasiado para cualquier persona. Aunque ella procuraba no demostrarlo ante nadie, ni siquiera ante su mejor amiga.Cuando alzó la vista, esperando encontrarse con la mujer de estatura baja, cuerpo rechoncho y mirada helada, se encontró con algo mucho peor.Gianina frunció el ceño, desorientada, y preguntó:—Vittoria, ¿qué diablos haces aquí?—Dejar en claro un par de «cositas» —dijo
TRES DÍAS DESPUÉS.Tres días después de que Gianina rompiera bolsa y fuera trasladada a la clínica y sometida a una cesárea para traer a sus hijos al mundo, la doctora que la había atendido se acercó a su habitación.—Buenos días, Gianina —la saludó con una sonrisa agradable—. Ya te vas a casa.Gianina asintió.—Buenos días, doctora Rossi. —Sonrió—. Gracias por todo.—Recuerda que, cuando salgas, debes firmar tu salida en la recepción, ¿sí? —le recordó—. Por cierto, ten —dijo, tendiéndole cuatro libretitas de diferentes colores.—Oh, gracias, doctora —respondió Gianina recibiendo las libretas—. Iba a pedirlas cuando saliera.—Pues el señor Messina me pidió que estuviera lista cuanto antes.—¿El señor Messina le pidió? —preguntó, ladeando la cabeza, sin comprender.—Sí, señora, él será quien la vendrá a buscar.—No, vendrá Sara… —replicó con el ceño fruncido.—Eso no lo sé, yo solo acato las órdenes que me da mi superior —respondió la mujer—. Ahora me marcho, tengo otra paciente para d
VARIAS HORAS MÁS TARDE.Al llegar a un aeropuerto privado, ubicado en Galicia. Al menos, eso le indicaba el GPS a Gianina, quien, tras las evasivas de Adriano por decirle a dónde, específicamente, aterrizarían, había seguido el viaje por su móvil, gracias a que el jet contaba con conexión WiFi.—¿Por qué Galicia? —preguntó Gianina en cuanto aterrizaron.Adriano suspiró.—Mi abuela, por parte de mi padre, era gallega. Ella fue la que nos heredó la propiedad a la que vamos. Está en las montañas, por si quieres saber —dijo, adivinando los pensamientos de Gianina.—¿En las sierras?—Sí, no sé mucho de geografía, lo que sean esos bultos en la tierra —dijo Adriano sacándole una sonrisa a Gianina.—Bueno, por fin algo que se escapa a tu entendimiento, querido. —Solo eso, en lo demás, siempre estoy al día.—Eso es lo que crees. Siempre creemos saber más de lo que realmente es —repuso Sara.—Anda, tú también te pondrás a molestarme.¿En qué momento aquellos dos habían tomado tanta confianza?