Aquella noche, mientras se encontraba a solas con los cuatro pequeños, ya que Sara se había ido al bufete de la clínica en busca de algo para comer, la puerta de la habitación de Gianina se abrió de par en par.Sobresaltada, pensando que se trataba de la enfermera amargada que los había chequeado, a ella y a los niños, un par de horas antes, se incorporó en la cama de inmediato.Ya la anestesia había desaparecido y ya sentía sus piernas, sin embargo, el cansancio que sentía era tal que no podía siquiera descansar la vista. No podía dormir, a pesar de que ya era tarde. Todo lo que había vivido ese día era demasiado para cualquier persona. Aunque ella procuraba no demostrarlo ante nadie, ni siquiera ante su mejor amiga.Cuando alzó la vista, esperando encontrarse con la mujer de estatura baja, cuerpo rechoncho y mirada helada, se encontró con algo mucho peor.Gianina frunció el ceño, desorientada, y preguntó:—Vittoria, ¿qué diablos haces aquí?—Dejar en claro un par de «cositas» —dijo
TRES DÍAS DESPUÉS.Tres días después de que Gianina rompiera bolsa y fuera trasladada a la clínica y sometida a una cesárea para traer a sus hijos al mundo, la doctora que la había atendido se acercó a su habitación.—Buenos días, Gianina —la saludó con una sonrisa agradable—. Ya te vas a casa.Gianina asintió.—Buenos días, doctora Rossi. —Sonrió—. Gracias por todo.—Recuerda que, cuando salgas, debes firmar tu salida en la recepción, ¿sí? —le recordó—. Por cierto, ten —dijo, tendiéndole cuatro libretitas de diferentes colores.—Oh, gracias, doctora —respondió Gianina recibiendo las libretas—. Iba a pedirlas cuando saliera.—Pues el señor Messina me pidió que estuviera lista cuanto antes.—¿El señor Messina le pidió? —preguntó, ladeando la cabeza, sin comprender.—Sí, señora, él será quien la vendrá a buscar.—No, vendrá Sara… —replicó con el ceño fruncido.—Eso no lo sé, yo solo acato las órdenes que me da mi superior —respondió la mujer—. Ahora me marcho, tengo otra paciente para d
VARIAS HORAS MÁS TARDE.Al llegar a un aeropuerto privado, ubicado en Galicia. Al menos, eso le indicaba el GPS a Gianina, quien, tras las evasivas de Adriano por decirle a dónde, específicamente, aterrizarían, había seguido el viaje por su móvil, gracias a que el jet contaba con conexión WiFi.—¿Por qué Galicia? —preguntó Gianina en cuanto aterrizaron.Adriano suspiró.—Mi abuela, por parte de mi padre, era gallega. Ella fue la que nos heredó la propiedad a la que vamos. Está en las montañas, por si quieres saber —dijo, adivinando los pensamientos de Gianina.—¿En las sierras?—Sí, no sé mucho de geografía, lo que sean esos bultos en la tierra —dijo Adriano sacándole una sonrisa a Gianina.—Bueno, por fin algo que se escapa a tu entendimiento, querido. —Solo eso, en lo demás, siempre estoy al día.—Eso es lo que crees. Siempre creemos saber más de lo que realmente es —repuso Sara.—Anda, tú también te pondrás a molestarme.¿En qué momento aquellos dos habían tomado tanta confianza?
UN MES MÁS TARDELos primeros días en Galicia habían sido difíciles para todos, en especial para Gianina, quien no solo se tenía que acostumbrar a estar en un país que no era el suyo, sino que, aunque todos la ayudaran, tenía que hacerse cargo de cinco hijos.Aquella mañana se dirigió a la cocina en busca de una taza de café.No había dormido prácticamente en toda la noche. Los niños habían estado por demás inquieto y ella no había logrado tranquilizarlos hasta hacía diez minutos. Sí, podría haber llamado a Adriano y a sus amigas, pero no había querido molestarlos.Además, necesitaba estar con ellos cuatro a solas, ya que, en las últimas semanas no había podido compartir un buen tiempo con ellos. O, mejor dicho, tiempo de calidad con los cuatro.Al entrar en la cocina, se sorprendió al encontrar a Adriano allí con la cabeza entre las manos.—¿Qué sucede? —preguntó ella con la voz ronca por el cansancio.Adriano se sobresaltó al escucharla y se incorporó.—Oh, buenos días, Gianina. —S
Esa misma noche, a las nueve, ambos se encontraban en el aeropuerto, en el que se encontraba el Jet privado de Adriano. En cuanto Gianina le había dicho que se iría con él a Sicilia al entierro de su madre, Adriano se había puesto en contacto con el piloto, sin embargo, este se había demorado en viajar, en un avión comercial, hasta el lugar en el que se encontraba el aeropuerto privado. Adriano se sentía impaciente. La verdad era que, por un lado, el hecho de que Gianina viajara con él lo llenaba de tranquilidad y se sentía agradecido, sin embargo, por el otro lado, le daba una angustia tremenda pensar que le pudieran hacerle algo que la dañara. Miró en dirección a Gianina e hizo una mueca de incomodidad y dije: —Sabes que puedes dar media vuelta y regresar a la masía, ¿no? —Gianina asintió—. Entonces, ¿por qué sigues aquí? —Porque te di mi palabra de que iría contigo. —En serio, yo… —comenzó a decir Adriano. Sin embargo, Gianina lo interrumpió: —Ya te dije que iré y no daré m
Cuando estuvieron a solas en la mansión, Gianina sintió como que la enorme edificación caía sobre ella.—Lo siento, Gianina —dijo Adriano, cuando cerró la puerta detrás de él.—No tienes por qué disculparte —repuso ella con una suave sonrisa—. No te preocupes, ya iba preparada para cualquier cosa. Si vine hasta aquí no era porque creyera que no iba a suceder, sabía que era un noventa por ciento probable que esto pasara.—Gracias por venir —dijo Adriano con sinceridad—. Si no hubieras estado aquí en este momento, no hubiese podido finalizar ese encuentro con tanta facilidad. Sí, te hubiera tenido en pensamiento, pero no hubiera sido tan fácil.Gianina no supo qué decir, por lo que se limitó a sonreír.Adriano se acercó a ella y la abrazó con fuerza. Gianina le devolvió el abrazo con cierta incomodidad.Durante unos cuantos minutos, permanecieron abrazados, mientras Gianina sentía cómo las lágrimas de Adriano humedecían su cabello.Un momento más tarde, Adriano se apartó de ella y sonri
Aquella noche, mientras ambos se encontraban en la cama, el móvil de Adriano comenzó a sonar con insistencia.Somnoliento, se incorporó en la cama y tomó su móvil.—¿Quién es? —preguntó Gianina en un bostezo.—No lo sé —respondió Adriano y, acto seguido, respondió—. ¿Hola? —Escuchó atentamente—. ¿Qué? No, obviamente no. No daré declaraciones sobre falsos testimonios sobre mi persona. —Silencio—. ¡Ya dije que no! —exclamó, exaltado y cortó la comunicación.—¿Qué pasó? —le preguntó Gianina, incorporándose en la cama.—La prensa —respondió Adriano, buscando en el móvil algo que Gianina no podía distinguir.Sin pronunciar palabra, Gianina se acercó a él y leyó detenidamente.—¿Otra vez? —preguntó y blanqueó los ojos.El titular rezaba:«Tras la muerte de su madre, Adriano Messina, el reconocido diseñador de modas, parece no estar afectado en lo más mínimo y no solo armó revuelo en el funeral, sino que se marchó sin siquiera entrar a la sala de sepelio ante el encuentro con su prometida».
—En serio, es que no lo entiendo. —Gianina negó con la cabeza e hizo un sonido que parecía una risa, pese a que estaba muy lejos de que le pareciera divertido—. Durante los últimos meses, no has dejado que haga mi vida, prácticamente me has anclado a tu lado, para ahora decirme esto…, cuando… cuando lo que han hecho es mínimo en comparación con lo de los últimos meses.—¿Te parece mínimo? —preguntó Adriano con incredulidad.—Sí, si lo comparas con lo que han hecho durante estos meses que hemos «estado» —dijo poniendo énfasis en las últimas palabras— juntos, esto no es nada. Sin embargo, ahora es cuando tomas la decisión de alejarte. —No quiero alejarme, solo quiero tomar cierta distancia hasta que logre solucionar esto y pueda estar contigo y con los niños.Gianina blanqueó los ojos, suspiró e hizo un movimiento de cabeza que le indicó a Adriano que no le creía.—No me crees, ¿verdad? —preguntó, temiendo perder la compostura y titubear en la decisión que había tomado.—Realmente, no